El profesor que nos da las
clases de canto es director de una orquesta, y ayer dieron un concierto en
nuestra iglesia. Todos los músicos estaban colocados con sus instrumentos en la
parte central y nosotras situadas al rededor de ellos, en la sillería.
La perspectiva era curiosa,
pues hasta ahora estaba acostumbrada a ver los conciertos de frente, pero la
sillería está dispuesta de tal forma que parecíamos ser uno más... pero sin
instrumento. Y así me sumergí en el concierto: como una más. Miraba hacia
adelante y tenía a la que tocaba el piano, la observaba y veía cómo pasaba las
hojas de la partitura, cómo esperaba el momento de integrarse con los violines,
también podía ver cómo se frotaba los dedos agarrotados por el frío en cada
oportunidad que encontraba para ello.
La que tocaba el chelo,
concentrada, discreta y segura, hacía un papel que podía pasar desapercibido,
pero totalmente necesario. ¿Y los violines? Eran muchos coordinados a una.
Estaban al otro lado, pero hacer una vista aérea me permitía ver sus arcos
levantándose a una.
Todos juntos consiguieron
aplacarme (que no es fácil), y pude sumergirme en cada uno de los detalles que
llegaban a mí a través de los sentidos. Pero uno fue el más importante. Y era
el director.
El director era el que se
deleitaba con la música que salía de toda la orquesta en conjunto, era el que
sabía el papel de cada instrumento, daba la señal de entrada y el ánimo
necesario. Era el que marcaba los silencios, los ritmos, los finales... sin él,
el resultado hubiese sido lo más parecido a una bandada de gaviotas
hambrientas.
Y en él veía a Cristo,
dirigiendo la orquesta, mirándote a ti, sabiendo que eres importante, ¡muy
importante! Aunque a veces pienses que no llegas, que no vales... Él te ha
creado chelo, piano, violín... para que formes parte de la pieza más
maravillosa que jamás nadie pueda escuchar. Cristo cuenta contigo siendo como
eres, como estás, y sueña cosas maravillosas para ti. Él quiere marcar tus
silencios necesarios con los demás, con Él; quiere marcar el ritmo de tu día
desde el Amor... pero cuántas veces nos salimos de la orquesta para hacer un
solo con otro instrumento que no nos corresponde o que ni siquiera sabemos
tocar.
Hoy el reto del amor es que
"toques" para el Señor con uno de tus dones a lo largo del día, y
pídele el don de quererte en tu puesto de la orquesta. Ponte en Su presencia y
pregúntale cómo quiere que toques a lo largo del día: si sabes informática,
seguro que hay alguien mayor que necesite de ti; si sabes de cocina... algún
joven querrá aprender; si lo tuyo es cantar, ameniza la tertulia de la
comida... o quizá es momento de silencio, dedicando tiempo de atención activa a
esa persona que tanto lo necesita. ¡Ocupa tu lugar y deja que Cristo te dirija!
Que cada corazón, sabiéndose amado, lata al compás del Amor. Hoy juntos
tocaremos la mejor pieza jamás interpretada. Deja que Cristo se deleite en ti.
VIVE DE CRISTO
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