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11/04/2018

Leitura espiritual

LA INMORTALIDAD DEL ALMA

LIBRO ÚNICO [1]


I

Primera razón por la cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la  ciencia que es eterna.


1 - Si la ciencia existe en alguna parte, y no puede existir sino en un ser que vive, y existe siempre; y si cualquier ser en el que algo siempre existe, debe existir siempre: siempre vive el ser en el que se encuentra la ciencia.

Si nosotros somos los que razonamos, es decir, nuestra alma; si ésta no puede razonar con rectitud sin la ciencia y si no puede subsistir el alma sin la ciencia, excepto el caso en que el alma esté privada de ciencia, existe la ciencia en el alma del hombre.

La ciencia existe en alguna parte, porque existe y todo lo que existe no puede no existir en parte alguna.

Además la ciencia no puede existir sino en un ser que vive.
Porque ningún ser que no vive puede aprender algo; y no puede existir la ciencia en aquel ser que no puede aprender nada.
Asimismo, la ciencia existe siempre.
En efecto, lo que existe y existe de modo inmutable es necesario que exista siempre.

Ahora bien, nadie niega la existencia de la ciencia.

En efecto, quienquiera que admita que no se puede hacer que una línea trazada por el centro de un círculo no sea la más larga de todas las que no se tracen por el dicho centro, y que esto es objeto propio de alguna ciencia, afirma que existe una ciencia inmutable.

Además nada en lo que algo existe siempre, puede no existir siempre.

Efectivamente, ningún ser que existe siempre permite que sea sustraído alguna vez el sujeto en el que existe siempre.

Desde luego cuando razonamos, esto lo hace nuestra alma.

En efecto, no razona sino el que entiende: mas ni el cuerpo entiende, ni el alma con el auxilio del cuerpo, porque cuando quiere entender se aparta del cuerpo.

Aquello que es entendido existe siempre del mismo modo; y nada propio del cuerpo existe siempre de la misma manera, luego el cuerpo no puede ayudar al alma que se esfuerza por entender, le basta con no serle obstáculo.

Asimismo nadie sin ciencia razona con rectitud.
Pues el recto raciocinio es el pensamiento que tiende de lo cierto al descubrimiento de lo incierto, y nada cierto hay en el alma que ésta lo ignore.

Mas todo lo que el alma sabe, lo posee en sí misma, y no abraza cosa alguna con su conocimiento sino en cuanto pertenece a una ciencia.

En efecto, la ciencia es el conocimiento de cualesquiera cosas.

Por consiguiente, el alma humana vive siempre.


II


Segunda razón por la cual el alma es inmortal: porque es sujeto de la razón que es inmutable.


2. La razón ciertamente o es el alma o existe en el alma.
Mas nuestra razón es mejor que nuestro cuerpo; nuestro cuerpo es una substancia, y es mejor ser substancia que no ser nada, luego nuestra razón es algo.


Además cualquier armonía propia del cuerpo que exista, es necesario que exista de modo inseparable en el sujeto cuerpo, y no se crea que en esa armonía puede existir alguna otra cosa que de igual manera no exista con necesidad en ese sujeto cuerpo, en el que también esta misma armonía existe no menos inseparablemente.

Pero el cuerpo humano es mudable, y la razón inmutable.

En efecto, es mudable todo lo que no existe siempre del mismo modo.
Y siempre es de la misma manera que dos y cuatro sumen seis.

Además siempre es del mismo modo que dos y dos sumen cuatro; mas esto no lo tiene el dos porque el dos no es cuatro.

Pero esta relación es inmutable, por consiguiente, es razón.

Ahora bien, de ningún modo no puede padecer el cambio, habiéndose mudado el sujeto, lo que existe inseparablemente en él.

Luego, no es el alma la armonía del cuerpo, y no puede sobrevenir la muerte a cosas inmutables.

En consecuencia el alma vive siempre ya sea ella misma la razón ya sea que la razón exista en ella de modo inseparable.

 
III


La substancia viva y el alma, que no es susceptible de cambio, aún siendo de algún modo capaz de cambiar, es inmortal.



3. Hay un poder propio de la permanencia y toda permanencia es inmutable, y todo poder puede hacer algo, ni cuando no hace nada deja de ser un poder.

Además toda acción consiste en recibir un movimiento o en causarlo. Luego, o no todo lo que recibe el movimiento, o ciertamente no todo lo que lo causa es mudable.

Pero todo lo que es movido por otro y no se mueve a sí mismo es algo mortal.

Y nada mortal es inmutable.

De ahí se puede concluir con certeza y sin alternativa alguna que no todo lo que causa movimiento se cambia.

Mas no hay movimiento posible sin una sustancia: toda sustancia vive o no vive, pero todo lo que no vive carece de alma y sin alma no existe acción alguna.

Luego, aquel ser que causa el movimiento sin perder su inmutabilidad es necesariamente una sustancia viviente.
Esta sustancia pone el cuerpo en movimiento a través de todos los grados.

En consecuencia, no todo lo que mueve el cuerpo es mudable.


Pero si el cuerpo no se mueve sino según el tiempo y en esto consiste el moverse más despacio y más rápidamente, síguese que existe, pues algo que mueve en el tiempo, y sin embargo no se cambia.

Ahora bien, todo lo que mueve el cuerpo en el tiempo, aunque tienda a un único fin, sin embargo no puede realizarlo todo a la vez, ni puede tampoco evitar de hacer muchas cosas: en efecto no puede hacer, - ya se trate de cualquier agente - que sea perfectamente uno lo que puede dividirse en partes, o de lo contrario se daría un cuerpo sin partes o un tiempo sin intervalo de pausas; ni tampoco que pueda pronunciarse la sílaba más corta de la que no se oiga entonces el fin, cuando ya no se oye el comienzo.

Luego, lo que se comporta así exige la previsión para que pueda llevarse a cabo y la memoria para que pueda ser aprehendido en la medida posible.

La previsión es para las cosas que serán, la memoria para aquellas que pasaron.

Pero el propósito de obrar es propio del tiempo presente, a través del cual lo futuro pasa a ser pretérito; y no se puede esperar sin ninguna memoria el fin del movimiento de un cuerpo que ha sido iniciado. En efecto, ¿cómo se podría esperar el fin de un movimiento si no se recuerda que ha comenzado, o ni siquiera que tal movimiento existe?

Además, el propósito de llevar a cabo algo, que es presente, no puede existir sin que se tenga en vista la obtención del fin que es futuro: no existe nada que todavía no existe, o que ya no existe.

Puede, por consiguiente, haber en una acción algo que pertenece a aquellas cosas que aún no son y, simultáneamente, puede haber muchas cosas en el agente, aún cuando no puede llevar a término muchas a la vez.

Luego, puede haber también en el que mueve, cosas que no se pueden encontrar en el que es movido.

Pero las cosas que no pueden existir simultáneamente en el tiempo y que sin embargo pasan del futuro al pasado, están necesariamente sometidas al cambio.

4. De aquí concluimos en seguida que puede haber algún ser que, causando el movimiento en las cosas mudables, no se cambia.
En efecto, ¿quién podría dudar de la legitimidad de la conclusión toda vez que no varía el propósito del agente de llevar al término que se propone el cuerpo que pone en movimiento, cuando este cuerpo del que algo se hace, cambia a cada instante por este mismo movimiento, y puesto que aquel propósito de obrar, que permanece inmutable como es evidente, no sólo mueve los brazos del obrero, sino también la madera o la piedra que están sujetos al artífice?

Pero no del hecho que el alma cause el movimiento y produzca los cambios en el cuerpo y que ella se proponga estos cambios se está en derecho de pensar que también el alma cambia y que por esto está sujeta a la muerte.

Ella, pues, puede unir en este su propósito el recuerdo del pasado y la previsión del futuro, cosas que no pueden darse sin la vida.

Aunque la muerte no puede acaecer sin el cambio y ningún cambio sin el movimiento, sin embargo no todo cambio produce la muerte ni todo movimiento realiza un cambio.

En efecto, es lícito decir que nuestro propio cuerpo en cada una de sus acciones recibe un gran número de movimientos y que evidentemente cambia por la edad: con todo no se puede decir que ya ha muerto, esto es, que está sin vida.

Luego también permítasenos concluir que el alma tampoco es privada de la vida, aunque tal vez por el movimiento le acaezca algún cambio.


SAN AGUSTIN, OBISPO DE HIPONA





[1] Escrito el año 387 de Cristo. Contiene este libro el conjunto de razones sobre la inmortalidad del alma, así como la solución de las dificultades que se presentan.

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