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26/01/2014

Leitura espiritual para 26 Jan

Não abandones a tua leitura espiritual.
A leitura tem feito muitos santos.
(S. josemariaCaminho 116)


Está aconselhada a leitura espiritual diária de mais ou menos 15 minutos. Além da leitura do novo testamento, (seguiu-se o esquema usado por P. M. Martinez em “NOVO TESTAMENTO” Editorial A. 
O. - Braga) devem usar-se textos devidamente aprovados. Não deve ser leitura apressada, para “cumprir horário”, mas com vagar, meditando, para que o que lemos seja alimento para a nossa alma.

Para ver, clicar SFF.
Evangelho: Mc 2, 23-28; 3, 1-12

23 Sucedeu também que, caminhando Jesus em dia de sábado, por entre campos de trigo, os discípulos começaram a colher espigas, enquanto caminhavam. 24 Os fariseus diziam-Lhe: «Como é que fazem ao sábado o que não é permitido?». 25 Ele respondeu: «Nunca lestes o que fez David, quando se viu necessitado, e teve fome, ele e os que com ele estavam? 26 Como entrou na casa de Deus, sendo sumo sacerdote Abiatar, e comeu os pães da proposição, dos quais não era permitido comer, senão aos sacerdotes, e deu também aos que o acompanhavam?». 27 E acrescentou: «O sábado foi feito para o homem e não o homem para o sábado. 28 Por isso o Filho do Homem é Senhor também do sábado».
3 1 Novamente entrou Jesus na sinagoga, e encontrava-se lá um homem que tinha uma das mãos atrofiada. 2 Observavam-n'O a ver se curaria em dia de sábado, para O acusarem. 3 Jesus disse ao homem que tinha a mão atrofiada: «Vem para o meio». 4 Depois disse-lhes: «É lícito em dia de sábado fazer bem ou fazer mal? Salvar a vida a uma pessoa ou tirá-la?». Eles, porém, calaram-se. 5 Então olhando-os com indignação, contristado da cegueira de seus corações, disse ao homem: «Estende a tua mão». Ele estendeu-a, e a mão ficou curada. 6 Mas os fariseus, retirando-se, reuniram-se logo em conselho com os herodianos contra Ele para ver como O haviam de matar. 7 Jesus retirou-Se com Seus discípulos para o mar, e segiu-O uma grande multidão do povo da Galileia; também da Judeia, 8 de Jerusalém, da Idumeia, da Transjordânia e das vizinhanças de Tiro e de Sidónia, tendo ouvido as coisas que fazia, foram em grande multidão ter com Ele. 9 Mandou aos Seus discípulos que Lhe aprontassem uma barca para que a multidão não O apertasse. 10 Porque, como curava muitos, todos os que padeciam algum mal lançavam-se sobre Ele para O tocarem. 11 E os espíritos imundos, quando O viam, prostravam-se diante d'Ele e gritavam: «Tu és o Filho de Deus». 12 Mas Ele ordenava-lhes com severidade que não O manifestassem.




Amor y sexualidade 3

    Lo testifican los poetas

      Ciertamente, no estamos ante algo universal ni ante una especie de ley matemática. La percepción de cuanto acabo de esbozar depende en buena manera, y entre otras condiciones y circunstancias, de la finura humana de quienes conciben al hijo… y no es necesariamente proporcional a la instrucción ni, mucho menos, al rango social de los protagonistas.
      Por eso encontramos manifestaciones del hecho en gentes de muy diverso origen y condición.
      Luis Chamizo, por ejemplo, pone en boca de un campesino a quien el parto de su mujer ha sorprendido en medio del campo, mientras andaban en busca de un médico que la atendiera, y cuyo hijo ha nacido, por tanto, sin ayuda profesional alguna:
    Toíto lleno de tierra / le levanté del suelo; / le miré mu despacio, mu despacio, / con una miaja de respecto. / Era un hijo, ¡mi hijo!, / hijo de dambos, hijo nuestro… […] Icen que la nacencia es una cosa / que miran los señores en el pueblo: / pos pa mí que mi hijo / la tié mejor que ellos, / que Dios jizo en presona con mi Juana / de comadre y de méico. […] Dos salimos del chozo; / tres golvimos al pueblo. / Jizo Dios un milagro en el camino: / ¡no podía por menos! [19].
      De manera similar, aunque con un estilo muy distinto, un poeta que no se caracteriza precisamente por la viveza de su fe, no puede evitar el dejar constancia de que Algo inefable ha estado presente en la generación del hijo. Escribe Pablo Neruda:
    Ay, hijo, ¿sabes, sabes / de dónde vienes? // […] Como una gran tormenta / sacudimos nosotros / el árbol de la vida / hasta las más ocultas / fibras de las raíces / y apareces ahora / cantando en el follaje, / en la más alta rama / que contigo alcanzamos[20].
      Las referencias a las más ocultas fibras y a la más alta rama dejan suponer, por una parte, un Origen trascendente al ser humano y, por otra, un enriquecimiento —la más alta rama— que muy pocas entre las restantes actividades del hombre consiguen proporcionar.
      Las alusiones al Origen resultan ya del todo explícitas, y como algo más que insinuaciones, en estos versos de Alfonso Albala: «Y sigue siendo esposa: / alta mar en su pecho, / baja mar en su vientre / sazonado de Dios, / sazonado de madre hacia mis brazos»[21].
      Y en estos otros, complementarios, de Miguel D’Ors: «Ser madre es lo que nunca se termina, / lo que parece Dios de tan tan madre»[22].

    No pueden negarlo los intelectuales
    
  Prescindiendo ahora del lenguaje poético, con términos más bien filosóficos, lo expresa Jean Guitton:
    Lo que sin duda llamaría la atención de un observador extraño al hombre, si existiera algún Micromegas venido de un planeta sin amor, sería sin duda la desproporción entre la relación del hombre y la mujer y los efectos de esta relación […]. Platón lo vio claramente, y Proust aún más. Pero cuando un fenómeno no guarda proporción con el antecedente que lo produce, cuando un polvorín salta a causa de una chispa, o cuando un imperio se disloca por el lunar de un rostro, ello prueba que el antecedente no tiene dignidad de causa, sino que es el instrumento que pone en movimiento una fuerza latente, cuya existencia la razón debe suponer a fin de explicar la magnitud del efecto[23].
      Esa fuerza latente es la que casi todas las culturas a lo largo de la historia han descubierto ligada a la sexualidad. De ahí que en la mayoría de ellas la relación varón-mujer, aunque no siempre interpretada de la manera más correcta, se encontrara ungida por el nimbo de lo sagrado. De ahí que las bodas, además de algo íntimo y personal, se hayan vivido a lo largo de los siglos como un fausto acontecimiento religioso-social. Y de ahí también el triste y tan profundo significado que acompaña al hecho de que en nuestros tiempos las relaciones sexuales se hayan visto sometidas a un tan intenso proceso de desacralización, hasta transformarlas en algo trivial e intrascendente… que degrada por fuerza al mismo ser humano, y limita o elimina el sentido de su dignidad.
      Oigamos de nuevo a Brancatisano: «Destituida de cualquier fundamento antropológico —en el sentido de que no responde a la esencia y el fin de la persona— la unión sexual pierde su valor humano y, eliminada la posibilidad de explicar su sentido como elemento constitutivo de la humanidad, acaba por empobrecer el valor de la persona humana»[24].
      Y explica:
    Este modo de valorar la unión sexual la convierte en “algo” —sin duda, indefinible— completamente marginal respecto a la identidad de la persona, como si se tratara de una mera capacidad de hacer y no de un obrar con el que se perfecciona el propio ser. Resulta innegable que el actual clima cultural, al banalizar la unión sexual, ha establecido una auténtica despersonalización de los individuos, causada sobre todo por la pérdida de su intimidad.
    La exhibición de la unión sexual que la cultura actual lleva a cabo a través de los media, está logrando un efecto despersonalizador del ser humano. Aquello que reclama una esfera de respeto y discreción, porque afecta al núcleo único e irrepetible de la persona —y, como tal, no puede considerarse disponible al margen de una elección personalísima—, se ha transformado en el argumento dominante de la comunicación de masas; una comunicación pública e impersonal, que vacía la unión sexual de su significado más hondo y totalizador, y la convierte nada menos que en una actividad exhibida, sin que semejante exhibición aporte progreso alguno al conocimiento del ser humano[25].

    Razones filosóficas

      Todo lo contrario de lo que expresan los testimonios antes aducidos y otros muchos que cabría traer a colación y que la fe cristiana y la filosofía acorde con ella resumen en una verdad radical: la creación inmediata de cada alma humana por el infinito Amor de Dios.
      Cuestión que nos acerca de nuevo a la tan estrecha relación que enlaza, entre los hombres, amor y sexualidad (o, si se prefiere, con los matices del caso, los aspectos unitivo y procreador de las relaciones conyugales).
      Pues el perfeccionamiento del amor que lleva consigo la procreación como resultado de la unión sexual se encuentra estrechamente ligado al hecho de que el hijo es persona, dotada de un alma inmortal que solo puede “entrar” en este mundo como efecto de un acto creador de Dios.
      Y, como consecuencia, que en la unión íntima fecunda, los cónyuges se han hecho partícipes del Amor y Poder creadores del Absoluto, de una acción formal y exclusivamente creadora, singularísima, en la que Dios se expresa más propiamente como Dios, en cuanto Amor-creador.
      ¿Cómo no habría de multiplicarse el amor matrimonial cada vez que, como resultado de una unión conyugal fecunda, se transforma en una prolongación del Amor del Absoluto, se “baña” o se sumerge y queda íntimamente impregnado por ese Amor sin fronteras?
      Aunque solo pueda apuntarlo, este es uno de los motivos que mejor explican por qué, en un matrimonio normal y sano, la venida de cada nuevo hijo incrementa el amor y la atracción de todo tipo entre marido y mujer.
      Más que dar muchas explicaciones, quisiera aquí aducir un testimonio personal, un soneto —bastante mediocre, pero sincero— que escribí, exclusivamente para mi mujer, cuando dio a luz nuestro séptimo hijo, pero que luego me decidí a publicar:
    Siete veces, mujer, has transcendido, / siete veces con Dios te has tuteado, / siete veces mi amor has condensado, / siete veces el mundo has resumido. // Siete veces, mujer, he presentido / siete abismos que en carne has substanciado, / y en las siete, al nacer, he comprobado / que mi pasión por ti había crecido. // No fue solo cariño lo ganado, / ni fue hondura de amor comprometido, / materia del espíritu señero; // también mi ardor rugió multiplicado, / también vibró mi cuerpo enardecido: / fue exaltación total del hombre entero.
En un matrimonio normal y sano, la venida de cada nuevo hijo
incrementa el amor y la atracción de todo tipo entre marido y mujer
   
El aval de la fe y de la experiencia cotidiana
    
     Después de esta clara manifestación de falta de pudor, me interesa mucho dejar claro que no me estoy moviendo en el terreno de la metáfora. Los padres cooperan real e íntimamente con Dios en la venida al mundo de cada nuevo ser humano en su total integridad: como personas completas.
      Son, en este sentido, pro-creadores o incluso co-creadores. No se limitan a engendrar el cuerpo, mientras que Dios crea el alma. Aunque tales afirmaciones no puedan calificarse como falsas, más correcto es sostener que tanto los padres como Dios, aunque de manera y con intensidad distintas, dan origen a toda la persona del hijo: los padres, a través del cuerpo, y Dios directamente, otorgando el ser con el alma.
      Por eso la Virgen Santísima es verdadera Madre de Dios (en su Segunda Persona y según la Humanidad) y no simplemente del cuerpo de Jesucristo. Y por lo mismo cualquier mujer que tiene la desgracia de abortar involuntariamente afirma con toda razón que ha perdido a su hijo y no simplemente el cuerpo de este.

