14/04/2018

Leitura espiritual

LA INMORTALIDAD DEL ALMA


LIBRO ÚNICO [1]

X



EL alma no es la organización del cuerpo.



17. ¿No será quizá que debamos concebir la vida como una cierta organización del cuerpo, como algunos han pensado?
Estos, seguramente nunca hubieran creído esto, si alejando y purificando su propia alma del trato con los cuerpos, hubiesen podido ver aquellas cosas que existen realmente y perduran inmutables.
¿Quién, pues, examinándose bien no ha experimentado que entendió algo tanto más profundamente, cuanto mes pudo apartar y retirar la atención de la mente de los sentidos del cuerpo?
Por cierto esto no se podría realizar si el alma fuese la organización del cuerpo.
En efecto, una cosa que no tuviese una naturaleza propia ni existiese como sustancia, sino que existiese inseparablemente en el cuerpo como en su sujeto, de la misma manera que el color y la figura, de ningún modo se podría esforzar por apartarse del propio cuerpo para captar los inteligibles; y en cuanto pudiese hacerlo, en tanto podría intuirlos, y por esa visión hacerse mejor y más perfecta.
En realidad, de ninguna manera la figura o el color o también la misma organización del cuerpo, que es una mezcla real de aquellas cuatro naturalezas por las que subsiste el cuerpo mismo, se pueden apartar de éste en el que existen inseparablemente como en su sujeto.
A esto añadimos que los inteligibles, que el alma entiende cuando se aparta del cuerpo, no son ciertamente seres corpóreos y, sin embargo, existen y existen con la máxima plenitud porque siempre se poseen a sí mismos de idéntico modo.
En efecto, nada más absurdo se puede afirmar que aquello que vemos con los ojos existe y lo que contemplamos con la inteligencia no existe, siendo propio de un insensato dudar que la inteligencia es incomparablemente superior a los ojos.

Ahora bien, estas cosas que se entienden como poseyéndose a sí mismas siempre de idéntico modo, cuando las intuye el alma demuestra bastante que ella les está unida de una manera admirable y asimismo incorporal, esto es, no espacialmente.

Puesto que o estas verdades existen en el alma o ésta existe en ellas. Sea cualquiera de los dos casos, o exista el uno en el otro como en su sujeto, o bien el uno y el otro existan como sustancias.
Pero si se admite lo primero, el alma no existe en el sujeto cuerpo como el color y la figura, porque ella misma o existe como sustancia o existe en un sujeto que es otra sustancia que no es cuerpo.

Ahora bien: si lo segundo es verdad, el alma no existe en el sujeto cuerpo como el color porque es sustancia.

Por el contrario, la organización del cuerpo existe en el sujeto cuerpo como el color; en consecuencia, el alma no es la organización del cuerpo, sino que la vida es el alma; y puesto que ningún ser deja su propio ser y puesto que lo que la vida abandona muere, luego el alma no puede morir.



XI



Siendo la verdad causa del alma, no por eso perece a causa del error contrario a la verdad.



18. Finalmente, pues, si de nuevo se ha de temer algo, se ha de temer esto: que el alma perezca por deficiencia cuando es privada de su forma de existir.
Aunque juzgo que sobre este asunto se ha dicho bastante, y que ha sido demostrado con argumento cierto cuán imposible es esto; sin embargo se debe también atender a esto: que no hay otra causa de este temor sino porque se ha de confesar que el alma necia está en una especie de deficiencia y que el alma sabia está en una esencia más cierta y más plena.
Pero si el alma cuando intuye la verdad es entonces sapientísima de lo que nadie duda-, verdad que existe siempre de idéntico modo y a la que se adhiere inseparablemente unida por un amor divino; y si todas aquellas cosas que existen no importa cómo, existen por esta esencia, que existe suma y supremamente, el alma en la medida en que existe o existe por aquélla o existe por sí misma.
Pero si existiese por sí misma, siendo la causa de su propia existencia y como nunca abandonaría su propio ser, jamás perecería, como ya lo expusimos más arriba.
Mas si, por el contrario, el alma recibe la existencia de aquella esencia, es necesario buscar diligentemente qué cosa puede serle contraria que le pueda quitar al alma la existencia que le otorga aquélla. ¿Cuál es, pues, este ser?
¿Es acaso el error, porque aquélla es la verdad?
Cuánto puede dañar al alma el error es evidente y claro!
¿Quizá puede más que engañarla?
Pero nadie que no viva se engaña. Por consiguiente, el error no puede destruir el alma.
Porque, si el error, que es contrario a la verdad, no puede arrancarle al alma la existencia que le otorgó la verdad (en tan altísimo grado la verdad es invencible), ¿qué otro ser se encontrará que arranque al alma aquello por lo que es alma?

Nada en realidad: porque nada hay más poderoso que un contrario para arrebatar aquello que ha sido hecho por su contrario.

 

XII



Nada hay contrario a la verdad, por la que el alma es lo que es, en la medida ere que la verdad misma es.



19. Mas si así buscamos lo contrario a la verdad, no en cuanto es verdad, sino en cuanto existe suma y supremamente, aunque esto mismo lo es en tanto en cuanto es verdad, ya que la llamamos verdad porque por ella son verdaderas todas las cosas en la medida en que existen, y en tanto existen en cuanto son verdaderas; sin embargo, porque se me presente esto tan evidente, de ningún modo eludiré el problema.
En efecto, si ninguna esencia en cuanto es esencia tiene algo contrario, mucho menos tiene contrario aquella primera esencia, que se llama verdad, en cuanto es esencia. Lo primero es verdadero; efectivamente toda esencia no es esencia por otra cosa sino porque es.
El ser no tiene como contrario sino el no ser, por lo cual nada hay contrario a la esencia. Luego de ningún modo cosa alguna puede ser contraria a aquella sustancia que es absolutamente suprema y primera.
De parte de la cual si el alma posee aquello mismo por lo que ella es, -porque esto que el alma no lo tiene de sí misma, no lo puede tener de otra parte sino de aquel ser que por esto mismo es más perfecto que el alma- no hay ser por cuya causa lo pierda, porque no hay ningún ser contrario a ese ser por el que lo tiene; y por eso, no deja de existir.
La sabiduría empero, porque la tiene por conversión hacia aquello de lo que procede, la puede perder por separación. Porque la separación es contraria a la conversión.
Pero aquel ser que participa de aquél al que ninguna cosa es contraria, no tiene ninguna posibilidad por la que pueda perderlo. En consecuencia el alma no puede perecer.


 Santo Augustin de Hipona





[1] Escrito el año 387 de Cristo. Contiene este libro el conjunto de razones sobre la inmortalidad del alma, así como la solución de las dificultades que se presentan.

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