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13/04/2018

Leitura espiritual

LA INMORTALIDAD DEL ALMA


LIBRO ÚNICO [1]

VIII



Como al cuerpo no se le puede quitar aquello por lo que es cuerpo, así tampoco al alma aquello por lo que es alma



13. Porque si lo que hace que exista un cuerpo no consiste en su masa, sino por el contrario en su forma, - aserción que se prueba con argumento irrebatible - tanto más plenamente existe el cuerpo, cuanto más bello y hermoso; y tanto menos, cuanto más feo y deforme; este menoscabo no proviene como aquél del que ya hemos hablado bastante de una reducción de la masa, sino del menoscabo que sobreviene a su forma.
Hemos de examinar y discutir este asunto con todo el cuidado posible, a fin de que no vaya alguien a afirmar que el alma puede perecer a causa de un tal menoscabo como se podría creer, por ejemplo, que, mientras el alma está en la locura y se encuentra así privada en cierta medida de su forma, esta privación pueda ser aumentada en tanto que la despoje enteramente de toda su forma y por ese menoscabo la reduzca a la nada y la obligue necesariamente a morir.
Por eso, si llegamos a demostrar que el cuerpo mismo no puede incurrir en una privación tal que también lo despoje de aquella forma por la que es cuerpo, de derecho quizá habremos demostrado que mucho menos el alma puede ser privada de lo que le es esencial como alma.

Porque, a la verdad, nadie que se haya examinado interiormente bien, dejará de confesar que cualquier alma se ha de considerar superior a cualquier cuerpo.



14. Establezcamos, pues, como principio de nuestro razonamiento que ningún ser se hace o se engendra a sí mismo; de lo contrario existiría antes de existir: puesto que si esto es falso, aquello es verdadero.
Digamos aún más, que lo que no ha sido hecho o nacido y sin embargo existe, es necesariamente eterno.
Quien quiera que acuerde a algún cuerpo esta naturaleza y excelencia cae ciertamente en un grave error.
Pero, ¿para qué vamos a discutir?
En ese caso, con mucha mayor razón estamos obligados a otorgar esa excelencia al alma.
Y así, si algún cuerpo es eterno, toda alma es eterna porque cualquier alma se ha de anteponer a cualquier cuerpo, y lo que es eterno a lo que no lo es.
Sin embargo, si como es cierto, el cuerpo ha sido creado, lo ha sido por un creador, que no puede ser inferior a él; pues no habría sido capaz para darle que obrara cualquier cosa sea aquello que hiciera.

EL creador tampoco puede ser igual a lo creado; porque es conveniente que el creador tenga para ejecutar la obra algo superior a lo que crea.
Porque se puede decir sin absurdo de aquel que engendra que él es de la misma naturaleza que aquello que es engendrado por él. Luego todo cuerpo ha sido creado por una fuerza y por una naturaleza más poderosa y mejor, no en verdad corpórea.
Porque si un cuerpo ha sido creado por otro cuerpo, no pudo haber sido creado todo cuerpo.
De lo más verdadero, pues, es lo que establecimos al comienzo de esta disensión: que ningún ser puede hacerse por si mismo.
Mas esta fuerza y esta naturaleza incorpórea, hacedora de todo cuerpo, lo mantiene todo entero por su potencia siempre presente; no lo creó y se apartó de él y creado no lo abandonó.
Esta sustancia que realmente no es cuerpo y que no se mueve s localmente, por así decirlo, de modo que pueda separarse de aquella sustancia a la que le corresponde el espacio, y aquella fuerza creadora no puede estar exenta de no cuidar lo que ha sido creado por ella, ni de permitir que carezca de la forma por la que existe todo en la medida en que existe.
En efecto, lo que no existe por sí, si es abandonado por aquel ser por el cual existe, seguramente dejará de existir; y no podemos decir que el cuerpo cuando fue creado ha recibido esto: que ya pudiese ser suficiente por sí mismo, aún si fuese abandonado por el creador.



15. Con todo, si es así, con mayor razón el alma, que es a ojos vista superior al cuerpo, tendría esta autosuficiencia.
Y así, si el alma puede existir por sí misma, de inmediato se prueba que es inmortal.
En efecto, todo cuanto existe de tal modo necesariamente es incorruptible y por eso no puede perecer, porque nada deja su propio ser. Pero la mutabilidad del cuerpo salta a la vista, como suficientemente lo demuestra el universal movimiento del mismo universo corpóreo. De ahí que a los que observan con atención, en cuanto puede ser observada la naturaleza, se les revela que con una ordenada mutabilidad es imitado lo que es inmutable.
Mas lo que existe por sí, tampoco tiene necesidad de movimiento alguno, teniendo toda la plenitud para sí en su propia existencia, porque todo movimiento es hacia otro ser del que carece el ser que se mueve.

Luego está presente al universo corpóreo una forma de naturaleza superior, renovando y manteniendo las cosas que creó: por eso, aquella mutabilidad no le quita al cuerpo el ser cuerpo, sino que lo hace pasar de forma en forma con un movimiento ordenadísimo.

En efecto, no permite que ninguna de sus partes vuelva a la nada, abrazándolo todo entero aquella fuerza creadora con su poder que no se esfuerza ni permanece inactivo, dando el ser a todo lo que por ella existe, en la medida en que existe.

Por lo tanto, nadie debe haber tan desviado de la razón, para quien o no sea cierto que el alma es mejor que el cuerpo, o, concedido esto, juzgue que al cuerpo no le pueda acaecer que no sea cuerpo, pero sí al alma que no sea alma.

Si esto no sucede y si no puede existir el alma sin que viva, verdaderamente el alma no muere nunca.

 

IX



El alma esencialmente es vida; luego no puede carecer de ella.



16. Si alguien objeta que esa muerte por la que sucede que algo que fue no sea nada, no ha de ser temida por el alma, sino aquella otra por la cual llamamos cosas muertas a las que carecen de vida, tenga presente que ninguna cosa carece de su propio ser.
Ahora bien, el alma es una especie de vida, por la cual todo lo que está animado, vive; mas todo lo que no está animado y que puede ser animado, se concibe como muerto, esto es, como privado de vida. Luego el alma no puede morir.
Porque si pudiese carecer de vida no sería alma, sino algo animado; si esto es absurdo, mucho menos ha de temerse para el alma esta clase de muerte; puesto que, por cierto, no se la ha de temer para la vida. Porque justamente si muere el alma, entonces cuando la abandona aquella vida, esa misma vida que abandona a está, se la concibe mucho mejor como alma, de modo que ya no sea el alma algo que puede ser abandonado por la vida, sino aquella misma vida que es la que abandona.
Todo cuanto, pues, ha sido abandonado por la vida se llama muerto, y lo muerto se concibe como dejado por el alma; mas esta vida, que abandona a los seres que mueren, porque ella misma es el alma, no puede dejar su propio ser.

Luego el alma no puede morir.

 Santo Augustin de Hipona





[1] Escrito el año 387 de Cristo. Contiene este libro el conjunto de razones sobre la inmortalidad del alma, así como la solución de las dificultades que se presentan.

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