    De nuevo la unidad de la persona
      Desde el punto de vista filosófico, y referido ya a cualquier sujeto humano, el asunto puede entreverse con solo reflexionar en que el cuerpo y el alma, si se consideran aislados, constituyen una abstracción, algo que no puede existir[26].
      Tal como Dios ha establecido las cosas, no puede hacerse un cuerpo humano sin que allí haya alma espiritual (entonces no sería humano); ni tampoco Él puede crear un alma sino en el cuerpo correspondiente[27].
      Todo hombre es una persona: una conjunción intimísima, y no una mera yuxtaposición, de alma y cuerpo. Según he apuntado, a esa misma y única persona, Dios la crea y los padres la engendran. El término de la acción de unos y Otro es justamente (la totalidad de) la persona concebida. Aunque la acción divina es infinitamente más directa y constitutiva, los padres no se limitan a generar el cuerpo: a través de él, alcanzan a la persona toda.
      No estamos, tampoco ahora, ante actividades independientes ni yuxtapuestas ni siquiera coordinadas. Dios siempre está presente en el actuar de las criaturas, como el Fundamento que, en estrechísima unidad con ellas, penetra y hace posible tal actividad. Pero en este caso el obrar divino es formalmente creador.
      Cabe afirmar entonces que, en cierto sentido, la virtud creadora de Dios se introduce “en” el mismo proceso biológico-personal origen del nuevo hijo; y en otro, todavía más definitivo, que es la fecundidad de los padres la que se desarrolla “dentro” del acto creador de Dios.
      Por eso la generación de los hijos no es simplemente tal, ni mucho menos re-producción, sino estricta pro-creación, por cuanto actúa a favor de ésta y da entrada a Dios en el universo humano de una manera peculiarísima: justo como Creador de una realidad —¡cada nueva persona!— surgida de la nada.
      Y de ahí que los padres puedan calificarse con todo rigor como co-creadores, puesto que lo suyo es, participadamente, una co-operación —una operación conjunta— con el acto inaugural del Absoluto.
      Aunque no sean inteligibles para todos, ni haya que preocuparse por ello, conviene traer a colación un par de testimonios, que sancionen y expliquen cuanto acabo de afirmar.
      A los efectos, sostiene Carlo Caffarra: «En su verdad más profunda no se debería hablar de acto procreativo o de procreación sino de co-creación, de acto co-creativo. Dios, que no quiso cooperadores cuando dio inicio al universo, quiere tener cooperadores cuando da origen a lo que es la obra maestra de todo el universo, el vértice de la realidad creada, el hombre»[28].
      Y, previamente, había señalado la razón metafísica primordial de todo ello: la unidad de la persona humana en el ser, que tantas veces he expuesto y a la que hace un instante he vuelto a aludir. Pues bien, partiendo de esa primordial afirmación metafísica, escribe Caffarra: «comprendemos que el acto procreativo de los esposos, en su verdad más profunda, es co-creación con la actividad creadora de Dios. Es la persona la que se genera mediante la generación del cuerpo; es la persona la que es creada mediante la creación del alma»[29].
      Lo mismo que, añadiendo algunas puntualizaciones, afirma Antonio Ruiz Retegui:
    No es que Dios cree una sustancia espiritual que se una a la sustancia material engendrada por los padres. El término propio de la creación es la persona, y la misma persona es el término de la generación. Pero Dios la crea por su dimensión espiritual, mientras los padres la engendran por su dimensión somática: lo creado por Dios y lo engendrado por los padres es el mismo ser. Podría decirse que los padres disponen la materia cuya forma propia es el alma creada directamente por Dios, de modo que verdaderamente causan materialmente el alma. Por esto, la generación humana se denomina pro-creación y puede decirse con propiedad, no metafóricamente, que los padres participan del poder creador de Dios[30].

El acto procreativo de los esposos, en su verdad más profunda, es
co-creación con la actividad creadora de Dios

    Dos relevantes corolarios

      Las consecuencias de todo ello no pueden encarecerse en exceso. Me limito a señalar dos de particular magnitud.
      a) Antes que nada, que el fruto de la unión conyugal fecunda no es un simple ejemplar de la especie humana, sino una imagen singular e irrepetible —y, por tanto, única— del Dios tres veces uno, directamente relacionada con Él y a Él referida.
      Lo que implica a su vez que la verdad más absoluta del hijo no es ser “de los padres”, pertenecerles. Más radical y profundo es su directo e inmediato nexo con el Creador: su constituirse como “alguien delante de Dios y para siempre”, según la acertada expresión de Cardona, inspirada en Kierkegaard… y que tantísimas repercusiones presenta en educación[31].
      En resumen, cada persona que viene a este mundo, mucho más y antes que hijo nuestro, es hijo de Dios.
      b) En segundo término, me gustaría insistir en que, gracias al ejercicio de la sexualidad, los padres se introducen dentro de la potencia creativa de Dios, con cuanto lleva consigo y que empieza a vislumbrarse al considerar la simplicidad divina. Pues, en virtud de ella, el Acto con el que Dios da el ser a cada nueva criatura es numéricamente idéntico a aquel con el que instituye el universo entero, e idéntico a su vez al mismísimo Ser divino… que es su Amor infinito.
      Por todo ello, y por mucho más, no puede sorprender la alta estima en que los santos han tenido el amor conyugal. Josemaría Escrivá, por referirme a una persona que entendió a las mil maravillas el amor humano, no solo insistía y se recreaba en la expresión paulina que califica el matrimonio como sacramentum magnum (grande: calificativo que, entre los siete existentes, solo se aplica a este sacramento); sino que repetía una y otra vez que el amor de sus padres, como el de todos los esposos que actúan con rectitud, él lo bendecía con las dos manos… por la sencilla razón de que no tenía cuatro. Y no dudaba en asimilar el lecho matrimonial a un altar.
      ¿Por qué esta última y tan audaz comparación? Estimo que en ella late una verdad teológica fuertemente arraigada; a saber: que justo en la unión íntima entre cristianos ligados en matrimonio se renueva de una manera muy particular el sacramento que entrelazó sus vidas para siempre, con las gracias que lleva adjuntas[32].
      Pero como filósofo me gusta pensar —tal vez sin fundamento— que, al comparar el lecho conyugal con un altar, San Josemaría apuntaba también a la especial presencia de Dios en el mundo que acompaña a las relaciones matrimoniales fecundas. Una presencia que, si sería exagerado calificar de cuasi sacramental, debe sin embargo preservar su singularidad única, “especialmente divina”, distinta a las restantes en el ámbito natural: es formalmente, al menos en potencia, creadora de personas… y no simplemente conservadora de otras realidades[33].

    Otra vez la literatura y la vida

      También ahora son muchos los poetas que han sabido exponer ese vigor universal, cósmico, al que se encuentra aparejado el trato conyugal íntimo, justamente en virtud de su potencialidad creadora.
      Y, así, Rafael Morales, refiriéndolo al propio hijo, exclama:
    Rama del beso tú, que, leve y pura, / tienes raíz en la pasión amante, / en una humana y sideral locura. // Tibia luna rosada y palpitante, / dulce vuelo parado en la hermosura / que ha surgido del cielo de un instante[34].
      De una manera velada, propia del lenguaje poético, estos versos sugieren la introducción de la actividad humana en una Acción a la que se encuentra referida, como a su Origen, la entera realidad creada: cielos y tierras, según apuntaba antes.
      Algo similar expone Víctor Hugo: «Cuando se aproximan dos bocas consagradas por el amor es imposible que por encima de ese beso inefable no se produzca un estremecimiento en el inmenso misterio de las estrellas»[35].
      Y, de nuevo, Miguel Hernández:
    La gran hora del parto, la más rotunda hora: / estallan los relojes sintiendo tu alarido, / se abren todas las puertas del mundo, de la aurora, / y el sol nace en tu vientre donde encontró su nido. / […] Hijo del alba eres, hijo del mediodía. / Y ha de quedar de ti luces en todo impuestas, / mientras tu madre y yo vamos a la agonía, / dormidos y despiertos con el amor a cuestas[36].
      Pero también lo experimentan, de manera más clara cuanto más crece su afecto, los esposos que llevan a término cumplida y amorosamente la unión conyugal. Se advierten entonces ligados a la Fuente del cosmos, con la que en cierto modo se identifican, y, con Ella y por Ella, al universo todo y al conjunto de la humanidad.
      Con un deje profundo de exaltación poética, lo expuso hace ya algunos años Cormac Burke:
    Una falta de auténtica conciencia sexual caracteriza el acto si la intensidad del placer no sirve para despertar una comprensión plenamente consciente de la grandeza de la experiencia conyugal: me estoy entregando —entrego mi capacidad creativa, mi potencia vital— no solo a otra persona, sino a la creación entera: a la historia, a la humanidad, a los planes de Dios. En cada acto de unión conyugal, enseña Juan Pablo II, “se renueva, en cierto modo, el misterio de la creación en toda su original profundidad y fuerza vital” [37].
      Y añade, y con ello concluyo:
      La vitalidad de sensación en el acto sexual debe corresponder a una vitalidad de significación […]. La misma explosión de placer que comporta el acto sugiere la grandeza de la creatividad sexual. En cada acto conyugal debería haber algo de la magnificencia —de la envergadura y del poder— de la Creación de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina de Roma…[38]

