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05/01/2019

Leitura espiritual

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LA SANTIFICACION DEL TRABAJO
EL TRABAJO, UN TEMA RECUPERADO POR LA TEOLOGIA ESPIRITUAL

Capítulo II

APUNTES PARA UN ANÁLISIS DE LA ACTITUD ANTE EL TRABAJO EN LA HISTORIA DE LA ESPIRITUALIDAD

El siglo XIII y más concretamente la polémica de los miembros de las órdenes mendicantes, recién nacidas, con los sacerdotes seculares y con representantes de algunas instituciones monásticas, fue a ese respecto un momento de importancia crucial. Ante las críticas que se les dirigían, acusándoles de no ejercitarse en tareas manuales, como era usual en la tradición monástica, los mendicantes se ocuparon en demostrar que es posible la búsqueda de la perfección evangélica sin trabajar manualmente -es decir, sin ganarse la vida con el trabajo de sus manos-, sino viviendo de la limosna. La polémica hubiera podido llevar a romper la rígida vinculación entre trabajo y ocupación manual a la que tendían las exposiciones precedentes, hasta elaborar una comprensión más completa del trabajo como elemento integrante de la vida del hombre. Pero de hecho no ocurrió así, ya que los teólogos mendicantes, al resolver las objeciones que a su vocación se hacían, se limitaron a afirmar la no obligatoriedad del trabajo manual; de ahí que no solo no esbozaron una reflexión filosófico-teológica sobre el trabajo considerado en toda su amplitud, sino que desembocan en una presentación más bien negativa del tema del trabajo.
Así ocurre incluso en Santo Tomás de Aquino, de quien, teniendo presente la amplia recepción del pensamiento aristotélico que manifiesta, en sus obras sistemáticas, la hondura con la que analiza el arte como virtud intelectual ordenada a la perfección de la obra que se aspira a realizar y el relieve que otorga a las virtudes de la magnanimidad y la magnificencia [1], hubiera cabido esperar un planteamiento más radical. Una lectura de los capítulos que dedica al tema en su Contra impugnantes Dei cultum et religionem, es decir, en la obra redactada para responder a quienes criticaban a los mendicantes por abandonar el trabajo manual, pone de manifiesto que, en conjunto, y aunque no falten destellos en otro sentido, su reflexión no va más allá del enfoque negativo al que acabamos de aludir [2].
No deja de ser digno de nota que, al comentar en la Summa Theologiae la vida de Cristo, no hable de los años de trabajo en Nazaret, sino que salte de la presentación del templo al bautismo por mano de Juan, considerando toda esa etapa bajo el título „de la entrada de Cristo en el mundo“ [3]. Solo a partir de entonces, es decir, con relación a los años de vida pública, se detiene a considerar el estilo de la vida que llevó Cristo [4] como si el tiempo anterior no tuviera en sí valor alguno. Conclusión que se refuerza si tenemos en cuenta que, al preguntarse por qué Cristo retrasó su bautismo hasta la edad de treinta años, responde explicándolo solo a la luz de la necesidad de alcanzar la edad madura y perfecta [5].
Una postura muy parecida encontramos en San Buenaventura [6] y en los autores de inspiración buenaventuriana. Ejemplo significativo de ese ambiente lo constituye la descripción que las Meditationes vitae Christi hacen de los años transcurridos por Jesús en Nazaret: „Se apartaba el Señor Jesús de la compania y de la conversación con la gente, e iba a la sinagoga, es decir, a la iglesia, y allí estaba tiempo en oracion, y se ponia en el lugar más vil. Al volver a casa estaba con su Madre, y alguna vez los ayudaba a Ella y a José, y pasaba por entre la gente, yendo y viniendo como si no viera a nadie. Maravillábase la gente de ver un joven tan gallardo que no hacía nada de provecho, en apariencia (...). Maravillábanse mucho y hacían befa de él, y decían: Este es un caso perdido, es un idiota, no sirve para nada, es tonto, está loco, no aprenderá ni el abc”. „Considera, pues -prosiguen las Meditationes-, esta familia bendita más que ninguna (...). José, viejo, ganaba lo que podía con su oficio, y la madre ganaba cosiendo e hilando, y hacía las demás labores de la casa, que eran muchas. Y preparaba la comida para su hijo y para José y realizaba otras cosas semejantes que resultaba necesario hacer, puesto que no tenía servidores. Tenle, pues, compasión viendo cómo está obligada a trabajar fatigosamente con sus manos. Ten también compasión del Señor Jesús que la ayudaba fielmente y se esforzaba en lo que podía. Y de aquí aquello que dice el Evangelio: Vine para servir, no para ser servido. La (gente) le envilecía (a Jesús) y le escarnecía y decía: ¿quién es este?, ¿no es el hijo de un artesano? Y decían de Él otras cosas de este tenor y viles“ [7].
Hay, ciertamente, en los escritos de los grandes medievales ideas y enfoques que resultan fecundos y positivos, también por lo que se refiere a nuestro tema, pero el conjunto de las reflexiones orienta el interés y la preocupacion espiritual por otros derroteros. De hecho, en los siglos posteriores, los autores espirituales, salvo excepciones a las que luego aludiremos, prestan escasa atención al tema del trabajo, al que se refieren con acentos más bien negativos. Así ocurre, por ejemplo, con una de las obras más representativas de fines del Medioevo y más leídas a lo largo de la historia: la Imitación de Cristo. El autor de la Imitación alude positivamente al trabajo en uno de los capítulos iniciales, en el que se refiere a la vida de los primeros monjes y ermitaños para decir que „de día trabajaban y por la noche se ocupaban en larga oración y, aunque trabajando, no cesaban en la oración mental“ [8]; pero, en realidad, su juicio sobre el trabajo es mucho más negativo que el de los Padres del desierto. No es este el lugar para comentar con extensión esa realidad; baste citar las siguientes palabras: „comer, beber, velar, dormir, reposar, trabajar y estar sujeto a las demás necesidades naturales, en verdad es grande miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este cuerpo y libre de toda culpa“ [9]. Con ese juicio negativo sobre el trabajo puede estar relacionada una evolución a la vez teorica y semantica que se advierte en la Imitación: la contraposición entre ociosidad y trabajo, de que hablan la Escritura y las enseñanzas de los primeros monjes, tiende a convertirse en la contraposición entre ociosidad y lucha ascética; es decir, por ociosidad se entiende la falta de dedicación a la lucha interior y por trabajo, el esfuerzo que esa lucha supone [10].
Observaciones parecidas pueden hacerse con relación a otros escritos representantivos de la devotio moderna y de otros movimientos espirituales de la época, sea en Flandes sea en otras áreas. Limitémonos a citar una obra en lengua castellana, el Ejercitatorio de la vida espiritual del abad García Jiménez de Cisneros, en el que, en el contexto de un elogio de las excelencias de la vida contemplativa sobre la activa, se encuentra una frase no precisamente laudatoria respecto al trabajo. Los contemplativos, dice, se dedican a lo que pertenece a la parte racional del hombre; en cambio, los activos „comen y beben, y se alegran y gozan, ríense y están en liviandades y emplean sus cuerpos, y de esta manera hacen como las bestias. ¿Por ventura estos tales dirán que ayudan a otros con sus trabajos? Eso mismo hacen los caballos y los asnos, y a las veces más“ [11].
La descripción de la Edad Media y de los inicios de la Moderna quedaría incompleta, más aún, falseada, si nos limitáramos a lo dicho. Ese período presenció, en efecto, el surgir de una serie de movimientos en los que resuenan acentos muy distintos de los recién evocados, puesto que implicaron, por diversas vías, un descubrimiento o una reafirmación del valor de lo laical y de lo secular y una referencia, más o menos expresa según los casos, a la santificación en el mundo, pero el hecho es que, de ordinario no provocaron una verdadera y acabada reflexión teológica. Cabe evocar, a ese respecto, diversos sectores de la religiosidad popular de la época, así como, especialmente, al menos en algunos aspectos, las órdenes militares -aunque en ellas, como es lógico, el tema del trabajo no ocupa un lugar destacado-, y, sobre todo, las cofradías que tan unidas estuvieron a los gremios profesionales, pieza clave en la configuración de los municipios y ciudades medievales. Dejando aparte los aspectos sociales y asistenciales de la labor de las cofradías, es un hecho que connotaban una valoración cristianamente positiva del trabajo -de los oficios y de las profesiones-, manifestada, entre otras cosas, en la figura del santo escogido como patrono precisamente porque algún rasgo de su personalidad o algún episodio de su vida decía relación al menester u oficio de quienes a él se encomendaban. Fundamentalmente devocionales -su actividad, aparte de las tareas asistenciales ya mencionadas, se limitaba de ordinario al culto público-, carecieron de un trasfondo espiritual acabado, sin llegar a facilitar a los cofrades, al menos directamente, una preparación ascética y doctrinal que les llevara a santificar el trabajo en cuanto tal. Por eso, como hace un momento apuntábamos, a pesar de su importancia histórica, también en orden a una valoración cristiana del trabajo, no llegaron, salvo excepciones -como, por ejemplo, la constituida por algunos sermones de Johannes Tauler-, a incidir en la teología [12].
En los años del Humanismo y del Renacimiento asistimos a un renovado interés por el tema del trabajo humano. De una parte, porque la progresiva difusión de la cultura impulsaba en esa dirección y diversos humanistas -Pico della Mirandola, Erasmo y Tomás Moro, entre otros- manifestaron una acendrada preocupación por evitar que el pensar cristiano quedase confinado en los claustros, y aspiraron a promover su presencia y su influjo en los ambientes seculares entonces en plena ebullición. De otra, porque el espíritu de investigación y aventura propio de la época da lugar a una valoración de la actividad humana en cuanto encaminada al dominio del mundo, que, si bien en algunas ocasiones amenazaba con degenerar en un neopaganismo, en otras se insertaba en una auténtica profundización en las perspectivas abiertas por la fe cristiana. La crisis provocada por el protestantismo agostó, al menos en parte, esos desarrollos impidiendo su evolución serena y fructífera: podemos encontrar en los autores posteriores múltiples consideraciones acertadas, en uno u otro sentido, pero falta una visión de conjunto.
Tanto Lutero como Calvino hablaron del sentido cristiano de las profesiones y del trabajo (al que Lutero llegó a calificar de „servicio divino“) y, recogiendo enseñanzas de los grandes maestros medievales, relacionaron el trabajo con la obra de la creación: „el Dios operante continúa su obra en el hombre operante“. Pero ni uno ni otro alcanzaron a descubrir el valor santificador del trabajo, más aún contribuyeron a hacer difícil ese descubrimiento: la concepción del pecado original como corrupción de la naturaleza humana y el empeño en negar el carácter meritorio ante Dios de toda obra humana, incluso realizada en gracia, cerraban, en efecto, las puertas a todo progreso en ese sentido. Las ideas de Lutero sobre el trabajo como servicio y sobre la actividad profesional como vocacion, y las afirmaciones de Calvino sobre la eficacia en el trabajo como signo de predestinación tuvieron un notable influjo en vastos sectores de la sociedad de su época, pero el dualismo que ambos establecieron -por un lado, la sola fides y la predestinación, y, por otro, el trabajo considerado como servicio, pero carente de valor intrínsecamente santificador- daba pie, en la evolución posterior, a una escisión entre un pietismo individualista y un humanismo sin raíces teologales, cuyos ecos han llegado hasta nuestros días [13].
La teología católica del Renacimiento y del Barroco, que se enfrentó con esos planteamientos, alcanzó, en el campo de la filosofía jurídica y en el del análisis de los problemas económicos, resultados de gran relieve, susceptibles de haber desembocado en una reflexión profunda sobre el vivir social y sobre el trabajo.
Pero, al dejarse contagiar en algunos puntos por un ideal aristocrático que despreciaba la técnica y el comercio, y, en otros momentos, por un moralismo, se incapacitó para una comprensión del valor del trabajo humano. La preocupación -estamos en la época de la teología de controversias- por criticar los errores de Lutero y de Calvino y, posteriormente, por corregir los excesos de iluminados y quietistas, dio origen, por otra parte, a una actitud de recelo frente a todo brote de misticismo.
No es, pues, de extrañar que se produjeran posturas como la de Melchor Cano, quien no vaciló en afirmar expresamente que los laicos no pueden alcanzar la cima de la perfección cristiana y en oponerse decididamente a que se editaran en lengua vulgar libros destinados a orientar a los seglares por caminos de oración [14].
Lose Luis LLanes
FIN




[1] 45 Sobre su recepción de la distinción entre praxis y poiesis, ver, entre otros muchos textos, Summa Theologiae 1-2. q. 57, aa. 3-4, donde trata también sobre el arte como virtud intelectual; sobre la magnificencia y la magnanimidad, 2-2, qq. 129 y 134. Sobre el conjunto de su doctrina, G. CENACCIE, Il lavoro nel pensiero di Tommaso d’Aquino, Roma 1977, y V. TRANQUILLI, Il concetto di lavoro da Aristotele a Calvino, Milán-Nápoles 1979.
[2] 46 Leer todo el Contra impugnantes Dei cultum et religionem, especialmente los capítulos IV (si los religiosos están obligados a trabajar con las propias manos) y VI (si los religiosos pueden vivir de limosnas). Ver también Quaestio disputata de caritate, art. 10, donde describe las ocupaciones seculares como obstáculo a la vida contemplativa; un lenguaje similar en Summa Theologiae, 2-2, q. 122, a. 4, ad 3.
[3] 47 Summa Theologiae, 3, q. 27, introducción.
[4] 48 Ibíd., 3, q. 40.
[5] 49 Ibid., 3, q. 39, a. 3.
[6] 50 SAN BUENAVENTURA, Questiones disputatae de perfectione evangelica, q. 2, art. 2 (de la pobreza en cuanto a pedir limosna, en especial, la solución a la objeción 9a y el núm. 5 de la réplica final) y art. 3 (de si los pobres que por sus fuerzas físicas podrían hacerlo, y principalmente los regulares, están obligados universalmente a los trabajos manuales). Conviene advertir que su postura está matizada por la distinción que introduce entre trabajo manual, propio de los labriegos y artesanos, trabajo civil, propio de los gobernantes, militares y comerciantes; y, trabajo espiritual, propio de los que se ocupan de las cosas divinas. No deja, por lo demás, de ser interesante que el orden seguido por San Buenaventura sea el inverso al de Santo Tomás: primero, la licitud de la limosna y, solo luego, la no obligación del trabajo. Pero todo ello queda en el aire, sin llegar a planteamientos radicales.
[7] 51 En Opere ascetiche di S. Bonaventura volgarizzate nel trecento, cap. XV: „Ora veggiamo come Gesú fece da dodici anni infino ai trenta anni“ (Verona, Bartolomeo Sorio, 1851, 22 y 23). Las Meditationes vitae Christi, uno de los libros espirituales más leídos en el Medioevo, fueron antiguamente atribuidas a San Buenaventura; la crítica moderna ha demostrado la falsedad de tal atribución: su autor es probablemente el franciscano Jacobo de Cordone. Cfr. C. FISCHER, Die „Meditationes vitae Christi“. Ihre handschriftliche Überlieferung und die Verfasserfrage, en „Archivium Franciscanum Historicum“ XXV (1923), pp. 3-35, 175-209, 30-5-348, 449-483.
[8] 52 De imitatione Christi, 1. 1, c. 18 (ed. crítica de T. Lupo, Libreria Editrice Vaticana, 1982, p. 59; para la versión castellana seguimos la de J. E. Nieremberg, Ed. Luz y Vida, Madrid 1941, p. 35).
[9] 53 Ibíd. 1.1, e. 22 (ed. cit., p. 67; versión castellana, p. 49); frases similares en 1.1, c. 25; 1.3, c. 26. En esta actitud respecto al trabajo, junto a planteamientos ascéticos, puede haber influido también el antiintelectualismo tan marcado en la Imitación; cfr., en ese sentido, 1.3, c. 3 1.
[10] 54 Ibíd., 1.1, c. 19; 1.3, c. 30; 1.3, c. 54; ver también 1.4, c. 1, donde comenta, presuponiendo ese sentido, el dicho en Jesús en Mt 11,28.
[11] 55 Ejercitatorio de la vida espiritual, parte 4a, c. 43, Ed. Rialp, Colección Neblí, Madrid 1957, p. 217 (el texto en el castellano original puede verse en la ed. crítica de C. Baraut: García Jiménez de Cisneros, Obras completas, t. 2, Montserrat 1965, pp. 306-308). Al margen del parecer del abad Cisneros, y desde una perspectiva estrictamente histórico-lingúística, cabe señalar que, en el castellano de la época, la palabra „trabajo“, aunque empiece a aproximarse al significado moderno, no ha adquirido todavía estabilidad en su uso. Así, por ejemplo, en los Ejercicios de San Ignacio de Loyola -y a parecida conclusión se llegaría en otros autores del momento- el vocablo „trabajo“ no es usado para indicar una actividad profesional humana, sino, en singular, „el trabajo“, para significar la lucha ascética, la entrega a Cristo: y en plural, „los trabajos“, para designar las dificultades, pesadumbres o impedimentos:
a) para el uso en plural, como equivalente a dificultades: Ejercicios, 9a anotación (obras completas de San Ignacio, ed. a cargo de especialistas del Instituto Histórico de la Compañía de Jesús en Roma, Madrid 1952, p. 155): oración sobre el primero, segundo y tercer pecados, 2 punto (o. c., p. 170); oracion sobre el nacimiento de Cristo, 3 punto (o. e., p. 199);
b) para el uso en singular, como equivalente a lucha ascética: Ejercicios, 2 semana, oración del rey temporal, 2a parte, 1, 2 y 3 puntos (o. c.. p. 179).
Con la significación de actividad humana, no la hemos encontrado en los Ejercicios; aparece, en cambio, aunque pocas veces, en las Constituciones y Reglas de la Compañía para indicar una cualidad que deben tener los Superiores en su gobierno, o para aludir a tareas muy concretas al hablar del oficio de los novicios (Reglas del maestro de novicios, 2,1 parte, n. 13; o. c., p. 614) o del enfermero (Reglas del oficio de enfermato acerca de sí mismo, n. 3; o. c., p. 62 1 ).
[12] 56 Son muy numerosos los estudios sobre los gremios y corporaciones, y sobre la actitud vital de artesanos y mercaderes, realizados desde la perspectiva de la historia social, jurídica y económica y, más recientemente, de la historia de las mentalidades. Son más escasos, en cambio, los propia y directamente espirituales, aunque tienden a aumentar; y de hecho pueden encontrarse ya referencias y datos, aunque todavía fragmentarios, en la historia de la espiritualidad; ver, por ejemplo, E. PERETTO, Movimenti spirituali laicali de Medioveo, Roma 1985, y E VANDEBROUCK, La spiritualitá del medioevo (s. XII-XVI), Bolonia 1991 (es la versión actualizada y completada por otros autores del original La spiritualité du Moyen Áge, Publicado originalmente en 1966).
[13] 57 Para un análisis más concreto y detenido del pensamiento de ambos reformadores, ver especialmente G. WINGREN, Luthers Lehre vom Beruf, Munich 1952; H. J. PRIEN, Luthers Wirtschaftsethik, Gotinga 1992; A. BIELER, L’humanisme social de Calvin, Ginebra 1969; V. TRANQUILLI, Il concetto di lavoro da Aristolele a Calvino, cit., pp. 25 1 ss.
[14] 58 Cfr. Censura del „Catecismo“ de Carranza, en F. CABALLERO, Conquenses ilustres, t. 2: Vida del Ilmo. Sr. D. Fr. Melchor Cano, Madrid 1871, p. 597. Para un estudio más acabado de esta época en general, pueden verse las obras de M. ANDRÉS, Los recogidos. Nueva visión de la mística española (1500-1700), Madrid 1975, y La teología española en el siglo XVI, 2 tomos, Madrid 1976 y 1977; sobre las disputas en torno al Catecismo de Carranza, ver J. I. TELLECHEA, El Arzobispo Carranza y su tiempo, 2 vols., Madrid 1968; a Tellechea se debe también una edición del Catecismo de Carranza (Madrid 1976).

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