Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 31
7.
Vino una persona a mí que había dos años y medio que estaba en un pecado
mortal, de los más abominables que yo he oído, y en todo este tiempo ni le
confesaba ni se enmendaba, y decía misa. Y aunque confesaba otros, éste decía
que cómo le había de confesar, cosa tan fea. Y tenía gran deseo de salir de él
y no se podía valer a sí. A mí hízome gran lástima; y ver que se ofendía Dios
de tal manera, me dio mucha pena. Prometíle de suplicar mucho a Dios le remediase
y hacer que otras personas lo hiciesen, que eran mejores que yo, y escribía a
cierta persona que él me dijo podía da las cartas. Y es así que a la primera se
confesó; que quiso Dios (por las muchas personas muy santas que lo habían
suplicado a Dios, que se lo había yo encomendado) hacer con esta alma esta misericordia,
y yo, aunque miserable, hacía lo que podía con harto cuidado.
Escribióme
que estaba ya con tanta mejoría, que había días que no caía en él; mas que era
tan grande el tormento que le daba la tentación, que parecía estaba en el
infierno, según lo que padecía; que le encomendase a Dios. Yo lo torné a
encomendar a mis Hermanas, por cuyas oraciones debía el Señor hacerme esta merced,
que lo tomaron muy a pechos. Era persona que no podía nadie atinar en quién
era. Yo supliqué a Su Majestad se aplacasen aquellos tormentos y tentaciones, y
se viniesen aquellos demonios a atormentarme a mí, con que yo no ofendiese en
nada al Señor.
Es
así que pasé un mes de grandísimos tormentos. Entonces eran estas dos cosas que
he dicho.
8.
Fue el Señor servido que le dejaron a él. Así me lo escribieron, porque yo le
dije lo que pasaba en este mes. Tomó fuerza su alma y quedó del todo libre, que
no se hartaba de dar gracias al Señor y a mí, como si yo hubiera hecho algo,
sino que ya el crédito que tenía de que el Señor me hacía mercedes le
aprovechaba. Decía que cuando se veía muy apretado, leía mis cartas y se le
quitaba la tentación, y estaba muy espantado de lo que yo había padecido y cómo
se había librado él. Y aun yo me espanté y lo sufriera otros muchos años por
ver aquel alma libre. Sea alabado por todo, que mucho puede la oración de los
que sirven al Señor, como yo creo lo hacen en esta casa estas hermanas; sino
que, como yo lo procuraba, debían los demonios indignarse más conmigo, y el Señor por mis pecados lo permitía.
9.
En este tiempo también una noche pensé me ahogaban; y como echaron mucha agua
bendita, vi ir mucha multitud de ellos, como quien se va desempeñando. Son tantas
veces las que estos malditos me atormentan y tan poco el miedo que yo ya los
he, con ver que no se pueden menear si el Señor no les da licencia, que cansaría
a vuestra merced y me cansaría si las dijese.
10.
Lo dicho aproveche de que el verdadero siervo de Dios se le dé poco de estos
espantajos que éstos ponen para hacer temer.
Sepan
que, a cada vez que se nos da poco de ellos, quedan con menos fuerza y el alma
muy más señora. Siempre queda algún gran provecho, que por no alargar no lo
digo.
Sólo
diré esto que me acaeció una noche de las ánimas: estando en un oratorio,
habiendo rezado un nocturno y diciendo unas oraciones muy devotas -que están al
fin de él- muy devotas que tenemos en nuestro rezado, se me puso sobre el libro
para que no acabase la oración. Yo me santigüé, y fuese. Tornando a comenzar, tornóse.
Creo fueron tres veces las que la comencé y, hasta que eché agua bendita, no
pude acabar. Vi que salieron algunas almas del purgatorio en el instante, que
debía faltarlas poco, y pensé si pretendía estorbar esto.
Pocas
veces le he visto tomando forma y muchas sin ninguna forma, como la visión que
sin forma se ve claro está allí, como he dicho.
11.
Quiero también decir esto, porque me espantó mucho: estando un día de la
Trinidad en cierto monasterio en el coro y en arrobamiento, vi una gran
contienda de demonios contra ángeles.
Yo
no podía entender qué querría decir aquella visión. Antes de quince días se entendió bien en cierta
contienda que acaeció entre gente de oración y muchos que no lo eran, y vino
harto daño a la casa que era; fue contienda que duró mucho y de harto desasosiego.
Otras
veces veía mucha multitud de ellos en rededor de mí, y parecíame estar una gran
claridad que me cercaba toda, y ésta no les consentía llegar a mí. Entendí que
me guardaba Dios, para que no llegasen a mí de manera que me hiciesen
ofenderle. En lo que he visto en mí algunas veces, entendí que era verdadera
visión.
