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23/12/2018

Reflexões no Advento – 6


Alegria

Vem aí já muito próximo o Príncipe da Paz!

E como precisamos dela!

No mundo em fremente conflito por tantos lugares – alguns bem próximos – mas sobretudo em nós próprios.

Precisamos de Paz Interior que se reflicta na nossa vida, no comportamento diário, no trato com os outros, com a generosidade e o perdão.

Vem aí o Príncipe da Paz!

Recebamo-lo com a alegria que só a esperança e confiança podem verdadeiramente dar aos que a desejam com toda a alma, com todo o coração.

Alegres e felizes porque não há felicidade sem alegria!


(ama, Reflexões no Advento, 2015.01.04)

Ano litúrgico, Cristo no tempo


Ao oferecer-te aquela História de Jesus, pus como dedicatória: Que procures a Cristo. Que encontres a Cristo. Que ames a Cristo. – São três etapas claríssimas. Tentaste, pelo menos, viver a primeira? (Caminho, 382)

A história humana é e será sempre uma “história de salvação”, e é isto o que a Igreja celebra no ano litúrgico. As festas e tempos não são “aniversários”, uma mera repetição de alguns momentos históricos da vida do Senhor; são a celebração da sua presença, a actualização da salvação que o Padre, por Jesus Cristo, nos comunica no Espírito Santo.
A Constituição sobre a Sagrada Liturgia do Concílio Vaticano II apresenta o ano litúrgico com estas palavras: «A santa mãe Igreja considera seu dever celebrar, em determinados dias do ano, a memória sagrada da obra de salvação do seu divino Esposo» (Sacrosanctum Concilium, 102). Cada ano litúrgico é, pois, uma nova oportunidade de graça e de presença do Senhor da história na nossa própria história quotidiana, nos acontecimentos -também nos mais insignificantes- de cada dia.

Aquele que é o mesmo, que era e que será, vem a nós no tempo, aqui e agora, para viver o presente, o de cada um, com os seus irmãos os homens.
O ano litúrgico está impregnado pela presença de salvação do Senhor para que em cada tempo litúrgico -com as suas características concretas- os cristãos possamos ser mais semelhantes a Ele, não só no sentido moral de imitação, de mudança de costumes e de melhoramento na conduta, mas de verdadeira identificação sacramental -imediata- com a vida de Cristo. Assim, a nossa vida diária converte-se num culto agradável ao Pai por acção do Espírito (cfr. Rom. 12, 1-2).

Já a partir dos primeiros séculos, à celebração dos mistérios de Cristo, a Igreja uniu a celebração da Virgem e do dia da passagem para casa do Pai dos mártires e dos santos. Com a sua vida, souberam dar testemunho da vida de Cristo, especialmente da Paixão, Morte, Ressurreição e Ascensão gloriosa ao Céu. Por isso ao longo do ano litúrgico são apresentados aos fiéis cristãos como exemplo de amor a Deus.
Frequentemente, o Senhor fala-nos do prémio que nos ganhou com a sua Morte e Ressurreição. Vou preparar um lugar para vós. Depois que Eu tiver ido e vos tiver preparado um lugar, virei novamente e tomar-vos-ei comigo para que, onde eu estou, estejais vós também (Cfr. Jo. XIV, 2-3). O Céu é a meta do nosso caminho terreno. Jesus Cristo precedeu-nos e ali, na companhia da Virgem e de S. José -a quem tanto venero- dos Anjos e dos Santos, aguarda a nossa chegada. (Amigos de Deus, 220)


Leitura espiritual


LA FE EXPLICADA





CAPÍTULO XIV LA RESURRECCION DE LA CARNE Y LA VIDA PERDURABLE


Es consolador recordar que el sufrimiento de las almas del purgatorio es un sufrimiento gozoso, aunque sea tan intenso que no podamos imaginarlo a este lado del Juicio. La gran diferencia que hay entre el sufrimiento del infierno y el del purgatorio reside en la certeza de la separación eterna contra la seguridad de la liberación. El alma del purgatorio no quiere aparecer ante Dios en su estado de imperfección, pero tiene el gozo en su agonía de saber que al fin se reunirá con El.

Es evidente que nadie sabe «cuánto tiempo» dura el purgatorio para un alma. He puesto tiempo entre comillas porque, aunque hay duración más allá de la muerte, no hay «tiempo» según lo conocemos; no hay días o noches, horas o minutos. Sin embargo, tanto si medimos el purgatorio por duración o intensidad (un instante de tortura intensa puede ser peor que un año de ligera incomodidad), lo cierto es que el alma del purgatorio no puede disminuir o acortar sus sufrimientos. Los que aún vivimos en la tierra sí podemos ayudarle con la misericordia divina; la frecuencia e intensidad de nuestra petición, sea para un alma determinada o para todos los fieles difuntos, dará la medida de nuestro amor.

