Segundo a edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO 22/23
12. Más quiere el Señor que conozcamos esto y andemos hechos asnillos para traer la noria del agua que queda dicha, que, aunque cerrados los ojos y no entendiendo lo que hacen, sacarán más que el hortelano con toda su diligencia. Con libertad se ha de andar en este camino, puestos en las manos de Dios. Si Su Majestad nos quisiere subir a ser de los de su cámara y secreto, ir de buena gana; si no, servir en oficios bajos y no sentarnos en el mejor lugar, como he dicho alguna vez. Dios tiene cuidado más que nosotros y sabe para lo que es cada uno. ¿De qué sirve gobernarse a sí quien tiene dada ya toda su voluntad a Dios?
A mi parecer, muy menos se sufre aquí que en el primer grado de la
oración, y mucho más daña. Son bienes sobrenaturales. Si uno tiene mala voz, por mucho que se esfuerce a cantar no se le hace buena; si Dios quiere dársela, no ha él menester antes dar voces. Pues supliquemos siempre nos haga mercedes, rendida el alma, aunque confiada de la grandeza de Dios. Pues para que esté a los pies de Cristo la dan licencia, que procure no quitarse de allí, esté como quiera; imite a la Magdalena, que de que esté fuerte, Dios la llevará al desierto.
13. Así que vuestra merced, hasta que halle quien tenga más experiencia que yo y lo sepa mejor, estése en esto. Si son personas que comienzan a gustar de Dios, no las crea, que les parece les aprovecha y gustan más ayudándose. ¡Oh, cuando Dios quiere, cómo viene al descubierto sin estas ayuditas!; que, aunque más hagamos, arrebata el espíritu, como un gigante tomaría una paja, y no basta resistencia. ¡Qué manera para creer que, cuando El quiere, espera a que vuele el sapo por sí mismo! Y aun más dificultoso y pesado me parece levantarse nuestro espíritu, si Dios no le levanta; porque está cargado de tierra y de mil impedimentos, y aprovéchale poco querer volar; que, aunque es más su natural que del sapo, está ya tan metido en el cieno, que lo perdió por su culpa.
14. Pues quiero concluir con esto: que siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes y cuán grande nos le mostró Dios en darnos tal prenda del que nos tiene; que amor saca amor. Y aunque sea muy a los principios y nosotros muy ruines, procuremos ir mirando esto siempre y despertándonos para amar; porque si una vez nos hace el Señor merced que se nos imprima en el corazón este amor, sernos ha todo fácil y obraremos muy en breve y muy sin trabajo. Dénosle Su Majestad -pues sabe lo mucho que nos conviene- por el que El nos tuvo y por su glorioso Hijo, a quien tan a su costa nos le mostró, amén.
15. Una cosa querría preguntar a vuestra merced: cómo en comenzando el Señor a hacer mercedes a un alma, tan subidas, como es ponerla en perfecta contemplación, que de razón había de quedar perfecta del todo luego (de razón, sí por cierto, porque quien tan gran merced recibe no había más de querer consuelos de la tierra), pues ¿por qué en arrobamiento y en cuando está ya el alma más habituada a recibir mercedes, parece que trae consigo los efectos tan más subidos, y mientras más, más desasida, pues en un punto que el Señor llega la puede dejar santificada, como después, andando el tiempo, la deja el mismo Señor con perfección en las virtudes?.
Esto quiero yo saber, que no lo sé. Mas bien sé es diferente lo que Dios deja de fortaleza cuando al principio no dura más que cerrar y abrir los ojos y casi no se siente sino en los efectos que deja, o cuando va más a la larga esta merced. Y muchas veces paréceme a mí si es el no se disponer del todo luego el alma, hasta que el Señor poco a poco la cría y la hace determinar y da fuerzas de varón, para que dé del todo con todo en el suelo. Como lo hizo con la Magdalena con brevedad, hácelo en otras personas, conforme a lo que ellas hacen en dejar a Su Majestad hacer. No acabamos de creer que aun en esta vida da Dios ciento por uno.
16. También pensaba yo esta comparación: que puesto que sea todo uno lo que se da a los que más adelante van que en el principio, es como un manjar que comen de él muchas personas, y las que comen poquito, quédales sólo buen sabor por un rato; las que más, ayuda a sustentar; las que comen mucho, da vida y fuerza; y tantas veces se puede comer y tan cumplido de este manjar de vida, que ya no coman cosa que les sepa bien sino él; porque ve el provecho que le hace, y tiene ya tan hecho el gusto a esta suavidad, que querría más no vivir que haber de comer otras cosas que no sean sino para quitar el buen sabor que el buen manjar dejó.
También una compañía santa no hace su conversación tanto provecho de un día como de muchos; y tantos pueden ser los que estemos con ella, que seamos como ella, si nos favorece Dios. Y en fin, todo está en lo que Su Majestad quiere y a quien quiere darlo; mas mucho va en determinarse, a quien ya comienza a recibir esta merced, en desasirse de todo y tenerla en lo que es razón.
17. También me parece que anda Su Majestad a probar quién le quiere, si no uno, si no otro, descubriendo quién es con deleite tan soberano, por avivar la fe -si está muerta- de lo que nos ha de dar, diciendo: «Mirad, que esto es una gota del mar grandísimo de bienes», por no dejar nada por hacer con los que ama, y como ve que le reciben, así da y se da. Quiere a quien le quiere. Y ¡qué bien querido! Y ¡qué buen amigo!
¡Oh Señor de mi alma, y quién tuviera palabras para dar a entender qué dais a los que se fían de Vos, y qué pierden los que llegan a este estado, y se quedan consigo mismos! No queréis Vos esto, Señor, pues más que esto hacéis Vos, que os venís a una posada tan ruin como la mía. ¡Bendito seáis por siempre jamás!
18.-Torno a suplicar a vuestra merced que estas cosas que he escrito de oración, si las tratare con personas espirituales, lo sean.
Porque si no saben más de un camino o se han quedado en el medio, no podrán así atinar. Y hay algunas que desde luego las lleva Dios por muy subido camino, y paréceles que así podrán los otros aprovechar allí y quietar el entendimiento y no se aprovechar de medios de cosas corpóreas, y quedarse han secos como un palo. Y algunos que hayan tenido un poco de quietud, luego piensan que como tienen lo uno pueden hacer lo otro; y en lugar de aprovechar, desaprovecharán, como he dicho. Así que en todo es menester experiencia y discreción. El Señor nos la dé por su bondad.
CAPÍTULO 23
1. Quiero ahora tornar adonde dejé de mi vida, - que me he detenido, creo, más de lo que me había de detener-, porque se entienda mejor lo que está por venir. Es otro libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía; la que he vivido desde que comencé a declarar estas cosas de oración, es que vivía Dios en mí, a lo que me parecía; porque entiendo yo era imposible salir en tan poco tiempo de tan malas costumbres y obras. Sea el Señor alabado que me libró de mí.
2. Pues comenzando a quitar ocasiones y a darme más a la oración, comenzó el Señor a hacerme las mercedes, como quien deseaba, a lo que pareció, que yo las quisiese recibir. Comenzó Su Majestad a darme muy ordinario oración de quietud, y muchas veces de unión, que duraba mucho rato.
Yo, como en estos tiempos habían acaecido grandes ilusiones en mujeres y engaños que las había hecho el demonio, comencé a temer, como era tan grande el deleite y suavidad que sentía, y muchas veces sin poderlo excusar, puesto que veía en mí por otra parte una grandísima seguridad que era Dios, en especial cuando estaba en la oración, y veía que quedaba de allí muy mejorada y con más fortaleza. Mas en distrayéndome un poco, tornaba a temer y a pensar si quería el demonio, haciéndome entender que era bueno, suspender el entendimiento para quitarme la oración mental y que no pudiese pensar en la Pasión ni aprovecharme del entendimiento, que me parecía a mí mayor pérdida, como no lo entendía.
3. Mas como Su Majestad quería ya darme luz para que no le ofendiese ya y conociese lo mucho que le debía, creció de suerte este miedo, que me hizo buscar con diligencia personas espirituales con quien tratar, que ya tenía noticia de algunos, porque habían venido aquí los de la Compañía de Jesús, a quien yo - sin conocer a ninguno - era muy aficionada, de sólo saber el modo que llevaban de vida y oración; mas no me hallaba digna de hablarlos ni fuerte para obedecerlos, que esto me hacía más temer, porque tratar con ellos y ser la que era hacíaseme cosa recia.
4. En esto anduve algún tiempo, hasta que ya, con mucha batería que pasé en mí y temores, me determiné a tratar con una persona espiritual para preguntarle qué era la oración que yo tenía, y que me diese luz, si iba errada, y hacer todo lo que pudiese por no ofender a Dios. Porque la falta -como he dicho- que veía en mí de fortaleza me hacía estar tan tímida.
¡Qué engaño tan grande, válgame Dios, que para querer ser buena me apartaba del bien! En esto debe poner mucho el demonio en el principio de la virtud, porque yo no podía acabarlo conmigo. Sabe é que está todo el medio de un alma en tratar con amigos de Dios, y así no había término para que yo a esto me determinase.
Aguardaba a enmendarme primero, como cuando dejé la oración, y por ventura nunca lo hiciera, porque estaba ya tan caída en cosillas de mala costumbre que no acababa de entender eran malas, que era menester ayuda de otros y darme la mano para levantarme.
Bendito sea el Señor que, en fin, la suya fue la primera.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA