El
doctor Corradi denuncia el daño irreparable que pueden sufrir muchas personas
sacrificadas en su individualidad a los intereses políticos del lobby LGTB.
Bajo
el título El "transgenerismo" es una histeria de masas similar a la
pseudociencia de los años 80, la revista The Federalist publicó un artículo del
doctor Richard B. Corradi, profesor de Psiquiatría en la Facultad de Medicina
de la Case Western Reserve University de Cleveland (Ohio, Estados Unidos), donde
presenta la agenda del lobby LGTB como ayuna de base científica y orientada a
crear una identidad colectiva mediante la victimización, en detrimento de la
ayuda que necesitan las personas afectadas por un trastorno de la identidad de
género. Por su interés lo traducimos para ReL:
El
"transgenerismo" es una histeria de masas similar a la pseudociencia
de los años 80
Consideremos
el notable fenómeno del transgenerismo. Un trastorno de identidad de género que
afecta a un minúsculo número de estadounidenses se ha convertido en un objeto
de controversia culturalmente polarizador. Su influencia –captando la atención
pública y exigiendo cambios sociales- ha sido extraordinaria, desproporcionada
en relación al número de personas insatisfechas con su género.
Mientras
que la izquierda política ha hecho suya totalmente la agenda transgénero como
un “derecho civil” al que sólo se oponen los intolerantes y las personas llenas
de odio, mucha gente ve el movimiento como un ataque concertado contra los usos
y costumbres tradicionales, un asalto indisimulable a las normas, las
costumbres y la moralidad convencionales.
El
fenómeno transgénero es claramente la punta de lanza del movimiento LGBT, al
que ha dado un fuerte impulso la decisión del Tribunal Supremo sobre el
matrimonio entre personas del mismo sexo, que incluye en la definición de
libertad el derecho de la gente a “definir y expresar su identidad”. Para el
movimiento LGBT, esto incluye literalmente el derecho a decidir sobre el propio
género, a exigir el derecho a un género alternativo (dado que el género es
maleable, hay otras opciones además de hombre o mujer), a que la sociedad
reconozca esa opción como un derecho civil, y en última instancia a ser
aceptado como una forma de vida normal.
Sin
embargo, vender el transgenerismo como una forma de vida normal puede ser
difícil. Mientras que las personas sin prejuicios pueden estar de acuerdo en
que los gays o las personas con confusión de género no deberían padecer
discriminación, en general la gente no parece dispuesta a aceptar el género
como un simple artificio social ni a asumir que la gente pueda tener el género
que elija. Estas controversias, que constituyen el fundamento conceptual del
transgenerismo, chocan con la realidad: la diferencia biológica entre los
sexos.
Mujeres
y hombres, XX y XY: según qué espermatozoide penetre en el óvulo, el nuevo ser
humano resultante será una cosa u otra. Es la realidad biológica. Imagen:
TutorVista.
El
contagio de un engaño de masas
El
transgenerismo rechaza las leyes naturales de la biología y trastoca la
naturaleza humana. La fundamentación filosófica del movimiento lo define como
un engaño popular similar a la moda de las personalidades múltiples y la
histeria de los “abusos en rituales satánicos” y la “memoria recobrada” de
abusos infantiles que se difundió en los años 80 y 90. Estas dos últimas
implicaban extrañas acusaciones de abuso de niños y resultaron en la
persecución y vida arruinada de los falsamente acusados.
Esos
engaños populares se caracterizan por una falsa creencia que no se apoya en
ninguna evidencia científica o empírica y tienen una capacidad de contagio que
supera al pensamiento racional e incluso al sentido común. Esta tendencia
demasiado humana a abandonar el juicio crítico individual y seguir la corriente
de la masa lo facilitan enormemente los medios de comunicación social. Lo más
importante, sin embargo, es que recibe el imprimatur de los “expertos”. Quienes
realmente deberían saber más se apuntan a la histeria. Así como los
“profesionales de la salud mental” de hace una generación apoyaban los engaños
sobre abuso infantil, e incluso participaban en la persecución de los
injustamente acusados, del mismo modo han alimentado el fuego del engaño
transgénero.
El
movimiento transgénero recibió un gran impulso cuando la APA (The American
Psychiatric Association) revisó su edición de 2013 del Diagnostic and
Statistical Manual of Psychiatric Disorders (DMS-5), y eliminó el “trastorno de
identidad de género” de la lista de “trastornos” psiquiátricos,
reclasificándolo como “disforia de género”. Más que validar científicamente la
agenda transgénero, la actuación de la APA fue una llamativa dimisión de la
responsabilidad personal en beneficio de la corrección política.
A
diferencia de las enfermedades médicas, los trastornos psiquiátricos carecen de
marcadores biológicos diagnósticos: no hay datos físicos ni tests de
laboratorio ni estudios de imágenes. Los diagnósticos psiquiátricos consisten
en la comprobación de listas de síntomas determinados por el consenso
científico. No debe sorprender que ese proceso sea exquisitamente reactivo a
los vientos culturales y políticos dominantes. Ante la ausencia de marcadores
biológicos que definan las enfermedades, son infinidad las enfermedades
mentales y emocionales que pueden denominarse trastornos psiquiátricos. Puede
ser muy beneficioso para un movimiento activista movido por un interés
cualquiera apuntarse el éxito de legitimar su causa como un trastorno mental, y
también para una industria farmacéutica inclinada a recurrir a los fármacos
psicotrópicos para tratar cualquier nueva enfermedad mental.
Así
definía el DSM, manual diagnóstico de referencia en Psiquiatría, el trastorno
de identidad sexual. En 2013 fue redenominado como "disforia de
género", asumiendo el concepto no científico de "género
asignado".
Activismo
científico + Relativismo = Insensatez
Sin
embargo, el proceso trabaja en ambas direcciones. Los “trastornos”
psiquiátricos van y vienen en respuesta a modas e intereses concretos. Para el
movimiento de liberación sexual, la ventaja política consiste en eliminar
trastornos ofensivos. En 1973 consiguieron que la APA, simplemente por votación
de sus miembros, quitase la homosexualidad de su listado de trastornos.
Posteriormente,
el movimiento se fusionó con el relativismo postmoderno, donde no hay valores
universales o trascendentes, sólo convenciones sociales y culturales. La
doctrina, aplicada al género, afirma que el género –sexo masculino o femenino-
es meramente una construcción social, no un hecho biológico, y está sujeto a
cambios según el deseo de cada cual. Las personas pueden ser del género que
elijan como “género alternativo” o incluso quedarse fuera de todo el entramado
de género.
Ésa
fue la agenda que la APA asumió cuando quitó el “trastorno de identidad de
género” del DSM-5. Sin embargo, más que simplemente eliminar el concepto de
identidad de género, que oficialmente ya no es un trastorno, creó una nueva
“clase diagnóstica” llamada “disforia de género”. Esto llevó aún más lejos el
asalto al sentido común, pues ahora los psiquiatras, supuestos expertos en
distinguir entre la fantasía y la realidad, ponen su sello de aprobación a la
histeria transgénero.
Sólo
los niños prelógicos y los adultos psicóticos creen en el pensamiento mágico,
eso de que “basta con desearlo”. Sin embargo, la “disforia de género” queda
caracterizada como una “incongruencia de género”: el sentimiento de
insatisfacción con el género “asignado” al nacimiento, y el deseo de tener otro
género, convierten a uno en una persona diferente. Reclamar la verdadera
(“deseada”) identidad de género puede precisar cirugía de reasignación de sexo,
un tratamiento aprobado por la APA para la “nueva clase diagnóstica” de la
disforia de género. El tortuoso vocabulario del DSM fabricado para catalogar el
posible espectro de variaciones de género produciría risa si no fuese tan
trágico.
El
rechazo al diagnóstico impide el necesario tratamiento
La
tragedia, por supuesto, es que la gente que sufre por problemas de identidad no
recibe la ayuda que necesita. La anorexia nerviosa es otro trastorno
caracterizado por una distorsión de la imagen corporal. Sin embargo, en
contraste con los transgénero (a quienes se ayuda representando un engaño a
base de hormonas y “reasignación de sexo”), a las personas con una percepción
enfermiza e irreal de sí mismas como obesas o gordas no se les impone una dieta
de reducción de peso. Al revés: se diagnostica la anorexia como un trastorno
psiquiátrico y se la trata apropiadamente con psicoterapia.
El
doctor Corradi compara la diferencia de trato que recibe el trastorno de
identidad de género con respecto a la anorexia, siendo ambas percepciones
distorsionadas sobre uno mismo.
La
anorexia y la “disforia de género” están entre las muchas manifestaciones de
conflicto psicológico que pueden suceder durante las “crisis de identidad” de
la adolescencia, un momento importante en el desarrollo en la formación de la
identidad. Es una época de rápidos cambios físicos y fuertes deseos sexuales.
La confusión de género –el deseo de ser del sexo opuesto, o incluso de no tener
ningún sexo (sin-género)– pueden ser simplemente una pausa temporal del joven
mientras resuelve el conflicto entre la certeza y la seguridad de los vínculos
parentales y las atractivas pero temibles urgencias de la autonomía y la
sexualidad adultas.
El
ascetismo –la renuncia a la sexualidad y a los placeres sensuales en general,
convirtiéndose de hecho en asexuales y antihedonistas- es otro parapeto que
usan los jóvenes. Es llamativamente similar a la disforia de género en su
propósito de conseguir un alivio temporal en la confusión sobre la propia
sexualidad emergente y la ansiedad por las exigencias de la edad adulta.
La
gran mayoría de esos mecanismos de defensa son transitorios, y útiles cuando
las tormentas de la adolescencia son más intensas, pero ya no son necesarios
cuando surge una percepción estable de uno mismo. (El más común es, quizá, la
idealización adolescente de los famosos. Que muchas de esas figuras populares
sean andróginas ilustra la naturaleza de estas identificaciones como una
respuesta ante el conflicto sexual y de género.) Muy pocos jóvenes que hacen
dietas severas se vuelven anoréxicos. No muchos adolescentes ascéticos se
convierten en monjes de clausura. Por el contrario, jóvenes insatisfechos con
su género reciben hormonas e incluso son sometidos a cirugía de reasignación de
sexo. Un conflicto temporal del desarrollo es sometido a tratamientos en
ocasiones irreversibles y que trastocan tu vida.
Reforzar
el engaño hiere a las personas
Aún
más lamentable es la utilización de estos “tratamientos” en niños
preadolescentes cuyo pensamiento prelógico difumina los límites entre la
fantasía y la realidad. Los padres jóvenes preocupados por sus hijos necesitan
el consejo de quienes conocen el desarrollo infantil normal. Por desgracia, a
veces es difícil conseguir un buen consejo. Temerosos de ser vistos como
“anticuados”, “ignorantes” o “intolerantes”, quienes debería saber más no están
dispuestos a confiar en su propio sentido común y en la sabiduría de
generaciones.
Si
una niña de cuatro años, temerosa de ser sustituida en el afecto de sus padres
por un nuevo hermanito, proclama que es un chico, sus sensatos padres no
comienzan a tratarla como si fuera un chico. No asumen que es transgénero. Por
el contrario, la abrazan y le aseguran que ella es su preciosa hijita a quien
tanto quieren. Los padres que permiten a los niños preadolescentes elegir si quieren
ser chicos o chicas han dimitido de su papel como adultos racionales, y son
ellos quienes necesitan ir al psiquiatra.
Sin
duda, formar una identidad personal estable es un asunto complicado. En algunas
personas se prolonga y nunca llegan a conseguirlo. Aunque la adolescencia y la
edad adulta joven pueden ser una época fundamental para construir la propia
identidad personal, ésta se ve sometida durante el ciclo vital a retos
inevitables, así como a factores estresantes específicos de cada uno.
Stefonknee
Wolscht, padre de 7 hijos, consiguió ser adoptado como niña de 6 años. El
doctor Corradi señala el daño que se hace utilizando a personas que necesitan
un tratamiento individualizado como parte indiferenciada de una causa política.
La
edad madura es un momento desafiante para muchas personas. Los hombres y
mujeres de edad mediana que se sienten insatisfechos con sus vidas pueden
representar fantasías románticas irreales en un intento de rehacerse a sí
mismos. A menudo esto conduce a la tragedia del divorcio y a la destrucción
familiar. El movimiento transgénero ha animado la más irreal fantasía
imaginable: que cambiando de sexo uno puede resolver lo que es siempre una
insatisfacción multidimensional con uno mismo.
Por
qué algunas personas quieren creer que son transgénero
Las
características que definen la identidad personal son los elementos nucleares
de la personalidad. Las personas con una imagen de sí mismas crónicamente
inestable, baja autoestima y una enfermiza visión de sí mismas están pobremente
equipados para lidiar con el estrés de la vida cotidiana. Este grupo constituye
la mayor parte de quienes, autoidentificados como transgénero, se someten a un
régimen de cambio de sexo total con tratamiento de hormonas y cirugía de
“reasignación de sexo”.
Sin
embargo, la mayor parte de quienes sufren de trastornos comunes de personalidad
no focalizan en la insatisfacción de género la causa de su disfunción global y
no consideran el cambio de sexo como un remedio. ¿Por qué entonces unas cuantas
personas con un trastorno de identidad complejo y multidimensional deciden que
su problema consiste en que se les ha “asignado” el sexo equivocado? La
respuesta reside tanto en la naturaleza del trastorno de personalidad mismo,
como en las poderosas influencias sociales, culturales y políticas.
Aportando
líderes activistas y una causa “noble”, el movimiento LBGT ha conseguido un
éxito enorme explotando las vulnerabilidades psicológicas de las personas que
carecen de un sentido coherente de sí mismas. Alimentado con el éxito de la
decisión del Tribunal Supremo sobre el matrimonio entre personas del mismo
sexo, el movimiento ha adquirido un aura de imbatibilidad.
El
éxito de la cruzada por los derechos transgénero, basada como está en el engaño
cultural de negar la diferencia biológica entre los sexos, podría sugerir que
no hay límites para un movimiento que tiene como objetivo redefinir la cultura
estadounidense y sus instituciones. Unirse a una fuerza tan poderosa puede ser
una experiencia emocionante para alguien cuya identidad se define en buena
medida por las personas y las causas con las que se identifica.
El
transgenerismo es una política de identidad
El
movimiento transgénero ha hecho un uso inteligente de la poderosa fuerza de la
identidad política. Es evidente que la identidad personal, el sentimiento
global que uno tiene de sí mismo, no consiste en el género más que en la raza,
la etnia, la religión o la clase. Esas son, sin embargo, las categorías sobre
las que se construye la identidad política. Para ser políticamente eficaces,
las políticas de identidad tienen que aglutinar personas en grupos que borran
las identidades y características personales. En las identidades políticas no
hay individuos, solo masas amorfas de gente con una propiedad común y
definitoria que pueda explotarse para un propósito político.
Ese
proceso explota las diferencias entre la gente (culturales, sociales, étnicas,
religiosas, etc.) para fabricarse un electorado con los agraviados, los
marginados y aquellos a quienes se conduce a creer que son marginados. Se les
asegura que un grupo de interés compensará sus reclamaciones: normalmente, un
partido político que se beneficia electoralmente de activarlos como grupo de
víctimas. Por definición, los victimizados tienen que tener victimizadores, a
quienes la comunidad de los agraviados denigra como opresores.
Esta
amarga fórmula de polarización sitúa a los “transgénero” como un conjunto
amorfo de personas odiosamente oprimidas. No se distingue entre los grupos
enormemente dispares de “disforia de género”. Como hemos descrito, abarcan
desde expresiones transitorias de “incongruencia” de género que tienen lugar en
el proceso de desarrollo normal, a los problemas más profundamente arraigados
de identidad personal que son sintomáticos de trastornos de la personalidad.
Irónicamente,
a los individuos se les roba su identidad personal y se les convierte en
miembros anónimos de la comunidad de identidad de género: los “transgénero”. En
vez del asesoramiento individual y la psicoterapia personalizada que deberían
recibir quienes alcanzan un determinado nivel de angustia, el remedio es “de
talla única”. Una persona transgénero puede convertirse en cualquier género que
desee, o no tener ningún género. Pueden denominarse a sí mismos con cualquier
nombre que elijan, tomar hormonas y “reasignar” su sexo quirúrgicamente. Todo
esto, con el apoyo crédulo de personas e instituciones que han sucumbido al
contagio del delirio cultural.
A
los individuos se les arranca su identidad personal en la medida en que se
convierten en peones de la amplia agenda LGBT. Como han conseguido ganar poder
judicial y político, los objetivos LGBT no parecen contentarse con menos que
con una total aceptación pública de cualquier variedad de expresión sexual que
elijan, y tolerancia cero para el disidente. El transgenerismo es la vanguardia
de la actual ofensiva. La amarga lucha social que ha suscitado indica lo lejos que
llegará el movimiento para destruir a la oposición.
Demonizar
a la oposición
¿Quiénes
son la oposición? Fieles a la política de identidades, la caracterizan como una
multitud de intolerantes llenos de odio que niegan a los transgénero sus
derechos humanos básicos. No puede haber otra explicación si alguien cree que
el transgenerismo desafía tanto la razón como las leyes de la biología.
Los
demonizados, por supuesto, son quienes tienen una fe religiosa. Buena parte del
mundo occidental ha sido secularizado y convertido en anti-religioso, pero
todavía queda en Estados Unidos una capa fuerte de creencia religiosa. A pesar
de estar fundamentados en un sistema de valores judeocristiano que tiene
milenios, los partidarios de un código de moralidad sexual que difiera de la
agenda LGBT de liberación sexual son vistos como el último bastión de la
oposición. Consecuentemente, la expresión de creencias religiosas sinceramente
creídas es atacada como incitadora al odio e intolerante. Los creyentes son
objeto de burla como catetos y paletos poco sofisticados, aferrándose
desesperadamente a sus armas y a su religión mientras resisten al triunfo
inevitable de la modernidad racional.
Los
grandes medios de comunicación progresistas figuran a la cabeza de las
instituciones que caminan de la mano con las tácticas divisorias de las
políticas de identidad. Los aduladores relatos de anécdotas y los testimonios
individuales de personas que se han practicado cirugía de cambio de sexo
aparecen en reportajes de medios serviles que apoyan y animan la agenda
transgénero. Se elogia especialmente a los famosos transgénero, y se cumple a
rajatabla la norma de aplicar a cada cual el pronombre de género que prefiera.
Cualquier
oposición religiosa o moral al movimiento es caracterizada como incitadora al
odio y discriminatoria. En ningún lado se refleja el testimonio de desilusión y
depresión de quienes han lamentado haberse operado. Al prescindir de evidencias
clínicas e investigaciones convincentes que apoyan la idea (de sentido común)
de que la cirugía no es el tratamiento adecuado para un trastorno psicológico,
la profesión psiquiátrica es ciertamente más culpable (aunque uno se pregunta
qué fue de los reportajes responsables y de la honrosa tradición del periodismo
de investigación).
La
Larga Marcha a través de las instituciones
A la
vez que los medios de comunicación, la izquierda política ha abrazado
calurosamente la finalidad evidente del movimiento LGBT de rehacer el tejido
social y las tradiciones culturales de la vida estadounidense y reconstruir la
sociedad para satisfacer sus demandas. No parece haber límite en los esfuerzos
por silenciar a los disidentes. Los creyentes religiosos están siendo
demonizados, y muchos temen que incluso la libertad del púlpito resulte
amenazada. No se duda en utilizar los tribunales para imponer la voluntad de
una exigua minoría sobre la población general, incluso al extremo de cambiar
las costumbres de toda la nación sobre el uso del cuarto de baño.
Los
problemas de una parte ínfima de la sociedad norteamericana, convertidos en
bandera política por el lobby LGBT asumida como propia por la Administración
Obama, han polarizado a la sociedad, al transformarse en imposiciones legales
incluso en escuelas. "¡Intolerante!" es el insulto que recibe la niña
en esta caricatura de la situación.
Las
objeciones de la mayoría, incluso si se basan en la privacidad o en proteger a
los niños de la exposición prematura a cuestiones sexuales, son sencillamente
ignoradas. Muchas de nuestras instituciones académicas de élite se emplean a
fondo en alterar nuestro lenguaje elemental, promocionando el uso de los
numerosos neologismos inventados para etiquetar las nuevas variedades de
género.
La
decisión del gobierno federal de permitir a las personas transgénero participar
abiertamente en los Ejércitos, a las mujeres servir en tareas de combate, y con
el tiempo tener unos militares totalmente integrados sexualmente, ilustra hasta
qué punto ha triunfado la corrección política. Que hombres y mujeres en el
intenso e íntimo contacto que implica el servicio militar pueda convertirse en
una fuerza de combate altamente eficaz, en un grupo formado no por hombres y
mujeres sino por soldados genéricos, probaría que el género es simplemente una
creación. También refutaría las leyes de la naturaleza humana. El delirio
consiste precisamente en creer que el hombre y la mujer no se comportarán según
su biología.
Está
por ver qué efecto tendrá en nuestra sociedad y en sus instituciones,
incluyendo las militares, el delirio transgénero. Por el contrario, la
influencia destructiva de las políticas de identidad es inmediata y muy
personal para los transgénero. Como miembros sin rostro de un grupo de político
con intereses específicos, no sólo se les está robando su distinción como
individuos sino también su oportunidad de recibir un tratamiento eficaz.
Las
vicisitudes de la vida –conflictos del desarrollo, factores estresantes en el
ciclo vital, trastornos de personalidad–, que en ellos se expresan en forma de
insatisfacción o confusión de género, son los mismos que pueden desafiar el
sentimiento de seguridad en uno mismo que pueda tener cualquiera y causarle
estrés emocional. De hecho, ese estrés es lo que con mayor frecuencia hace que
la gente acuda a la consulta del psiquiatra y a los psicólogos clínicos. La
gente etiquetada como “transgénero” o “disforia de género” no merecen menos
asesoramiento psicológico individual ni menos consejo personalizado o
psicoterapia.
Según
enseña la historia, los delirios populares contagiosos que niegan el sentido
común y la realidad siguen su curso hasta morir. Ese será probablemente el
destino de la causa transgénero. Pero antes de que se derrumbe por su propio
peso, mucha gente sufrirá un daño irreparable.
ReL20 enero 2017, Traducción de Carmelo López-Arias.
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