Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 30/31
17.
Pasé también otro gran trabajo: que como todos los libros que leía que tratan
de oración me parecía los entendía todos y que ya me había dado aquello el
Señor, que no los había menester, y así no los leía, sino vidas de Santos, que,
como yo me hallo tan corta en lo que ellos servían a Dios, esto parece me
aprovecha y anima.
Parecíame
muy poca humildad pensar yo había llegado a tener aquella oración; y como no
podía acabar conmigo otra cosa, dábame mucha pena, hasta que letrados y el
bendito Fray Pedro de Alcántara me dijeron que no se me diese nada. Bien veo yo
que en el servir a Dios no he comenzado -aunque en hacerme Su Majestad mercedes
es como a muchos buenos- y que estoy hecha una imperfección, si no es en los
deseos y en amar, que en esto bien veo me ha favorecido el Señor para que le
pueda en algo servir.
Bien
me parece a mí que le amo, mas las obras me desconsuelan y las muchas
imperfecciones que veo en mí.
18.
Otras veces me da una bobería de alma - digo yo que es -, que ni
bien
ni mal me parece que hago, sino andar al hilo de la gente, como dicen: ni con
pena ni con gloria, ni la da vida ni muerte, ni placer ni pesar. No parece se
siente nada. Paréceme a mí que anda el alma como un asnillo que pace, que se
sustenta porque lo dan de comer y come casi sin sentirlo; porque el alma en
este estado no debe estar sin comer algunas grandes mercedes de Dios, pues en vida
tan miserable no le pesa de vivir y lo pasa con igualdad, mas no se sienten
movimientos ni efectos para que se entienda el alma.
19.
Paréceme ahora a mí como un navegar con un aire muy sosegado, que se anda mucho
sin entender cómo; porque en estotras maneras son tan grandes los efectos, que
casi luego ve el alma su mejora. Porque luego bullen los deseos y nunca acaba
de satisfacerse un alma. Esto tienen los grandes ímpetus de amor que he dicho,
a quien Dios los da. Es como unas fontecicas que yo he visto manar, que nunca
cesa de hacer movimiento la arena hacia arriba.
Al
natural me parece este ejemplo o comparación de las almas que aquí llegan:
siempre está bullendo el amor y pensando qué hará.
No
cabe en sí, como en la tierra parece no cabe aquel agua, sino que la echa de
sí. Así está el alma muy ordinario, que no sosiega ni cabe en sí con el amor
que tiene; ya la tiene a ella empapada en sí.
Querría
bebiesen los otros, pues a ella no la hace falta, para que la ayudasen a alabar
a Dios. ¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!,
y así soy muy aficionada a aquel Evangelio; y es así, cierto, que sin entender
como ahora este bien, desde muy niña lo era, y suplicaba muchas veces al Señor
me
diese
aquel agua, y la tenía dibujada adonde estaba siempre, con este letrero, cuando
el Señor llegó al pozo. Domine, da mihi aquam.
20.
Parece también como un fuego que es grande y, para que no se aplaque, es
menester haya siempre qué quemar. Así son las almas que digo. Aunque fuese muy
a su costa, querrían traer leña para que no cesase este fuego. Yo soy tal que
aun con pajas que pudiese echar en él me contentaría, y así me acaece algunas y
muchas veces; unas me río y otras me fatigo mucho. El movimiento interior me
incita a que sirva en algo -de que no soy para más- en poner ramitos y flores a
imágenes, en barrer, en poner un oratorio, en unas cositas tan bajas que me
hacía confusión. Si hacía o hago algo de penitencia, todo poco y de manera que,
a no tomar el Señor la voluntad, veía yo era sin ningún tomo, y yo misma burlaba
de mí.
Pues
no tienen poco trabajo a ánimas que da Dios por su bondad este fuego de amor
suyo en abundancia, faltar fuerzas corporales para hacer algo por El. Es una
pena bien grande. Porque, como le faltan fuerzas para echar alguna leña en este
fuego y ella muere porque no se mate, paréceme que ella entre sí se consume y
hace ceniza y se deshace en lágrimas y se quema; y es harto tormento, aunque es
sabroso.
21.
Alabe muy mucho al Señor el alma que ha llegado aquí y le da fuerzas corporales
para hacer penitencia, o le dio letras y talentos y libertad para predicar y
confesar y llegar almas a Dios. Que no sabe
ni
entiende el bien que tiene, si no ha pasado por gustar qué es no poder hacer
nada en servicio del Señor, y recibir siempre mucho.
Sea
bendito por todo y denle gloria los ángeles, amén.
22.
No sé si hago bien de escribir tantas menudencias. Como vuestra merced me tornó
a enviar a mandar que no se me diese nada de alargarme ni dejase nada, voy
tratando con claridad y verdad lo que se me acuerda. Y no puede ser menos de
dejarse mucho, porque sería gastar mucho más tiempo, y tengo tan poco como he
dicho, y por ventura no sacar ningún provecho.
CAPÍTULO 31
1.
Quiero decir, ya que he dicho algunas tentaciones y turbaciones interiores y secretas
que el demonio me causaba, otras que hacía casi públicas en que no se podía
ignorar que era él.
2.
Estaba una vez en un oratorio, y aparecióme hacia el lado izquierdo, de
abominable figura; en especial miré la boca, porque me habló, que la tenía espantable.
Parecía le salía una gran llama del cuerpo, que estaba toda clara, sin sombra.
Díjome espantablemente que bien me había librado de sus manos, mas que él me
tornaría a ellas. Yo tuve gran temor y santigüéme como pude, y desapareció y
tornó luego. Por dos veces me acaeció esto.
Yo
no sabía qué me hacer. Tenía allí agua bendita y echélo hacia aquella parte, y
nunca más tornó.
3.
Otra vez me estuvo cinco horas atormentando, con tan terribles dolores y
desasosiego interior y exterior, que no me parece se podía ya sufrir. Las que
estaban conmigo estaban espantadas y no sabían qué se hacer ni yo cómo valerme.
Tengo por costumbre, cuando los dolores y mal corporal es muy intolerable,
hacer actos como puedo entre mí, suplicando al Señor, si se sirve de aquello, que
me dé Su Majestad paciencia y me esté yo así hasta el fin del mundo.
Pues
como esta vez vi el padecer con tanto rigor, remediábame con estos actos para
poderlo llevar, y determinaciones. Quiso el Señor entendiese cómo era el
demonio, porque vi cabe mí un negrillo muy
abominable,
regañando como desesperado de que adonde pretendía ganar perdía. Yo, como le
vi, reíme, y no hube miedo, porque había allí algunas conmigo que no se podían
valer ni sabían qué remedio poner a tanto tormento, que eran grandes los golpes
que me hacía dar sin poderme resistir, con cuerpo y cabeza y brazos. Y lo peor
era el desasosiego interior, que de ninguna suerte podía tener sosiego. No
osaba pedir agua bendita por no las poner miedo y porque no entendiesen lo que
era.
4.
De muchas veces tengo experiencia que no hay cosa con que huyan más para no
tornar. De la cruz también huyen, mas vuelven.
Debe
ser grande la virtud del agua bendita. Para mí es particular y muy conocida
consolación que siente mi alma cuando lo tomo. Es cierto que lo muy ordinario
es sentir una recreación que no sabría yo darla a entender, como un deleite
interior que toda el alma me conforta. Esto no es antojo, ni cosa que me ha
acaecido sola una vez, sino muy muchas, y mirado con gran advertencia. Digamos como
si uno estuviese con mucha calor y sed y bebiese un jarro de agua fría, que
parece todo él sintió el refrigerio. Considero yo qué gran cosa es todo lo que
está ordenado por la Iglesia, y regálame mucho ver que tengan tanta fuerza
aquellas palabras, que así la pongan en el agua, para que sea tan grande la
diferencia que hace a lo que no es bendito.
5.
Pues como no cesaba el tormento, dije: si no se riesen, pediría agua bendita.
Trajéronmelo y echáronmelo a mí, y no aprovechaba;
echélo
hacia donde estaba, y en un punto se fue y se me quitó todo el mal como si con
la mano me lo quitaran, salvo que quedé cansada como si me hubieran dado muchos
palos. Hízome gran provecho ver que, aun no siendo un alma y cuerpo suyo,
cuando el Señor le da licencia hace tanto mal, ¿qué hará cuando él lo posea por
suyo? Diome de nuevo gana de librarme de tan ruin compañía.
6.
Otra vez poco ha, me acaeció lo mismo, aunque no duró tanto, y yo estaba sola.
Pedí agua bendita, y las que entraron después que ya se habían ido (que eran
dos monjas bien de creer, que por ninguna suerte dijeran mentira), olieron un
olor muy malo, como de piedra azufre. Yo no lo olí. Duró de manera que se pudo
advertir a ello.
Otra
vez estaba en el coro y diome un gran ímpetu de recogimiento.
Fuime
de allí porque no lo entendiesen, aunque cerca oyeron todas dar golpes grandes
adonde yo estaba, y yo cabe mí oí hablar como que concertaban algo, aunque no
entendí qué; habla gruesa; mas estaba tan en oración, que no entendí cosa ni
hube ningún miedo.
Casi
cada vez era cuando el Señor me hacía merced de que por mi persuasión se
aprovechase algún alma.
Y
es cierto que me acaeció lo que ahora diré, y de esto hay muchos testigos, en
especial quien ahora me confiesa, que lo vio por escrito en una carta; sin
decirle yo quién era la persona cuya era la carta, bien sabía él quién era.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA