Segundo edição de 1562
PRÓLOGO
CAPÍTULO
9
7.
En este tiempo me dieron las Confesiones de San Agustín, que parece el Señor lo
ordenó, porque yo no las procuré ni nunca las había visto. Yo soy muy
aficionada a San Agustín, porque el monasterio adonde estuve seglar era de su
Orden y también por haber sido pecador, que en los santos que después de serlo
el Señor tornó a Sí hallaba yo mucho consuelo, pareciéndome en ellos había de
hallar ayuda y que como los había el Señor perdonado, podía hacer a mí; salvo
que una cosa me desconsolaba, como he dicho, que a ellos sola una vez los había
el Señor llamado y no tornaban a caer, y a mí eran ya tantas, que esto me
fatigaba. Mas considerando en el
amor que me tenía, tornaba a animarme, que de su misericordia jamás desconfié.
De mí muchas veces.
8. ¡Oh, válgame Dios, cómo me espanta
la reciedumbre que tuvo mi
alma,
con tener tantas ayudas de Dios! Háceme
estar temerosa lo poco que podía conmigo y cuán atada me veía para no me determinar
a darme del todo a Dios.
Como comencé a leer las Confesiones,
paréceme me veía yo allí.
Comencé a encomendarme mucho a este
glorioso Santo. Cuando llegué a su conversión y leí cómo oyó aquella voz en el
huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón.
Estuve por gran rato que toda me deshacía en lágrimas, y entre mí misma con
gran aflicción y fatiga.
¡Oh,
qué sufre un alma, válgame Dios, por perder la libertad que había de tener de
ser señora, y qué de tormentos padece! Yo me admiro ahora cómo podía vivir en
tanto tormento. Sea Dios alabado, que me
dio vida para salir de muerte tan mortal.
9. Paréceme que ganó grandes fuerzas
mi alma de la divina Majestad, y que debía oír mis clamores y haber lástima de
tantas lágrimas. Comenzóme a crecer la afición de estar más tiempo com El y a
quitarme de los ojos las ocasiones, porque, quitadas, luego me volvía a amar a
Su Majestad; que bien entendía yo, a mi parecer, le amaba, mas no entendía en
qué está el amar de veras a Dios como lo había de entender.
No me parece acababa yo de disponerme
a quererle servir, cuando Su Majestad me comenzaba a tornar a regalar. No
parece sino que lo que otros procuran con gran trabajo adquirir, granjeaba el
Señor conmigo que yo lo quisiese recibir, que era ya en estos postreros años
darme gustos y regalos. Suplicar yo me los diese, ni ternura de devoción, jamás
a ello me atreví; sólo le pedía me diese gracia para que no le ofendiese, y me
perdonase mis grandes pecados.
Como los veía tan grandes, aun desear
regalos ni gustos nunca de advertencia osaba. Harto me parece hacía su piedad,
y con verdade
hacía
mucha misericordia conmigo en consentirme delante de sí y traerme a su
presencia; que veía yo, si tanto El no lo procurara, no viniera.
Sola una vez en mi vida me acuerdo
pedirle gustos, estando com mucha sequedad; y como advertí lo que hacía, quedé
tan confusa que la misma fatiga de verme tan poco humilde me dio lo que me había
atrevido a pedir. Bien sabía yo era lícito pedirla, mas parecíame a mí que lo
es a los que están dispuestos con haber procurado lo que es verdadera devoción
con todas sus fuerzas, que es no ofender a Dios y estar dispuestos y
determinados para todo bien.
Parecíame
que aquellas mis lágrimas eran mujeriles y sin fuerza, pues no alcanzaba con
ellas lo que deseaba. Pues con todo, creo me valieron; porque, como digo, en
especial después de estas dos veces de tan gran compunción de ellas y fatiga de
mi corazón, comencé más a darme a oración y a tratar menos en cosas que me dañasen,
aunque aún no las dejaba del todo, sino -como digofueme ayudando Dios a
desviarme.
Como no estaba Su Majestad esperando
sino algún aparejo en mí, fueron creciendo las mercedes espirituales de la
manera que diré; cosa no usada darlas el Señor, sino a los que están en más limpieza
de conciencia.
CAPÍTULO
10
1. Tenía yo algunas veces, como he
dicho, aunque con mucha brevedad pasaba, comienzo de lo que ahora diré:
acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he dicho,
y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia
de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí o yo toda
engolfada en El.
Esto
no era manera de visión; creo lo llaman mística teología.
Suspende el alma de suerte, que toda
parecía estar fuera de sí: ama la voluntad, la memoria me parece está casi
perdida, el entendimiento no discurre, a mi parecer, mas no se pierde; mas, como
digo, no obra, sino está como espantado de lo mucho que entiende, porque quiere
Dios entienda que de aquello que Su Majestad le representa ninguna cosa
entiende.
2.
Primero había tenido muy continuo una ternura, que en parte algo de ella me
parece se puede procurar: un regalo, que ni bien es todo sensual ni bien
espiritual. Todo es dado de Dios; mas parece para esto nos podemos mucho ayudar
con considerar nuestra bajeza y la ingratitud que tenemos con Dios, lo mucho
que hizo por nosotros, su Pasión con tan graves dolores, su vida tan afligida;
en deleitarnos de ver sus obras, su grandeza, lo que nos ama, otras muchas
cosas, que quien con cuidado quiera aprovechar tropieza muchas veces en ellas,
aunque no ande con mucha advertencia. Si con esto hay algún amor, regálase el
alma, enternécese el corazón, vienen lágrimas; algunas veces parece las sacamos
por fuerza, otras el Señor parece nos la hace para no podernos resistir. Parece
nos paga Su Majestad aquel cuidadito con un don tan grande como es el consuelo
que da a un alma ver que llora por tan gran Señor; y no me espanto, que le
sobra la razón de consolarse: regálase allí, huélgase allí.
3. Paréceme bien esta comparación que
ahora se me ofrece: que son estos gozos de oración como deben ser los que están
en el cielo, que como no han visto más de lo que el Señor, conforme a lo que
merecen, quiere que vean, y ven sus pocos méritos, cada uno está contento con
el lugar en que está, con haber tan grandíssima diferencia de gozar a gozar en
el cielo, mucho más que acá hay de unos gozos espirituales a otros, que es
grandísima.
Y verdaderamente un alma en sus
principios, cuando Dios la hace esta merced, ya casi le parece no hay más que
desear, y se da por bien pagada de todo cuanto ha servido. Y sóbrale la razón,
que una lágrima de éstas que, como digo, casi nos las procuramos – aunque sin
Dios no se hace cosa -, no me parece a mí que con todos los trabajos del mundo
se puede comprar, porque se gana mucho con llas; y ¿qué más ganancia que tener
algún testimonio que contentamos a Dios? Así que quien aquí llegare, alábele
mucho, conózcase por muy deudor; porque ya parece le quiere para su casa y
escogido para su reino, si no torna atrás.
4. No cure de unas humildades que hay,
de que pienso tratar, que les parece humildad no entender que el Señor les va
dando dones.
Entendamos
bien bien, como ello es, que nos los da Dios sin ningún merecimiento nuestro, y
agradezcámoslo a Su Majestad; porque si no conocemos que recibimos, no
despertamos a amar. Y es cosa muy cierta que mientras más vemos estamos ricos,
sobre conocer somos pobres, más aprovechamiento nos viene y aun más verdadera
humildad. Lo demás es acobardar el
ánimo a parecer que no es capaz de grandes bienes, si en comenzando el Señor a dárselos
comienza él a atemorizarse con miedo de vanagloria.
Creamos
que quien nos da los bienes, nos dará gracia para que, en comenzando el demonio
a tentarle en este caso, lo entienda, y fortaleza para resistir; digo, si
andamos con llaneza delante de Dios, pretendiendo contentar sólo a El y no a
los hombres.
5. Es cosa muy clara que amamos más a
una persona cuando mucho se nos acuerda las buenas obras que nos hace. Pues si
es lícito y tan meritorio que siempre tengamos memoria que tenemos de Dios el
ser y que nos crió de nonada y que nos sustenta y todos los demás beneficios de
su muerte y trabajos, que mucho antes que nos criase los tenía hechos por cada
uno de los que ahora viven, ¿por qué no será lícito que entienda yo y vea y
considere muchas veces que solía hablar en vanidades, y que ahora me ha dado el
Señor que no querría sino hablar sino en El? He aquí una joya que, acordándonos
que es dada y ya la poseemos, forzado convida a amar, que es todo el bien de la
oración fundada sobre humildad.
Pues ¿qué será cuando vean en su poder
otras joyas más preciosas, como tienen ya recibidas algunos siervos de Dios, de
menosprecio de mundo, y aun de sí mismos? Está claro que se han de tener por
más deudores y más obligados a servir, y entender que no teníamos nada de esto,
y a conocer la largueza del Señor, que a un alma tan pobre y ruin y de ningún
merecimiento como la mía, que bastaba la primera joya de éstas y sobraba para
mí, quiso hacerme con más riquezas que yo supiera desear.
SANTA TERESA DE JESÚS O DE ÁVILA
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