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03/01/2019

Leitura espiritual

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LA SANTIFICACION DEL TRABAJO

EL TRABAJO, UN TEMA RECUPERADO POR LA TEOLOGIA ESPIRITUAL

Capítulo II

EL OPUS DEI Y LA VALORACIÓN DEL TRABAJO

„El Opus Dei, tanto en la formación de sus miembros como en la práctica de sus apostolados, tiene como fundamento la santificación del trabajo profesional de cada uno“, afirmaba Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer el 21 de noviembre de 1965, en presencia de Pablo VI y de una nutrida representación de obispos y cardenales, con motivo de la inauguración oficial del Centro Elis, una obra de formación para una amplia gama de profesiones encomendada por la Santa Sede al Opus Dei1[1]. Unos meses más tarde, declaraba a un periodista francés: „Desde 1928, mi predicación ha sido que la santidad no es cosa para privilegiados, que pueden ser divinos todos los caminos de la tierra, porque el quicio de la espiritualidad específica del Opus Dei es la santificación del trabajo ordinario“2[2].
En años anteriores y posteriores, el Fundador del Opus Dei ha pronunciado, millares de veces, palabras parecidas. „Hemos venido a decir, con la humildad de quien se sabe pecador y poca cosa -homo peccator sum (Lc 5,8), decimos con Pedro-, pero con la fe de quien se deja guiar por la mano de Dios, que la santidad no es cosa para privilegiados: que a todos nos llama el Señor, que de todos espera Amor: de todos, estén donde estén; de todos, cualquiera que sea su estado, su profesión o su oficio. Porque esa vida corriente, ordinaria, sin apariencia, puede ser medio de santidad“ [3].
RELEYENDO LAS ESCRITURAS
¿De dónde le venía esa certeza, ese convencimiento profundo del valor santificable y santificador del trabajo? El propio Beato Josemaría Escrivá lo ha dicho con claridad: de la luz o inspiración, recibida el 2 de octubre de 1928, en virtud de la cual vio que debía dedicar su vida entera a promover, entre personas de todas las condiciones sociales, la búsqueda de la santidad en medio del mundo, en el desempeño de la propia tarea u ocupación humana4[4]. Desde ese instante, la proclamación del sentido cristiano del trabajo fue constante en sus labios5[5].
Esa proclamación, por lo demás, estuvo siempre acompañada de una referencia enormemente viva a los textos de la Sagrada Escritura, que constituyen, por eso, una fuente privilegiada de sus enseñanzas sobre el trabajo. „Viejo como el Evangelio, y como el Evangelio nuevo“: así calificó su Fundador el mensaje que el Opus Dei venía a traer al mundo. La lectura del texto sagrado, hecha siguiendo la inspiración que le movió desde 1928, le permitió, en efecto, al Beato Josemaría descubrir riquezas nuevas, y toda una gama de pasajes del Viejo y del Nuevo Testamento cobraron especial relieve, atrayendo fuertemente la atención6[6].
„Persuadidos de que el hombre ha sido creado ut operaretur (Gn 2,15), para que trabajara, sabemos bien -afirmaba, por ejemplo, en una de sus cartas- que el trabajo ordinario es el quicio de nuestra santidad y el medio humano y sobrenatural apto, para que llevemos con nosotros a Cristo y hagamos el bien a todos“ [7]. De hecho, el mandato dado por Dios en los comienzos mismos de la historia fue uno de los puntos de referencia preferidos en la predicación del Fundador del Opus Dei: Dios creó al hombre ut operaretur, para que trabajara; tal es la voluntad divina desde el inicio, desde antes del pecado; el trabajo no es maldición ni castigo, sino medio y ocasión de participar en el plan de Dios [8].
El cristiano debe asimilar esa verdad, superar planteamientos restrictivos, aunque hayan alcanzado amplia difusión, al menos en algunos períodos históricos, y adquirir, más allá de experiencias en ocasiones duras, un sentido positivo del trabajo, aprender a redescubrir en él una ley que, siendo divina, eleva y enaltece. „A la vuelta de dos mil años -podía así añadir, aludiendo a ese contexto-, hemos recordado a la humanidad entera que el hombre ha sido creado para trabajar: homo nascitur ad laborem, et avis ad volatum (Jb 5,7), nace el hombre para el trabajo y el ave para volar“ [9].
Las referencias bíblicas podrían multiplicarse. No vamos, como es lógico, a recogerlas todas [10]. Hay, no obstante, algunas de las que no podemos prescindir: las que nos recuerdan que la ley divina del trabajo se cumplió plenamente en Cristo, que pasó treinta años viviendo como uno más en Nazaret, conocido precisamente por su trabajo, siendo sencillamente „el artesano“ y „el hijo del artesano“ [11]. Porque esos treinta años de trabajo de Cristo encuentran eco, dan contenido a la vida ordinaria del cristiano.
„No me explico que te llames cristiano y tengas esa vida de vago inútil. -¿Olvidas la vida de trabajo de Cristo?“, leemos en Camino [12]. Si los textos bíblicos que hablan del trabajo como ley querida por Dios ponen ya de manifiesto su valor santificador -¿qué es santificarse sino cumplir con el querer divino, identificarse con la voluntad de Dios, y por tanto, con Él mismo?-, los que narran la vida de trabajo de Cristo refuerzan esa enseñanza con una claridad y una fuerza superlativas. No es, pues, sorprendente que el Fundador del Opus Dei se haya referido constantemente a los años de la vida de Cristo con comentarios vibrantes y densos.
Citemos uno, tomado de una meditación pronunciada el día de Navidad de 1963: „Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer corriente y ordínario, tiene un sentido divino. Por mucho que hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de admiración al pensar en los treinta años de oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol. Mejor, resplandor que ilumina nuestros días y les da una auténtica proyección, porque somos cristianos corrientes, que llevamos una vida ordinaria, igual a la de tantos millones de personas en los más diversos lugares del mundo. Así vivió Jesús durante seis lustros: era faber filius (Mt 13,55), el hijo del carpintero. Después vendrán los tres años de vida pública, con el clamor de las muchedumbres. La gente se sorprende: ¿quién es este?, ¿dónde ha aprendido tantas cosas? Porque había sido la suya, la vida común del pueblo de su tierra. Era el faber, filius Mariae (Mc 6,3), el carpintero, hijo de María. Y era Dios, y estaba realizando la redención del género humano, Y estaba „atrayendo a sí todas las cosas“ (Jn 12,32)” [13].
Desde Jesús, la mirada del Fundador del Opus Dei se dirigió con frecuencia hacia los que rodearon a Cristo: hacia San José, a cuya protección se confió, en lo humano, el Hijo de Dios; hacia los primeros cristianos, aquellos hombres y mujeres que conocieron a Cristo y convivieron con los Apóstoles, y en los que el cristiano corriente de nuestra época, y de cualquier otra, puede encontrar inspiración y modelo [14]. Y en todos ellos enseñó a descubrir un testimonio de trabajo. En San José, una vida „sencilla, normal y ordinaria“, llena de „trabajo cara a Dios“ [15]. En San Pedro, pescador por oficio y por afición, que, apenas tenía oportunidad, gustaba de volver a las faenas de la pesca [16]. En San Pablo que, cuando se retiró de Atenas y vino a Corinto, se hospedó en casa de Aquila, trabajando „en su compañía, pues eran ambos fabricantes de lanas“17[17]; y cuya vida de trabajo le dio autoridad para fustigar, con voz fuerte, la holgazanería [18]. En los cristianos de las generaciones inmediatamente sucesivas, sobre cuya actitud queda testimonio gráfico en el primero de los escritos que nos ha dejado la tradición, la Didaché, al comentar cómo debe actuarse con los peregrinos: „Si el que llega es un caminante, ayudadle con cuanto podáis; pero no permanecerá entre vosotros más que dos días, o, si hubiera necesidad, tres. Si quiere establecerse entre vosotros, teniendo un oficio, que trabaje y así se alimente. Si no tiene oficio, proveed conforme a vuestra prudencia, de modo que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso“ [19].
Con la misma fuerza que los primeros cristianos, el Beato Josemaría afirmaba: „El Opus Dei, operatio Dei, trabajo de Dios, exige que sus miembros trabajen - maledictus qui facit opus Domini fraudulenter (Jr 48,10)”, maldito el que hace la obra del Señor, el trabajo de Dios, fraudulentamente[20]. Y en otra ocasión, esta vez en una de sus homilías: „Si alguno de vosotros no amara el trabajo, ¡el que le corresponde!, si no se sintiera auténticamente comprometido en una de las nobles ocupaciones terrenas para santificarla, si careciera de una vocación profesional, no llegaría jamás a calar en la entraña sobrenatural de la doctrina que expone este sacerdote, precisamente porque le faltaría una condición indispensable: la de ser un trabajador“ [21].
Los textos que hemos venido citando y, particularmente, los que traen a la memoria la vida de trabajo de Jesús, ponen de manifiesto la fuerza existencial de la predicación del Beato Josemaría Escrivá. Y sin embargo, con lo dicho aún no hemos llegado a la raíz de la doctrina específica del Opus Dei y de su aportación a la historia de la espiritualidad. Para hacerlo puede resultar útil hacer referencia a una tradición espiritual en la que el trabajo ha ocupado y ocupa un papel importante: la tradición monacal. Baste recordar el lema monástico ora et labora, que hermana trabajo y oración [22] o la descripción trazada por Juan Casiano de la vida de los monjes de Egipto, que -dice- „no dando nunca tregua a su trabajo, jamás ponen fin tampoco a la meditación... Sería prolijo averiguar si es la meditación lo que les permite consagrarse de lleno al trabajo o si, por el contrario, es el trabajo incesante lo que les depara el progreso en los caminos del espíritu“ [23].
Pero ¿qué papel desempeña el trabajo en la espiritualidad monástica? San Atanasio, al narrar la vida de San Antonio Abad, el primer anacoreta, nos ofrece una primera explicación: el abad Antonio -dice- „trabajaba con sus manos, pues había oído: el que no trabaja, que no coma. Con parte del fruto de su trabajo compraba su alimento; el resto lo entregaba a los pobres“ [24]. Junto a ese primer motivo -doble en realidad: sustentarse y practicar la caridad- los escritores monásticos señalan otro de carácter no ético-social sino ascético, al que atribuyen también gran importancia: la superación de la ociosidad y sus consecuencias negativas.
Así Juan Casiano, en la obra ya citada, comenta que los monjes se dedican a la tarea que implica el trabajar, de forma que, „además de practicarla con toda su alma para ofrecerla a Dios como sacrificio de sus manos, la ejecutan también escrupulosamente por dos motivos (...). En primer lugar, porque la purificación adquirida en la recitación de los salmos y oraciones no sea contaminada por el enemigo entre sueños (...). La segunda razón es que, aun cuando no haya habido ninguna ilusión vergonzosa por parte del enemigo, el dormir de nuevo, aunque sea con puridad, causa al monje una inercia natural al desvelarse después, sumerge la mente en un sopor indolente que paraliza o, por lo menos, neutraliza sus fuerzas durante el día“ [25]. Casiano vuelve sobre estas ideas para completarlas y desarrollarlas cuando describe, en un capítulo posterior -concretamente el décimo-, el vicio de la pereza o acedia: la ausencia de trabajo provoca el descontento, permite que el cuerpo esté dominado por la laxitud, da origen a la impaciencia, al deseo de vagar de un lado para otro, a la inconstancia, al disgusto.
En gran parte de los escritos monásticos de la época, el trabajo es visto fundamentalmente como un medio de combatir esa ociosidad, que es madre de todos los vicios. Y, en consecuencia, como una actividad que se estima no tanto como algo que posee bondad en sí mismo, cuanto, mas bien, como medio ascético. Esta consideración predominantemente instrumental del trabajo -algo que se hace porque es útil, pero sin parar mientes en su propia bondad-, aparece de modo patente en la conocida historia de Pablo el Ermitaño que, aunque no necesitaba del trabajo ni para el alimento ni para la limosna -se sustentaba con una pequeña huerta y vivía demasiado lejos de cualquier lugar habitado-, se imponía, para no estar ocioso, la tarea de construir cestos. Al final del año, con los cestos formaba un gran montón y los quemaba, reduciéndolos a ceniza [26].
Ciertamente no conviene exagerar esa anécdota ya que, por lo general, la actividad monástica estuvo siempre ligada -tanto en la tradición oriental como en la occidental, especialmente en los contextos benedictino y cisterciense al ambiente que le rodeaba, cumpliendo, también con su trabajo, una función no solo ascética, sino social. Pero el que narraciones como esa, y otras parecidas, se puedan referir a acontecimentos reales y, lo que es más, hayan sido transmitidas atribuyéndoles valor y categoría de ejemplo, no deja de ser significativo. Recuerdan, en todo caso, que el monje es esencialmente el hombre que sale de su sociedad y de su tierra, abandonando todo aquello entre lo que había vivido antes: en suma, que el ideal de la fuga a mundo -del apartamiento del mundo, es decir, del vivir social ordinario- para buscar a Dios y entregarse a Él, domina su espiritualidad, con todo lo que de ahí deriva.
Podemos, teniendo presentes estos datos, recuperar el hilo de nuestro discurso. La espiritualidad del Opus Dei lleva a santificar el trabajo, pero -podemos añadir ahora, terminando así de perfilar lo que esa afirmación implica al emplear aquí la palabra trabajo, no se hace referencia a la mera ocupación de las facultades humanas en una tarea concreta, sino al trabajo como modo de entronque con el mundo y con la sociedad.
Entre otros muchos textos de su Fundador, quizá ninguno tan significativo como el siguiente, tomado de una de sus Cartas: „El trabajo para nosotros es dignidad de la vida y un deber impuesto por el Creador, ya que el hombre fue creado ut operaretur. El trabajo es un medio con el que el hombre se hace participante de la Creación y, por tanto, no solo es digno, sea el que sea, sino que es un instrumento para conseguir la perfección humana -terrena- y la perfección sobrenatural. Humanamente el trabajo es fuente de progreso, de civilización y de bienestar. Y los cristianos tenemos el deber de construir la ciudad temporal, tanto por un motivo de caridad con todos los hombres como por la propia perfección personal“; y eso -añade- vale para todo trabajo, ya que „no hay en la tierra una labor humana noble que no se pueda divinizar, que no se pueda santificar“ [27].
En términos análogos se expresa en otros textos, como en este, proveniente de una homilía: „El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la humanidad. Para un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios, que, al crear al hombre, lo bendijo diciéndole: ‘Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueve sobre la tierra’ (Gn 1,28). Porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no solo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora“ [28].
José Luis Illanes
(cont





[1] 1 Una amplia reseña de ese acto en „L’Osservatore Romano“, 22/23-XI-1965; el texto completo de la intervención del Beato Josemaría puede encontrarse también en AA.VV, Josernaría Escrivá de Balaguer y la Universidad, Pamplona 1993, pp. 81-84.
[2] 2 Esta entrevista, publicada en „Le Figaro“ del 16-V-1966, se encuentra recogida en Conversaciones con Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Tanto este libro como otras obras del Beato Josemaría -Camino, Es Cristo que pasa, Amigos de Dios, etc- cuentan, además de la paginación, con números marginales que no varían con las diversas ediciones; citaremos, por tanto, remitiendo a ellos; la frase que hemos reproducido en el texto está en Conversaciones, n. 34. Una presentación de las obras del Beato Josemaría publicadas hasta la fecha de ese boletín en L. F. MATEO-SECO, Obras de Mons. Escrivá de Balaguery estudios sobre el Opus Dei, en Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, Pamplona 1982, pp. 469-501.
[3] 3 Carta 24-III-1930, n. 2. Sobre esta Carta, y en general sobre las Cartas e Instrucciones que redactó el Beato Josemaría en orden a la formación de los fieles del Opus Dei, ver los datos sobre su naturaleza, composición, etc. que da A. VAZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, vol. I, Madrid 1997, pp. 566-568 y 575-577.
[4] 4 Sobre esta fecha de 1928, ver A. VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei. cit., pp. 288-305, v J. L. ILLANES, Dos de octubre de 1928; alcance y significado de una fecha, en AAVV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, cit., pp. 59-99; una amplia reflexión teológica en A. ARANDA, „El bullir de la sangre de Cristo“. Estudio sobre el cristocentrismo del beato Josemaría Escrivá, Madrid 2000, pp. 17 ss. y 81 ss. En relación con esa fecha y, en general, respecto a otros momentos de la vida del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, ver también las diversas semblanzas y biografías publicadas hasta la fecha, como, entre otras, las de A. DEL PORTILLO, Mons. Escrivá de Balaguer, instrumento de Dios, en AAVV., En memoria de Mons. Josema ría Escrivá de Balaguer, Pamplona 1976, pp. 15-60; S. BERNAL, Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Madrid 1976; F. GONDRAND, Al paso de Dios. Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, Madrid 1984; A. SASTRE, Tiempo de caminar. Semblanza de Mons. Josenzaría Escrivá de Balaguer, Madrid 1989, y sobre todo -es la más completa de las publicadas hasta ahora- la recién citada de A. Vázquez de Prada.
[5] 5 Entre otros posibles ejemplos, citemos un párrafo de sus Apuntes intimos, que data de junio de 1930, y en el que con frases breves, pero incisivas, describe de forma neta y precisa -esculpe, por así decir- los rasgos que definen la realidad espiritual y apostólica que se sabía llamado a promover y a la que, precisamente por esas mismas fechas, había comenzado a designar como Opus Dei, Obra de Dios: „Simples cristianos. Masa en fermento. Lo nuestro es lo ordinario, con naturalidad. Medio: el trabajo profesional. iTodos santos!”, (Apuntes íntimos, n. 35).
[6] 6 En las páginas que siguen no aspiramos a exponer una síntesis de la doctrina bíblica sobre el trabajo, sino a reseñar algunos textos que evidencian la honda raigambre evangélica de la enseñanza del Beato Josemaría. Una breve síntesis de la doctrina bíblica, con remisión a algunos de los numerosos estudios exegéticos sobre el tema, en J. L. ILLANES, Ante Dios y en el mundo. Apuntes para una teología del trabajo, Pamplona 1997, pp. 16-20.
[7] 7 Carta 14-II-1950, n. 4.
[8] 8 Pueden verse comentarios o referencias a ese texto del Génesis en Conversaciones, n. 24, y en Amigos de Dios, nn. 57, 81, 169.
[9] 9 Carta 31-V-1954, n. 17; el texto de Job está citado por la versión de la Vulgata.
[10] 10 En uno de sus comentarios a escritos del Fundador del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo ha presentado un florilegio de textos a los que el Beato Josemaría Escrivá de Balaguer solía acudir en su predicación oral o escrita, para mostrar el hondo sentido positivo de las enseñanzas bíblicas sobre el trabajo: „(...) las palabras del Salmo 103, en el que de un modo maravilloso se da gloria a Dios por la creación y se le alaba por el orden y la armonía que ha dispuesto en el universo, y por el modo en que todas las criaturas -los montes, los valles, las aguas, los animales- le obedecen: exibit homo ad opus situm et ad operationem suam, usque ad vesperum, saldrá el hombre a trabajar, a sus tareas, hasta la tarde (Sal 103, 23). El hombre debe trabajar, porque este es el querer divino, el orden establecido por el Creador (cfr. Gn 2, 15; 3, 23) repetidas veces: sex diebus operaberis, septimo cessabis, trabajarás seis días a la semana, y el séptimo descansarás (Ex 23, 12); quodcumque lacere potest manus tua, instanter operare, cuanto puedas trabajar, hazlo alegremente (Si 9, 10). Nuestro Señor Jesucristo nos dio ejemplo de laboriosidad con sus treinta años de vida oculta, dedicado a su trabajo de carpintero (Me 6, 3). Y siguió trabajando siempre: a los que le perseguían porque también los sábados trabajaba -hacía milagros- replicó: Pater meus usque modo operatur, et ego operor, mi Padre trabaja, y por eso trabajo yo también (Jn 5, 17). Jesús condena al que no hace fructificar el talento recibido: serve rnale et piger, siervo malo y perezoso, le apostrofa (Mt 25, 26). Maldice la higuera que no da fruto: iam non amplius in aeternum ex te fructum quisquam manducet... Et, cum mane transirent, viderunt ficum aridam a radicibus. Et recordatus Petrus dixit ei: Rabbi, ecce ficus, cui maledixisti, aruit: nunca jamás coma ya nadie de ti... Y a la mañana siguiente vieron los discípulos, al pasar, que la higuera se había secado de raíz. Con lo cual, acordándose Pedro de lo sucedido, le dijo: Maestro, mira cómo la higuera que maldijiste se ha secado (Mc 11,14-21). San Lucas recuerda el mandato del Creador: sex dies sunt in quibus oportet operari (13, 14). San Pablo insiste una y, otra vez en la necesidad de trabajar con rectitud de intención: operamini sicut Domino, et non hominibus, trabajad como para el Señor, y no para los hombres (Col 3, 23); y exhorta a llevar una vida quieta, laboriosa, de trabajo (cfr. 1 Ts 4, 11, 2 Ts, 3, 10; 2 Ts 3, 12), dando a sus discípulos un ejemplo constante, que le hace exclamar con santo orgullo: quae mihi opus erant, et his, qui mecum sunt, ministraverunt manus istae, he trabajado con mis manos, para lograr lo que era necesario para mí y para los que estaban conmigo (Hch 20, 34). Y así, con su trabajo profesional, (Hch 18, 3), mantiene a sus companeros, les da doctrina, ejercita su apostolado, y puede decir lleno de gozo: nonne opus meum vos estis in Domino? ¿Acaso no sois mi trabajo en el Señor? (1 Co 9,1)“. „Son muchas -añade Mons. Del Portillo, encuadrando su enumeración con unas reflexiones encaminadas a poner de manifiesto el sentido y alcance de esas referencias- las citas de la Sagrada Escritura que se pueden aducir en sufragio de la afirmación de que el hombre tiene que trabajar, porque -así lo manda Dios. Y nuestro Fundador sacó la consecuencia: Si cumpliendo la Voluntad de Dios nos hacemos santos, trabajando -en nuestro trabajo ordinario, en el lugar en que nos puso Dios- nos haremos santos también, y podremos llevar a otros por caminos de santidad (...). La doctrina de nuestro Fundador devuelve al trabajo ordinario su puesto específico en la economía de la creación, y deduce la consecuencia lógica: el trabajo ordinario, hecho con perfección, porque lo quiere Dios, elevado al orden sobrenatural, es medio de santificación -de perfección cristiana- y, por tanto, de apostolado“ (Instrucción V-1935/14-IX-1950, comentario al n. 59).
[11] 11 Mc 6, 1-3; Mt 13, 14-56.
[12] 12 Camino, n. 356.
[13] 13 Es Cristo que pasa, n. 14. Otros comentarios a los años de trabajo de Jesús en Conversaciones, nn. 24 y 70; Es Cristo que pasa, nn. 20 y 22, Amigos de Dios, nn. 56, 81 y 121. Sobre el texto de Jn 12, 32 y su importancia en la experiencia espiritual y la predicación del Beato Josemaría, volveremos más adelante, en el capítulo III. Sobre los presupuestos teológicos de la ejemplaridad de la totalidad de la vida de Cristo, ver G. TANZELLANITTI, „Perfectus Deus, perfectus homo“. Reflexiones sobre la ejemplaridad del misterio de la Encarnación en las enseñanzas del Beato Josemaría, en „Romana“ 13 (1997) 359-381.
[14] 14 De la función que la referencia a los primeros cristianos tiene en el espíritu del Fundador del Opus Dei nos ocuparemos de nuevo en páginas posteriores.
[15] 15 Es Cristo que pasa, n. 44.
[16] 16 Cfr. Jn 21,3; un comentario a este texto en Amigos de Dios, n. 264.
[17] 17 Hch 18, 1-3.
[18] 18 Véase, por ejemplo: Hch 20,34; 1 Co 4,12; 2 Co 11,12; 12,13; Ef 4,28; 1 Ts 4,11; 2 Ts 3,8-10.
[19] 19 Didaché o Doctrina de los Doce Apóstoles, 12, 2-4; versión castellana de Daniel Ruiz Bueno en Los Padres Apostólicos, Madrid 1956, p. 90.
[20] 20 Carta 31-V-1954, n. 18; en párrafo inmediamente anterior, escribe „íntimamente ligado a la misma esencia de la espiritualidad propia de los miembros del Opus Dei, está para nosotros el trabajo, el ejercicio de la propia profesión u oficio, elevado o humilde según criterios humanos, porque para Dios la categoría del oficio depende de la categoría sobrenatural del que lo ejercita“.
[21] 21 Amigos de Dios, n. 58.
[22] 22 Sobre el trabajo en la tradición monástica ver R. SORG, Towards a benedictine Theology of Manual Labor, Lisle (Illinois, USA) 1951; D. SAVRAMIS, „Ora et labora“ bei Basileos dem Grossen, en „Mittelalterliches Jahrbuch” 2 (1965) 22-37; A. BENITO, Los monacatos de San Basilio y San Agustin, su coincidencia en el pensamiento sobre el trabajo corporal, en „Augustinus“ 17 (1972) 357-396; AA.VV., El trabajo monastico, „Yermo“, 13 (1975), pp. 3-352 (se trata de las actas de la XII Semana de Estudios Monásticos dedicada a ese tema, celebrada en septiembre de 1971); P. MINARD, El trabajo en el monacato de vida simple, en „Yermo“, 14 (1976), pp. 161-175; A. QUACQUARELLI, Travail. Au temps des Péres (1er-7e siècles), en Dictionaire de Spiritualité, t. 15, París 1991, cols. 1190-1207, especialmente cols. 1204-1206.
[23] 23 JUAN CASIANO, De institutis coenobiorum, 2, 14 (ed. M. Petschening en „Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum“, vol. XVII, Viena 1888, p. 29; versión castellana: Instituciones Cenobíticas, Ed. Rialp, Colección Neblí, Madrid 1957, p. 7).
[24] 24 SAN ATANASIO, Vida de San Antonio, 3 (PG 26, 844); en términos análogos se expresan San Agustín, sobre el que remito a mi estudio Trabajo y vida cristiana en San Agustín, en „Revista Agustiniana“ 38 (1997) 339-377 (recogido iuego en J. L. ILLANES, Ante Dios y en el mundo, cit., pp. 63-91), Y San Benito, Regula Monasteriorum, 48, 8 (ed, R. Hanslik, en „Corpus Scriptorum Ecclesiasticorum Latinorum“, vol. 7-5, Viena 1950, p. 116; texto latino y versión castellana en San Benito. Su vida y su regla, edición dirigida por García M. Colombas, Madrid 1968, pp. 588-589). Sobre las cuestiones histórico-críticas respecto al origen de la Regla de San Benito pueden encontrarse resúmenes en P. SCHMITZ, Benoit, Saint, en Dictionnaire de Spiritualité, t. 1, París 1937, cols. 1372-1388, y L. BOUYER, La spiritualità dei Padri, Bolonia 1986, 260-271 (es la edición italiana, actualizada por otros autores, de la segunda parte del original francés La spiritualité du Nouveau Testament et des Péres, París 1961), así como en I. M. GÓMEZ, Regla del maestro-Regla de San Benito, Zamora 1988, que ofrece el texto comparado de ambas reglas.
[25] 25 De institutis coenobiorum, 2, 12 (ed. Hanslik, pp. 28-29; versión castellana, pp. 73-74); véase SAN BENITO, Regula, 48, 1 (ed. cit., p. 114; pp. 586-587).
[26] 26 Casiano recoge esta historia al final del tratado sobre la pereza (De institutis coenobiorum, 10, 24 (ed. citada, pp. 192-219; versión castellana, pp. 370-380).
[27] 27 Carta 31-V-1954, n. 17.
[28] 28 Es Cristo que pasa, n. 47; ver también Conversaciones, n. 10.

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