Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 27/28
17.
Díjome a mí y a otra persona, de quien se guardaba poco (y a mí el amor que me
tenía era la causa, porque quiso el Señor le tuviese para volver por mí y
animarme en tiempo de tanta necesidad, como he dicho y diré), paréceme fueron
cuarenta años los que me dijo había dormido sola hora y media entre noche y
día, y que éste era el mayor trabajo de penitencia que había tenido en los
principios, de vencer el sueño, y para esto estaba siempre o de rodillas o en
pie. Lo que dormía era sentado, y la cabeza arrimada a un maderillo que tenía
hincado en la pared. Echado, aunque quisiera, no podía, porque su celda -como
se sabe- no era más larga de cuatro pies y medio.
En
todos estos años jamás se puso la capilla, por grandes soles y aguas que
hiciese, ni cosa en los pies ni vestida; sino un hábito de sayal, sin ninguna
otra cosa sobre las carnes, y éste tan angosto como se podía sufrir, y un
mantillo de lo mismo encima. Decíame que en los grandes fríos se le quitaba, y
dejaba la puerta y ventanilla abierta de la celda, para que con ponerse después
el manto y cerrar la puerta, contentaba al cuerpo, para que sosegase con más
abrigo. Comer a tercer día era muy ordinario; y díjome que de qué me espantaba,
que muy posible era a quien se acostumbraba a ello. Un su compañero me dijo que
le acaecía estar ocho días sin comer. Debía ser estando en oración, porque
tenía grandes arrobamientos e ímpetus de amor de Dios, de que una vez yo fui
testigo.
18.
Su pobreza era extrema y mortificación en la mocedad, que me
dijo
que le había acaecido estar tres años en una casa de su Orden y no conocer
fraile, si no era por el habla; porque no alzaba los ojos jamás, y así a las
partes que de necesidad había de ir no sabía, sino íbase tras los frailes. Esto
le acaecía por los caminos. A mujeres jamás miraba; esto muchos años. Decíame
que ya no se le daba más ver que no ver. Mas era muy viejo cuando le vine a conocer,
y tan extrema su flaqueza, que no parecía sino hecho de raíces de árboles.
Con
toda esta santidad era muy afable, aunque de pocas palabras, si no era con
preguntarle. En éstas era muy sabroso, porque tenía muy lindo entendimiento.
Otras cosas muchas quisiera decir, sino que he miedo dirá vuestra merced que
para qué me meto en esto, y con él lo he escrito. Y así lo dejo con que fue su
fin como la vida, predicando y amonestando a sus frailes. Como vio ya se
acababa, dijo el salmo de Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, e, hincado de
rodillas, murió.
19.
Después ha sido el Señor servido yo tenga más en él que en la vida,
aconsejándome en muchas cosas. Hele visto muchas veces con grandísima gloria.
Díjome la primera que me apareció, que bienaventurada penitencia que tanto
premio había merecido y otras muchas cosas. Un año antes que muriese, me
apareció estando ausente, y supe se había de morir, y se lo avisé. Estando
algunas leguas de aquí cuando expiró, me apareció y dijo cómo se iba a descansar.
Yo no lo creí, y díjelo a algunas personas, y desde a ocho días vino la nueva
cómo era muerto, o comenzado a vivir para siempre, por mejor decir.
20.
Hela aquí acabada esta aspereza de vida con tan gran gloria.
Paréceme
que mucho más me consuela que cuando acá estaba.
Díjome
una vez el Señor que no le pedirían cosa en su nombre que no la oyese. Muchas
que le he encomendado pida al Señor, las he visto cumplidas. Sea bendito por
siempre, amén.
21.
Mas ¡qué hablar he hecho, para despertar a vuestra merced a no estimar en nada
cosa de esta vida, como si no lo supiese, o no estuviera ya determinado a
dejarlo todo y puéstolo por obra! Veo tanta perdición en el mundo, que, aunque
no aproveche más decirlo yo de cansarme de escribirlo, me es descanso; que todo
es contra mí lo que digo. El Señor me perdone lo que en este caso le he ofendido,
y vuestra merced, que le canso sin propósito. Parece que quiero haga penitencia
de lo que yo en esto pequé.
CAPÍTULO 28
1
Tornando a nuestro propósito, pasé algunos días, pocos, con esta visión muy
continua, y hacíame tanto provecho, que no salía de oración, y aun cuanto
hacía, procuraba fuese de suerte que no descontentase al que claramente veía
estaba por testigo. Y aunque a veces temía, con lo mucho que me decían,
durábame poco el temor, porque el Señor me aseguraba.
