IV
El arte y los
principios de las matemáticas son inmutables y no pueden existir sino en un
alma que vive.
5. Entonces si
algo permanece inmutable en el alma, y esto a su vez no puede subsistir sin
vida, también es necesario que una vida permanezca sempiterna en el alma.
Esto sucede
precisamente de manera que si se da lo primero, necesariamente también debe
darse lo segundo; pero lo primero es cierto.
En efecto,
dejando de lado otras cosas,
¿quién se atrevería
a afirmar que la relación de los números es mudable o que todo arte no está
constituido por esta relación?
o ¿que el arte no
está en el artífice, aun cuando no lo ejerza?
o ¿que su
existencia no puede darse en el alma, o que puede existir en donde no hay vida?
o ¿que lo que es
inmutable puede alguna vez no existir?
o ¿que una cosa
es el arte y otra la relación?
Aunque, pues, se
diga que un solo arte es como un conjunto de relaciones, con todo se puede
decir también de un modo certísimo y entender el arte como una única relación.
Pero, ya sea
esto, ya sea aquello, no menos se sigue que el arte es inmutable, que no sólo
existe en el alma del artífice como es evidente, sino también que no existe en
ninguna otra parte a no ser en el alma y esto de una manera inseparable.
Puesto que si el
arte se pudiera separar del alma, o bien existiría fuera del alma, o bien no
existiría en ninguna parte, o pasaría continuamente de alma en alma.
Pero como, por
otra parte, la sede del arte necesariamente debe ser un ser con vida, así
también la vida con la razón es exclusivamente propia del alma.
En fin, lo que
existe debe existir e n alguna parte, y lo que es inmutable no puede dejar de
existir en ningún momento.
Si, por el
contrario, el arte pasa de alma en alma, dejando ésta para habitar en aquélla,
nadie enseñaría un arte sino perdiéndolo, y también nadie se haría hábil en un
arte a no ser o por el olvido del que lo enseria o por su muerte.
Si, pues, estas
cosas son absurdísimas y del todo falsas, como efectivamente lo son, el alma
humana necesariamente es inmortal.
6. Pero si sucede
que el arte unas veces existe en el alma y otras no, como bien lo prueban el
olvido y la ignorancia, la contextura de este argumento no aporta ninguna
prueba en favor de la inmortalidad del alma, a menos que se niegue lo anterior
del siguiente modo: o hay algo en el alma que no está en el pensamiento actual,
o en un alma instruida no se encuentra el arte de la música cuando ésta piensa
en la geometría únicamente.
Esto último es
falso, luego lo primero es verdadero.
Pero el alma no
siente que posee algo, sino lo que le, haya venido al pensamiento.
Por consiguiente
puede haber en el alma algo que ella misma no sienta que existe en ella.
Mas por cuanto
tiempo sea esto no interesa; porque si el alma se hallare ocupada en otras
cosas por más tiempo del que puede fácilmente volver su intención sobre sus
pensamientos anteriores, se produce lo que se llama el olvido o la ignorancia.
Pero cuando
razonamos con nosotros mismos o cuando otra persona nos ha interrogado de una
manera conveniente sobre cualquiera de las artes liberales, las cosas que
descubrimos no las encontramos en otra parte sino en nuestra propia alma; y no
es lo mismo descubrir que hacer o crear; porque de lo contrario el alma con un
descubrimiento temporal crearía cosas eternas, puesto que ella a menudo
encuentra en sí cosas eternas.
En efecto, ¿qué
tan eterno como la razón del círculo, o qué otra cosa propia de artes
semejantes se puede concebir que alguna vez ha podido o que podrá no existir?
Queda, pues,
claro que el alma humana es inmortal y que subsisten en sus secretos todas las
verdaderas razones de las cosas, aunque, sea por ignorancia, sea por olvido
parezca o que no las posee o que las ha perdido.
V
El alma no está
así sujeta al cambio de modo que deje de existir.
7. Mas veamos
ahora hasta dónde se pueda admitir el cambio que experimenta el alma.
Si, en efecto,
existiendo el arte en un sujeto, este sujeto es el alma, y si no puede
experimentar cambio alguno el sujeto sin que también lo experimente lo que
existe en el sujeto, ¿cómo podemos establecer que son inmutables el arte y la
razón, si se prueba que está sujeta al cambio el alma en la que existen?
¿Qué cambio,
pues, puede haber mayor que el que se suele realizar en los contrarios, y quién
niega que el alma, dejando de lado otros casos, es unas veces necia, otras, por
el contrario, sabia?
Entonces
consideremos primero de cuántos modos se puede admitir este cambio que se
predica del alma.
De estos modos de
cambiar el alma, según opino, solamente nos son más evidentes y más claros dos
en cuanto al género, pero se pueden enumerar muchos en cuanto a la especie.
En efecto, se
dice que el alma cambia o según las pasiones del cuerpo, o según las suyas
propias. Según las pasiones del cuerpo: el cambio se realiza en el alma por las
edades, las enfermedades, los dolores, los malestares, las ofensas, los goces;
según las suyas propias: por el desear, el alegrarse, el temer, el enojarse, el
estudiar, el aprender.
8. Todos estos
cambios si no constituyen un argumento necesario de que el alma muera, los
mismos en nada realmente han de ser temidos por sí, considerados separadamente;
pero hay que examinar si no se oponen a nuestra doctrina, por la que
establecimos que, habiéndose mudado el sujeto, de modo necesario experimenta
cambio todo lo que existe en él.
Pero la verdad es
que no se oponen.
Aquello se afirma
según este cambio del sujeto por el cual éste es forzado cambiar absolutamente
de nombre.
Puesto que si la
cera pasa de algún modo del color blanco al negro, y si de la forma cuadrada
pasa a la redonda, y de blanda se vuelve dura y de caliente llega a ser fría,
no por eso es menos cera; ahora bien, estas cosas existen en un sujeto, y este
sujeto es la cera.
Pero la cera
permanece ni más ni menos cera, aun cuando aquellas cosas experimenten el
cambio.
Síguese que puede
hacerse un cierto cambio de aquellas cosas que existen en el sujeto y, sin
embargo que este mismo sujeto según su esencia y su nombre no se cambie.
Con todo, si de
aquellas cosas que existen en el sujeto, se hiciese un cambio tan profundo, de
modo que aquel sujeto, que se suponía subyacer ya de ninguna manera se pudiese
llamar tal, como por ejemplo cuando por el calor del fuego la cera se dispersa
en el aire y experimenta tal cambio que claramente hace entender que ha sido
cambiado el sujeto, que era cera y que ahora ya no es cera; de ningún modo se
juzgaría con alguna razón que queda algo de aquellas cosas que existían en
aquel sujeto porque hasta ahora era su sujeto.
9. Por lo tanto,
si el alma es el sujeto, como dijimos más arriba, en el que existe la razón de
una manera inseparable y con aquella necesidad también con que se demuestra que
existe en un sujeto, si el alma no puede existir sino viva, si en ella la razón
no puede existir sin la vida, y si la razón es inmortal, el alma, es inmortal.
Por cierto, la
razón no podría permanecer al margen de todo cambio no existiendo de ninguna
manera su propio sujeto. Esto sucedería si le sobreviniera al alma un cambio
tan profundo que la hiciera dejar de ser alma, esto es, la obligara a morir.
Mas ninguno de aquellos cambios, que se realizan ya sea por medio del cuerpo ya
sea por medio del alma misma (no obstante ser un problema de no poca
importancia, de si algunos de estos cambios son realizados por ella misma, esto
es, que ella misma sea la causa de ellos), puede obrar de modo de hacer que el
alma deje de ser alma. Luego, ya no han de ser temidos estos cambios, no sólo
en sí mismos, sino también para nuestros razonamientos.
Santo Augustin de Hipona
[1] Escrito el año 387 de Cristo. Contiene este libro el conjunto de razones sobre la
inmortalidad del alma, así como la solución de las dificultades que se
presentan.
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