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14/12/2018

A estreita ligação de N Senhora ao Advento


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O que se terá passado nesses três meses na companhia de Santa Isabel?

Não sabemos. A Senhora mantém segredo e não revela a sua intimidade.

O Menino crescendo no seu seio puríssimo deve ser o seu enlevo e ocupar os seus pensamentos; a sua prima já de idade avançada deveria requerer especiais cuidados e atenções da sua parte e é esse “serviço” que presta e faz como primeiro exemplo do que é ser solidário, caritativo, disponível para os que precisam da nossa assistência.


AMA, reflexões, 29.11.2018

É tempo de esperança

"É tempo de esperança, e eu vivo desse tesouro. Não é uma frase, Padre; é uma realidade", dizes-me. Então... o mundo inteiro, todos os valores humanos que te atraem com uma força enorme (amizade, arte, ciência, filosofia, teologia, desporto, natureza, cultura, almas...), tudo isso, deposita-o na esperança – na esperança de Cristo. (Sulco, 293)

Onde quer que nos encontremos, esta é a exortação do Senhor: vigiai! Em face deste apelo de Deus, alimentemos nas nossas consciências os desejos esperançosos de santidade, com obras. Dá-me, meu filho, o teu coração, sugere-nos o senhor ao ouvido. Deixa-te de construir castelos com a fantasia, decide-te a abrir a tua alma a Deus, pois exclusivamente no Senhor acharás o fundamento real para a tua esperança e para fazer o bem aos outros. Quando não lutamos connosco mesmos, quando não rechaçamos terminantemente os inimigos que estão dentro da cidadela interior – o orgulho, a inveja, a concupiscência da carne e dos olhos, a auto-suficiência, a tresloucada avidez da libertinagem – quando não existe essa peleja interior, os mais nobres ideais definham como a flor do feno; ao romper o sol ardente, a erva seca, a flor cai e acaba a sua vistosa formosura. Depois, pela menor fenda brotarão o desalento e a tristeza, como plantas daninhas e invasoras.

Jesus não se conforma com um assentimento titubeante. Pretende, tem direito a que caminhemos com inteireza, sem concessões às dificuldades. Exige passos firmes concretos; pois, de ordinário, os propósitos gerais servem para pouco. Os propósitos pouco delineados parecem-me entusiasmos falazes que intentam calar as chamadas divinas percebidas pelo coração; fogos-fátuos, que não queimam nem dão calor e que desaparecem com a mesma fugacidade com que surgiram.

Por isso, convencer-me-ei de que as tuas intenções de alcançar a meta são sinceras, se te vir caminhar com determinação. Faz o bem, revendo as tuas atitudes habituais quanto à ocupação de cada instante; pratica a justiça, precisamente nos ambientes que frequentas, ainda que a fadiga te vença; fomenta a felicidade dos que te rodeiam, servindo os outros com alegria no lugar do teu trabalho, com esforço para o acabar com a maior perfeição possível, com a tua compreensão, com o teu sorriso, com a tua atitude cristã. E tudo por Deus, com o pensamento na sua glória, com o olhar no alto, anelando a Pátria definitiva, pois só esse fim vale a pena. (Amigos de Deus, 211)

Leitura espiritual


LA FE EXPLICADA 



CAPÍTULO X 

LAS VIRTUDES Y DONES DEL ESPIRITU SANTO



Esta misma virtud de la caridad (que acompaña siempre a la gracia santificante) hace posible amar al prójimo con amor sobrenatural. Amamos al prójimo no con un mero amor natural porque es una persona agradable, porque congeniamos con él, porque nos llevamos bien, porque de alguna manera nos atrae. Este amor natural no es malo, pero no hay en él mérito sobrenatural. Por la virtud divina de la caridad nos hacemos vehículo, instrumento, por el que Dios, a través de nosotros, puede amar al prójimo. Nuestro papel consiste simplemente en ofrecernos a Dios, en no poner obstáculos al flujo de amor de Dios. Nuestro papel consiste en tener buena voluntad hacia el prójimo por amor de Dios, porque sabemos que esto es lo que Dios quiere. Nuestro prójimo, diremos de paso, incluye a todas las criaturas de Dios: los ángeles y santos del cielo (cosa fácil), las almas del purgatorio (cosa fácil), y todos los seres humanos vivos, incluso nuestros enemigos (¡uf!).

Y precisamente en este punto tocamos el corazón del cristianismo. Es precisamente aquí donde encontramos la cruz, donde probamos la realidad o falsedad de nuestro amor a Dios. Es fácil amar a nuestra familia y amigos. No es muy duro amar a «todo el mundo», de una manera vaga y general, pero querer bien (y rezar y estar dispuesto a ayudar) a la persona del despacho contiguo que te hizo una mala pasada, a la vecina de enfrente que murmura de ti, o a aquel pariente que consiguió con malas artes la herencia de tía Josefina, a aquel criminal que salió en el periódico porque había violado y matado a una niña de seis años... si perdonarles ya resulta bastante duro, ¿cómo será el amarles? De hecho, naturalmente hablando, no somos capaces de hacerlo. Pero, con la divina virtud de la caridad, podemos, más aún, debemos hacerlo, o nuestro amor a Dios sería una falsedad y una ficción.

Pero, tengamos presente que el amor sobrenatural, sea a Dios o a nuestro prójimo, no tiene que ser necesariamente emotivo. El amor sobrenatural reside principalmente en la voluntad, no en las emociones. Podemos tener un profundo amor a Dios, según prueba nuestra fidelidad a El, sin sentirlo de modo especial. Amar a Dios sencillamente significa que estamos dispuestos a cualquier cosa antes que ofenderle con un pecado mortal. De la misma manera, podemos tener un sincero amor sobrenatural al prójimo, aunque a nivel natural sintamos por él una marcada repulsión. ¿Le perdono por Dios el mal que haya hecho? ¿Rezo por él y confío en que alcance las gracias necesarias para salvarse? ¿Estoy dispuesto a ayudarle si estuviera en necesidad, a pesar de mi natural resistencia? Si es así, le amo sobrenaturalmente. La virtud divina de la caridad obra en mi interior, y puedo hacer actos de amor (que deberían ser frecuentes, cada día) sin hipocresía, ni ficción.

Maravillas interiores Un joven, al que acababa de bautizar, me decía poco después: «¿Sabe, padre, que no he notado ninguna de las maravillas que decía me sucederían al bautizarme? Siento un alivio especial al saber que mis pecados han sido perdonados, y me alegra saber que soy hijo de Dios y miembro del Cuerpo Místico de Cristo, pero lo de la inhabitación de Dios en el alma, de la gracia santificante, las virtudes de fe, esperanza y caridad y los dones del Espíritu Santo... bien, no los he sentido en absoluto».

Y así es. No sentimos ninguna de estas cosas, por lo menos, no es lo corriente sentirlas.

La sobrecogedora transformación que tiene lugar en el Bautismo no se localiza en el cuerpo -en el cerebro, el sistema nervioso o las emociones-. Tiene lugar en lo más íntimo de nuestro ser, en nuestra alma, fuera del alcance del análisis intelectual o la reacción emocional. Pero, si por un milagro pudiéramos disponer de unas lentes que nos permitieran ver el alma como es, cuando está en gracia santificante y adornada con todos los dones sobrenaturales, tengo la seguridad que nos moveríamos como en trance, deslumbrados y en estado perpetuo de asombro, al ver la sobreabundancia con que Dios nos equipa para lidiar con esta vida y prepararnos para la otra.

En la riquísima dote que acompaña la gracia santificante están incluidos los siete dones del Espíritu Santo. Estos dones- sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios- son cualidades que se imparten al alma y que la hacen sensible a los movimientos de la gracia y le facilitan la práctica de la virtud. Nos alertan para oír la silenciosa voz de Dios en nuestro interior, nos hacen dóciles a los delicados toques de su mano. Podríamos decir que los dones del Espíritu Santo son el «lubricante» del alma, mientras la gracia es la energía.

Viéndolos uno por uno, el primero es el don de sabiduría, que nos da el adecuado sentido de proporción para que sepamos estimar las cosas de Dios; damos al bien y a la virtud su verdadero valor, y vemos los bienes del mundo como peldaños para la santidad, no como fines en sí. El hombre que, por ejemplo, pierde su partida semanal por asistir a un retiro espiritual, lo sepa o no, ha sido conducido por el don de la sabiduría.

Después viene el don de entendimiento. Nos da la percepción espiritual que nos capacita para entender las verdades de la fe en consonancia con nuestras necesidades. En igualdad de condiciones, un sacerdote prefiere mucho más explicar un punto doctrinal al que está en gracia santificante que a uno que no lo esté. Aquél posee el don de entendimiento, y por ello comprenderá con mucha más rapidez el punto en cuestión.

El tercer don, el don de consejo, agudiza nuestro juicio. Con su ayuda percibimos -y escogemos- la decisión que será para mayor gloria de Dios y bien espiritual nuestro.

Tomar una decisión de importancia en pecado mortal, sea ésta sobre vocación, profesión, problemas familiares o cualquier otra de las que debemos afrontar continuamente, es un paso peligroso. Sin el don de consejo, el juicio humano es demasiado falible.

El don de fortaleza apenas requiere comentario. Unja vida cristiana exige ser en algún grado una vida heroica. Y siempre está el heroísmo oculto de la conquista de uno mismo.

A veces se nos pide un heroísmo mayor, cuando hacer la voluntad de Dios trae consigo el riesgo de perder amigos, bienes o salud. También está el heroísmo más alto de los mártires, que sacrifican la misma vida por amor de Dios. No en vano Dios enrecia nuestra humana debilidad con su don de fortaleza.

El don de ciencia nos da «el saber hacer», la destreza espiritual. Nos dispone para reconocer lo que nos es útil espiritualmente o dañino. Está íntimamente unido al don de consejo. Este nos mueve a escoger lo útil y rechazar lo nocivo, pero, para elegir, debemos antes conocer. Por ejemplo, si me doy cuenta que demasiadas lecturas frívolas estragan mi gusto por las cosas espirituales, el don de consejo me induce a suspender la compra de tantas publicaciones de ese tipo, y me inspira comenzar una lectura espiritual regular.

El don de piedad es mal entendido frecuentemente por los que la representan con manos juntas, ojos bajos y oraciones interminables. La palabra «piedad» en su sentido original describe la actitud de un niño hacia sus padres: esa combinación de amor, confianza y reverencia. Si ésa es nuestra disposición habitual hacia nuestro Padre Dios, estamos viviendo el don de piedad. El don de piedad nos impulsa a practicar la virtud, a mantener la actitud de infantil intimidad con Dios.

Finalmente, el don de temor de Dios, que equilibra el don de piedad. Es muy bueno que miremos a Dios con ojos de amor, confianza y tierna reverencia, pero es también muy bueno no olvidar nunca que es el Juez de justicia infinita, ante el que un día tendremos que responder de las gracias que nos ha dado. Recordarlo nos dará un sano temor de ofenderle por el pecado.

Sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios: he aquí los auxiliares de las gracias, sus «lubricantes». Son predisposiciones a la santidad que, junto con la gracia santificante, se infunden en nuestra alma en el Bautismo.

Muchos de los catecismos que conozco dan la lista de «los doce frutos del Espíritu Santo» -caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad-. Pero hasta ahora y según mi experiencia, rara' vez se les da más atención que una mención de pasada en las clases de instrucción religiosa.

Y todavía más raramente se explican en sermones.

Y es una pena que sea así. Si un maestro de ciencias comienza a explicar en clase el manzano, describirá naturalmente las raíces y el tronco, y mencionará cómo el sol y la humedad le hacen crecer. Pero no se le ocurrirá terminar su explicación con la afirmación brusca: «y éste es el árbol que da manzanas». Considerará a la descripción del fruto una parte importante de su explicación didáctica. De igual modo resulta ilógico hablar de la gracia santificante, de las virtudes y dones que la acompañan, y no dar más que una mención casual a los resultados, que son, precisamente, los frutos del Espíritu Santo: frutos exteriores de la vida interior, producto externo de la inhabitación del Espíritu.

Leo G. Terese

(Cont)

Evangelho e comentário


Tempo do Avento


São João da Cruz – Doutor da Igreja

Evangelho: Mt 11, 16-19

16 «Com quem poderei comparar esta geração? É semelhante a crianças sentadas na praça, que se interpelam umas às outras, 17 dizendo: ‘Tocámos flauta para vós e não dançastes; entoámos lamentações e não batestes no peito!’ 18 Na verdade, veio João, que não come nem bebe, e dizem dele: ‘Está possesso!’ 19 Veio o Filho do Homem, que come e bebe, e dizem: ‘Aí está um glutão e bebedor de vinho, amigo de cobradores de impostos e pecadores!’ Mas a sabedoria foi justificada pelas suas próprias obras.»

Comentário:

Muitos pensam que basta falar apregoar até pregar para arrastar outros para o caminho que leva a Deus.
Não chega!
Sem o exemplo de obras concretas que correspondam tudo não passará de intenções e acabará por não resultar.


(AMA, comentário sobre Mt 11, 16-19, 15.12.2017) 




Temas para reflectir e meditar

Autenticidade



Nem mesmo a tua disposição interior de dares a vida por Cristo é prova da tua total adesão a Ele. 

A tua humildade e o teu desejo de fazeres não a tua vontade, mas acima de tudo a de Cristo, é que vão comprovar a autenticidade dessa adesão.  


(Tadeus DajczerMeditações sobre a Fé, Paulus, 4ª Ed., pg. 54)

Pequena agenda do cristão

Sexta-Feira


(Coisas muito simples, curtas, objectivas)




Propósito:

Contenção; alguma privação; ser humilde.


Senhor: Ajuda-me a ser contido, a privar-me de algo por pouco que seja, a ser humilde. Sou formado por este barro duro e seco que é o meu carácter, mas não Te importes, Senhor, não Te importes com este barro que não vale nada. Parte-o, esfrangalha-o nas Tuas mãos amorosas e, estou certo, daí sairá algo que se possa - que Tu possas - aproveitar. Não dês importância à minha prosápia, à minha vaidade, ao meu desejo incontido de protagonismo e evidência. Não sei nada, não posso nada, não tenho nada, não valho nada, não sou absolutamente nada.

Lembrar-me:
Filiação divina.

Ser Teu filho Senhor! De tal modo desejo que esta realidade tome posse de mim, que me entrego totalmente nas Tuas mãos amorosas de Pai misericordioso, e embora não saiba bem para que me queres, para que queres como filho a alguém como eu, entrego-me confiante que me conheces profundamente, com todos os meus defeitos e pequenas virtudes e é assim, e não de outro modo, que me queres ao pé de Ti. Não me afastes, Senhor. Eu sei que Tu não me afastarás nunca. Peço-Te que não permitas que alguma vez, nem por breves instantes, seja eu a afastar-me de Ti.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?