Estando
un día en oración, quiso el Señor mostrarme solas las manos con tan grandísima
hermosura que no lo podría yo encarecer. Hízome gran temor, porque cualquier
novedad me le hace grande en los principios de cualquiera merced sobrenatural que
el Señor me haga. Desde a pocos días, vi también aquel divino rostro, que del
todo me parece me dejó absorta. No podía yo entender por qué el Señor se
mostraba así poco a poco, pues después me había de hacer merced de que yo le
viese del todo,
hasta
después que he entendido que me iba Su Majestad llevando conforme a mi flaqueza
natural. ¡Sea bendito por siempre!, porquetanta gloria junta, tan bajo y ruin
sujeto no la pudiera sufrir. Y com quien esto sabía, iba el piadoso Señor
disponiendo.
2.
Parecerá a vuestra merced que no era menester mucho esfuerzo para ver unas
manos y rostro tan hermoso. - Sonlo tanto los cuerpos glorificados, que la
gloria que traen consigo ver cosa tan sobrenatural hermosa desatina; y así me
hacía tanto temor, que toda me turbaba y alborotaba, aunque después quedaba con
certidumbre y seguridad y con tales efectos, que presto se perdía el temor.
3.
Un día de San Pablo, estando en misa, se me representó toda esta Humanidad
sacratísima como se pinta resucitado, con tanta hermosura y majestad como particularmente
escribí a vuestra merced cuando mucho me lo mandó, y hacíaseme harto de mal, porque
no se puede decir que no sea deshacerse; mas lo mejor que supe, ya lo dije, y
así no hay para qué tornarlo a decir aquí. Sólo digo que, cuando otra cosa no hubiese
para deleitar la vista en el cielo sino la gran hermosura de los cuerpos
glorificados, es grandísima gloria, en especial ver la Humanidad de Jesucristo,
Señor nuestro, aun acá que se muestra Su Majestad conforme a lo que puede
sufrir nuestra miseria; ¿qué será adonde del todo se goza tal bien?
4.
Esta visión, aunque es imaginaria, nunca la vi con los ojos corporales, ni
ninguna, sino con los ojos del alma.
Dicen
los que lo saben mejor que yo, que es más perfecta la pasada que ésta, y ésta
más mucho que las que se ven con los ojos corporales. Esta dicen que es la más
baja y adonde más ilusiones puede hacer el demonio, aunque entonces no podía yo
entender tal, sino que deseaba, ya que se me hacía esta merced, que fuese viéndola
con los ojos corporales, para que no me dijese el confesor se me antojaba. Y
también después de pasada me acaecía – esto era luego luego - pensar yo también
esto: que se me había antojado.
Y
fatigábame de haberlo dicho al confesor, pensando si le había engañado. Este
era otro llanto, e iba a él y decíaselo.
Preguntábame
que si me parecía a mí así o si había querido engañar. Yo le decía la verdad,
porque, a mi parecer, no mentía, ni tal había pretendido, ni por cosa del mundo
dijera una cosa por otra.
Esto
bien lo sabía él, y así procuraba sosegarme, y yo sentía tanto en irle con
estas cosas, que no sé cómo el demonio me ponía lo había de fingir para
atormentarme a mí misma.
Mas
el Señor se dio tanta prisa a hacerme esta merced y declarar esta verdad, que
bien presto se me quitó la duda de si era antojo, y después veo muy claro mi
bobería; porque, si estuviera muchos años imaginando cómo figurar cosa tan
hermosa, no pudiera ni supiera, porque excede a todo lo que acá se puede
imaginar, aun sola la blancura y resplandor.
Es
una luz tan diferente de las de acá, que parece una cosa tan deslustrada la
claridad del sol que vemos, en comparación de aquella claridad y luz que se
representa a la vista, que no se querrían abrir los ojos después. Es como ver
un agua clara, que corre sobre cristal y reverbera en ello el sol, a una muy
turbia y con gran nublado y corre por encima de la tierra. No porque se representa
sol, ni la luz es como la del sol; parece, en fin, luz natura y estotra cosa
artificial. Es luz que no tiene noche, sino que, como siempre es luz, no la
turba nada. En fin, es de suerte que, por gran entendimiento que una persona
tuviese, en todos los días de su vida podría imaginar cómo es. Y pónela Dios
delante tan presto, que aun no hubiera lugar para abrir los ojos, si fuera
menester abrirlos; mas no hace más estar abiertos que cerrados, cuando el Señor
quiere; que, aunque no queramos, se ve. No hay divertimiento que baste, ni hay
poder resistir, ni basta diligencia ni cuidado para ello. Esto tengo yo bien
experimentado, como diré.
SANTA
TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA