Debajo del hábito llevamos unas
cuantas capas de prendas, pero hay una fundamental: la saya. Es como una
especie de falda blanca, de lana en invierno y finita en verano, que es donde
van a parar nuestros bolsillos. Que más que bolsillos...¡podríamos decir que
son alforjas!
En el bolsillo de una monja
puedes encontrar de todo: un Cristo, un rosario, pañuelos... y siempre
encuentras cosas que te has guardado en algún momento del día, pero que se te
olvidó sacarlas después.
Ayer, introduje mi mano en el
bolsillo para sacar alguna de estas cosas cuando, de repente, noté un elemento
extraño. ¿Qué era aquello? ¡Un chicle! No me lo podía creer... Me sentó tan
mal, que hasta se me olvidó lo que andaba buscando. Ya sólo hacia que dar
vueltas con la mano para ver en qué
había quedado aquel estirado elemento.
Y lo cierto es que sí que había
hecho estragos: un poco en el rosario, un poco en algún papel que tenía... y lo
peor... pegado a la tela.
La verdad es que al principio
pasé unos minutos razonando cómo había llegado ese chicle hasta ahí... hasta
que, al final, opté por reírme de mí misma. 'Qué "desastrito" soy',
pensé, pero con un cariño que no podía venir de mí misma.
Cuando me vi riéndome de mi
pobreza, le pregunté al Señor: '¿Qué me ha llevado a sentirme libre para reírme
de mí misma?' Sí, porque me surgía un deseo muy fuerte de poder reírme igual en
muchas otras situaciones.
Y Él me fue regalando ver que,
si me acerco a una hermana para que me ayude con el chicle, lo hará de mil
amores y se reirá conmigo. Lejos de decirme que soy un desastre, sé con
seguridad que me acogerá, estoy plenamente convencida de ello, porque ya me ha
ocurrido muchas otras veces con otras cosas.
El Señor me mostró qué
importante es acoger al otro cuando viene a ti. Porque, si cuando vas a
alguien, te machaca por tu error, te quedas culpabilizado y seguramente no le
vuelvas a compartir muchas más veces...
Cuando nosotros caemos, del
Señor sólo experimentamos Amor, acogida, perdón y fuerza para continuar.
Él se ríe con nosotros cuando
se trata de estas chapuzas; nos desculpabiliza cuando le miramos de nuevo a Él
tras meter la pata con alguien; nos Ama siempre, nos ama pobres y nos levanta
siempre con su Resurrección.
Pero después nos invita:
"Anda, ve y haz tú lo mismo". Y es que, cuando acoges al que viene a
ti a pedir tu ayuda o a compartirte pobremente lo que le ocurre, la persona se
siente libre, se siente amada y sabrá que tiene a alguien delante que no le
juzga, sino que le quiere.
Hoy el reto del Amor es acoger
al que viene a ti. Cada día son miles las ocasiones para acoger a los demás:
con esas sencillas disculpas por su mal humor mañanero, o cuando te vienen a
contar sus problemas, o su dificultad para acertar con alguien. Hoy libera a
las personas del miedo a su propia pobreza. Cristo es quien lo ha hecho y quien
hará posible que hoy puedas hacerlo tú con los demás. El Amor es liberador.
VIVE DE CRISTO
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