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20/09/2018

Posesiones diabólicas


Este 23 de agosto, jueves, me encontraba por la mañana confesando tranquilamente en Medjugorje cuando oí algo así como berridos, uno a unos diez metros de mi confesionario y otro mucho más cerca. Cuando abrí la puerta del confesionario, vi a una persona en mi fila tumbada. Me acerqué y era una adolescente que parecía estar bajo los efectos de una posesión diabólica. Como era la primera vez en mi vida que me encontraba con algo así, me preguntaba qué podría hacer, pero inmediatamente llegaron dos sacerdotes que también estaban confesando y nos dijeron que eran exorcistas. Yo, naturalmente, les dejé el campo libre, mientras una hermanilla de ella, de unos cinco o seis años de edad, también empezó a mostrar los mismos signos. La gente, en su gran mayoría italianos, empezó a rezar fuerte el Ave María. Me acerqué al otro, un joven entre unos veinte y treinta años, y vi que le estaban exorcizando. Me pidieron una estola, que entregué. Pero como me di cuenta de que allí lo único que hacía era estorbar, me retiré y volví al confesionario. Al poco rato unos aplausos me hicieron saber que la niña había sido liberada, mientras llegaba un aviso del párroco de Medjugorje pidiendo que se retirase a los endemoniados a un lugar discreto. No sé lo que pasó con la adolescente, mientras el otro siguió montando numeritos hasta que volvió a Italia. Hasta aquí los hechos.

Cuando volví a mi casa (me hospedaba en el castillo de Patrick y Nancy, un matrimonio plenamente al servicio de la Virgen y muy conocido allí por el testimonio de su conversión), uno de mis compañeros era un párroco de Roma, que a partir de septiembre, es decir, ya, iba a ser uno de los cuatro exorcistas de la diócesis de Roma. Lógicamente, le conté lo sucedido.

Personalmente, me impresionó mucho, aunque había leído que era posible que una niña, por definición inocente, pudiese estar poseída. El exorcista me explicó que casi seguro alguno de sus antepasados, posiblemente algún abuelo, había hecho un pacto con el diablo para conseguir algo que deseaba, como una promoción, y que ése era el precio. También me explicó que el exorcismo en esos casos era bastante fácil, mientras hay otros cuyo tratamiento puede durar bastante tiempo, incluso largos períodos. En cuanto a la petición del párroco, que ciertamente de esto sabe un rato, de alejar a los endemoniados le pareció conveniente, porque el demonio quiere hacerse publicidad y meter miedo, pues el miedo encierra a la gente en sí misma, contra lo que nos previene Jesucristo: “Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde" (Jn 14,27), así como el famoso “No tengáis miedo” de San Juan Pablo II.

Para el conocido exorcista de Roma Gabriele Amorth, fallecido en 2016, el demonio actúa fundamentalmente de cuatro modos: a) por la posesión diabólica, la más grave, cuando se apodera de una persona y actúa a través de los miembros de esa persona; pero nunca puede adueñarse del alma, por lo que una persona, aun poseída, puede ser espiritualmente santa y benemérita para Dios, aunque no lo demuestra con sus acciones externas; b) las vejaciones, cuando el demonio, aun sin poseer a las personas, se dedica a molestarlas, como sucedió con San Pío de Pietralcina o el cura de Ars; c) la obsesión diabólica, cuando se adueña de la mente con pensamientos obsesivos, que pueden llegar a imposibilitar una vida normal, d) la infestación diabólica, que no afecta directamente a las personas, sino a casas, objetos o animales, como sucedió en el evangelio en el episodio de los cerdos y el endemoniado de Gerasa (Lc 8, 30-34).

Para combatir al demonio están los exorcismos, que es una oración pública reservada a los sacerdotes autorizados por su obispo, y las oraciones de liberación o sanación, que las puede hacer cualquiera, sacerdote o laico, y no tienen fórmulas fijas. El ejemplo de Jesús nos muestra que si nosotros no queremos, el demonio no puede vencernos, sobre todo si no descuidamos la vigilancia y la oración, recordando también que, si caemos en el pecado, Jesús, por medio del sacramento de la Penitencia, está dispuestísimo a perdonarnos.

Y ahora, una noticia curiosa: el 4 de septiembre, el día que me fui, esperaban en el castillo la primera de dos tandas, de veinticinco personas cada una, de médicos abortistas ucranianos. Cómo llegaron a Medjugorje para mí es un misterio, pero los caminos de Jesús y la Virgen no son nuestros caminos. El año anterior, en una primera tanda, la jefa del grupo les dijo lo siguiente: “Hoy, subiendo al monte del Vía Crucis, he tenido la sensación que estaba pisando el cráneo y lo huesos de los niños que hemos matado”. Naturalmente, fue expulsada fulminantemente de su puesto de trabajo y tuvo que empezar de nuevo, pero hoy es una de las referentes en Ucrania de la lucha por la vida.

Pedro Trevijano   (por Opinión 18 septiembre 2018)

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