Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 30
1.
Pues viendo yo lo poco o nonada que podía hacer para no tener estos ímpetus tan
grandes, también temía de tenerlos; porque pena y contento no podía yo entender
cómo podía estar junto; que ya pena corporal y contento espiritual, ya lo sabía
que era bien posible; mas tan excesiva pena espiritual y con tan grandísimo
gusto, esto me desatinaba.
Aún
no cesaba en procurar resistir, mas podía tan poco, que algunas veces me cansaba.
Amparábame con la cruz y queríame defender del que con ella nos amparó a todos.
Veía que no me entendía nadie, que esto muy claro lo entendía yo; mas no lo
osaba decir sino a mi confesor, porque esto fuera decir bien de verdad que no
tenía humildad.
2.
Fue el Señor servido remediar gran parte de mi trabajo - y por entonces todo -
con traer a este lugar al bendito Fray Pedro de Alcántara, de quien ya hice
mención y dije algo de su penitencia, que, entre otras cosas, me certificaron
había traído veinte años cilicio de hoja de lata continuo. Es autor de unos
libros pequeños de oración que ahora se tratan mucho, de romance, porque como quien
bien la había ejercitado, escribió harto provechosamente para los que la
tienen. Guardó la primera Regla del bienaventurado San Francisco con todo rigor
y lo demás que allá queda algo dicho.
3.
Pues como la viuda sierva de Dios, que he dicho, y amiga mía, supo que estaba
aquí tan gran varón, y sabía mi necesidad, porque era testigo de mis
aflicciones y me consolaba harto, porque era tanta su fe que no podía sino
creer que era espíritu de Dios el que todos los más decían era del demonio, y
como es persona de harto buen entendimiento y de mucho secreto y a quien el
Señor hacía harta merced en la oración, quiso Su Majestad darla luz en lo que los
letrados ignoraban. Dábanme licencia mis confesores que descansase con ella
algunas cosas, porque por hartas causas cabía en ella. Cabíale parte algunas
veces de las mercedes que el Señor me hacía, con avisos harto provechosos para
su alma.
Pues
como lo supo, para que mejor le pudiese tratar, sin decirme nada recaudó
licencia de mi Provincial para que ocho días estuviese en su casa, y en ella y
en algunas iglesias le hablé muchas veces esta primera vez que estuvo aquí, que
después en diversos tiempos le comuniqué mucho. Como le di cuenta en suma de mi
vida y manera de proceder de oración, con la mayor claridad que yo supe, que
esto he tenido siempre, tratar con toda claridad y verdad con los que comunico
mi alma, hasta los primeros movimientos querría yo les fuesen públicos, y las
cosas más dudosas y de sospecha yo les argüía con razones contra mí, así que
sin doblez ni encubierta le traté mi alma.
4.
Casi a los principio vi que me entendía por experiencia, que era todo lo que yo
había menester; porque entonces no me sabía entender como ahora, para saberlo
decir, que después me lo ha dado Dios que sepa entender y decir las mercedes
que Su Majestad me hace, y era menester que hubiese pasado por ello quien del
todo me entendiese y declarase lo que era. El me dio grandísima luz, porque al
menos en las visiones que no eran imaginarias no podía yo entender qué podía
ser aquello, y parecíame que en las que veía con los ojos del alma tampoco entendía
cómo podía ser; que -como he dicho- sólo las que se ven con los ojos corporales
era de las que me parecía a mí había de hacer caso, y éstas no tenía.
5.
Este santo hombre me dio luz en todo y me lo declaró, y dijo que no tuviese
pena, sino que alabase a Dios y estuviese tan cierta que era espíritu suyo,
que, si no era la fe, cosa más verdadera no podía haber, ni que tanto pudiese
creer. Y él se consolaba mucho conmigo y hacíame todo favor y merced, y siempre
después tuvo mucha cuenta conmigo y daba parte de sus cosas y negocios. Y como
me veía con los deseos que él ya poseía por obra -que éstos dábamelos el Señor
muy determinados- y me veía con tanto ánimo, holgábase de tratar conmigo; que a
quien el Señor llega a este estado no hay placer ni consuelo que se iguale a
topar con quien le parece le ha dado el Señor principios de esto; que entonces
no debía yo tener mucho más, a lo que me parece, y plega al Señor lo tenga
ahora.
6.
Húbome grandísima lástima. Díjome que uno de los mayores trabajos de la tierra
era el que había padecido, que es contradicción de buenos, y que todavía me
quedaba harto, porque siempre tenía necesidad y no había en esta ciudad quien
me entendiese; mas que él hablaría al que me confesaba y a uno de los que me
daban más pena, que era este caballero casado que ya he dicho. Porque, como quien
me tenía mayor voluntad, me hacía toda la guerra. Y es alma temerosa y santa, y
como me había visto tan poco había tan ruin, no acababa de asegurarse.
Y
así lo hizo el santo varón, que los habló a entrambos y les dio causas y
razones para que se asegurasen y no me inquietasen más. El confesor poco había
menester; el caballero tanto, que aun no del todo bastó, mas fue parte para que
no tanto me amedrentase.
7.
Quedamos concertados que le escribiese lo que me sucediese más de ahí adelante,
y de encomendarnos mucho a Dios; que era tanta su humildad, que tenía en algo
las oraciones de esta miserable, que era harta mi confusión. Dejóme con
grandísimo consuelo y contento, y con que tuviese la oración con seguridad, y que
no dudase de que era Dios; y de lo que tuviese alguna duda y, por más
seguridad, de todo diese parte al confesor, y con esto viviese segura.
Mas
tampoco podía tener esa seguridad del todo, porque me llevaba el Señor por
camino de temer, como creer que era demonio cuando me decían que lo era. Así
que temor ni seguridad nadie podía que yo la tuviese de manera que les pudiese
dar más crédito del que el Señor ponía en mi alma. Así que, aunque me consoló y
sosegó, no le di tanto crédito para quedar del todo sin temor, en especial
cuando el Señor me dejaba en los trabajos de alma que ahora diré. Con todo,
quedé -como digo- muy consolada.
No
me hartaba de dar gracias a Dios y al glorioso padre mío San José, que me
pareció le había él traído, porque era Comisario General de la Custodia de San
José, a quien yo mucho me encomendaba y a nuestra Señora.
8.
Acaecíame algunas veces -y aun ahora me acaece, aunque no tantas- estar con tan
grandísimos trabajos de alma junto con tormentos y dolores de cuerpo, de males
tan recios, que no me podía valer.
Otras
veces tenía males corporales más graves, y como no tenía los del alma, los
pasaba con mucha alegría; mas cuando era todo junto, era tan gran trabajo que
me apretaba muy mucho. Todas las mercedes que me había hecho el Señor se me olvidaban.
Sólo quedaba una memoria como cosa que se ha soñado, para dar pena. Porque se
entorpece el entendimiento de suerte, que me hacía andar en mil dudas y
sospecha, pareciéndome que yo no lo había sabido entender y que quizá se me
antojaba y que bastaba que anduviese yo engañada sin que engañase a los buenos.
Parecíame
yo tan mala, que cuantos males y herejías se habían levantado me parecía eran
por mis pecados.
9.
Esta es una humildad falsa que el demonio inventaba para desasosegarme y probar
si puede traer el alma a desesperación.
Tengo
ya tanta experiencia que es cosa de demonio, que, como ya ve que le entiendo,
no me atormenta en esto tantas veces como solía. Vese claro en la inquietud y
desasosiego con que comienza, y el alboroto que da en el alma todo lo que dura,
y la oscuridad y aflicción que en ella pone, la sequedad y mala disposición
para oración ni para ningún bien. Parece que ahoga el alma y ata el cuerpo para
que de nada aproveche. Porque la humildad verdadera, aunque se conoce el alma
por ruin, y da pena ver lo que somos, y pensamos grandes encarecimientos de
nuestra maldad, tan grandes como los dichos, y se sienten con verdad, no viene
con alboroto ni desasosiega el alma ni la oscurece ni da sequedad; antes la
regala, y es todo al revés: con quietud, con suavidad, con luz. Pena que, por
otra parte conforta de ver cuán gran merced la hace Dios en que tenga aquella
pena y cuán bien empleada es.
Duélele
lo que ofendió a Dios. Por otra parte, la ensancha su misericordia. Tiene luz
para confundirse a sí y alaba a Su Majestad porque tanto la sufrió.
En
estotra humildad que pone el demonio, no hay luz para ningún bien, todo parece
lo pone Dios a fuego y a sangre. Represéntale la justicia, y aunque tiene fe
que hay misericordia, porque no puede tanto el demonio que la haga perder, es
de manera que no me consuela, antes cuando mira tanta misericordia, le ayuda a
mayor tormento, porque me parece estaba obligada a más.
10.
Es una invención del demonio de las más penosas y sutiles y disimuladas que yo
he entendido de él, y así querría avisar a vuestra merced para que, si por aquí
le tentare, tenga alguna luz y lo conozca, si le dejare el entendimiento para
conocerlo. Que no piense que va en letras y saber, que, aunque a mí todo me
falta, después de salida de ello bien entiendo es desatino. Lo que he entendido
es que quiere y permite el Señor y le da licencia, como se la dio para que
tentase a Job, aunque a mí -como a ruin- no es con aquel rigor.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA