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20/01/2014

Leitura espiritual para 20 Jan

Não abandones a tua leitura espiritual.
A leitura tem feito muitos santos.
(S. josemariaCaminho 116)


Está aconselhada a leitura espiritual diária de mais ou menos 15 minutos. Além da leitura do novo testamento, (seguiu-se o esquema usado por P. M. Martinez em “NOVO TESTAMENTO” Editorial A. 
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.

Para ver, clicar SFF.
Evangelho: Mt 27, 26-44

26 Então soltou-lhes Barrabás. Quanto a Jesus, depois de O ter mandado flagelar, entregou-O para ser crucificado. 27 Então os soldados do governador, conduzindo Jesus ao Pretório, juntaram em volta d'Ele toda a coorte. 28 Depois de O terem despido, lançaram sobre Ele um manto escarlate. 29 Em seguida, tecendo uma coroa de espinhos, puseram-Lha na cabeça, e na mão direita uma cana. E, dobrando o joelho diante d'Ele, O escarneciam, dizendo: «Salve, ó rei dos Judeus!». 30 Cuspindo-Lhe, tomavam a cana e batiam-Lhe com ela na cabeça. 31 Depois que O escarneceram, tiraram-Lhe o manto, revestiram-n'O com os Seus vestidos e levaram-n'O para O crucificar. 32 Ao saírem, encontraram um homem de Cirene, chamado Simão, ao qual obrigaram a levar a cruz de Jesus. 33 Tendo chegado ao lugar chamado Gólgota, isto é, “lugar da Caveira”, 34 deram-Lhe a beber vinho misturado com fel. Tendo-o provado, não quis beber. 35 Depois que O crucificaram, repartiram entre si os Seus vestidos, lançando sortes. 36 E, sentados, O guardavam. 37 Puseram por cima da Sua cabeça uma inscrição indicando a causa da Sua condenação: «Este é Jesus, o Rei dos Judeus». 38 Ao mesmo tempo foram crucificados com Ele dois ladrões: um à direita e outro à esquerda. 39 Os que passavam, movendo as suas cabeças, ultrajavam-n'O, 40 dizendo: «Ó Tu, que destróis o templo e o reedificas em três dias, salva-Te a Ti mesmo. Se és Filho de Deus, desce da cruz!».41 Igualmente, também os príncipes dos sacerdotes com os escribas e os anciãos, insultando-O, diziam: 42 «Ele salvou outros e a Si mesmo não se pode salvar. Se é rei de Israel, desça agora da cruz e acreditaremos n'Ele. 43 Confiou em Deus: Se Deus O ama, que O livre agora; porque Ele disse: “Eu sou o Filho do Deus”». 44 Do mesmo modo O insultavam os ladrões que estavam crucificados com Ele.


Sobre la naturaleza del amor 1

El amor olvidado

      «Engañarse a sí mismo en el amor es lo más espantoso que puede ocurrir, constituye una pérdida eterna, de la que no se compensa uno ni en el tiempo ni en la eternidad»[1]. Esta afirmación de Kierkegaard, escrita con rotundidad hace alrededor de siglo y medio, puede servir todavía hoy para esclarecer una de las dimensiones más significativas de la persona humana: su inclinación a amar[2].
      En efecto, basta echar un vistazo al mundo contemporáneo para advertir con nitidez que no solo aumentan de manera preocupante la infidelidad, los fracasos conyugales, los matrimonios mantenidos exclusivamente por la inercia…; sino que incluso, en grandes sectores de la sociedad, parece haberse perdido el verdadero significado, el auténtico sentido del término “amor”. En múltiples ocasiones, lo que a nuestro alrededor se vende como amor es pura fisiología, como en la desgraciada expresión de “hacer el amor”, o una especie de sentimentalismo más o menos sensual y sensiblero, pero incapaz siquiera de colmar los nobles deseos de un adolescente.
      Quizás la pérdida del significado del amor constituya uno de los problemas más acuciantes de la civilización actual y, en buena medida, la explicación o causa de lo que antes llamaba deslealtades, errores, etc., y de la desorientación del hombre a la hora de conocerse a sí mismo y de regir la propia existencia.
      En semejante sentido, aunque con las ambigüedades que le son propias, se pronuncia Erich Fromm:
    Hablar del amor no es “predicar”, por la sencilla razón de que significa hablar de la necesidad fundamental y real de todo ser humano. Que esa necesidad haya sido oscurecida no significa que no exista. Analizar la naturaleza del amor es descubrir su ausencia general en el presente y criticar las condiciones sociales [¿metafísicas?] responsables de esa ausencia. Tener fe en la posibilidad del amor como un fenómeno social y no solo excepcional e individual, es tener una fe racional basada en la comprensión de la naturaleza misma del hombre[3].
      Por eso, en los momentos actuales debe acentuarse la trascendental necesidad de un buenamor para la plenitud y la felicidad de la persona, a la par que conviene aclarar —para uno mismo y para aquellos a quienes pretendemos ayudar— la auténtica verdad del amor, concibiéndolo de entrada como algo recio, constante y perenne —sólido: con perfiles definidos—, que elige y realiza el bien para las personas amadas

La pérdida del sentido del amor constituye uno de los problemas
más graves y acuciantes de la civilización contemporânea

¿En qué consiste amar?

      Hace ya bastantes siglos, la razón natural fue capaz de descubrir, de manera bastante certera, la naturaleza real del amor al que estoy apelando. Por ejemplo, con términos nada complicados, Aristóteles nos dice en la Retórica que «amar es querer el bien para otro»[4].
      Esta definición se entiende con más hondura, destacando primero, y conjugando después, los tres elementos que la integran: 1) querer, 2) el bien, 3) para el otro.

    Querer

      Todos los que alguna vez han amado, saben por experiencia que en el amor cabal se pone en juego todo el ser. Se ama no solo con los actos más trascendentales del espíritu, como pudieran ser la oración o la petición a Dios en favor de quien se quiere, sino también con las nimiedades que componen la vida diaria: desde el modo en que uno se arregla para otro o el cuidado en la disposición amable del hogar, al que todos contribuyen, hasta las mil restantes minucias que dan el tonohumano al amor. En definitiva, amar de veras equivale a volcar todo lo que uno es, puede, sabe, recuerda, posee, anhela, en lo que se equivoca o falla… en beneficio de la persona querida.
      Pero siendo esto cierto, todavía importa más caer en la cuenta de que el entero movimiento, múltiple y variadísimo, que acabo de apuntar, es en verdad amor cuando se encuentra pilotado o dirigido por el acto fundamental de la voluntad, al que suele denominarse querer. Como antes insinuaba, el núcleo de todo amor se encuentra constituido por esa firme decisión de la voluntad por la que alguien elige y, en su caso, construye el bien de la persona querida.
      Precisamente porque en su médula se halla un acto de la voluntad que es querer, el amor poco tiene que ver con los “me apetece”, “me gusta”, “me interesa”, “me late”… con el que hoy se intentan justificar tantas acciones y decisiones humanas, que, en realidad, tienden en buena medida a equiparar al hombre con los animales.
      El animal, en efecto, atiende a sus gustos, a sus apetencias, a sus “intereses”, movido en todos los casos por las pulsiones ineludibles de sus instintos.
      El hombre, por el contrario, se alza infinitamente por encima de esos seres inferiores, en cuanto, con independencia de lo que “le pida el cuerpo”, sabe conjugar en primera persona, desde lo más íntimo de su espíritu, el yo quiero (aunque no le guste, ni le apetezca, ni le interese… o aunque sí, pero elevándose por encima de esa apetencia), si lo que se trata de conseguir o de propagar es realmente un bien; y responder asimismo con el no quiero, muchas veces más difícil que su versión positiva, si lo que le gusta, le apetece o le interesa… es objetivamente un mal.
      Sobre todo en las actividades de mayor envergadura, moverse por los gustos o por los intereses no es algo muy propio de la persona: lo hacen también los animales. Por el contrario, amar —quererel bien para otro— es uno de los actos más humanos, probablemente el más humano, que cualquier mujer o varón puede realizar. Es un acto inteligente, intencional y generoso, muchas veces esforzado, y siempre libre e integrador, capaz de poner en juego a toda la persona de quien está amando.
      En semejante sentido debe entenderse la categórica afirmación de Marías:
    Cuando niego que el amor sea un sentimiento, lo que me parece un grave error, quizá el más difundido, no niego la importancia enorme de los sentimientos, incluso de los amorosos, que acompañan al amor y son algo así como el séquito de su realidad misma, que acontece en niveles más hondos[5].

El que ama pone en juego todo su ser

    (Querer) el bien

      Es quizás en este punto donde pueden surgir las más claras dificultades. Porque muchas personas quieren con toda el alma el bien para su esposo o esposa, para sus hijos o para sus amistades, pero no saben descubrir en concreto y en las diversas circunstancias cuál es ese bien. Volveré luego sobre este asunto, sin duda de vital importancia. Por ahora interesa subrayar que la realidad buscada debe ser en efecto un bien realobjetivo, algo que eleve la calidad íntima de la persona amada: algo que lo torne mejor varón o mujer, mejor persona; y, en definitiva, algo que le lleve a amar más y mejor, que le acerque lo más posible a su plenitud final de amor en Dios.
      De este modo, y aunque parezca encerrar una contradicción, se establece realmente un círculo “virtuoso”, de enunciado paradójico: amar equivale, en definitiva, a enseñar a amar. ¿Qué es lo que, por encima de cualquier otra realidad, debe promoverse en los seres a quienes se quiere? Que ellos, a su vez aprendan a querer, que estén más pendientes del bien de quienes los rodean que del suyo propio, pues esta es la manera prioritaria en que se harán más hombres, personas más cumplidas. Todo lo demás, si no culmina en capacidad de querer resulta, al término, irrelevante, e incluso nocivo.

En definitiva, amar es enseñar a amar (y facilitar el amor)
   
 Para otro en cuanto otro

      La reduplicación «en cuanto otro», tan frecuente en las disciplinas filosóficas, encierra la clave del verdadero amor. Todas las personas a las que uno quiere han de ser amadas por sí mismas, porque guardan en su interior tanta grandeza o dignidad que resultan merecedoras de amor.
      No es verdadero amor el que se vive o se finge por los beneficios que esa relación pueda reportar. A eso, querer a otro por las ventajas que de él se puedan obtener —desde un acceso en el escalafón, hasta una prioridad a la hora de situar en la Escuela o Facultad deseadas al propio hijo— se denomina más bien «amiguismo» que amor o amistad. El amado ha de quererse por sí mismo. No, siquiera, por el gozo —uno de los más sublimes que pueden experimentarse en esta vida— que provoca el trato hondo y fecundo con él o con ella; y tampoco porque así, amando a quienes corresponde, nos hacemos nosotros mejores.
      Sin duda, a poco que se profundice, resulta casi evidente que el modo más real de que una persona crezca como persona —y no solo desde un punto de vista sectorial, como profesional o como miembro de una colectividad cualquiera— es que aprenda a amar más y mejor, que multiplique los lazos de cariño que lo unen a otras personas, y que eleve la calidad e intensidad de esas relaciones. Pero ni siquiera el del propio perfeccionamiento constituye el motivo radical para amar a los otros. Al contrario, el verdadero objetivo y la auténtica fórmula habrían de ser exactamente los opuestos: he de luchar por ser mejor, con todas las fuerzas de mi alma, para así poder querer más y entregar algo de mayor categoría a las personas a las que quiero o debo querer. Es decir, sola e intencionalmente, por el bien del otro (sin que ello implique la renuncia al propio bien… como tampoco su búsqueda: el propio bien queda fuera de lo expresamente perseguido y/o rechazado).
      ¿Y por qué existe obligación de querer a ese otro? En fin de cuentas, por una razón definitiva: porque es una persona. Lo que, expuesto de manera más vital, equivale a lo siguiente: porque es un amigo, al menos potencial, de Dios; porque Dios lo ha considerado digno de Su amor infinito. ¿Y quiénes somos nosotros para rectificar semejante juicio?

He de luchar por ser mejor para así poder querer más y entregar
algo de mayor categoría a las personas a las que amo

Elementos definidores del verdadero amor
     
 Sugerí hace un rato que, en el intento de describir teóricamente y de vivir minuto a minuto el amor, las principales dificultades surgen ante el interrogante: ¿cuál es el bien concreto que, en estas circunstancias también particulares, debe uno procurar a su hijo o a su hija, a su mujer, etc.?
      La respuesta no es fácil. Por un lado, sin incurrir con esto en exageración alguna, la solución sería: todos los bienes que esté en mi mano procurarles. Aunque con una condición fundamental, que tal vez no sería necesario hacer explícita: que se trate de bienes realesobjetivos, y no solo falaces o aparentes. Pero si esto o aquello perfecciona en verdad a la propia mujer y a los hijos, si los torna personas más cabales y completas, ¿por qué motivos no habría uno de poner todos los medios para intentar ofrecérselos?
      Ahora bien, si enfocamos la cuestión desde este punto de vista, la enumeración se torna casi infinita: habrían de emplearse horas y horas, y multitud de esfuerzos, para agotar todos los beneficios (pasados, presentes y futuros) que uno ha debido o debe otorgar a quien quiere. Por eso, resulta imprescindible embocar una vía mucho más sintética y esencial, que resume y compendia todas las ganancias que hay que procurar para quien se ama en estas dos:
      1. Que sea, que exista.
      2. Y que sea bueno, que logre su plenitud o perfección.
      Si aprendemos a mirarlo con cierta atención, todo lo bueno que podemos desear a quienes amamos se resume en fin de cuentas en los dos objetivos recién propuestos.

Amar a alguien es querer que sea, que exista, y que sea bueno y,
por consiguiente, feliz

(cont.)

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Notas:
[1] KIERKEGAARD, Søren: Las obras del amor: Meditaciones cristianas en forma de discursos. Tradujo Demetrio G. Rivero sobre el original danés Kjerlighedens Gjerninger (1847). Victoria Alonso revisó y actualizó la traducción. 2a. ed. Salamanca, Ediciones Sígueme, 2006, pp. 21-22.
[2] He tratado este tema con más amplitud, en MELENDO, Tomás: Ocho lecciones sobre el amor humano. Madrid: Rialp, 4ª ed., 2002; y en El verdadero rostro del amor. Pamplona: Ediciones internacionales universitarias, 2006.
[3] FROMM, Erich: The art of loving. London: George Allen & Unwin, 1984 [1st ed. 1957], p. 109; tr. cast.: El arte de amarBarcelona: Paidós Studio, 11ª ed., 1990, p. 128.
[4] ARISTÓTELES: Retórica 2, 4 80 b.
[5] MARÍAS, Julián: La educación sentimental. Madrid: Alianza Editorial, 1992, p. 26.


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