tomás melendo

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Notas:   
[19] CHAMIZO, Luis: El miajón de los castúos: “La nacencia”; en Obras Completas. 2ª ed. Badajoz: Universitas Editorial, 1985, p. 95.
[20] NERUDA, Pablo: “El hijo”: en URRUTIA, Ángel: Homenaje a la madre. Madrid: Ed. Ángel Urrutia, 1984, pp. 17-18.
[21] ALBALA, Alfonso: “Madre otra vez”; en URRUTIA, Ángel: Homenaje a la madre, cit., p. 21.
[22] D’ORS, Miguel: “Canto a las madres”; en URRUTIA, Ángel: Homenaje a la madre, cit., p. 73.
[23] GUITTON, Jean: L’amour humain, suivi de deux essais sur Las relations de famille et sur Le démon de midi. Paris : Aubier, 1948, p. 46-47. Traducción castellana: Ensayo sobre el amor humano. Buenos Aires: Ed. Sudamericana, 1968, p. 42.
[24] BRANCATISANO, Marta: Approccio all’antropologia della differenza, cit., pp. 105-106.
[25] BRANCATISANO, Marta: Approccio all’antropologia della differenza, cit., pp. 105-106.
[26] Más bien habría que decir: que no puede “comenzar a ser o existir”. Ya que, una vez creada la persona humana, el alma es capaz de subsistir sin el cuerpo. Cf. la nota siguiente.
[27] Lo he expuesto multitud de veces, tras las huellas de Tomás de Aquino: para empezar a ser —lo mismo que para desarrollar todas sus operaciones— el alma humana necesita del cuerpo. Una explicación relativamente detallada puede encontrarse en MELENDO, Tomás: Metafísica de lo concreto: Sobre las relaciones entre filosofía y vida… y una pizca de logoterapia. 2a. ed. Madrid: Ediciones Internacionales Universitarias, 2009.
[28] CAFFARRA, Carlo: “Definición filosófico-ética y teológica de la procreación responsable”; en La paternidad responsable. Madrid: Palabra, 1988, p. 81.
[29] CAFFARRA, Carlo: “Definición filosófico-ética y teológica de la procreación responsable”, cit., p. 80.
[30] RUIZ RETEGUI, Antonio: “La Ciencia y la fundamentación de la Ética. II: la pluralidad humana”; en AA.VV.: Deontología Biológica. Pamplona: Facultad de Ciencias, Universidad de Navarra, 1987, pp. 39-40.
[31] Cf., entre otros muchos textos: CARDONA, Carlos: Metafísica del bien y del mal. Pamplona: EUNSA, 1987, p. 90.
[32] No estaría de más que los cristianos reflexionáramos de vez en cuando sobre este extremo: para los cónyuges, ¿existen modos más gozosos y eficaces de obtener un incremento de gracia que unirse íntimamente en una relación abierta a la vida?
[33] Personalmente, y tal vez por el cariño que tengo a México y a su Patrona, me gusta establecer cierta similitud entre el modo en que Dios está presente en el acto de unión fecunda y la manera, sin duda excepcional, en que la “imagen” de la Guadalupana se halla plasmada en la tilma de Juan Diego: un modo radicalmente distinto a cualquier otro que pueda darse naturalmente.
 [34] MORALES, Rafael: El corazón y la tierra (1946); en Obra poética completa (1943-2003), cit., p. 150.
[35] HUGO, Víctor: Les misérables, V, 6, 2
[36] HERNÁNDEZ, Miguel: Hijo de la luz, cit., pp. 714-715.
[37] BURKE, Cormac: Covenanted Happiness: Love and Commitment in Marriage. Princeton (New Jersey): Scepter Publishers, 1999 (1st ed. 1990), p. 99. Traducción castellana: Felicidad y entrega en el matrimonio. Madrid: Rialp, 1990, pp. 54-55.
[38] BURKE, Cormac: Covenanted Happiness, cit., p. 99; tr. cast., p. 54.



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