Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 28/29
14.
Mi confesor, como digo - que era un padre bien santo de la Compañía de Jesús -,
respondía esto mismo según yo supe. Era muy discreto y de gran humildad, y esta
humildad tan grande me acarreó a mí hartos trabajos; porque, con ser de mucha
oración y letrado, no se fiaba de sí, como el Señor no le llevaba por este camino.
Pasólos harto grandes conmigo de muchas maneras. Supe que le decían que se
guardase de mí, no le engañase el demonio con creerme algo de lo que le decía.
Traíanle ejemplos de otras personas. Todo esto me fatigaba a mí. Temía que no
había de haber con quién me confesar, sino que todos habían de huir de mí.
No
hacía sino llorar.
15.
Fue providencia de Dios querer él durar en oírme, sino que era tan gran siervo
de Dios, que a todo se pusiera por El. Y así me decía que no ofendiese yo a
Dios ni saliese de lo que él me decía; que no hubiese miedo me faltase. Siempre
me animaba y sosegaba. Mandábame siempre que no le callase ninguna cosa. Yo así
lo hacía. El me decía que haciendo yo esto, que aunque fuese demonio, no me
haría daño, antes sacaría el Señor bien del mal que él quería hacer a mi alma.
Procuraba perfeccionarla en todo lo que él podía. Yo, como traía tanto miedo,
obedecíale en todo, aunque imperfectamente, que harto pasó conmigo tres años y
más, que me confesó, con estos trabajos; porque en grandes persecuciones que
tuve, y cosas hartas que permitía el Señor me juzgasen mal, y muchas estando
sin culpa, con todo venían a él y era culpado por mí, estando él sin ninguna
culpa.
16.
Fuera imposible, si no tuviera tanta santidad -y el Señor que leanimaba- poder
sufrir tanto, porque había de respondera los que les
parecía
iba perdida, y no le creían; y por otra parte, habíame de sosegar a mí y de
curar el miedo que yo traía, poniéndomele mayor.
Me
había por otra parte de asegurar, porque a cada visión, siendo cosa nueva,
permitía Dios me quedasen después grandes temores.
Todo
me procedía de ser tan pecadora yo y haberlo sido. El me consolaba con mucha
piedad y, si él se creyera a sí mismo, no padeciera yo tanto; que Dios le daba
a entender la verdad en todo, porque el mismo Sacramento le daba luz, a lo que
yo creo.
17.
Los siervos de Dios, que no se aseguraban, tratábanme mucho.
Yo,
como hablaba con descuido algunas cosas que ellos tomaban por diferente
intención (yo quería mucho al uno de ellos, porque le debía infinito mi alma y
era muy santo; yo sentía infinito de que veía no me entendía, y él deseaba en gran
manera mi aprovechamiento y que el Señor me diese luz), y así lo que yo decía -
como digo – sin mirar en ello, parecíales poca humildad. En viéndome alguna
falta - que verían muchas -, luego era todo condenado. Preguntábanme algunas
cosas; yo respondía con llaneza y descuido. Luego les parecía los quería
enseñar, y que me tenía por sabia. Todo iba a mi confesor, porque, cierto,
ellos deseaban mi provecho. El a reñirme.
18.
Duró esto harto tiempo, afligida por muchas partes, y con las mercedes que me
hacía el Señor todo lo pasaba.
Digo
esto para que se entienda el gran trabajo que es no haber quien tenga
experiencia en este camino espiritual, que a no me favorecer tanto el Señor, no
sé qué fuera de mí. Bastantes cosas había para quitarme el juicio, y algunas
veces me veía en términos que no sabía qué hacer, sino alzar los ojos al Señor.
Porque contradicción de buenos a una mujercilla ruin y flaca como yo y temerosa,
no parece nada así dicho, y con haber yo pasado en la vida grandísimos
trabajos, es éste de los mayores.
Plega
al Señor que yo haya servido a Su Majestad algo en esto; que de que le servían
los que me condenaban y argüían, bien cierta estoy, y que era todo para gran
bien mío.
CAPÍTULO 29
l.
Mucho he salido del propósito, porque trataba de decir las causas que hay para
ver que no es imaginación; porque ¿cómo podríamos representar con estudio la
Humanidad de Cristo y ordenando con la imaginación su gran hermosura? Y no era
menester poco tiempo, si en algo se había de parecer a ella. Bien la puede
representar delante de su imaginación y estarla mirando algún espacio, y las figuras
que tiene y la blancura, y poco a poco irla más perfeccionando y encomendando a
la memoria aquella imagen.
Esto
¿quién se lo quita, pues con el entendimiento la pudo fabricar?
En
lo que tratamos, ningún remedio hay de esto, sino que la hemos de mirar cuando
el Señor lo quiere representar y como quiere y lo que quiere. Y no hay quitar
ni poner, ni modo para ello aunque más hagamos, ni para verlo cuando queremos,
ni para dejarlo de ver; en
queriendo
mirar alguna cosa particular, luego se pierde Cristo.
2.
Dos años y medio me duró que muy ordinario me hacía Dios esta
merced.
Habrá más de tres que tan continuo me la quitó de este modo, con otra cosa más
subida -como quizá diré después-; y con ver que me estaba hablando y yo mirando
aquella gran hermosura y la suavidad con que habla aquellas palabras por
aquella hermosísima y divina boca, y otras veces con rigor, y desear yo en extremo
entender el color de sus ojos o del tamaño que era, para que lo supiese decir,
jamás lo he merecido ver, ni me basta procurarlo, antes se me pierde la visión
del todo. Bien que algunas veces veo mirarme con piedad; mas tiene tanta fuerza
esta vista, que el alma no la puede sufrir, y queda en tan subido arrobamiento que,
para más gozarlo todo, pierde esta hermosa vista. Así que aquí no hay que
querer y no querer. Claro se ve quiere el Señor que no haya sino humildad y
confusión, y tomar lo que nos dieren y alabar a quien lo da.
3.
Esto es en todas las visiones, sin quedar ninguna, que ninguna cosa se puede,
ni para ver menos ni más, hace ni deshace nuestra diligencia. Quiere el Señor
que veamos muy claro no es ésta obra nuestra, sino de Su Majestad; porque muy
menos podemos tener soberbia, antes nos hace estar muy humildes y temerosos,
viendo que, como el Señor nos quita el poder para ver lo que queremos, nos
puede quitar estas mercedes y la gracia, y quedar perdidos del todo; y que
siempre andemos con miedo, mientras en este destierro vivimos.
4.
Casi siempre se me representaba el Señor así resucitado, y en la Hostia lo
mismo, si no eran algunas veces para esforzarme, si estaba en tribulación, que
me mostraba las llagas; algunas veces en la cruz y en el Huerto; y con la
corona de espinas, pocas; y llevando la cruz también algunas veces, para -como
digonecesidades mías y de otras personas, mas siempre la carne glorificada.
Hartas
afrentas y trabajos he pasado en decirlo, y hartos temores y hartas
persecuciones. Tan cierto les parecía que tenía demonio, que me querían
conjurar algunas personas. De esto poco se me daba a mí: más sentía cuando veía
yo que temían los confesores de confesarme, o cuando sabía les decían algo. Con
todo, jamás me podía pesar de haber visto estas visiones celestiales, y por todos
los bienes y deleites del mundo sola una vez no lo trocara.
Siempre
lo tenía por gran merced del Señor, y me parece un grandísimo tesoro, y el
mismo Señor me aseguraba muchas veces.
Yo
me veía crecer en amarle muy mucho; íbame a quejar a El de todos estos
trabajos; siempre salía consolada de la oración y con nuevas fuerzas. A ellos
no los osaba yo contradecir, porque veía era todo peor, que les parecía poca
humildad. Con mi confesor trataba; él siempre me consolaba mucho, cuando me
veía fatigada.
5.
Como las visiones fueron creciendo, uno de ellos que antes me ayudaba (que era
con quien me confesaba algunas veces que no podía el ministro), comenzó a decir
que claro era demonio.
Mándanme
que, ya que no había remedio de resistir, que siempre me santiguase cuando
alguna visión viese, y diese higas, porque tuviese por cierto era demonio, y
con esto no vendría; y que no hubiese miedo, que Dios me guardaría y me lo
quitaría. A mí me era esto gran pena; porque, como yo no podía creer sino que
era Dios, era cosa terrible para mí. Y tampoco podía -como he dicho- desear se
me quitase; mas, en fin, hacía cuanto me mandaban. Suplicaba mucho a Dios que
me librase de ser engañada. Esto siempre lo hacía y con hartas lágrimas, y a
San Pedro y a San Pablo, que me dijo el Señor, como fue la primera vez que me
apareció en su día, que ellos me guardarían no fuese engañada; y así muchas
veces los veía al lado izquierdo muy claramente, aunque no con visión imaginaria.
Eran estos gloriosos Santos muy mis señores.
SANTA
TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA