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20/12/2018

Reflexão - Vida solitária


Vida solitária

Já alguma vez discorri sobre o viver sozinho, sei mas não quero “pesquisar” para ler o que escrevi. Não me interessa. Naturalmente que o fiz sob uma “pressão” qualquer e, portanto o tempo e o espaço serão completamente diferentes.

Serão, de facto?

A vida não é uma sucessão acontecimentos não inteiramente novos mas com pequenos – ou grandes – resquícios do passado?

O que há, de facto, de inteiramente novo na vida de alguém que ultrapassou os setenta anos de idade?

Penso que a única coisa “nova” é a experiência uma espécie de ”déjá vu”, talvez com cores mais esbatidas mas nem por isso, identificáveis.

Ouvi há pouco, num filme que corria na televisão, uma artista responder ao intérprete que dizia: ‘penso que as recordações se vão desvanecendo com o tempo´; ‘Desvanecendo ou aprendendo a viver com elas?’

De facto a mente humana é algo surpreendentemente maravilhoso. Tem uma capacidade de “arquivo selectivo” que nenhum computador pode igualar e, indo mais longe, consegue estabelecer conexão entre factos ocorridos hoje, agora mesmo, com outros que estão perdidos no tempo longínquo e distante.

Esta constatação – real, objectiva e serena – leva-me a concluir não ser possível a alguém honesto intelectualmente duvidar que um “Arquitecto Criador Supremo” terá de estar por detrás desta maravilha.

Nós, Cristãos, chamamos-lhe Deus Nosso Senhor mas, o Seu Nome, para outros, pode não ser Deus mas outro qualquer que lhe mereça crédito e, sobretudo, admiração devota e servil.

Servil?

Sim, não será óptimo servir a tão excelente amo?
Nós que servimos tantas coisas – manias, vícios, tendências, obstinações – não devemos chocar-nos com esta palavra: SERVIR!

Ao contrário, deveremos procurar com afinco, inteligência e método honesto a quem servir, ou que servir, porque ser servo não é uma sub-categoria humana mas uma qualificação comum a todos.

AMA, reflexões 15.07.2018

Acabar bem as tarefas


A santidade compõe-se de heroísmos. Por isso, no trabalho pede-se-nos o heroísmo de rematar bem as tarefas que nos cabem, dia após dia, embora se repitam as mesmas ocupações. Se não, não queremos ser santos! (Sulco, 529)

Perguntaste-me o que podes oferecer ao Senhor. Não necessito de pensar na resposta: as mesmas coisas de sempre, mas mais bem acabadas, com um remate de amor, que te leve a pensar mais n'Ele e menos em ti. (Sulco, 495)

Ao retomar as tuas ocupações normais, escapou-te uma espécie de grito de protesto: sempre a mesma coisa!
E eu disse-te: – Sim, sempre a mesma coisa. Mas essa actividade vulgar, igual à dos teus companheiros de profissão, há-de ser para ti uma oração contínua, com as mesmas palavras íntimas, mas cada dia com música diferente.
É missão muito nossa transformar a prosa desta vida em decassílabos, em poesia heróica. (Sulco, 500)

Coloca na tua mesa de trabalho, no teu quarto, na tua carteira... uma imagem de Nossa Senhora, e dirige-Lhe o olhar ao começar as tuas tarefas, enquanto as realizas, e ao terminá-las. Ela te alcançará – eu to garanto – a força necessária para fazeres da tua ocupação um diálogo amoroso com Deus. (Sulco, 531)


Leitura espiritual


LA FE EXPLICADA



CAPÍTULO XII 

LAS NOTAS Y ATRIBUTOS DE LA IGLESIA



Que la Iglesia Católica pasa la prueba de la «apostolicidad» es cosa muy fácil de demostrar. Tenemos la lista de los obispos de Roma, que se remonta del Papa actual en una línea continua hasta San Pedro. Y los otros obispos de la Iglesia Católica, verdaderos sucesores de los Apóstoles, son los eslabones actuales en la ininterrumpida cadena que se alarga por más de veinte siglos. Desde el día en que los Apóstoles impusieron las manos sobre Timoteo y Tito, Marcos y Policarpo, el poder episcopal se ha transmitido por el sacramento del Orden Sagrado de generación en generación, de obispo a obispo.

Y con esto cerramos el cuadrado. La «marca» de Cristo es discernible en la Iglesia Católica con toda claridad: una, santa, católica y apostólica. No somos tan ingenuos como para pretender que los conversos vendrán ahora corriendo en cuadrillas puesto que les hemos mostrado esta marca. Los prejuicios humanos no ceden a la razón tan fácilmente. Pero, al menos, tengamos la prudencia de verla nosotros con lúcida seguridad.

La razón, la fe. .. y yo Dios ha dado al hombre la facultad de razonar, y El pretende que la utilicemos. Hay dos modos de abusar de esta facultad. Uno es no utilizándola. Una persona que no ha aprendido a usar su razón es aquella que toma todo lo que lee en periódicos y revistas como verdad del Evangelio, por absurdo que sea. Es la que acepta sin rechistar las más extravagantes afirmaciones de vendedores y anunciantes, un arma siempre dispuesta para que la empuñen publicitarios avispados. Le deslumbra el prestigio; si un famoso científico o industrial dice que Dios no existe, para él está claro que no hay Dios. En otras palabras, este no-pensante no detenta más que opiniones prefabricadas. No siempre es la pereza intelectual la que produce un no-pensante. A veces, desgraciadamente, son los padres y maestros quienes causan esta apatía mental al coaccionar la natural curiosidad de los jóvenes y ahogar los normales «por qué» con sus «porque lo digo yo y basta».

En el otro extremo está el hombre que hace de la razón un auténtico dios. Es aquel que no cree en nada que no vea y comprenda por sí mismo. Para él, los únicos datos ciertos son los que vienen de los laboratorios científicos. Nada es cierto a no ser que a él así se lo parezca, a no ser que, aquí y ahora, produzca resultados prácticos. Lo que da resultado, es cierto; lo que es útil, es bueno. Este tipo de pensador es lo que llamamos un pragmático. Rechaza cualquier verdad que se base en la autoridad. Creerá en la autoridad de un Einstein y aceptará la teoría de la relatividad, aunque no la entienda.

Creerá en la autoridad de los físicos nucleares, aunque siga sin entender nada. Pero la palabra «autoridad» le produce una repulsa automática cuando se refiere a la autoridad de la Iglesia.

El pragmático respeta las declaraciones de las autoridades humanas porque, dice, ellos deben saber lo que se hablan, confía en su competencia. Pero este mismo pragmático mirará con un desdén impaciente al católico que, por la misma razón, respeta las declaraciones de la Iglesia, confiado en que la Iglesia sabe lo que está diciendo en la persona del Papa y los obispos.

Es cierto que no todos los católicos tienen una inteligente comprensión de su fe. Para muchos, la fe es una aceptación ciega de las verdades religiosas basada en la autoridad de la Iglesia. Esta aceptación sin razonar puede ser debida a falta de ocasión o estudio, a falta de instrucción o, incluso y desgraciadamente, a pereza mental. Para los niños y los no instruidos, las creencias religiosas deben ser así, sin pruebas, igual que su creencia en la necesidad de ciertos alimentos y la nocividad de ciertas sustancias es una creencia sin pruebas. El pragmático que dice «yo me creo lo que dice Einstein porque es seguro que sabe de qué está hablando» debe encontrar también lógico al niño que diga «yo me lo creo porque mi papá lo dice», y, al ser un poco mayorcito, «yo me lo creo porque lo dice el cura (o la monja)», y no puede extrañarse de que el adulto sin educar afirme «lo dice el Papa, y para mí basta».

Sin embargo, para el católico que razona, la aceptación de las verdades de la fe debe ser una aceptación razonada, una aceptación inteligente.

Es cierto que la virtud de la fe en sí misma -la facultad de creer- es una gracia, un don de Dios. Pero la fe adulta se edifica sobre la razón, no es una frustración de la razón. El católico instruido ve suficiente la clara evidencia histórica de que Dios ha hablado, y que lo ha hecho por medio de su Hijo, Jesucristo; que Jesús constituyó a la Iglesia como su portavoz, como la visible manifestación de Sí a la humanidad; que la Iglesia Católica es la misma que Jesucristo estableció; que a los obispos de esa Iglesia, como sucesores de los Apóstoles (y especialmente al Papa, sucesor de San Pedro), Jesucristo dio la potestad de enseñar, santificar y gobernar espiritualmente en su nombre. La competencia de la Iglesia para hablar en nombre de Cristo sobre materias de fe doctrinal o acción moral para administrar los sacramentos y ejercer el gobierno espiritual es lo que llamamos la autoridad de la Iglesia. El hombre que por el uso de su razón ve con claridad satisfactoria que la Iglesia Católica posee ese atributo de autoridad no va contra la razón, sino que, al contrario, la sigue cuando afirma «yo creo todo lo que la Iglesia Católica enseña».

De igual modo, el católico sigue la razón tanto como la fe cuando acepta la doctrina de la infalibilidad. Este atributo significa simplemente que la Iglesia (sea en persona del Papa o de todos los obispos juntos bajo el Papa) no puede errar cuando proclama solemnemente que cierta materia de creencia o de conducta ha sido revelada por Dios, y debe ser aceptada y seguida por todos. La promesa de Cristo «Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28,20) no tendría sentido si su Iglesia no fuera infalible. Ciertamente, Jesús no estaría con su Iglesia si le permitiera caer en el error en materias esenciales a la salvación. El católico sabe que el Papa puede pecar, como cualquier hombre. Sabe que las opiniones personales del Papa tienen la fuerza que su sabiduría humana les pueda dar. Pero también sabe que cuando el Papa, pública y solemnemente, declara que ciertas verdades han sido reveladas por Cristo, ya personalmente o por medio de sus Apóstoles, el sucesor de Pedro no puede errar. Jesús no hubiera establecido una Iglesia que pudiera descaminar a los hombres.

El derecho a hablar en nombre de Cristo y a ser escuchada es el atributo (o cualidad) de la Iglesia Católica que denominamos «autoridad». La seguridad de estar libre de error cuando proclama solemnemente las verdades de Dios a la Iglesia universal es el atributo que llamamos «infalibilidad». Hay otra tercera cualidad característica de la Iglesia Católica. Jesús no dijo sólo «el que a vosotros oye, a mí me oye, y el que a vosotros desecha, a mí me desecha» (Lc 10,16) -autoridad-. No dijo sólo «yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo» (Mt 28,20) -infalibilidad-. También dijo «sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18), y con estas palabras indicó la tercera cualidad inherente a la Iglesia Católica: la indefectibilidad.

El atributo de indefectibilidad significa sencillamente que la Iglesia permanecerá hasta el fin de los tiempos como Jesús la fundó, que no es perecedera, que continuará su existencia mientras haya almas que salvar. «Permanencia» sería un buen sinónimo de indefectibilidad, pero parece que los teólogos se inclinan siempre por las palabras más largas.

Sería una gran equivocación que el atributo de indefectibilidad nos indujera a un falso sentido de seguridad. Jesús dijo que su Iglesia permanecería hasta el fin de los tiempos.

Con la amenaza del comunismo ateo en el Este y el Oeste sería trágico que nos quedáramos impasibles ante el peligro, pensando que nada realmente malo puede ocurrirnos porque Cristo está en su Iglesia. Si descuidamos nuestra exigente vocación de cristianos -y por ello de apóstoles-, la Iglesia de Cristo puede hacerse otra vez una Iglesia clandestina, como ya lo fue en el Imperio Romano, hecha de almas destinadas al martirio.

No es a las bombas y cañones del comunismo a lo que hay que temer, sino a su fervor, su dinamismo, su afán proselitista, un peligro a la larga mucho más temible. Bien poco tienen que ofrecer, pero ¡con qué celo lo proclaman! Nosotros tenemos tanto que compartir y, sin embargo, ¡qué apáticos, casi indiferentes, somos en llevar la verdad a los demás! «¿Cuántos conversos he hecho?». O, al menos, «¿cuánto me he preocupado, cuánta dedicación he puesto en la conversión de otros?». Esta es una pregunta que cada uno de nosotros debiera formularse de vez en cuando. Pensar que tendremos que presentarnos ante Dios el Día del Juicio con las manos vacías debería hacernos estremecer. «¿Dónde están tus frutos, dónde están tus almas?», nos preguntará Dios y con razón. Y lo preguntará tanto a los fieles corrientes como a sacerdotes y religiosos. No podemos desentendernos de esta obligación con dar limosna para las misiones. Esto está bien, es necesario, pero es sólo el comienzo. Tenemos también que rezar. Nuestras oraciones cotidianas quedarían lamentablemente incompletas si no pidiéramos por los misioneros, connacionales y extranjeros, y por las almas con que trabajan. Pero ¿rezamos cada día pidiendo el don de la fe para los vecinos de la puerta de al lado si no son católicos o no practican? ¿Rezamos por el compañero de trabajo que está en el despacho contiguo, en la máquina de al lado? ¿Con qué frecuencia invitamos a un amigo no católico para que asista a Misa con nosotros, dándole de antemano un librillo que explique las ceremonias? ¿Tenemos en casa unos cuantos buenos libros que expliquen la fe católica, una buena colección de folletos, que damos o prestamos a la menor oportunidad a cualquiera que muestre un poco de interés? Si hacemos todo esto, incluso concertando una entrevista con un sacerdote para esos amigos (cuando sus preguntas parezcan desbordarnos) con quien puedan charlar, entonces estamos cumpliendo una parte por lo menos de nuestra responsabilidad hacia Cristo por el tesoro que nos ha confiado.

Naturalmente, no creemos que todos los no católicos vayan al infierno, de igual manera que no creemos que llamarse católico sea suficiente para meternos en el cielo. El dicho «fuera de la Iglesia no hay salvación» significa que no hay salvación para los que se hallan fuera de la Iglesia por su culpa. Uno que, siendo católico, abandona la Iglesia deliberadamente no podrá salvarse si no retorna; la gracia de la fe no se pierde, a no ser por culpa propia. Un no católico que, sabiendo que la Iglesia Católica es la verdadera, se quedara fuera por su culpa, no podrá salvarse. Un no católico, cuya ignorancia de la fe católica es voluntaria, con ceguera deliberada, no podrá salvarse. No obstante, aquellos que se encuentran fuera de la Iglesia sin culpa suya y que hacen todo lo que pueden según su entender, haciendo buen uso de las gracias que Dios les dará ciertamente en vista de su buena voluntad, ésos pueden salvarse. Dios no pide a nadie lo imposible, recompensará a cada uno según lo que haya hecho con lo que se le haya dado. Pero esto no quiere decir que nosotros podamos eludir nuestra responsabilidad diciendo: «Como mi vecino puede ir al cielo sin hacerse católico, ¿para qué preocuparse?». Tampoco quiere decir que «lo mismo da una iglesia que otra».

Dios quiere que todos pertenezcan a la Iglesia que ha fundado. Jesucristo quiere una sola grey y un Pastor. Y nosotros debemos desear que nuestros parientes, amigos y conocidos tengan esa seguridad mayor en su salvación que disfrutamos en la Iglesia de Cristo: mayor plenitud de certeza; más seguridad en conocer lo que está bien y lo que está mal; las inigualables ayudas que ofrecen la Misa y los sacramentos. Tomamos poco en serio nuestra fe si podemos convivir con otros, día tras día, y no preguntarnos jamás: «¿Qué puedo hacer para ayudar a que esta persona reconozca la verdad de la Iglesia Católica, a que sea uno conmigo en el Cuerpo Místico de Cristo?» El Espíritu Santo vive en la Iglesia permanentemente, pero a menudo tiene que aguardar a que yo le facilite la entrada en el alma del que está a mi lado.

Leo G. Terese

(Cont)

Evangelho e comentário


Tempo do Avento


Evangelho: Lc 1, 26-38

26 Ao sexto mês, o anjo Gabriel foi enviado por Deus a uma cidade da Galileia chamada Nazaré, 27 a uma virgem desposada com um homem chamado José, da casa de David; e o nome da virgem era Maria. 28 Ao entrar em casa dela, o anjo disse-lhe: «Salve, ó cheia de graça, o Senhor está contigo.» 29 Ao ouvir estas palavras, ela perturbou-se e inquiria de si própria o que significava tal saudação. 30 Disse-lhe o anjo: «Maria, não temas, pois achaste graça diante de Deus. 31 Hás-de conceber no teu seio e dar à luz um filho, ao qual porás o nome de Jesus. 32 Será grande e vai chamar-se Filho do Altíssimo. O Senhor Deus vai dar-lhe o trono de seu pai David, 33 reinará eternamente sobre a casa de Jacob e o seu reinado não terá fim.» 34 Maria disse ao anjo: «Como será isso, se eu não conheço homem?» 35 O anjo respondeu-lhe: «O Espírito Santo virá sobre ti e a força do Altíssimo estenderá sobre ti a sua sombra. Por isso, aquele que vai nascer é Santo e será chamado Filho de Deus. 36 Também a tua parente Isabel concebeu um filho na sua velhice e já está no sexto mês, ela, a quem chamavam estéril, 37 porque nada é impossível a Deus.» 38 Maria disse, então: «Eis a serva do Senhor, faça-se em mim segundo a tua palavra.» E o anjo retirou-se de junto dela.

Comentário:


Quem é esta «escrava do Senhor»?


Nada menos que a verdadeira Mãe de Deus!


À maior dignidade corresponde a maior humildade!


Como se pode entender tal coisa?


Temos de fazer um verdadeiro esforço para tentar compreender em toda a sua magnitude esta extraordinária verdade e, mesmo assim, ficaremos sempre muito longe.


É que a humildade da Santíssima Virgem não colide com a sua magnífica maternidade, bem ao contrário, quanto mais humilde mais próximo de Deus e, portanto, à maior proximidade - que a maternidade implica - corresponderá a mais absoluta humildade.


Porque «achou graça diante de Deus» a humilde virgem foi elevada à mais alta posição de mulher!



(AMA, comentário sobre Lc 1, 26-38, 08.12.2011)



Temas para reflectir e meditar

Crer



Crer, significa sintonizar e identificar o nosso pensamento com o de Deus.



(Tadeus DajczerMeditações sobre a Fé, Paulus, 4ª Ed., pg. 16)  

Pequena agenda do cristão

Quinta-Feira



(Coisas muito simples, curtas, objectivas)



Propósito:
Participar na Santa Missa.


Senhor, vendo-me tal como sou, nada, absolutamente, tenho esta percepção da grandeza que me está reservada dentro de momentos: Receber o Corpo, o Sangue, a Alma e a Divindade do Rei e Senhor do Universo.
O meu coração palpita de alegria, confiança e amor. Alegria por ser convidado, confiança em que saberei esforçar-me por merecer o convite e amor sem limites pela caridade que me fazes. Aqui me tens, tal como sou e não como gostaria e deveria ser.
Não sou digno, não sou digno, não sou digno! Sei porém, que a uma palavra Tua a minha dignidade de filho e irmão me dará o direito a receber-te tal como Tu mesmo quiseste que fosse. Aqui me tens, Senhor. Convidaste-me e eu vim.


Lembrar-me:
Comunhões espirituais.


Senhor, eu quisera receber-vos com aquela pureza, humildade e devoção com que Vos recebeu Vossa Santíssima Mãe, com o espírito e fervor dos Santos.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?