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11/02/2015

Que vos saibais perdoar

Com quanta insistência o Apóstolo S. João pregava o "mandatum novum"! "Amai-vos uns aos outros!". Pôr-me-ia de joelhos, sem fazer teatro – grita-mo o coração –, para vos pedir, por amor de Deus, que vos estimeis, que vos ajudeis, que vos deis a mão, que vos saibais perdoar. Portanto, vamos banir a soberba, ser compassivos, ter caridade; prestar-nos mutuamente o auxílio da oração e da amizade sincera. (Forja, 454)


Jesus Cristo, Nosso Senhor, encarnou e tomou a nossa natureza, para se mostrar à humanidade como modelo de todas as virtudes. Aprendei de mim, que sou manso e humilde de coração, convida-nos Ele.

Mais tarde, quando explica aos Apóstolos o sinal pelo qual os reconhecerão como cristãos, não diz: porque sois humildes. Ele é a pureza mais sublime, o Cordeiro imaculado. Nada podia manchar a sua santidade perfeita, sem mácula. Mas também não diz: saberão que se encontram diante de discípulos meus, porque sois castos e limpos.

Passou por este mundo com o mais completo desprendimento dos bens da terra. Sendo Criador e Senhor de todo o universo, faltava-lhe até um sítio onde pudesse reclinar a cabeça. No entanto, não comenta: saberão que sois dos meus porque não vos apegastes às riquezas. Permanece quarenta dias e quarenta noites no deserto em jejum rigoroso, antes de se dedicar à pregação do Evangelho. E também não afirma aos seus: compreenderão que servis a Deus, porque não sois comilões nem bebedores.


A característica que distinguirá os apóstolos, os cristãos autênticos de todos os tempos, já a ouvimos: nisto – precisamente nisto – conhecerão todos que sois meus discípulos: se vos amardes uns aos outros. (Amigos de Deus, 224)

Ev. comentário, L esp. (Ao encontro de Jesus)

Tempo Comum V Semana

Nossa Senhora de Lourdes

Evangelho: Mc 7 14-23

14 Convocando novamente o povo, dizia-lhes: «Ouvi-Me todos e entendei: 15 não há coisas fora do homem que, entrando nele, o possam manchar; mas as que saem do homem, essas são as que tornam o homem impuro. 16 Se alguém tem ouvidos para ouvir, oiça». 17 Tendo entrado em casa, deixada a multidão, os Seus discípulos interrogaram-n'O sobre esta parábola. 18 Ele respondeu-lhes: «Também vós sois ignorantes? Não compreendeis que tudo o que de fora entra no homem não o pode contaminar, 19 porque não entra no seu coração, mas vai ter ao ventre e lança-se num lugar escuso?». Com isto declarava puros todos os alimentos. 20 E acrescentava: «O que sai do homem, isso é que mancha o homem. 21 Porque do interior, do coração do homem, é que procedem os maus pensamentos, os furtos, as fornicações, os homicídios, 22 os adultérios, as avarezas, as perversidades, as fraudes, as libertinagens, a inveja, a maledicência, a soberba, a insensatez. 23 Todos estes males procedem de dentro e contaminam o homem».

Comentário

Jesus Cristo continua a desmistificar a interpretação da Lei de Moisés que os chefes do povo, nomeadamente os Príncipes dos Sacerdotes e os Escribas, se foram atribuindo o direito de impor.
O que não passava de normas e recomendações de cariz meramente social, de comportamento básico como a higiene e os cuidados a ter com o próprio corpo, passaram, assim, a ser regras rígidas de carácter religioso cuja observância era obrigatória desvirtuando completamente não só o sentido da Lei mas, o que era mais grave, esquecendo o verdadeiramente importante a ter em conta

(ama, comentário sobre Mc 7, 14-23, 2014.02.12)


Leitura espiritual




Al encuentro de Jesús

Como en Emaús, tantas veces nos gustaría que Jesús se quedara junto a nosotros, para darnos consejo, consuelo y afecto. En este artículo se anima a buscar a ese Cristo en la Eucaristía.

Quédate con nosotros, porque ya está anocheciendo y va a caer el día [1]. «Ésta fue la invitación apremiante que, la tarde misma del día de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían hacia Emaús hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos. Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaban que aquel desconocido fuera precisamente su Maestro, ya resucitado. No obstante, habían experimentado cómo “ardía” su corazón (cfr. Lc 24, 32) mientras él les hablaba explicando las Escrituras. La luz de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón y “se les abrieron los ojos” (cfr. Ibid. 31). Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. “Quédate con nosotros”, suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecería, pero el Maestro se había quedado veladamente en el “pan partido”, ante el cual se habían abierto sus ojos» [2].

Así comienza la carta que Juan Pablo II escribió con motivo del Año de la Eucaristía. La escena de los discípulos de Emaús es de gran actualidad: Dios que se hace el encontradizo para acompañar al hombre en el camino de la vida; siempre acude a confortarlo y, en el momento malo, devuelve a los corazones la alegría y la esperanza perdidas.

Una vez logrado su propósito, el Señor desaparece y deja solos a aquellos dos discípulos de Emaús; pero es una soledad aparente, para quien mira únicamente con los ojos del cuerpo. En realidad, se ha quedado, para todos y para siempre, en la Eucaristía; de tal manera que la escena de Emaús se repite una y otra vez en nuestras vidas, siempre que lo necesitemos.

Jesús se ha quedado en la Eucaristía para remediar nuestra flaqueza, nuestras dudas, nuestros miedos, nuestras angustias; para curar nuestra soledad, nuestras perplejidades, nuestros desánimos; para acompañarnos en el camino; para sostenernos en la lucha. Sobre todo, para enseñarnos a amar, para atraernos a su Amor [3] .

¡Qué fácil resulta acercarse al Sagrario cuando contemplamos la maravilla de un Dios que se ha hecho hombre, que se ha quedado con nosotros! Vamos a su encuentro para abrir nuestro corazón y ser confortados como los discípulos de Emaús. Entonces, cuando acudimos al Señor con esta confianza, la Eucaristía pasa a ser una necesidad; se sitúa como centro y raíz de nuestra vida interior, y –consecuencia inseparable– como alma de nuestro apostolado.

¿ACASO NO ARDÍA NUESTRO CORAZÓN?

La fecundidad del apostolado depende de nuestra unión con Cristo. Nosotros solos no podemos hacer nada: sine me nihil potestis facere [4] . Cada uno conoce su poquedad y experimenta con frecuencia las propias miserias. Además, alguna vez podrán darse situaciones concretas en las que, debido al cansancio de la intensa jornada de trabajo o a las dificultades que encontramos en la labor apostólica, perdamos de vista la grandeza de nuestra vocación de cristianos y se apague en nosotros la llama que nos inflama para el apostolado.

En la Eucaristía encontramos la fuerza que nos sostiene porque le encontramos a Él. Es un encuentro personal en el que Jesús se dona y nos concede su eficacia. Cada vez que acudimos necesitados a rezar delante del Sagrario, Cristo, al igual que hizo con los discípulos de Emaús, da sentido a nuestra vida, nos devuelve la visión sobrenatural, nos conforta en nuestras dificultades y nos llena de ansias de apostolado. Omnia possum in eo qui me confortat [5] , con el Señor lo podemos todo quia tu es Deus fortitudo mea [6] . En este Sacramento, queda patente que la sangre de Cristo redime y a la vez alimenta y deleita. Es sangre que lava todos los pecados (cfr. Mt 26, 28) y vuelve pura el alma (cfr. Ap 7, 14). Sangre que engendra mujeres y hombres de cuerpo casto y de corazón limpio (cfr. Zac 9, 17). Sangre que embriaga, que emborracha con el Espíritu Santo y que desata las lenguas para cantar y narrar las magnalia Dei (Hch 2, 11), las maravillas de Dios [7].

La unión con Cristo nos embriaga con el Espíritu Santo, nos llena el corazón – ¿no es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? [8] – y nos lanza a proclamar las grandezas del Señor, a comunicar a los demás nuestra alegría, con el celo del mismo Cristo. “Nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur in via?” —¿Acaso nuestro corazón no ardía en nosotros cuando nos hablaba en el camino? Estas palabras de los discípulos de Emaús debían salir espontáneas, si eres apóstol, de labios de tus compañeros de profesión, después de encontrarte a ti en el camino de su vida [9].

