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É Natal


Quando chega o Natal, gosto de contemplar as imagens do Menino Jesus. Essas figuras que nos mostram o Senhor tão apoucado, recordam-me que Deus nos chama, que o Omnipotente Se quis apresentar desvalido, quis necessitar dos homens. Do berço de Belém, Cristo diz-me a mim e diz-te a ti que precisa de nós; reclama de nós uma vida cristã sem hesitações, uma vida de entrega, de trabalho, de alegria.
Não conseguiremos jamais o verdadeiro bom humor se não imitarmos deveras Jesus, se não formos humildes como Ele. Insistirei de novo: vedes onde se oculta a grandeza de Deus? Num presépio, nuns paninhos, numa gruta. A eficácia redentora das nossas vidas só se pode dar com humildade, deixando de pensar em nós mesmos e sentindo a responsabilidade de ajudar os outros.
É corrente, às vezes até entre almas boas, criar conflitos íntimos, que chegam a produzir sérias preocupações, mas que carecem de qualquer base objectiva. A sua origem está na falta de conhecimento próprio, que conduz à soberba: o desejo de se tornarem o centro da atenção e da estima de todos, a preocupação de não ficarem mal, de não se resignarem a fazer o bem e desaparecerem, a ânsia da segurança pessoal... E assim, muitas almas que poderiam gozar de uma paz extraordinária, que poderiam saborear um imenso júbilo, por orgulho e presunção tornam-se desgraçadas e infecundas!
Cristo foi humilde de coração. Ao longo da Sua vida, não quis para Si nenhuma coisa especial, nenhum privilégio. Começa por estar nove meses no seio de Sua Mãe, como qualquer outro homem, com extrema naturalidade. Sabia o Senhor de sobra que a Humanidade padecia de uma urgente necessidade d’Ele. Tinha, portanto, fome de vir à terra para salvar todas as almas; mas não precipita o tempo; vem na Sua hora, como chegam ao mundo os outros homens. Desde a concepção ao nascimento, ninguém, salvo S. José e Santa Isabel, adverte esta maravilha: Deus veio habitar entre os homens!
O Natal também está rodeado de uma simplicidade admirável: o Senhor vem sem aparato, desconhecido de todos. Na Terra, só Maria e José participam na divina aventura. Depois, os pastores, avisados pelos Anjos. E mais tarde os sábios do Oriente. Assim acontece o facto transcendente que une o Céu à Terra, Deus ao homem!
Como é possível tanta dureza de coração que cheguemos a acostumar-nos a estes episódios? Deus humilha-Se para que possamos aproximar-nos d’Ele, para que possamos corresponder ao seu Amor com o nosso amor, para que a nossa liberdade se renda, não só ante o espectáculo do Seu poder, como também ante a maravilha da Sua humildade.
Grandeza de um Menino que é Deus! O Seu Pai é o Deus que fez os Céus e a Terra, e Ele ali está, num presépio, quia non erat eis locus in diversorio, porque não havia outro sítio na Terra para o dono de toda a Criação! (Cristo que passa, 18)

Nosso Senhor dirige-se a todos os homens, para que venham ao seu encontro, para que sejam santos. Não chama só os Reis Magos, que eram sábios e poderosos; antes disso tinha enviado aos pastores de Belém, não simplesmente uma estrela, mas um dos seus anjos. Mas tanto uns como outros – os pobres e os ricos, os sábios e os menos sábios – têm de fomentar na sua alma a disposição de humildade que permite ouvir a voz de Deus. (Cristo que passa, 33)

"Hoje brilhará sobre nós a luz, porque nos nasceu o Senhor!" Eis a grande novidade que comove os cristãos e que, através deles, se dirige à Humanidade inteira. Deus está aqui! Esta verdade deve encher as nossas vidas. Cada Natal deve ser para nós um novo encontro especial com Deus, deixando que a Sua luz e a Sua graça entrem até ao fundo da nossa alma. (Cristo que passa, 12)

Leitura espiritual

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CAPÍTULO IX 


EL ESPIRITU SANTO Y LA GRACIA



La Persona Desconocida En Los Hechos de los Apóstoles (19,2) leemos que San Pablo fue a la ciudad de Efeso, en Asia. Encontró allí un pequeño grupo que ya creía en las enseñanzas de Jesús. Pablo les preguntó: «¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?». A lo que respondieron: «Ni siquiera sabíamos que había Espíritu Santo».

Hoy día ninguno de nosotros ignora al Espíritu Santo. Sabemos bien que es una de las tres Personas divinas que, con el Padre y el Hijo, constituyen la Santísima Trinidad.

Sabemos también que se le llama el Paráclito (palabra griega que significa «Consolador»), el Abogado (que defiende la causa de los hombres ante Dios), el Espíritu de Verdad, el Espíritu de Dios y el Espíritu de Amor. Sabemos también que viene a nosotros al bautizarnos, y que continúa morando en nuestra alma mientras no lo echemos por el pecado mortal.

Y éste es el total de los conocimientos sobre el Espíritu Santo para muchos católicos, y, sin embargo, no podremos tener más que una comprensión somera del proceso interior de nuestra santificación si desconocemos la función del Espíritu Santo en el plan divino.

La existencia del Espíritu Santo -y, por supuesto, la doctrina de la Santísima Trinidad- era desconocida hasta que Cristo reveló esta verdad. En tiempos del Viejo Testamento los judíos estaban rodeados de naciones idólatras. Más de una vez cambiaron el culto al Dios único que les había constituido en pueblo elegido, por el culto a los muchos dioses de sus vecinos. En consecuencia, Dios, por medio de sus profetas, les inculcaba insistentemente la idea de la unidad de Dios. No complicó las cosas revelando al hombre precristiano que hay tres Personas en Dios. Había de ser Jesucristo quien nos comunicara este vislumbre maravilloso de la naturaleza íntima de la Divinidad.

Sería oportuno recordar aquí brevemente la esencia de la naturaleza divina en la medida en que estamos capacitados para entenderla. Sabemos que el conocimiento que Dios tiene de Sí mismo es un conocimiento infinitamente perfecto. Es decir, la «imagen» que Dios tiene de Sí en su mente divina es una representación perfecta de Sí mismo. Pero esa representación no sería perfecta si no fuera una representación viva. Vivir, existir, es propio de la naturaleza divina. Una imagen mental de Dios que no viviera, no sería una representación perfecta.

La imagen viviente de Sí mismo que Dios tiene en su mente, la idea de Sí que Dios está engendrando desde toda la eternidad en su mente divina, se llama Dios Hijo. Podríamos decir que Dios Padre es Dios en el acto eterno de «pensarse a Sí mismo»; Dios Hijo es el «pensamiento» vivo (y eterno) que se genera en ese pensamiento. Y ambos, el Pensador y el Pensado, son en una y la misma naturaleza divina. Hay un solo Dios, pero en dos Personas.

Pero no acaba así. Dios Padre y Dios Hijo con templan cada uno la amabilidad infinita del otro. Y fluye así entre estas dos Personas un Amor divino. Es un amor tan perfecto, de tan infinito ardor, que es un amor viviente, al que llamamos Espíritu Santo, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Como dos volcanes que intercambian una misma corriente de fuego, el Padre y el Hijo se corresponden eternamente con esta Llama Viviente de Amor.

Por eso decimos, en el Credo Niceno, que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

Esta es la vida interior de la Santísima Trinidad: Dios que conoce, Dios conocido y Dios amante y amado. Tres divinas Personas, cada una distinta de las otras dos en su relación con ellas y, a la vez, poseedoras de la misma y única naturaleza divina en absoluta unidad. Al poseer por igual la naturaleza divina, no hay subordinación de una Persona a otra. Dios Padre no es más sapiente que Dios Hijo. Dios Hijo no es más poderoso que Dios Espíritu Santo.

Debemos precavernos también para no imaginar a la Santísima Trinidad en términos temporales. Dios Padre no «vino» el primero, y luego, un poco más tarde, Dios Hijo, y Dios Espíritu Santo el último en llegar. Este proceso de conocimiento y amor que constituye la vida íntima de la Trinidad existe desde toda la eternidad; no tuvo principio.

Antes de comenzar el estudio particular del Espíritu Santo, hay otro punto que convendría tener presente, y es que las tres Personas divinas no solamente están unidas en una naturaleza divina, sino que están también unidas una a otra. Cada una de ellas está en cada una de las otras en una unidad inseparable, en cierto modo igual que los tres colores primarios del espectro están (por naturaleza) unidos inseparablemente en la radiación una e incolora que llamamos luz. Es posible, por supuesto, romper un rayo de luz por medios artificiales, como un prisma, y hacer un arco iris. Pero, si se deja el rayo como es, el rojo está en el azul, el azul en el amarillo y el rojo en los dos: es un solo rayo de luz.

Ningún ejemplo resulta adecuado si lo aplicamos a Dios. Pero, por analogía, podríamos decir que igual que los tres colores del espectro están inseparablemente presentes, cada uno en el otro, en la Santísima Trinidad el Padre está en el Hijo, el Hijo en el Padre y el Espíritu Santo en ambos. Donde uno está, están los tres. Por si alguno tuviera interés en conocer los términos teológicos, a la inseparable unidad de las tres Personas divinas se le llama «circumincesión».

Muchos de nosotros estudiamos fisiología y biología en la escuela. Como resultado tenemos una idea bastante buena de lo que pasa en nuestro cuerpo. Pero no es tan clara sobre lo que pasa en nuestra alma. Nos referimos con facilidad a la gracia -actual y santificante-, a la vida sobrenatural, al crecimiento en santidad. Pero ¿cómo responderíamos si nos preguntaran el significado de estos términos? Para contestar adecuadamente tendríamos que comprender antes la función que el Espíritu Santo desempeña en la santificación de un alma. Sabemos que el Espíritu Santo es el Amor infinito que fluye eternamente entre el Padre y el Hijo. Es el Amor en persona, un amor viviente. Al ser el amor de Dios por los hombres lo que le indujo a hacernos partícipes de su vida divina, es natural que atribuyamos al Espíritu de Amor -al Espíritu Santo- las operaciones de la gracia en el alma.

Sin embargo, debemos tener presente que las tres Personas divinas son inseparables. En términos humanos (pero teológicamente no exactos) diríamos que, fuera de la naturaleza divina, ninguna de las tres Personas actúa separadamente o sola. Dentro de ella, dentro de Dios, cada Persona tiene su actividad propia, su propia relación particular a las demás.

Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo, Dios «viéndose» a Sí mismo; y Dios Espíritu Santo es Dios amor a Sí mismo.

Pero «fuera de Sí mismo» (si se nos permite expresarnos tan latamente), Dios actúa solamente en su perfecta unidad; ninguna Persona divina hace nada sola. Lo que una Persona divina hace, lo hacen las tres. Fuera de la naturaleza divina siempre actúa la Santísima Trinidad.

Utilizando un ejemplo muy casero e inadecuado, diríamos que el único sitio en que mi cerebro, corazón y pulmones actúan por sí mismos es dentro de mí; cada uno desarrolla allí su función en beneficio de los demás. Pero fuera de mí, cerebro, corazón y pulmones actúan inseparablemente juntos. Donde quiera que vaya y haga lo que haga, los tres funcionan en unidad. Ninguno se ocupa en actividad aparte.

Pero muchas veces hablamos como si lo hicieran. Decimos de un hombre que tiene «buenos pulmones» como si su voz dependiera sólo de ellos; que está «descorazonado», como si el valor fuera cosa exclusiva del corazón; que tiene «buena cabeza», como si el cerebro que contiene pudiera funcionar sin sangre y oxígeno. Atribuimos una función a un órgano determinado cuando la realizan todos juntos.

Leo G. Terese

(Cont)

Doutrina – 463


CATECISMO DA IGREJA CATÓLICA
Compêndio


PRIMEIRA SECÇÃO
A ECONOMIA SACRAMENTAL


CAPÍTULO SEGUNDO

A CELEBRAÇÃO SACRAMENTAL DO MISTÉRIO PASCAL


CELEBRAR A LITURGIA DA IGREJA

Quando celebrar?

Pergunta:

242. Qual é a função do ano litúrgico?


Resposta:

No ano litúrgico, a Igreja celebra todo o Mistério de Cristo, da Encarnação até à sua vinda gloriosa. Nos dias estabelecidos, a Igreja venera com especial amor a bem-aventurada Virgem Maria Mãe de Deus e também faz memória Santos, que por Cristo viveram, com Ele sofreram e com Ele são glorificados.

Evangelho e comentário


Tempo do ADVENTO


Santo Ambrósio – Doutor da Igreja


Evangelho: Mt 9, 27-31

27 Ao sair dali, seguiram-no dois cegos, gritando: «Filho de David, tem misericórdia de nós!» 28 Ao chegar a casa, os cegos aproximaram-se dele, e Jesus disse-lhes: «Credes que tenho poder para fazer isso?» Responderam-lhe: «Cremos, Senhor!» 29 Então, tocou-lhes nos olhos, dizendo: «Seja-vos feito segundo a vossa fé.» 30 E os olhos abriram-se-lhes. Jesus advertiu-os em tom severo: «Vede lá, que ninguém o saiba.» 31 Mas eles, saindo, divulgaram a sua fama por toda aquela terra.

Comentário:

Não há outro caminho para conseguir do Senhor o que pedimos: Ter Fé!

Aliás, não faria muito sentido pedir algo sem ter a certeza de que Ele no-lo pode conceder.

Mas, ter fé, não é algo adrede, que se tem “mais ou menos”. Ter fé – e tenhamos bem claro que a Fé só Deus a pode dar – é acreditar sem reservas ou dúvidas no poder de Deus e na Sua infinita misericórdia de nos conceder o que pedimos.

(AMA, comentário sobre Mt 9, 27-31, 24.10.2018)



Temas para meditar e reflectir

Santa Missa



Alegra toda a corte celestial, alivia as pobres almas do Purgatório, atrai sobre a terra toda a sorte de bênçãos, e dá mais glória a Deus que todos os sofrimentos dos Mártires juntos, que as penitências de todos o Santos, que todas as lágrimas por eles derramadas desde o principio do mundo e tudo quanto façam até ao fim dos séculos. 

(S. João Maria VianeySermão sobre a Santa Missa)

A adoração e a acção de graças são efeitos infalíveis do sacrifício da Missa que respeitam ao próprio Deus.

(R. Garrigou-LagrangeO Salvador, pg. 457)

Pequena agenda do cristão

Sexta-Feira


(Coisas muito simples, curtas, objectivas)




Propósito:

Contenção; alguma privação; ser humilde.


Senhor: Ajuda-me a ser contido, a privar-me de algo por pouco que seja, a ser humilde. Sou formado por este barro duro e seco que é o meu carácter, mas não Te importes, Senhor, não Te importes com este barro que não vale nada. Parte-o, esfrangalha-o nas Tuas mãos amorosas e, estou certo, daí sairá algo que se possa - que Tu possas - aproveitar. Não dês importância à minha prosápia, à minha vaidade, ao meu desejo incontido de protagonismo e evidência. Não sei nada, não posso nada, não tenho nada, não valho nada, não sou absolutamente nada.

Lembrar-me:
Filiação divina.

Ser Teu filho Senhor! De tal modo desejo que esta realidade tome posse de mim, que me entrego totalmente nas Tuas mãos amorosas de Pai misericordioso, e embora não saiba bem para que me queres, para que queres como filho a alguém como eu, entrego-me confiante que me conheces profundamente, com todos os meus defeitos e pequenas virtudes e é assim, e não de outro modo, que me queres ao pé de Ti. Não me afastes, Senhor. Eu sei que Tu não me afastarás nunca. Peço-Te que não permitas que alguma vez, nem por breves instantes, seja eu a afastar-me de Ti.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?