Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 23/24
14.
Pues como di el libro, y hecha relación de mi vida y pecados lo mejor que pude
por junto (que no confesión, por ser seglar, mas bien di a entender cuán ruin
era), los dos siervos de Dios miraron con gran caridad y amor lo que me
convenía.
Venida
la respuesta que yo con harto temor esperaba, y habiendo encomendado a muchas
personas que me encomendasen a Dios y o con harta oración aquellos días, con
harta fatiga vino a mí y díjome que, a todo su parecer de entrambos, era
demonio; que lo que me convenía era tratar con un padre de la Compañía de
Jesús, que como yo le llamase diciendo tenía necesidad vendría, y que le diese
cuenta de toda mi vida por una confesión general, y de mi condición, y todo con
mucha claridad; que por la virtud del sacramento de la confesión le daría Dios
más luz; que eran muy experimentados en cosas de espíritu; que no saliese de lo
que me dijese en todo, porque estaba en mucho peligro si no había quien me gobernase.
15.
A mí me dio tanto temor y pena, que no sabía qué me hacer.
Todo
era llorar. Y estando en un oratorio muy afligida, no sabiendo qué había de ser
de mí, leí en un libro -que parece el Señor me lo puso en las manos- que decía
San Pablo: Que era Dios muy fiel, que nunca a los que le amaban consentía ser
del demonio engañados. Esto me consoló mucho.
Comencé
a tratar de mi confesión general y poner por escrito todos
los
males y bienes, un discurso de mi vida lo más claramente que yo entendí y supe,
sin dejar nada por decir.
Acuérdome
que como vi, después que lo escribí, tantos males y casi ningún bien, que me
dio una aflicción y fatiga grandísima.
También
me daba pena que me viesen en casa tratar con gente tan santa como los de la
Compañía de Jesús, porque temía mi ruindad y parecíame quedaba obligada más a
no lo ser y quitarme de mis pasatiempos, y si esto no hacía, que era peor; y
así, procuré con la sacristana y portera no lo dijesen a nadie. Aprovechóme
poco, que acertó a estar a la puerta, cuando me llamaron, quien lo dijo por todo
el convento. Mas ¡qué de embarazos pone el demonio y qué de temores a quien se
quiere llegar a Dios!
16.
Tratando con aquel siervo de Dios -que lo era harto y bien avisado- toda mi
alma, como quien bien sabía este lenguaje, me declaró lo que era y me animó
mucho. Dijo ser espíritu de Dios muy conocidamente, sino que era menester
tornar de nuevo a la oración: porque no iba bien fundada, ni había comenzado a
entender mortificación (y era así, que aun el nombre no me parece entendía), y
que en ninguna manera dejase la oración, sino que me esforzase mucho, pues Dios
me hacía tan particulares mercedes; que qué sabía si por mis medios quería el
Señor hacer bien a muchas personas, y otras cosas (que parece profetizó lo que
después el Señor ha hecho conmigo); que tendría mucha culpa si no respondía a
las mercedes que Dios me hacía.
En
todo me parecía hablaba en él el Espíritu Santo para curar mi alma, según se
imprimía en ella.
17.
Hízome gran confusión. Llevóme por medios que parecía del todo me tornaba otra.
¡Qué gran cosa es entender un alma! Díjome tuviese cada día oración en un paso
de la Pasión, y que me
aprovechase
de él, y que no pensase sino en la Humanidad, y que aquellos recogimientos y
gustos resistiese cuanto pudiese, de manera que no los diese lugar hasta que él
me dijese otra cosa.
18.
Dejóme consolada y esforzada, y el Señor que me ayudó y a él para que
entendiese mi condición y cómo me había de gobernar.
Quedé
determinada de no salir de lo que me mandase en ninguna cosa, y así lo hice
hasta hoy. Alabado sea el Señor, que me ha dado gracia para obedecer a mis
confesores, aunque imperfectamente; y casi siempre han sido de estos benditos hombres
de la Compañía de Jesús; aunque imperfectamente, como digo, los he seguido.
Conocida
mejoría comenzó a tener mi alma, como ahora diré.
CAPÍTULO 24
1.
