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22/02/2019

Temas para reflectir e meditar


QUE NO TE ENGAÑEN! HOMBRE O MUJER
CAPÍTULO III

LA SEXUALIDAD AL SERVICIO DEL PLACER O DEL AMOR.

Podemos decir que hay dos concepciones radicalmente distintas de la sexualidad: En la concepción cristiana, Jesús nos pone como tarea de nuestra vida: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33). El Cristianismo nos ayuda a vivir como personas. A diferencia de los animales, el ser humano es dueño de mismo y responsable de sus actos, con decisiones tomadas consciente y libremente, lo que nos constituye en sujetos morales. En lo referente a lo sexual, nuestra sexualidad, querida por Dios, está intrínsecamente vinculada con la vida de la persona y de la sociedad. Es un elemento plenamente positivo de la personalidad, que se entronca en la perspectiva del desarrollo personal y del amor creador y fiel. Está llamada a expresar con la ayuda de la gracia el amor, el elemento fundamental de nuestra existencia, pudiendo hacerlo tanto en la virginidad como en el matrimonio, e incluso en la continencia involuntaria, además de servir a otros valores con sus correspondientes exigencias morales.
La sexualidad es una fuerza que no sólo favorece la unión entre los sexos y la reproducción, haciendo que un hombre y una mujer conozcan el gozo de unirse en un gran gesto de amor, lleno de cariño y de ternura, sino que además es un estímulo poderoso que lleva al individuo a independizarse de sus padres, a crear su propia familia y a la vida de adulto.
En cambio para los defensores de la ideología de género hay que llevar la libertad sexual al máximo, pues no hay ningún criterio discriminante entre lo lícito y lo ilícito, lo normal y lo anormal, siendo, por tanto, permisibles y moralmente iguales todas las relaciones sexuales voluntarias, significando para ellos el ser responsable tan sólo el tomar precauciones contraceptivas a fin de evitar embarazos no deseados y siendo la obtención del placer el principal objetivo de la sexualidad, que cada uno puede tratar de alcanzar según le venga en gana. La permisividad absoluta, el rechazo de toda moral que no identifique bien con placer y el naturalismo biológico son el denominador común de este tipo de corrientes, que coinciden en una visión físico-anatómica del sexo, como si se tratara de un fenómeno puramente biológico, sin ninguna trascendencia ni significado. En esta visión laicista y atea de la sexualidad, se quiere realizar una revolución sexual, que libere la sexualidad de todo vínculo opresor, pero sólo se consigue su banalización, pues da igual ser homo que heterosexual, juntarse por una temporada que casarse definitivamente, tener hijos que no tenerlos, aceptarlos que destruirlos antes de que nazcan. Se afirma que cada uno es dueño absoluto de su vida, pero no se cree en la Libertad entendida como ser capaz de mandar en mismo y en consecuencia poder superarse. Es un individualismo exagerado, en que está ausente la dimensión relacional. Así la sexualidad queda reducida a su animalidad, quedando vacía de su carga de humanidad y se convierte en un simple objeto de consumo o juego, en el cual cada uno disfruta de su propio cuerpo y del cuerpo del otro, sin necesidad ni capacidad de entrar en una relación seria con la otra persona, y mucho menos de llegar a un compromiso de amor interpersonal y estable.
Actualmente, sin embargo, como consecuencia del poder del lobby de la ideología de género, apoyados por la mayoría de los medios de comunicación y de muchos políticos en nombre de lo políticamente correcto, se intenta iniciar en las prácticas sexuales a los niños alegando su pretendido derecho a poder disfrutar de su cuerpo.
Como el fin de la sexualidad para esta ideología es el placer, la masturbación, las relaciones sexuales de toda clase, y el acostarse juntos, son prácticas recomendables desde la más tierna infancia Al niño hay que despertarle sus inclinaciones sexuales, enseñándoles a conocer su propio cuerpo por medio de la masturbación, que no es nada negativo, e incluso que puedan disfrutar de relaciones sexuales con otros niños y niñas, siendo justificable cualquier actividad sexual. Esto siempre se ha llamado corrupción de menores. En nuestro país, la Ley sobre el aborto, que se titula de salud sexual y reproductiva, trata de proteger esta corrupción. Y así declara que es un objetivo a conseguir “la educación sanitaria integral y con perspectiva de género” [i], así como el que “la formación de profesionales de la salud se abordará con perspectiva de género” [ii]. Si eso se pretende de los educadores, es que se quiere que, a su vez, eduquen en esta mentalidad a los educandos. A mi clase vinieron unos presuntos educadores sexuales y dijeron a mis adolescentes lo siguiente: “nuestra enseñanza es objetiva, neutral y científica” y “a nosotros nos merece tanto respeto un joven que decide acostarse como uno que decide no acostarse”, con lo que se les transmite el mensaje que quien no se acueste es tonto. Dicen que defienden la libertad sexual de niños, jóvenes y adolescentes, pero la realidad es que se deja el camino abierto a la corrupción de menores e incluso a la pederastia. Y es que en la concepción laicista “una sociedad moderna ha de considerar bueno ‘usar el sexo’ como un objeto más de consumo. Así se termina en el permisivismo más radical y, en última instancia, en el nihilismo más absoluto” [iii].
Por cierto en la futura Ley de nuestro Parlamento leemos en su “Exposición de Motivos III Marco normativo europeo” esto: “El 4 de Febrero de 2014, el Parlamento europeo aprobó por amplia mayoría el Informe Lunacek, (diputada austríaca del grupo de los Verdes y feminista radical conocida por su defensa de la pederastia, a la que llama “educación afectivo-sexual interactiva y libre de tabús”) en el que se establece una hoja de ruta para acabar con la discriminación por orientación sexual o identidad de género o sexual”. Por supuesto me parece increíble que primero el Parlamento europeo y luego el nuestro, acepten que sea una persona con ese currículo la encargada de decirnos cómo debe ser la sexualidad en Europa.
Pero después de lo que hemos dicho, queda pendiente una duda: ¿el placer sexual es bueno o malo? Es indudable que el ejercicio de la sexualidad es fuente de placer. Pero la búsqueda inmediata y obsesiva del placer, sin atender a los valores personales presentes en la sexualidad y separándolo de su lugar natural, que es el matrimonio, puede producir una satisfacción momentánea, pero significa una degradación de la conducta sexual y conduce al ser humano a la frustración. Muchas patologías actuales son de personas que buscan en el placer la felicidad, pero no la encuentran allí.
Pero si el placer puede presentar inconvenientes, es indudable que ha sido puesto por Dios y, por tanto, puede y debe ser algo positivo, por lo que puede ser vivido según el evangelio y debe ser disfrutado y valorado como una realidad al servicio del amor y de la comunicación. El placer no sólo es bueno si no se hace incluso más intenso cuando se manifiesta al servicio de la persona y de la pareja.

EL PROBLEMA EDUCATIVO.

La Declaración Universal de Derechos Humanos dice en su artículo 26, párrafo 3 lo siguiente: “Los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”. Y la Constitución Española: “Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” [iv]. Por su parte, el Concilio Vaticano II afirma: “(a los niños y adolescentes) hay que iniciarlos, conforme avanza su edad, en una positiva y prudente educación sexual” [v].
La cuestión es, por tanto, quién debe dar la educación afectivosexual:
¿los padres, la Iglesia, el Estado? La postura de la Iglesia es clara: son los padres a quienes les corresponde, pero si los padres quieren la colaboración de la Iglesia, de acuerdo. Lo que me parece inadmisible es que el Estado se arrogue ese derecho, basado en, como me dijo un joven izquierdista, en que como los padres no saben educar, por tanto debemos hacerlo nosotros.
Hace unos años, un Papa escribió una Encíclica en la que tocaba entre otros este tema educativo. Escribió así: “34. Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral [vi]. Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión. No se percatan, o no quieren percatarse, de que, el desterrar de las escuelas y de la educación la enseñanza confesional, o sea, la noción clara y precisa del cristianismo, impidiéndola contribuir a la formación de la sociedad y de la vida pública, es caminar al empobrecimiento y decadencia moral. Ningún poder coercitivo del Estado, ningún ideal puramente terreno, por grande y noble que en sea, podrá sustituir por mucho tiempo a los estímulos tan profundos y decisivos que provienen de la fe en Dios y en Jesucristo”.
“35. Es una nefasta característica del tiempo presente querer desgajar no solamente la doctrina moral, sino los mismos fundamentos del derecho y de su aplicación, de la verdadera fe en Dios y de las normas de la relación divina. Fíjase aquí nuestro pensamiento en lo que se suele llamar derecho natural, impreso por el dedo mismo del Creador en las tablas del corazón humano [vii], y que la sana razón humana no obscurecida por pecados y pasiones es capaz de descubrir. A la luz de las normas de este derecho natural puede ser valorado todo derecho positivo, cualquiera que sea el legislador, en su contenido ético y, consiguientemente, en la legitimidad del mandato y en la obligación que implica de cumplirlo. Las leyes humanas, que están en oposición insoluble con el derecho natural, adolecen de un vicio original”.
“37. Los padres, conscientes y conocedores de su misión educadora, tienen, antes que nadie, derecho esencial a la educación de los hijos, que Dios les ha dado, según el espíritu de la verdadera fe y en consecuencia con sus principios y sus prescripciones. Las leyes y demás disposiciones semejantes que no tengan en cuenta la voluntad de los padres en la cuestión escolar, o la hagan ineficaz con amenazas o con la violencia, están en contradicción con el derecho natural y son íntima y esencialmente inmorales”.
“40… La prensa y la radio inundan a diario con producciones de contenido opuesto a la fe y a la Iglesia y, sin consideración y respeto alguno, atacan lo que para vosotros debe ser sagrado y santo”.
Creo que este documento nos presenta unos interrogantes: ¿Es actual o está pasado de moda?, ¿creen ustedes que nuestros problemas educativos están reflejados en este texto?, ¿nos presenta ideas claras sobre los problemas actuales y nos indica por donde debe ir la solución? Y, por supuesto, ¿quién lo ha escrito y en qué circunstancias?
A las primeras preguntas les dejo contestar a Ustedes. A la última la respuesta es sencilla: se trata de párrafos de la Encíclica “Mit brennender Sorge”, “Con profunda preocupación”, del Papa Pío XI del 14 de Marzo de 1937 contra el nacionalsocialismo alemán. Esta Encíclica me recuerda el refrán “nada nuevo bajo el sol”, porque es indiscutible que lo que defendían los nazis hoy es pensamiento muy común. Sería bueno que aquéllos que tienen rápidamente la palabra fascista para todo aquél que no coincide con su modo de pensar, se den cuenta que, al menos en las cuestiones educativas, son ellos los laicistas, marxistas e ideólogos de género los que que coinciden con los nazis alemanes, en su intento de arrebatar a los padres uno de sus derechos fundamentales: el de educar a sus hijos según sus convicciones.
Según la Ideología de Género, el Estado debe asumir la responsabilidad de formar a los ciudadanos en el civismo, definido como aquella ética mínima que debería suscribir cualquier ciudadano. De acuerdo con ese principio, no corresponde a los padres, sino al Estado, decidir sobre la educación de los hijos, porque la ciudadanía prevalece frente al derecho de los padres, tanto más cuanto que la educación sexual infantil es una pieza clave para construir la ideología de género, aunque la Declaración de Derechos Humanos en su artículo 26 & 3 diga lo contrario. La educación debe desterrar ideologías como la religión, y ninguna creencia religiosa debe interferir los fines morales y sexuales educativos del Estado. En pocas palabras en nombre de la tolerancia y de la democracia se excluyen las ideas que no estén de acuerdo con el laicismo oficial, aunque sean Derechos Humanos fundamentales.


[i] (art. 5 e)
[ii] (art. 8)
[iii] (Conferencia Episcopal Española “La verdad del amor humano”, nº 57)
[iv] (art. 27 & 3)
[v] (Declaración “Gravissimum educationis” nº 1)
[vi] (Sal 13[14],1)
[vii] (cf. Rom 2,14-15)

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