Terça Feira da oitava da Páscoa
Evangelho:
Jo
20 11-18
11 Entretanto, Maria
estava da parte de fora do sepulcro a chorar. Enquanto chorava, inclinou-se
para o sepulcro 12 e viu dois anjos vestidos de branco, sentados no
lugar onde fora posto o corpo de Jesus, um à cabeceira e outro aos pés. 13
Eles disseram-lhe: «Mulher, porque choras?». Respondeu-lhes: «Porque levaram o
meu Senhor e não sei onde O puseram». 14 Ditas estas palavras,
voltou-se para trás e viu Jesus de pé, mas não sabia que era Jesus. 15
Jesus disse-lhe: «Mulher, porque choras? A quem procuras?». Ela, julgando que
era o hortelão, disse-Lhe: «Senhor, se tu O levaste, diz-me onde O puseste; eu
irei buscá-l'O». 16 Jesus disse-lhe: «Maria!». Ela, voltando-se,
disse-Lhe em hebreu: «Rabboni!», 17 Jesus disse-lhe: «Não Me retenhas,
porque ainda não subi para Meu Pai; mas vai a Meus irmãos e diz-lhes que subo
para Meu Pai e vosso Pai, para Meu Deus e vosso Deus». 18 Foi Maria
Madalena anunciar aos discípulos: «Vi o Senhor!», e as coisas que Ele lhe
disse.
Comentário:
A sensibilidade feminina fica bem patente neste trecho do Evangelho de São
João. Perante as situações mais difíceis e incompreensíveis a mulher reage com
o coração.
Maria sabe que o Senhor jaz no sepulcro mas tem de verificar com os seus olhos se tudo está em ordem que não profanaram ou se, de algum modo, o ódio demonstrado pelos seus inimigos durante a Paixão não se reacendera contra o Seu corpo morto.
Mas os, soldados que guardam o sepulcro? E a pedra enorme que sela a entrada?
Isso são pormenores que não a detêm porque o seu amor pelo Mestre continua bem vivo. Tem de O ver nem que seja uma última vez!
E, de facto, o Senhor recompensará essa demonstração de amor.
(ama,
comentário sobre Jo 20, 11-18, 2013.04.02)
Leitura espiritual
LA
INMORTALIDAD DEL ALMA
SAN
AGUSTIN, OBISPO DE HIPONA
LIBRO ÚNICO [1]
IV
El
arte y los principios de las matemáticas son inmutables y no pueden existir
sino en un alma que vive.
5.
Entonces si algo permanece inmutable en el alma, y esto a su vez no puede
subsistir sin vida, también es necesario que una vida permanezca sempiterna en
el alma.
Esto
sucede precisamente de manera que si se da lo primero, necesariamente también
debe darse lo segundo; pero lo primero es cierto.
En
efecto, dejando de lado otras cosas, ¿quién se atrevería a afirmar que la
relación de los números es mudable o que todo arte no está constituido por esta
relación? o ¿que el arte no está en el artífice, aun cuando no lo ejerza? o
¿que su existencia no puede darse en el alma, o que puede existir en donde no
hay vida? o ¿que lo que es inmutable puede alguna vez no existir? o ¿que una
cosa es el arte y otra la relación?
Aunque,
pues, se diga que un solo arte es como un conjunto de relaciones, con todo se
puede decir también de un modo certísimo y entender el arte como una única
relación.
Pero,
ya sea esto, ya sea aquello, no menos se sigue que el arte es inmutable, que no
sólo existe en el alma del artífice como es evidente, sino también que no
existe en ninguna otra parte a no ser en el alma y esto de una manera
inseparable.
Puesto
que si el arte se pudiera separar del alma, o bien existiría fuera del alma, o
bien no existiría en ninguna parte, o pasaría continuamente de alma en alma.
Pero
como, por otra parte, la sede del arte necesariamente debe ser un ser con vida,
así también la vida con la razón es exclusivamente propia del alma.
En
fin, lo que existe debe existir e n alguna parte, y lo que es inmutable no
puede dejar de existir en ningún momento.
Si,
por el contrario, el arte pasa de alma en alma, dejando ésta para habitar en
aquélla, nadie enseñaría un arte sino perdiéndolo, y también nadie se haría
hábil en un arte a no ser o por el olvido del que lo enseria o por su muerte.
Si,
pues, estas cosas son absurdísimas y del todo falsas, como efectivamente lo
son, el alma humana necesariamente es inmortal.
6.
Pero si sucede que el arte unas veces existe en el alma y otras no, como bien
lo prueban el olvido y la ignorancia, la contextura de este argumento no aporta
ninguna prueba en favor de la inmortalidad del alma, a menos que se niegue lo
anterior del siguiente modo: o hay algo en el alma que no está en el
pensamiento actual, o en un alma instruida no se encuentra el arte de la música
cuando ésta piensa en la geometría únicamente.
Esto
último es falso, luego lo primero es verdadero.
Pero
el alma no siente que posee algo, sino lo que le, haya venido al pensamiento.
Por
consiguiente puede haber en el alma algo que ella misma no sienta que existe en
ella.
Mas
por cuanto tiempo sea esto no interesa; porque si el alma se hallare ocupada en
otras cosas por más tiempo del que puede fácilmente volver su intención sobre
sus pensamientos anteriores, se produce lo que se llama el olvido o la
ignorancia.
Pero
cuando razonamos con nosotros mismos o cuando otra persona nos ha interrogado
de una manera conveniente sobre cualquiera de las artes liberales, las cosas
que descubrimos no las encontramos en otra parte sino en nuestra propia alma; y
no es lo mismo descubrir que hacer o crear; porque de lo contrario el alma con
un descubrimiento temporal crearía cosas eternas, puesto que ella a menudo
encuentra en sí cosas eternas.
En
efecto, ¿qué tan eterno como la razón del círculo, o qué otra cosa propia de
artes semejantes se puede concebir que alguna vez ha podido o que podrá no
existir?
Queda,
pues, claro que el alma humana es inmortal y que subsisten en sus secretos
todas las verdaderas razones de las cosas, aunque, sea por ignorancia, sea por
olvido parezca o que no las posee o que las ha perdido.
V
El
alma no está así sujeta al cambio de modo que deje de existir.
7.
Mas veamos ahora hasta dónde se pueda admitir el cambio que experimenta el
alma.
Si,
en efecto, existiendo el arte en un sujeto, este sujeto es el alma, y si no
puede experimentar cambio alguno el sujeto sin que también lo experimente lo
que existe en el sujeto, ¿cómo podemos establecer que son inmutables el arte y
la razón, si se prueba que está sujeta al cambio el alma en la que existen?
¿Qué
cambio, pues, puede haber mayor que el que se suele realizar en los contrarios,
y quién niega que el alma, dejando de lado otros casos, es unas veces necia,
otras, por el contrario, sabia?
Entonces
consideremos primero de cuántos modos se puede admitir este cambio que se
predica del alma.
De
estos modos de cambiar el alma, según opino, solamente nos son más evidentes y
más claros dos en cuanto al género, pero se pueden enumerar muchos en cuanto a
la especie.
En
efecto, se dice que el alma cambia o según las pasiones del cuerpo, o según las
suyas propias.
Según
las pasiones del cuerpo: el cambio se realiza en el alma por las edades, las
enfermedades, los dolores, los malestares, las ofensas, los goces; según las
suyas propias: por el desear, el alegrarse, el temer, el enojarse, el estudiar,
el aprender.
8.
Todos estos cambios si no constituyen un argumento necesario de que el alma
muera, los mismos en nada realmente han de ser temidos por sí, considerados
separadamente; pero hay que examinar si no se oponen a nuestra doctrina, por la
que establecimos que, habiéndose mudado el sujeto, de modo necesario
experimenta cambio todo lo que existe en él.
Pero
la verdad es que no se oponen.
Aquello
se afirma según este cambio del sujeto por el cual éste es forzado cambiar
absolutamente de nombre.
Puesto
que si la cera pasa de algún modo del color blanco al negro, y si de la forma
cuadrada pasa a la redonda, y de blanda se vuelve dura y de caliente llega a
ser fría, no por eso es menos cera; ahora bien, estas cosas existen en un
sujeto, y este sujeto es la cera.
Pero
la cera permanece ni más ni menos cera, aun cuando aquellas cosas experimenten
el cambio.
Síguese
que puede hacerse un cierto cambio de aquellas cosas que existen en el sujeto
y, sin embargo que este mismo sujeto según su esencia y su nombre no se cambie.
Con
todo, si de aquellas cosas que existen en el sujeto, se hiciese un cambio tan
profundo, de modo que aquel sujeto, que se suponía subyacer ya de ninguna
manera se pudiese llamar tal, como por ejemplo cuando por el calor del fuego la
cera se dispersa en el aire y experimenta tal cambio que claramente hace
entender que ha sido cambiado el sujeto, que era cera y que ahora ya no es
cera; de ningún modo se juzgaría con alguna razón que queda algo de aquellas
cosas que existían en aquel sujeto porque hasta ahora era su sujeto.
9.
Por lo tanto, si el alma es el sujeto, como dijimos más arriba, en el que
existe la razón de una manera inseparable y con aquella necesidad también con
que se demuestra que existe en un sujeto, si el alma no puede existir sino
viva, si en ella la razón no puede existir sin la vida, y si la razón es
inmortal, el alma, es inmortal.
Por
cierto, la razón no podría permanecer al margen de todo cambio no existiendo de
ninguna manera su propio sujeto.
Esto
sucedería si le sobreviniera al alma un cambio tan profundo que la hiciera
dejar de ser alma, esto es, la obligara a morir.
Mas
ninguno de aquellos cambios, que se realizan ya sea por medio del cuerpo ya sea
por medio del alma misma (no obstante ser un problema de no poca importancia,
de si algunos de estos cambios son realizados por ella misma, esto es, que ella
misma sea la causa de ellos), puede obrar de modo de hacer que el alma deje de
ser alma. Luego, ya no han de ser temidos estos cambios, no sólo en sí mismos,
sino también para nuestros razonamientos.
VI
La
razón que es inmutable, ya exista en el alma, ya con el alma, ya el alma exista
en la razón, no se puede separar de la misma e idéntica alma.
10.
Por consiguiente, veo que nos debemos aplicar con todas las fuerzas del
raciocinar para saber qué es la razón y de cuántas maneras se puede definir a
fin de que aparezca evidente la inmortalidad del alma según todas sus
modalidades.
La
razón es la visión del alma con la cual ésta por sí misma y no por medio del
cuerpo intuye la verdad; o bien es la contemplación de la verdad no realizada
por medio del cuerpo, o bien es la verdad misma que es contemplada.
Nadie
puede dudar que la razón en el primer caso subsiste en el alma; con respecto al
segundo y tercero se puede investigar; con todo, en el segundo caso tampoco
puede subsistir sin el alma.
En
cuanto al tercero se presenta un grave problema: si aquella verdad, que el alma
intuye sin el auxilio del cuerpo, exista por sí misma y no exista en el alma, o
si podría existir sin el alma.
Pero
de cualquier modo que sea, no podrá el alma por sí misma contemplar la verdad
si no tuviese con ella alguna unión.
Puesto
que todo lo que contemplamos o aprehendemos con el pensamiento, lo aprehendemos
o con el sentido o con el entendimiento.
Pero
aquello que es captado por el sentido es también sentido como existiendo fuera
de nosotros y como contenido en el espacio, por lo cual se afirma que no puede
ser percibido realmente.
Por
el contrario, lo que es entendido, es entendido no como puesto en otra parte,
sino como el alma misma que entiende, puesto que es entendido al mismo tiempo
como no contenido en el espacio.
(cont)
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