Quedó mi alma de esta confesión tan blanda, que me parecía no hubiera cosa a
que no me dispusiera; y así comencé a hacer mudanza en muchas cosas, aunque el
confesor no me apretaba, antes parecía hacía poco caso de todo. Y esto me movía
más, porque lo llevaba por modo de amar a Dios y como que dejaba libertad y no
apremio, si yo no me le pusiese por amor.
Estuve
así casi dos meses, haciendo todo mi poder en resistir los regalos y mercedes
de Dios. Cuanto a lo exterior, veíase la mudanza, porque ya el Señor me
comenzaba a dar ánimo para pasar por algunas cosas que decían personas que me
conocían, pareciéndoles extremos, y aun en la misma casa. Y de lo que antes hacía,
razón tenían, que era extremo; mas de lo que era obligada a hábito y profesión
que hacía, quedaba corta.
2.
Gané de este resistir gustos y regalos de Dios, enseñarme Su Majestad. Porque
antes me parecía que para darme regalos en la oración era menester mucho
arrinconamiento, y casi no me osaba bullir. Después vi lo poco que hacía al
caso; porque cuando más procuraba divertirme, más me cubría el Señor de aquella
suavidad y gloria, que me parecía toda me rodeaba y que por ninguna parte podía
huir, y así era. Yo traía tanto cuidado, que me daba pena. El Señor le traía
mayor a hacerme mercedes y a señalarse mucho más que solía en estos dos meses,
para que yo mejor entendiese no era más en mi mano.
Comencé
a tomar de nuevo amor a la sacratísima Humanidad.
Comenzóse
a asentar la oración como edificio que ya llevaba cimiento, y a aficionarme a
más penitencia, de que yo estaba descuidada por ser tan grandes mis
enfermedades. Díjome aquel varón santo que me confesó, que algunas cosas no me
podrían dañar; que por ventura me daba Dios tanto mal, porque yo no hacía penitencia,
me la quería dar Su Majestad. Mandábame hacer algunas mortificaciones no muy
sabrosas para mí. Todo lo hacía, porque parecíame que me lo mandaba el Señor, y
dábale gracia para que me lo mandase de manera que yo le obedeciese. Iba ya sintiendo
mi alma cualquiera ofensa que hiciese a Dios, por pequeña que fuese, de manera
que si alguna cosa superflua traía, no podía recogerme hasta que me la quitaba.
Hacía mucha oración porque el Señor me tuviese de su mano; pues trataba con sus
siervos, permitiese no tornase atrás, que me parecía fuera gran delito y que
habían ellos de perder crédito por mí.
3.
En este tiempo vino a este lugar el padre Francisco, que era duque de Gandía y
había algunos años que, dejándolo todo, había entrado en la Compañía de Jesús.
Procuró mi confesor, y el caballero que he dicho también vino a mí, para que le
hablase y diese cuenta de la oración que tenía, porque sabía iba adelante en ser
muy favorecido y regalado de Dios, que como quien había mucho dejado por El,
aun en esta vida le pagaba.
Pues
después que me hubo oído, díjome que era espíritu de Dios y que le parecía que
no era bien ya resistirle más, que hasta entonces estaba bien hecho, sino que
siempre comenzase la oración en un paso de la Pasión, y que si después el Señor
me llevase el espíritu, que no lo resistiese, sino que dejase llevarle a Su Majestad,
no lo procurando yo. Como quien iba bien adelante, dio la medicina y consejo,
que hace mucho en esto la experiencia. Dijo que era yerro resistir ya más.
Yo
quedé muy consolada, y el caballero también holgábase mucho que dijese era de
Dios, y siempre me ayudaba y daba avisos en lo que podía, que era mucho.
4.
En este tiempo mudaron a mi confesor de este lugar a otro, lo que yo sentí muy
mucho, porque pensé me había de tornar a ser ruin y no me parecía posible
hallar otro como él. Quedó mi alma como en un desierto, muy desconsolada y
temerosa. No sabía qué hacer de mí. Procuróme llevar una parienta mía a su
casa, y yo procuré ir luego a procurar otro confesor en la Compañía. Fue el Señor
servido que comencé a tomar amistad con una señora viuda, de mucha calidad y
oración, que trataba con ellos mucho. Hízome confesar a su confesor, y estuve
en su casa muchos días. Vivía cerca. Yo me holgaba por tratar mucho con ellos,
que, de sólo entender la santidad de su trato, era grande el provecho que mi alma
sentía.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA