X
EL alma no es la
organización del cuerpo.
17. ¿No será
quizá que debamos concebir la vida como una cierta organización del cuerpo,
como algunos han pensado?
Estos,
seguramente nunca hubieran creído esto, si alejando y purificando su propia
alma del trato con los cuerpos, hubiesen podido ver aquellas cosas que existen
realmente y perduran inmutables.
¿Quién, pues,
examinándose bien no ha experimentado que entendió algo tanto más
profundamente, cuanto mes pudo apartar y retirar la atención de la mente de los
sentidos del cuerpo?
Por cierto esto
no se podría realizar si el alma fuese la organización del cuerpo.
En efecto, una
cosa que no tuviese una naturaleza propia ni existiese como sustancia, sino que
existiese inseparablemente en el cuerpo como en su sujeto, de la misma manera
que el color y la figura, de ningún modo se podría esforzar por apartarse del
propio cuerpo para captar los inteligibles; y en cuanto pudiese hacerlo, en
tanto podría intuirlos, y por esa visión hacerse mejor y más perfecta.
En realidad, de
ninguna manera la figura o el color o también la misma organización del cuerpo,
que es una mezcla real de aquellas cuatro naturalezas por las que subsiste el
cuerpo mismo, se pueden apartar de éste en el que existen inseparablemente como
en su sujeto.
A esto añadimos
que los inteligibles, que el alma entiende cuando se aparta del cuerpo, no son
ciertamente seres corpóreos y, sin embargo, existen y existen con la máxima
plenitud porque siempre se poseen a sí mismos de idéntico modo.
En efecto, nada
más absurdo se puede afirmar que aquello que vemos con los ojos existe y lo que
contemplamos con la inteligencia no existe, siendo propio de un insensato dudar
que la inteligencia es incomparablemente superior a los ojos.
Ahora bien, estas
cosas que se entienden como poseyéndose a sí mismas siempre de idéntico modo,
cuando las intuye el alma demuestra bastante que ella les está unida de una
manera admirable y asimismo incorporal, esto es, no espacialmente.
Puesto que o
estas verdades existen en el alma o ésta existe en ellas. Sea cualquiera de los
dos casos, o exista el uno en el otro como en su sujeto, o bien el uno y el
otro existan como sustancias.
Pero si se admite
lo primero, el alma no existe en el sujeto cuerpo como el color y la figura,
porque ella misma o existe como sustancia o existe en un sujeto que es otra
sustancia que no es cuerpo.
Ahora bien: si lo
segundo es verdad, el alma no existe en el sujeto cuerpo como el color porque
es sustancia.
Por el contrario,
la organización del cuerpo existe en el sujeto cuerpo como el color; en
consecuencia, el alma no es la organización del cuerpo, sino que la vida es el
alma; y puesto que ningún ser deja su propio ser y puesto que lo que la vida
abandona muere, luego el alma no puede morir.
XI
Siendo la verdad
causa del alma, no por eso perece a causa del error contrario a la verdad.
18. Finalmente,
pues, si de nuevo se ha de temer algo, se ha de temer esto: que el alma perezca
por deficiencia cuando es privada de su forma de existir.
Aunque juzgo que
sobre este asunto se ha dicho bastante, y que ha sido demostrado con argumento
cierto cuán imposible es esto; sin embargo se debe también atender a esto: que
no hay otra causa de este temor sino porque se ha de confesar que el alma necia
está en una especie de deficiencia y que el alma sabia está en una esencia más
cierta y más plena.
Pero si el alma
cuando intuye la verdad es entonces sapientísima de lo que nadie duda-, verdad
que existe siempre de idéntico modo y a la que se adhiere inseparablemente
unida por un amor divino; y si todas aquellas cosas que existen no importa
cómo, existen por esta esencia, que existe suma y supremamente, el alma en la
medida en que existe o existe por aquélla o existe por sí misma.
Pero si existiese
por sí misma, siendo la causa de su propia existencia y como nunca abandonaría
su propio ser, jamás perecería, como ya lo expusimos más arriba.
Mas si, por el
contrario, el alma recibe la existencia de aquella esencia, es necesario buscar
diligentemente qué cosa puede serle contraria que le pueda quitar al alma la
existencia que le otorga aquélla. ¿Cuál es, pues, este ser?
¿Es acaso el
error, porque aquélla es la verdad?
Cuánto puede
dañar al alma el error es evidente y claro!
¿Quizá puede más
que engañarla?
Pero nadie que no
viva se engaña. Por consiguiente, el error no puede destruir el alma.
Porque, si el
error, que es contrario a la verdad, no puede arrancarle al alma la existencia
que le otorgó la verdad (en tan altísimo grado la verdad es invencible), ¿qué
otro ser se encontrará que arranque al alma aquello por lo que es alma?
Nada en realidad:
porque nada hay más poderoso que un contrario para arrebatar aquello que ha
sido hecho por su contrario.
XII
Nada hay
contrario a la verdad, por la que el alma es lo que es, en la medida ere que la
verdad misma es.
19. Mas si así
buscamos lo contrario a la verdad, no en cuanto es verdad, sino en cuanto
existe suma y supremamente, aunque esto mismo lo es en tanto en cuanto es
verdad, ya que la llamamos verdad porque por ella son verdaderas todas las
cosas en la medida en que existen, y en tanto existen en cuanto son verdaderas;
sin embargo, porque se me presente esto tan evidente, de ningún modo eludiré el
problema.
En efecto, si
ninguna esencia en cuanto es esencia tiene algo contrario, mucho menos tiene
contrario aquella primera esencia, que se llama verdad, en cuanto es esencia.
Lo primero es verdadero; efectivamente toda esencia no es esencia por otra cosa
sino porque es.
El ser no tiene
como contrario sino el no ser, por lo cual nada hay contrario a la esencia.
Luego de ningún modo cosa alguna puede ser contraria a aquella sustancia que es
absolutamente suprema y primera.
De parte de la
cual si el alma posee aquello mismo por lo que ella es, -porque esto que el
alma no lo tiene de sí misma, no lo puede tener de otra parte sino de aquel ser
que por esto mismo es más perfecto que el alma- no hay ser por cuya causa lo
pierda, porque no hay ningún ser contrario a ese ser por el que lo tiene; y por
eso, no deja de existir.
La sabiduría
empero, porque la tiene por conversión hacia aquello de lo que procede, la
puede perder por separación. Porque la separación es contraria a la conversión.
Pero aquel ser
que participa de aquél al que ninguna cosa es contraria, no tiene ninguna
posibilidad por la que pueda perderlo. En consecuencia el alma no puede
perecer.
Santo Augustin de Hipona
[1] Escrito el año 387 de Cristo. Contiene este libro el conjunto de razones sobre la
inmortalidad del alma, así como la solución de las dificultades que se
presentan.
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