Padroeiros do blog: SÃO PAULO; SÃO TOMÁS DE AQUINO; SÃO FILIPE DE NÉRI; SÃO JOSEMARIA ESCRIVÁ
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23/11/2018
Leitura espiritual
LA FE
EXPLICADA
Parte
1 El credo
CAPÍTULO PRIMERO
EL FIN DE LA EXISTENCIA
DEL HOMBRE
Jesús, en su presencia física y visible, se fue al cielo el jueves de la
Ascensión. Sin embargo, ideó el modo de quedarse con nosotros como Maestro
hasta el fin de los tiempos. Con sus doce Apóstoles como núcleo y base, Jesús
se modeló un nuevo tipo de Cuerpo. Es un Cuerpo Místico más que físico por el
que permanece en la tierra. Las células de su Cuerpo son personas en vez de
protoplasma. Su Cabeza es Jesús mismo, y el Alma es el Espíritu Santo. La Voz
de este Cuerpo es la del mismo Cristo, quien nos habla continuamente para
enseñarnos y guiarnos. A este Cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, llamamos
Iglesia.
Es esto lo que quiere decir el catecismo al preguntar -como nos hemos
preguntado nosotros-: «¿Quién nos enseña a conocer, amar y servir a Dios?», y
responder: «Aprendemos a conocer, amar y servir a Dios por Jesucristo, el Hijo
de Dios, quien nos enseña por medio de la Iglesia.» Y para que tengamos bien a
la mano las principales verdades enseñadas por Jesucristo, la Iglesia las ha condensado
en una declaración de fe que llamamos Credo de los Apóstoles. Ahí están las
verdades fundamentales sobre las que se basa una vida cristiana.
3 -
El Credo de los Apóstoles es una oración antiquísima que nadie sabe
exactamente cuándo se formuló con las palabras actuales. Data de los primeros
días de los comienzos del Cristianismo. Los Apóstoles, después de Pentecostés y
antes de comenzar sus viajes misioneros por todo el mundo, formularon con
certeza una especie de sumario de las verdades esenciales que Cristo les había
confiado. Con él, todos se aseguraban de abarcar estas verdades esenciales en
su predicación. Serviría también como declaración de fe para los posibles
conversos antes de su incorporación al Cuerpo Místico de Cristo por el
Bautismo.
Así, podemos estar bien seguros que cuando entonamos «Creo en Dios Padre
omnipotente...» recitamos la misma profesión de fe que los primeros convertidos
al Cristianismo -Cornelio y Apolo, Aquila, Priscila y los demás- tan
orgullosamente recitaron y con tanto gozo sellaron con su sangre.
Algunas de las a verdades del Credo de los Apóstoles podíamos haberlas
hallado, bajo unas condiciones ideales, nosotros mismos. Tales son, por
ejemplo, la existencia de Dios, su omnipotencia, que es Creador de cielos y tierra.
Otras las conocemos sólo porque Dios nos las ha enseñado, como que Jesucristo
es el Hijo de Dios o que hay tres Personas en un solo Dios. Al conjunto de
verdades que Dios nos ha enseñado (algunas asequibles para nosotros y otras
fuera del alcance de nuestra razón) se le llama «revelación divina», o sea, las
verdades reveladas por Dios. («Revelar» viene de una palabra latina que
significa «retirar el velo».) Dios empezó a retirar el velo sobre Sí mismo con
las verdades que dio a conocer a nuestro primer padre, Adán. En el transcurso
de los siglos, Dios siguió retirando el velo poquito a poco. Hizo revelaciones
sobre Sí mismo -y sobre nosotros- a los patriarcas como Noé y Abrahán; a Moisés
y a los profetas que vinieron tras él, como Jeremías y Daniel.
Las verdades reveladas por Dios desde Adán hasta el advenimiento de Cristo
se llaman «revelación precristiana». Fueron la preparación paulatina para la
gran manifestación de la verdad divina que Dios nos haría por su Hijo
Jesucristo. A las verdades dadas a conocer ya directamente por Nuestro Señor,
ya por medio de sus Apóstoles bajo la inspiración del Espíritu Santo, las
llamamos «revelación cristiana».
Por medio de Jesucristo, Dios completó la revelación de Sí mismo a la
humanidad. Ya nos ha dicho todo lo que necesitamos saber para ir al cielo. Nos
ha dicho todo lo que necesitamos saber para cumplir nuestro fin y alcanzar la
eterna unión con el mismo Dios.
Consecuentemente, tras la muerte del último Apóstol (San Juan), no hay
«nuevas» verdades que la virtud de la fe exija que creamos.
Con el paso de los años, los hombres usarán la inteligencia que Dios les ha
dado para examinar, comparar y estudiar las verdades reveladas por Cristo. El
depósito de la verdad cristiana, como un capullo que se abre, se irá
desplegando ante la meditación y el examen de las grandes mentes de cada
generación.
Naturalmente, nosotros, en el siglo XX, comprendemos mucho mejor las
enseñanzas de Cristo que los cristianos del siglo I. Pero la fe no depende de
la plenitud de comprensión. En lo que concierne a las verdades de fe, nosotros
creemos exactamente las mismas verdades que creyeron los primeros cristianos,
las verdades que ellos recibieron de Cristo y de sus portavoces, los Apóstoles.
Cuando el sucesor de Pedro, el Papa, define solemnemente un dogma-como el
de la Asunción-, no es que presente una nueva verdad para ser creída.
Simplemente nos da pública noticia de que es una verdad que data del tiempo de
los Apóstoles y que, en consecuencia, debemos creer. Desde el tiempo de Cristo
ha habido muchas veces en que Dios ha hecho revelaciones privadas a
determinados santos y otras personas. Estos mensajes se denominan revelaciones
«privadas». A diferencia de las revelaciones «públicas» dadas por Jesucristo y
sus Apóstoles, aquéllas sólo exigen el asentimiento de los que las reciben. Aun
apariciones tan famosas como Lourdes y Fátima, o la del Sagrado Corazón a Santa
Margarita María, no son lo que llamamos «materia de fe divina». Si una
evidencia clara y cierta nos dice que estas apariciones son auténticas, sería
una estupidez dudar de ellas. Pero aun negándolas no incurriríamos en herejía.
Estas revelaciones privadas no forman parte del «depósito de la fe».
Ahora que estamos tratando del tema de la revelación divina sería bueno
indicar el volumen que nos ha guardado muchas de las revelaciones divinas: la
Santa Biblia.
Llamamos a la Biblia la Palabra de Dios porque fue el mismo Dios quien
inspiró a los autores de los distintos «libros» que componen la Biblia. Dios
les inspiró escribir lo que El quería que se escribiera, y nada más. Por su
directa acción sobre la mente y voluntad del escritor (sea éste Isaías o
Ezequiel, Mateo o Lucas), Dios Espíritu Santo dictó lo que quería que se
escribiera. Fue, por supuesto, un dictado interno y silencioso. El escritor
redactaría según su estilo de expresión propio. Incluso sin darse cuenta de lo
que le movía a consignar las cosas que escribía. Incluso sin percatarse de
estar escribiendo bajo la influencia de la divina inspiración. Y, sin embargo, el
Espíritu Santo guiaría cada rasgo de su pluma.
Es, pues, evidente que la Biblia no está libre de error porque la Iglesia
haya dicho, tras un examen minucioso, que no hay en ella error. La Biblia está
libre de error porque su autor es Dios mismo, siendo el escritor humano un mero
instrumento de Dios. El cometido de la Iglesia ha sido decirnos qué escritos
antiguos son inspirados, conservarlos e interpretarlos.
Sabemos, por cierto, que no todo lo que Jesús enseñó está en la Biblia.
Sabemos que muchas de las verdades que constituyen el depósito de la fe se nos
dieron por enseñanza oral de los Apóstoles y se han transmitido de generación
en generación por los obispos, sucesores de los Apóstoles. Es lo que llamamos
Tradición de la Iglesia: las verdades transmitidas a través de los tiempos por
la viva Voz de Cristo en su Iglesia.
En esta doble fuente - la Biblia y la Tradición - encontramos la revelación
divina completa, todas las verdades que debemos creer.
(cont)
Leo J. Trese
Quero entregar-me a Ti sem reservas!
Pedro diz-Lhe: "Senhor, Tu lavares-me os pés, a mim?!".
Responde Jesus: "O que Eu faço, não
o compreendes agora; entendê-lo-ás depois". Insiste Pedro: "Tu nunca me lavarás os pés!".
Replicou Jesus: "Se Eu não te lavar,
não terás parte coMigo". Simão Pedro rende-se: "Senhor, não só os pés, mas também as mãos e
a cabeça!". Ao chamamento a uma entrega total, completa, sem
vacilações, muitas vezes opomos uma falsa modéstia como a de Pedro... Oxalá
fôssemos também homens de coração, como o Apóstolo!...
...Pedro não admite que
ninguém ame Jesus mais do que ele. Esse amor leva-o a reagir assim: – Aqui
estou! Lava-me as mãos, a cabeça, os pés! Purifica-me de todo, que eu quero
entregar-me a Ti sem reservas! (Sulco, 266)
– Está completo o tempo, e aproxima-se o Reino de Deus; fazei penitência,
e crede no Evangelho (Mc 1, 15).
– E vinha a Ele todo o povo, e ensinava-o (Mc
2, 13.)
Jesus vê aquelas barcas na
margem, e sobe para uma delas. Com que naturalidade se mete Jesus na barca de
cada um de nós!
Quando te aproximares do
Senhor, lembra-te de que Ele está sempre muito perto de ti, dentro de ti: Regnum Dei intra vos est (Lc
17, 21). No teu coração O encontrarás.
Cristo deve reinar, em
primeiro lugar, na nossa alma. Para que Ele reine em mim, preciso da sua graça
abundante, pois só assim é que o mais imperceptível pulsar do meu coração, a
menor respiração, o olhar menos intenso, a palavra mais corrente, a sensação
mais elementar se traduzirão num hossana ao meu Cristo Rei.
Duc
in altum – Ao largo! – Repele o pessimismo que te torna
cobarde. Et laxate retia vestra in
capturam – e lança as redes para pescar.
Devemos, confiar nessas
palavras do Senhor: meter-se na barca, pegar nos remos, içar as velas e
lançar-nos a esse mar do mundo que Cristo nos deixa em herança.
Et
regni ejus non erit finis. – O Seu Reino não terá fim!
Não te dá alegria
trabalhar por um reinado assim? (Santo
Rosário, mistérios Luminosos: ‘O anúncio do Reino de Deus’)
Evangelho e comentário
Evangelho: Lc 19, 45-48
45 Depois, entrando no templo, começou
a expulsar os vendedores. 46 E dizia-lhes: «Está escrito: A minha casa será
casa de oração; mas vós fizestes dela um covil de ladrões.» 47 Ensinava todos
os dias no templo, e os sumos sacerdotes e os doutores da Lei, assim como os
chefes do povo, procuravam matá-lo. 48 Não sabiam, porém, como proceder, pois
todo o povo, ao ouvi-lo, ficava suspenso dos seus lábios.
Comentário:
De
repente, perante os nossos olhos – talvez atónitos – a figura de Jesus como que
Se transforma e Aquele Homem afável e comunicativo assume uma postura de
intransigente repúdio pelo espectáculo da casa de Deus convertida em zona de
comércio de toda a espécie.
De
facto, Jesus defende a Sua casa, como qualquer um de nós defenderia a sua se a
mesma fosse alvo de profanação ou abuso por parte de outros.
O
Templo – e este é o ensinamento que Jesus quer sublinhar – é casa de oração, de
encontro com Deus e só esse é o fim para que existe.
(AMA,
comentário sobre Lc 19, 45-48, 24.11.2017)
Temas para reflectir e meditar
Vida eterna
2
Bom… se o Céu está
“composto” por seres espirituais, impassíveis e simples, não ocupando nem lugar
nem espaço, o Céu não será, no sentido real do termo, um lugar com uma
“localização específica”.
“Foi elevado ao Céu” lemos
por diversas vezes em circunstâncias diversas estas palavras.
“Foi arrebatado ao Céu –
num carro de fogo como reza a Escritura a propósito do Profeta”.
Muito bem, mas temos de
encarar essas expressões como que significando um lugar superior de inexcedível
alcance.
(Foi elevado ao Céu não
parece ser uma expressão com “a força” que se pretende dar.)
Pequena agenda do cristão
(Coisas muito simples, curtas, objectivas)
Propósito:
Contenção; alguma privação; ser humilde.
Senhor: Ajuda-me a ser contido, a privar-me de algo por pouco que seja, a ser humilde. Sou formado por este barro duro e seco que é o meu carácter, mas não Te importes, Senhor, não Te importes com este barro que não vale nada. Parte-o, esfrangalha-o nas Tuas mãos amorosas e, estou certo, daí sairá algo que se possa - que Tu possas - aproveitar. Não dês importância à minha prosápia, à minha vaidade, ao meu desejo incontido de protagonismo e evidência. Não sei nada, não posso nada, não tenho nada, não valho nada, não sou absolutamente nada.
Lembrar-me:
Filiação divina.
Ser Teu filho Senhor! De tal modo desejo que esta realidade tome posse de mim, que me entrego totalmente nas Tuas mãos amorosas de Pai misericordioso, e embora não saiba bem para que me queres, para que queres como filho a alguém como eu, entrego-me confiante que me conheces profundamente, com todos os meus defeitos e pequenas virtudes e é assim, e não de outro modo, que me queres ao pé de Ti. Não me afastes, Senhor. Eu sei que Tu não me afastarás nunca. Peço-Te que não permitas que alguma vez, nem por breves instantes, seja eu a afastar-me de Ti.
Pequeno exame:
Cumpri o propósito que me propus ontem?