El cristiano puede recibir la buena semilla siguiendo los numerosos actos de piedad que forman parte de la tradición de la Iglesia: la Santa Misa, la oración delante del Tabernáculo –siempre que sea posible–, la visita al Santísimo, la meditación frecuente del canto Adoro te devote , las comuniones espirituales, la alegría de descubrir Sagrarios cuando vamos por la calle... Todo esto es un verdadero encuentro con Cristo del que salimos renovados para la lucha interior y el apostolado.

La unión con Cristo alcanza su culmen cuando lo recibimos en la Sagrada Comunión. En ese momento nos encontramos con Él de manera más plena, más íntima, nos va haciendo cada vez más ipse Christus . Aprovechemos para hablar con Él de nuestros amigos, y pedirle que les remueva. San Josemaría nos lo dejó grabado: ¡Jesús se ha quedado en la Hostia Santa por nosotros!: para permanecer a nuestro lado, para sostenernos, para guiarnos. —Y amor únicamente con amor se paga. —¿Cómo no habremos de acudir al Sagrario, cada día, aunque sólo sea por unos minutos, para llevarle nuestro saludo y nuestro amor de hijos y de hermanos? [10]

Esta realidad es compatible con situaciones en las que no recibimos consuelo sensible en el trato con Dios, o pasamos por un periodo de mayor sequedad en la vida interior. Es entonces el momento de encontrarnos con el Señor en la Cruz, elemento imprescindible del apostolado. Para convertirnos realmente en almas de Eucaristía y almas de oración, no cabe prescindir de la unión habitual con la Cruz, también mediante la mortificación buscada o aceptada [11].

LLEVAR AL ENCUENTRO DE LA EUCARISTIA

«Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, “se levantaron al momento” (Lc 24,33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio» [12].

Proceder así es la reacción lógica de quien ha descubierto un bien –en este caso, el Bien– del que se pueden beneficiar las personas queridas. Debemos conseguir “contagiar” –en nuestra labor apostólica– a cuantos más mejor, para que también miren y frecuenten esa amistad inigualable [13]. Hacer apostolado es poner a los hombres delante de Cristo: llevarlos al encuentro del Maestro, como llevó Andrés a Pedro o Felipe a Natanael [14]. Para esto, hemos de acercar a nuestros amigos a los lugares por donde pasa Jesús ; provocar el encuentro en el camino para que sean curados como el ciego de nacimiento, confortados como los discípulos de Emaús o llamados como Mateo.

Se llena nuestro corazón de alegría cuando realizamos un profundo apostolado de la Confesión y de la Eucaristía con las personas que tenemos a nuestro alrededor. Cuando hay amistad resulta fácil hablar de Dios a nuestros amigos. Se abren nuestros ojos como lo de Cleofás y su compañero, cuando Cristo parte el pan; y aunque Él vuelva a desaparecer de nuestra vista, seremos también capaces de emprender de nuevo la marcha —anochece—, para hablar a los demás de Él, porque tanta alegría no cabe en un pecho solo [15].

PROMOVER LA CULTURA DE LA EUCARISTÍA

El primer encuentro con Jesús para muchas personas será nuestro propio ejemplo, nuestra vida que busca la identificación con Cristo, y seremos instrumentos para llevarles al Maestro. El ejemplo de una vida cristiana coherente arrastra, por eso no hemos de tener miedo a mostrarnos como cristianos y actuar como tales en medio del mundo. Es una de las propuestas que Juan Pablo II realizó en numerosas ocasiones: «los cristianos se han de comprometer más decididamente a dar testimonio de la presencia de Dios en el mundo. No tengamos miedo de hablar de Dios ni de mostrar los signos de la fe con la frente muy alta. La “cultura de la Eucaristía” promueve una cultura del diálogo, que en ella encuentra fuerza y alimento. Se equivoca quien cree que la referencia pública a la fe menoscaba la justa autonomía del Estado y de las instituciones civiles, o que puede incluso fomentar actitudes de intolerancia» [16].

Testimoniar nuestra fe exteriormente es un derecho como ciudadanos y un deber como cristianos; es una conducta acorde a la dignidad de la persona y una respuesta al ansia que todos los hombres tienen en su corazón de conocer la verdad. Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en Ti [17]. Llevar a los hombres frente a la Verdad es el mayor bien que les podemos hacer, un bien que libera, que nunca es intolerante: conoceréis la verdad y la verdad os hará libres [18]. Nuestro testimonio de almas de Eucaristía dará la luz que permita a otros acercarse a la Luz. Cuando, al llegar a aquella aldea, Jesús hace ademán de seguir adelante, los dos discípulos le detienen, y casi le fuerzan a quedarse con ellos. Le reconocen luego al partir el pan: El Señor, exclaman, ha estado con nosotros. (... ) Cada cristiano debe hacer presente a Cristo entre los hombres; debe obrar de tal manera que quienes le traten perciban el bonus odor Christi, el buen olor de Cristo; debe actuar de modo que, a través de las acciones del discípulo, pueda descubrirse el rostro del Maestro [19].

LA LLAMADA, FRUTO DEL ENCUENTRO

Ante la triste ignorancia que hay, incluso entre muchos católicos, pensemos, hijas e hijos míos, en la importancia de explicar a las personas qué es la Santa Misa y cuánto vale, con qué disposiciones se puede y se debe recibir al Señor en la comunión, qué necesidad nos apremia de ir a visitarle en los sagrarios, cómo se manifiestan el valor y el sentido de la urbanidad de la piedad . Ahí se nos abre un campo inagotable y fecundísimo para el apostolado personal [20].

Si nuestra vida es de verdad eucarística, si toda nuestra jornada gira en torno al Santo Sacrificio y al Sagrario, nos saldrá como algo natural dar doctrina a las personas que tenemos alrededor y llevarlas al encuentro de Cristo en la Eucaristía. Cuando nos reunimos ante el altar mientras se celebra el Santo Sacrificio de la Misa, cuando contemplamos la Sagrada Hostia expuesta en la custodia o la adoramos escondida en el Sagrario, debemos reavivar nuestra fe, pensar en esa existencia nueva, que viene a nosotros, y conmovernos ante el cariño y la ternura de Dios [21] . La persona que se acerca a la Eucaristía, encuentra personalmente a Cristo y se pone en situación de poder oír su llamada, la misma que recibieron los primeros doce y tantos otros personajes que, como narra el Evangelio, se cruzaron con Jesús en su camino: ven y sígueme.

l. fernández vaciero

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[1] Lc 24, 29.
[2] Juan Pablo II, Litt. ap. Mane nobiscum Domine, 7-X-2004, n. 1.
[3] Del Prelado, Carta 6-X-2004, n. 8.
[4] Jn 15, 5.
[5] Fil 4, 10.
[6] Sal 43 [42], 2 (Vg).
[7] Del Prelado, Carta, 6-X-2004, n. 33.
[8] Lc 24, 32.
[9] San Josemaría, Camino, n. 917
[10] San Josemaría, Surco n. 686.
[11] Del Prelado, Carta, 6-X-2004 , n. 36.
[12] Juan Pablo II, Litt. ap. Mane nobiscum Domine, 7-X-2004, n. 23.
[13] Del Prelado, Carta, 6-X-2004, n. 35.
[14] Cfr. Jn 1, 40-45.
[15] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 314.
[16] Juan Pablo II, Litt. ap. Mane nobiscum Dominum, 7-X-2004, n. 26.
[17] San Agustín, Confesiones, 1, 1, 1.
[18] Jn 8, 32.
[19] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 105
[20] Del Prelado, Carta, 6-X-2004, n. 35.
[21] San Josemaría, Es Cristo que pasa, n. 153.





Pequena agenda do cristão

Quarta-Feira


(Coisas muito simples, curtas, objectivas)


Propósito:

Simplicidade e modéstia.


Senhor, ajuda-me a ser simples, a despir-me da minha “importância”, a ser contido no meu comportamento e nos meus desejos, deixando-me de quimeras e sonhos de grandeza e proeminência.


Lembrar-me:
Do meu Anjo da Guarda.


Senhor, ajuda-me a lembrar-me do meu Anjo da Guarda, que eu não despreze companhia tão excelente. Ele está sempre a meu lado, vela por mim, alegra-se com as minhas alegrias e entristece-se com as minhas faltas.

Anjo da minha Guarda, perdoa-me a falta de correspondência ao teu interesse e protecção, a tua disponibilidade permanente. Perdoa-me ser tão mesquinho na retribuição de tantos favores recebidos.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?

Tratado do verbo encarnado 118

Questão 18: Da unidade de Cristo quanto a vontade

Em seguida devemos tratar da unidade de Cristo quanto à vontade.

E nesta questão discutem-se seis artigos:

Art. 1 — Se Cristo tem duas vontades – uma divina e outra humana.
Art. 2 — Se em Cristo havia uma vontade sensitiva, além da vontade racional.
Art. 3 — Se Cristo tinha duas vontades racionais.
Art. 4 — Se em Cristo havia livre arbítrio.
Art. 5 — Se a vontade humana de Cristo quis coisas diferentes das que Deus quer.
Art. 6 — Se havia em Cristo vontades contrárias.

Art. 1 — Se Cristo tem duas vontades – uma divina e outra humana.

O primeiro discute-se assim. — Parece que Cristo não tem duas vontades – uma divina e outra humana.

1. — Pois, a vontade é o primeiro motor e o primeiro imperante em todo sujeito por ela dotado. Ora, em Cristo o primeiro motor e o primeiro imperante era a vontade divina, porque tudo o humano em Cristo era movido pela vontade divina. Logo, parece que em Cristo só havia uma vontade – a divina.

2. Demais. — Um instrumento não se move por vontade própria, mas pela vontade do movente. Ora, a natureza humana era em Cristo instrumento da sua divindade, Logo, a natureza humana de Cristo não se movia por vontade própria, mas pela divina.

3. Demais. — Em Cristo só há multiplicidade no atinente à natureza. Ora, a vontade não pertence à natureza, pois, ao passo que o natural é necessário, o voluntário não o é. Logo, Cristo tinha uma só vontade.

4. Demais. — Damasceno diz, que querer de certo modo não é próprio da natureza, mas da nossa inteligência, isto é, pessoal. Ora, toda vontade é uma determinada vontade, porque não pertence a um género o que não pertence a nenhuma espécie dele. Logo, toda vontade pertence à pessoa. Ora, em Cristo houve e há uma só pessoa. Logo, Cristo tem uma só vontade.

Mas, em contrário, o Evangelho: Pai, se é do teu agrado, transfere de mim este cálix não se faça contudo a minha vontade, senão a tua. O que Ambrósio comenta: Assim como assumiu a minha vontade, assumiu a minha tristeza. E noutro lugar: Refere ao homem a sua vontade e ao Pai a divindade. Pois, a vontade do homem é temporal e a vontade divina, eterna.

Alguns disseram que Cristo tem uma só vontade. Mas, para o afirmarem foram levados por diversas razões. — Assim, Apolinário não admitia que Cristo tivesse uma alma racional, mas, que o Verbo estava em lugar da alma, ou ainda, do intelecto. Ora, como a sede da vontade é a razão, no dizer do Filósofo, resultava não ter Cristo uma vontade humana. E portanto, só tinha uma vontade. — E semelhantemente Eutiques e todos os que admitiam como composta a natureza de Cristo eram forçados a lhe atribuir uma só vontade. — Também Nestório, que ensinava ser a união de Deus e do homem feita só pelo afecto e pela vontade, admitia só uma vontade em Cristo. — Depois, porém, Macário, o patriarca Antioqueno, Ciro Alexandrino, Sérgio Constantinopolitano e alguns sequazes deles atribuíam a Cristo uma só vontade, embora lhe atribuíssem duas naturezas unidas na hipóstase. Porque diziam que a natureza humana de Cristo nunca tinha nenhum movimento próprio, mas que só era movida pela divindade, como se lê na Epístola Sinódica do Papa Ágato. — Por isso, no Sexto Sínodo, celebrado em Constantinopla, foi determinado que se devem admitir em Cristo duas vontades. Assim, nele se lê: De acordo com o que os Profetas outrora disseram de Cristo, e com o que ele próprio nos ensinou, e nos transmitiu o símbolo dos santos Padres, confessamos haver nele duas vontades naturais e dois modos naturais de agir.

E era necessário dizer assim. Pois é manifesto que o Filho de Deus assumiu a natureza humana perfeita, como demonstramos. Ora, a natureza humana completa supõe a vontade, sua faculdade natural como o intelecto, segundo resulta do dito na Primeira Parte. Donde forçosamente devemos concluir que o Filho de Deus assumiu a vontade humana ao mesmo tempo que a natureza humana. Ora, pela assunção da natureza humana a natureza divina do Filho de Deus não sofreu nenhum detrimento, deve portanto ter vontade, como demonstramos na Primeira Parte. Donde necessariamente concluímos, que em Cristo há duas vontades, a divina e a humana.

DONDE A RESPOSTA À PRIMEIRA OBJECÇÃO. — Tudo o existente em a natureza humana de Cristo estava sujeito ao nuto da vontade divina, mas daí se não segue que em Cristo não houvesse movimentos da vontade próprios à natureza humana. Pois, também os actos pios de vontade dos outros santos obedecem à vontade de Deus, que obra neles o querer e o perfazer, como diz o Apóstolo. Embora, pois, a vontade não possa ser interiormente movida por nenhuma criatura, é porem, interiormente movida por Deus, como dissemos na Primeira Parte. E assim também a vontade humana de Cristo obedecia à vontade divina, segundo a Escritura: Para fazer a tua vontade, Deus meu, eu o quis. Daí o dizer Agostinho: Quando o Filho disse ao Pai — não o que eu quero, mas o que tu queres — de que te serve ajuntares as palavras seguintes e dizeres — mostrou verdadeiramente ter a vontade sujeita ao seu Pai — como se nós negássemos que a vontade do homem deve estar sujeita à vontade de Deus?

RESPOSTA À SEGUNDA. — O instrumento é propriamente movido pelo agente principal, mas de modos diversos conforme a propriedade da sua natureza, pois o instrumento inanimado como o machado ou a serra é movido pelo artífice só pelo movimento corpóreo, ao passo que o instrumento animado pela alma sensível é movido pelo apetite sensitivo como o cavalo pelo cavaleiro, e enfim o instrumento animado pela alma racional é movido pela vontade dela como pelo império do senhor é movido o escravo a praticar um acto, cujo escravo é como um instrumento animado, no dizer do Filósofo. Assim, pois, a natureza humana em Cristo foi o instrumento da divindade, para que fosse movido pela vontade própria.

RESPOSTA À TERCEIRA. — O poder próprio da vontade é natural e resulta necessariamente da natureza. Mas, o movimento ou o acto próprio dessa potência, também chamado vontade, é às vezes natural e necessário, por exemplo, em respeito à felicidade, outras vezes provém do livre arbítrio da razão e não é necessário nem natural, como resulta do dito na Segunda Parte. E contudo, também a razão em si mesma, princípio desse movimento, é natural. E portanto, além da vontade divina é mister admitirmos em Cristo a vontade humana não só enquanto potência natural, ou como movimento natural, mas também como um movimento da razão.

RESPOSTA À QUARTA. — A expressão — querer de certo modo — designa um modo determinado de querer. Ora, um modo determinado pertence à própria coisa de que é modo. Ora, a vontade, pertencendo à natureza, o princípio do querer de certo modo também pertence à natureza, não absolutamente considerada mas enquanto existente numa determinada hipóstase. Donde, também a vontade humana de Cristo teve um certo modo determinado por ter existido na hipóstase divina, de modo que se movia sempre ao nuto da divina vontade.

Nota: Revisão da versão portuguesa por ama.


Diálogos com o meu eu - 3

Agora a sério, tu acreditas mesmo?Claro que acredito!

Acreditas que Jesus Cristo está mesmo na hóstia que comungas?
Já te disse que acredito com toda a força do meu ser!

Mas como é que podes acreditar se não O vês?
Estás enganado, eu vejo-O porque acredito!



Monte Real, 15 de Abril de 2013

Joaquim Mexia Alves

Temas para meditar - 362


Vida interior 




A reflexão, a ponderação das coisas no íntimo, leva à profundidade interior.


(federico suarez, A Virgem Nossa Senhora, Éfeso, 4ª Ed. nr. 183)

Pequena agenda do cristão

Quarta-Feira


(Coisas muito simples, curtas, objectivas)


Propósito:

Simplicidade e modéstia.


Senhor, ajuda-me a ser simples, a despir-me da minha “importância”, a ser contido no meu comportamento e nos meus desejos, deixando-me de quimeras e sonhos de grandeza e proeminência.


Lembrar-me:
Do meu Anjo da Guarda.


Senhor, ajuda-me a lembrar-me do meu Anjo da Guarda, que eu não despreze companhia tão excelente. Ele está sempre a meu lado, vela por mim, alegra-se com as minhas alegrias e entristece-se com as minhas faltas.

Anjo da minha Guarda, perdoa-me a falta de correspondência ao teu interesse e protecção, a tua disponibilidade permanente. Perdoa-me ser tão mesquinho na retribuição de tantos favores recebidos.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?