El
caso es que ya tengo tan entendido su poco poder, si yo no soy contra Dios, que
casi ningún temor los tengo. Porque no son nada sus fuerzas, si no ven almas
rendidas a ellos y cobardes, que aquí muestran ellos su poder.
Algunas
veces, en las tentaciones que ya dije, me parecía que todas las vanidades y
flaquezas de tiempos pasados tornaban a despertar en mí, que tenía bien que
encomendarme a Dios. Luego era el tormento de parecerme que, pues me venían
aquellos pensamientos, que debía de ser todo demonio, hasta que me sosegaba el
confesor. Porque aun primer movimiento de mal
pensamiento me parecía a mí no había de tener quien tantas mercedes
recibía del Señor.
12.
Otras veces me atormentaba mucho y aún ahora me atormenta ver que se hace mucho
caso de mí, en especial personas principales, y de que decían mucho bien. En
esto he pasado y paso mucho. Miro luego a la vida de Cristo y de los santos, y
paréceme que voy al revés, que ellos no iban sino por desprecio e injurias.
Háceme
andar temerosa y como que no oso alzar la cabeza ni querría parecer, lo que no
hago cuando tengo persecuciones. Anda el ánima tan señora, aunque el cuerpo lo
siente, y por otra parte ando afligida, que yo no sé cómo esto puede ser; mas
pasa así, que entonces parece está el alma en su reino y que lo trae todo
debajo de los pies.
Dábame
algunas veces y duróme hartos días, y parecía era virtud y humildad por una
parte, y ahora veo claro que era tentación. Un fraile dominico, gran letrado,
me lo declaró bien. Cuando pensaba que estas mercedes que el Señor me hace se
habían de venir a saber en público, era tan excesivo el tormento, que me
inquietaba mucho el ánima. Vino a términos que, considerándolo, de mejor gana
me parece me determinaba a que me enterraran viva que por esto. Y así, cuando
me comenzaron estos grandes recogimientos o arrobamientos a no poder
resistirlos aun en público, quedaba yo después tan corrida, que no quisiera
parecer adonde nadie me viera.
13.
Estando una vez muy fatigada de esto, me dijo el Señor, que qué temía; que en
esto no podía, sino haber dos cosas: o que murmurasen de mí, o alabarle a El;
dando a entender que los que lo creían, le alabarían, y los que no, era
condenarme sin culpa, y que entrambas cosas eran ganancia para mí; que no me
fatigase.
Mucho
me sosegó esto, y me consuela cuando se me acuerda.
Vino
a términos la tentación, que me quería ir de este lugar y dotar en otro
monasterio muy más encerrado que en el que yo al presente estaba, que había
oído decir muchos extremos de él. Era también de mi Orden, y muy lejos, que eso
es lo que a mí me consolara, estar adonde no me conocieran; y nunca mi confesor
me dejó.
14.
Mucho me quitaban la libertad del espíritu estos temores, que después vine yo a
entender no era buena humildad, pues tanto inquietaba, y me enseñó el Señor
esta verdad: que yo tan determinada y cierta estuviera que no era ninguna cosa
buena mía, sino de Dios, que así como no me pesaba de oír loar a otras personas,
antes me holgaba y consolaba mucho de ver que allí se mostraba Dios, que
tampoco me pesaría mostrase en mí sus obras.
15.
También di en otro extremo, que fue suplicar a Dios - y hacía oración
particular - que cuando a alguna persona le pareciese algo bien en mí, que Su
Majestad le declarase mis pecados, para que viese cuán sin mérito mío me hacía
mercedes, que esto deseo yo siempre mucho. Mi confesor me dijo que no lo
hiciese. Mas hasta ahora poco ha, si veía yo que una persona pensaba de mí bien
mucho, por rodeos o como podía le daba a entender mis pecados, y con esto
parece descansaba. También me han puesto mucho escrúpulo en esto.
16.
Procedía esto no de humildad, a mi parecer, sino de una tentación venían
muchas. Parecíame que a todos los traía engañados y, aunque es verdad que andan
engañados en pensar que hay algún bien en mí, no era mi deseo engañarlos, ni
jamás tal pretendí, sino que el Señor por algún fin lo permite; y así, aun con los
confesores, si no viera era necesario, no tratara ninguna cosa, que se me
hiciera gran escrúpulo.
Todos
estos temorcillos y penas y sombra de humildad entiendo yo ahora era harta
imperfección, y de no estar mortificada; porque un alma dejada en las manos de
Dios no se le da más que digan bien que mal, si ella entiende bien bien
entendido -como el Señor quiere hacerle merced que lo entienda- que no tiene
nada de sí. Fíese de quien se lo da, que sabrá por qué lo descubre, y aparéjese
a la persecución, que está cierta en los tiempos de ahora, cuando de alguna
persona quiere el Señor se entienda que la hace semejantes mercedes; porque hay
mil ojos para un alma de éstas, adonde para mil almas de otra hechura no hay
ninguno.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA