Segundo edição de 1562
PRÓLOGO
JHS
1. Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para que
escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la
dieran para que muy por menudo y con claridade dijera mis grandes pecados y
ruin vida. Diérame gran consuelo.
Mas no han querido, antes atádome mucho en este caso. Y por esto pido,
por amor del Señor, tenga delante de los ojos quien este discurso de mi vida
leyere, que ha sido tan ruin que no he hallado santo de los que se tornaron a
Dios con quien me consolar. Porque considero que, después que el Señor los
llamaba, no le tornaban a ofender. Yo no sólo tornaba a ser peor, sino que
parece traíaestudio a resistir las mercedes que Su Majestad me hacía, como
quien se veía obligada a servir más y entendía de sí no podía pagar lo menos de
lo que debía.
2. Sea bendito por siempre, que tanto me esperó, a quien com verdad yo
haga esta relación que mis confesores me mandan (y aun el Señor sé yo lo quiere
muchos días ha, sino que yo no me he atrevido) y que sea para gloria y alabanza
suya y para quede aqui adelante, conociéndome ellos mejor, ayuden a mi flaqueza
para que pueda servir algo de lo que debo al Señor, a quien siemprealaben todas
las cosas, amén.
CAPÍTULO 1
1. El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no
fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena.
Era mi padre aficionado a leer buenos libros y así los tenía de romance
para que leyesen sus hijos. Esto, con el cuidado que mi madre tenía de hacernos
rezar y ponernos en ser devotos de nuestra Señora y de algunos santos, comenzó
a despertarme de edad, a mi parecer, de seis o siete años. Ayudábame no ver en
mis padres favor sino para la virtud. Tenían muchas.
Era mi padre hombre de mucha caridad con los pobres y piedad con los
enfermos y aun con los criados; tanta, que jamás se pudo acabar con él tuviese
esclavos, porque los había gran piedad, y estando una vez en casa una de un su
hermano, la regalaba como a sus hijos. Decía que, de que no era libre, no lo
podía sufrir de piedad. Era de gran verdad. Jamás nadie le vio jurar ni
murmurar. Muy honesto en gran manera.
2. Mi madre también tenía muchas virtudes y pasó la vida com grandes
enfermedades. Grandísima honestidad. Con ser de harta hermosura, jamás se
entendió que diese ocasión a que ella hacía caso de ella, porque con morir de
treinta y tres años, ya su traje era como de persona de mucha edad. Muy
apacible y de harto entendimiento. Fueron grandes los trabajos que pasaron el
tiempo que vivió. Murió muy cristianamente.
3. Eramos tres hermanas y nueve hermanos. Todos parecieron a sus
padres, por la bondad de Dios, en ser virtuosos, si no fui yo, aunque era la
más querida de mi padre. Y antes que comenzase aofender a Dios, parece tenía
alguna razón; porque yo he lástima cuando me acuerdo las buenas inclinaciones
que el Señor me había dado y cuán mal me supe aprovechar de ellas.
4. Pues mis hermanos ninguna cosa me desayudaban a servir a Dios.
Tenía uno casi de mi edad, juntábamonos entrambos a ler vidas de Santos, que
era el que yo más quería, aunque a todos tenía gran amor y ellos a mí. Como
veía los martirios que por Dios las santas pasaban, parecíame compraban muy
barato el ir a gozar de Dios y deseaba yo mucho morir así, no por amor que yo
entendiese tenerle, sino por gozar tan en breve de los grandes bienes que leía
haber en el cielo, y juntábame con este mi hermano a tratar qué medio habría
para esto. Concertábamos irnos a tierra de moros, pidiendo por amor de Dios,
para que allá nos descabezasen. Y paréceme que nos daba el Señor ánimo en tan
tierna edad, si viéramos algún medio, sino que el tener padres nos parecía el
mayor embarazo.
Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre, en lo
que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de
decir muchas veces: ¡para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho
rato era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de la
verdad.
5. De que vi que era imposible ir a donde me matasen por Dios, ordenábamos
ser ermitaños; y en una huerta que había en casa procurábamos, como podíamos,
hacer ermitas, poniendo unas pedrecillas que luego se nos caían, y así no
hallábamos remedio en nada para nuestro deseo; que ahora me pone devoción ver
cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa.
6. Hacía limosna como podía, y podía poco. Procuraba soledad para
rezar mis devociones, que eran hartas, en especial el rosario, de que mi madre
era muy devota, y así nos hacía serlo. Gustaba mucho, cuando jugaba con otras
niñas, hacer monasterios, como que éramos monjas, y yo me parece deseaba serlo,
aunque no tanto como las cosas que he dicho.
7. Acuérdome que cuando murió mi madre quedé yo de edad de doce años,
poco menos. Como yo comencé a entender lo que había perdido, afligida fuime a
una imagen de nuestra Señora y supliquéla fuese mi madre, con muchas lágrimas.
Paréceme que, aunque se hizo con simpleza, que me ha valido; porque
conocidamente he hallado a esta Virgen soberana en cuanto me he encomendado a
ella y, en fin, me ha tornado a sí.
Fatígame ahora ver y pensar en qué estuvo el no haber yo estado entera
en los buenos deseos que comencé.
8. ¡Oh Señor mío!, pues parece tenéis determinado que me salve, plega
a Vuestra Majestad sea así; y de hacerme tantasmercedes como me habéis hecho,
¿no tuvierais por bien -no por mi ganancia, sino por vuestro acatamiento- que
no se ensuciara tanto posada adonde tan continuo habíais de morar? Fatígame,
Señor, aun decir esto, porque sé que fue mía toda la culpa; porque no me parece
os quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no fuera toda vuestra.
Cuando voy a quejarme de mis padres, tampoco puedo, porque no veía en
ellos sino todo bien y cuidado de mi bien.
Pues pasando de esta edad, que comencé a entender las gracias de
naturaleza que el Señor me había dado, que según decían eran muchas, cuando por
ellas le había de dar gracias, de todas me comencé a ayudar para ofenderle,
como ahora diré.
CAPÍTULO 2
1. Paréceme que comenzó a hacerme mucho daño lo que ahora diré.
Considero algunas veces cuán mal lo hacen los padres que no procuran que vean
sus hijos siempre cosas de virtud de todas maneras; porque, con serlo tanto mi
madre como he dicho, de lo bueno no tomé tanto en llegando a uso de razón, ni
casi nada, y lo malo me dañó mucho. Era aficionada a libros de caballerías y no
tan mal tomaba este pasatiempo como yo le tomé para mí, porque no perdía su
labor, sino desenvolvíamonos para leer en ellos, y por ventura lo hacía para no
pensar en grandes trabajos que tenía, y ocupar sus hijos, que no anduviesen en
otras cosas perdidos. De esto le pesaba tanto a mi padre, que se había de tener
aviso a que no lo viese. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos; y aquella
pequeña falta que en ella vi, me comenzó a enfriar los deseos y comenzar a
faltar en lo demás; y parecíame no era malo, con gastar muchas horas del día y
de la noche en tan vano ejercicio, aunque escondida de mi padre. Era tan en
extremo lo que en esto me embebía que, si no tenía libro nuevo, no me parece
tenía contento.
2. Comencé a traer galas y a desear contentar en parecer bien, con
mucho cuidado de manos y cabello y olores y todas las vanidades que en
esto podía tener, que eran hartas, por ser muy curiosa. No tenía mala
intención, porque no quisiera yo que nadie ofendiera a Dios por mí. Duróme
mucha curiosidad de limpieza demasiada y cosas que me parecía a mí no eran
ningún pecado, muchos años.
Ahora veo cuán malo debía ser.
Tenía primos hermanos algunos, que en casa de mi padre no tenían otros
cabida para entrar, que era muy recatado, y pluguiera a Dios que lo fuera de
éstos también. Porque ahora veo el peligro que es tratar en la edad que se han
de comenzar a criar virtudes com personas que no conocen la vanidad del mundo,
sino que antes despiertan para meterse en él. Eran casi de mi edad, poco
mayores que yo. Andábamos siempre juntos. Teníanme gran amor, y en todas las
cosas que les daba contento los sustentaba plática y oía sucesos de sus aficiones
y niñerías nonada buenas; y lo que peor fue, mostrarse el alma a lo que fue
causa de todo su mal.
3. Si yo hubiera de aconsejar, dijera a los padres que en esta edad
tuviesen gran cuenta con las personas que tratan sus hijos, porque aquí está
mucho mal, que se va nuestro natural antes a lo peor que a lo mejor.
Así me acaeció a mí, que tenía una hermana de mucha más edad que yo,
de cuya honestidad y bondad -que tenía mucha- de ésta no tomaba nada, y tomé
todo el daño de una parienta que trataba mucho en casa. Era de tan livianos
tratos, que mi madre la había mucho procurado desviar que tratase en casa;
parece adivinaba el mal que por ella me había de venir, y era tanta la ocasión
que había para entrar, que no había podido. A ésta que digo, me aficioné a
tratar. Con ella era mi conversación y pláticas, porque me ayudaba a todas las
cosas de pasatiempos que yo quería, y aun me ponía en ellas y daba parte de sus
conversaciones y vanidades.
Hasta que traté con ella, que fue de edad de catorce años, y creo que
más (para tener amistad conmigo -digo- y darme parte de sus cosas), no me
parece había dejado a Dios por culpa mortal ni perdido el temor de Dios, aunque
le tenía mayor de la honra. Este tuvo fuerza para no la perder del todo, ni me
parece por ninguna cosa del mundo en esto me podía mudar, ni había amor de
persona de él que a esto me hiciese rendir. ¡Así tuviera fortaleza en no
ir contra la honra de Dios, como me la daba mi natural para no perder en lo que
me parecía a mí está la honra del mundo! ¡Y no miraba que la perdía por otras
muchas vías!
4. En querer ésta vanamente tenía extremo. Los medios que eran
menester para guardarla, no ponía ninguno. Sólo para no perderme del todo tenía
gran miramiento.
Mi padre y hermana sentían mucho esta amistad. Reprendíanmela muchas
veces. Como no podían quitar la ocasión de entrar ella en casa, no les
aprovechaban sus diligencias, porque mi sagacidade para cualquier cosa mala era
mucha. Espántame algunas veces el daño que hace una mala compañía, y si no
hubiera pasado por ello, no lo pudiera creer. En especial en tiempo de mocedad
debe ser mayor el mal que hace. Querría escarmentasen en mí los padres para
mirar mucho en esto. Y es así que de tal manera me mudó esta conversación,
que de natural y alma virtuoso no me dejó casi ninguna, y me parece me imprimía
sus condiciones ella y otra que tenía la misma manera de pasatiempos.
SANTA TERESA DE JESÚS O
DE ÁVILA
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