Si de una cosa estamos seguros es de desconocer cuándo acabará el mundo. Puede que sea mañana o dentro de un millón de años. Jesús mismo, según leemos en el capítulo XXIV del Evangelio de San Juan, ha señalado algunos de los portentos que precederán al fin del mundo. Habrá guerras, hambres y pestes; vendrá el reino del Anticristo; el sol y la luna se oscurecerán y las estrellas caerán del cielo; la cruz aparecerá en el firmamento.

Sólo después de estos acontecimientos «veremos al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad» (Mt 24,30). Pero todo esto nos dice bien poco: ya ha habido guerras y pestes. La dominación comunista fácilmente podría ser el reino del Anticristo, y los espectáculos celestiales pudieran suceder en cualquier momento. Por otro lado, las guerras, hambres y pestes que el mundo ha conocido pudieran ser nada en comparación con las que precederán al final del mundo. No lo sabemos. Solamente podemos estar preparados.

Durante siglos, el capítulo XX del Apocalipsis de San Juan (Libro de la Revelación para los protestantes) ha sido para los estudiosos de la Biblia una fuente de fascinante material. En él, San Juan, describiendo una visión profética, nos dice que el diablo estará encadenado y prisionero durante mil años, y que en ese tiempo los muertos resucitarán y reinarán con Cristo; al cabo de estos mil años el diablo será desligado y definitivamente vencido, y entonces vendrá la segunda resurrección. Algunos, como los Testigos de Jehová, interpretan este pasaje literalmente, un modo siempre peligroso de interpretar las imágenes que tanto abundan en el estilo profético. Los que toman este pasaje literalmente y creen que Jesús vendrá a reinar en la tierra durante mil años antes del fin del mundo se llaman «milenaristas», del latín «millenium», que significa «mil años». Esta interpretación, sin embargo, no concuerda con las profecías de Cristo, y el milenarismo es rechazado por la Iglesia Católica como herético.

Algunos exegetas católicos creen que «mil años» es una figura de dicción que indica un largo período antes del fin del mundo, en que la Iglesia gozará de gran paz y Cristo reinará en las almas de los hombres. Pero la interpretación más común de los expertos bíblicos católicos es que este milenio representa todo el tiempo que sigue al nacimiento de Cristo, cuando Satanás, ciertamente, fue encadenado. Los justos que viven en ese tiempo tienen una primera resurrección y reinan con Cristo mientras permanecen en estado de gracia, y tendrán una segunda resurrección al final del mundo. Paralelamente, la primera muerte es el pecado, y la segunda, el infierno.

Nos hemos ocupado ahora en este breve comentario del milenio porque es un punto que puede surgir en nuestras conversaciones con amigos no católicos. Pero tienen mayor interés práctico las cosas que conocemos con certeza sobre el fin del mundo. Una de ellas es que, cuando la historia de los hombres acabe, los cuerpos de todos los que vivieron se alzarán de los muertos para unirse nuevamente a sus almas. Puesto que el hombre completo, cuerpo y alma, ha amado a Dios y le ha servido, aun a costa de dolor y sacrificio, es justo que el hombre completo, alma y cuerpo, goce de la unión eterna con Dios, que es la recompensa del Amor. Y puesto que el hombre completo rechaza a Dios al morir en pecado, impenitente, es justo que el cuerpo comparta con el alma la separación eterna de Dios, que todo el hombre ha escogido. Nuestro cuerpo resucitado será constituido de una manera que estará libre de las limitaciones físicas que le caracterizan en este mundo. No necesitará ya más alimento o bebida, y, en cierto modo, será «espiritualizado». Además, el cuerpo de los bienaventurados será «glorificado»; poseerá una belleza y perfección que será participación de la belleza y perfección del alma unida a Dios.

Como el cuerpo de la persona en que ha morado la gracia ha sido ciertamente templo de Dios, la Iglesia ha mostrado siempre gran reverencia hacia los cuerpos de los fieles difuntos. Así, los sepulta con oraciones llenas de afecto y reverencia en tumbas bendecidas especialmente para este fin. La única persona dispensada de la corrupción de la tumba ha sido la Madre de Dios. Por el especial privilegio de su Asunción, el cuerpo de la Bienaventurada Virgen María, unido a su alma inmaculada, fue glorificado y asunto al cielo. Su divino Hijo, que tomó su carne de ella, se la llevó consigo al cielo. Este acontecimiento lo conmemoramos el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María.

El mundo acaba, los muertos resucitan, luego vendrá el Juicio General. Este Juicio verá a Jesús en el trono de la justicia divina, que reemplaza a la cruz, trono de su infinita misericordia. El Juicio Final no ofrecerá sorpresas en relación con nuestro eterno destino.

Ya habremos pasado el Juicio Particular; nuestra alma estará ya en el cielo o en el infierno. El objeto del Juicio Final es, en primer lugar, dar gloria a Dios, manifestando su justicia, sabiduría y misericordia a la humanidad entera. El conjunto de la vida -que tan a menudo nos parece un enrevesado esquema de sucesos sin relación entre sí, a veces duros y crueles, a veces incluso estúpidos e injustos- se desenrollará ante nuestros ojos.

Veremos que el titubeante trozo de vida que hemos conocido casa con el magno conjunto del plan magnífico de Dios para los hombres. Veremos que el poder y la sabiduría de Dios, su amor y su misericordia, han sido siempre el motor del conjunto. «¿Por qué permite Dios que suceda esto?», nos quejamos frecuentemente. «¿Por qué hace Dios esto o aquello?», nos preguntamos. Ahora conoceremos las respuestas. La sentencia que recibimos en el Juicio Particular será ahora confirmada públicamente. Todos nuestros pecados -y todas nuestras virtudes- se expondrán ante las gentes. El sentimental superficial, que afirma «yo no creo en el infierno; Dios es demasiado bueno para permitir que un alma sufra eternamente», verá ahora que, después de todo, Dios no es un abuelito complaciente. La justicia de Dios es tan infinita como su misericordia. Las almas de los condenados, a pesar de ellos mismos, glorificarán eternamente la justicia de Dios, como las almas de los justos glorificarán para siempre su misericordia. Para lo demás, abramos el Evangelio de San Mateo en su capítulo XXV (versículos 34,36), y dejemos que el mismo Jesús nos diga cómo prepararnos para aquel día terrible.

Y así termina la historia de la salvación del hombre, esa historia que la tercera Persona de la Santísima Trinidad, el Espíritu Santo, ha escrito. Con el fin del mundo, la resurrección de los muertos y el juicio final acaba la obra del Espíritu Santo. Su labor santificadora comenzó con la creación del alma de Adán. Para la Iglesia, el principio fue el día de Pentecostés. Para ti y para mí, el día de nuestro bautizo. Al acabarse el tiempo y permanecer sólo la eternidad, la obra del Espíritu Santo encontrará su fruición en la comunión de los santos, ahora un conjunto reunido en la gloria sin fin.


FIN

Evangelho e comentário


Tempo do Avento


Evangelho: Lc 1, 39-45

39 Por aqueles dias, Maria pôs-se a caminho e dirigiu-se à pressa para a montanha, a uma cidade da Judeia. 40 Entrou em casa de Zacarias e saudou Isabel. 41 Quando Isabel ouviu a saudação de Maria, o menino saltou-lhe de alegria no seio e Isabel ficou cheia do Espírito Santo. 42 Então, erguendo a voz, exclamou: «Bendita és tu entre as mulheres e bendito é o fruto do teu ventre. 43 E donde me é dado que venha ter comigo a mãe do meu Senhor? 44 Pois, logo que chegou aos meus ouvidos a tua saudação, o menino saltou de alegria no meu seio. 45 Feliz de ti que acreditaste, porque se vai cumprir tudo o que te foi dito da parte do Senhor.»

Comentário:

No espaço de poucos dias a Liturgia repete este trecho do Evangelho de São Lucas.

Parece-me muito natural e adequado que o faça porque a dois dias do Nascimento do Salvador, nunca será demais revivermos com compunção maravilhada os começos da história da Salvação da Humanidade.

Pessoalmente, o que talvez mais me faça reflectir é a ”simples grandiosidade”, se assim posso dizer destes acontecimentos que, graças à pena inspirada do Evangelista, podemos felizmente conhecer e meditar.

Parece uma história de gente comum, sem nenhum privilégio ou grandeza como, de facto será, o Nascimento do Salvador numa simples gruta de pastores tendo por berço uma prosaica manjedoura de animais.

De maravilha em maravilha, vamos preparando a nossa alma e o nosso coração com a simplicidade que Deus quer: Simplicidade de Criança!


(AMA, comentário sobre Lc 1, 39-45, 25.10.2018) 



Temas para reflectir e meditar

Identificação com Cristo


Jesus identifica-nos de tal modo consigo no exercício dos poderes que nos conferiu, que a nossa personalidade é como se desaparecesse diante da Sua, já que é Ele quem actua por meio de nós.


(são joão paulo IIHomília, 1980.07.02)


Pequena agenda do cristão

DOMINGO



(Coisas muito simples, curtas, objectivas)



Propósito:
Viver a família.

Senhor, que a minha família seja um espelho da Tua Família em Nazareth, que cada um, absolutamente, contribua para a união de todos pondo de lado diferenças, azedumes, queixas que afastam e escurecem o ambiente. Que os lares de cada um sejam luminosos e alegres.

Lembrar-me:
Cultivar a Fé

São Tomé, prostrado a Teus pés, disse-te: Meu Senhor e meu Deus!
Não tenho pena nem inveja de não ter estado presente. Tu mesmo disseste: Bem-aventurados os que crêem sem terem visto.
E eu creio, Senhor.
Creio firmemente que Tu és o Cristo Redentor que me salvou para a vida eterna, o meu Deus e Senhor a quem quero amar com todas as minhas forças e, a quem ofereço a minha vida. Sou bem pouca coisa, não sei sequer para que me queres mas, se me crias-te é porque tens planos para mim. Quero cumpri-los com todo o meu coração.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?