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Doutrina – 460


CATECISMO DA IGREJA CATÓLICA
Compêndio


PRIMEIRA SECÇÃO

A ECONOMIA SACRAMENTAL


CAPÍTULO SEGUNDO

A CELEBRAÇÃO SACRAMENTAL DO MISTÉRIO PASCAL


CELEBRAR A LITURGIA DA IGREJA

Pergunta:

239. Quais os critérios do canto e da música na celebração litúrgica?

Resposta:

Uma vez que o canto e a música estão intimamente conexos com a acção litúrgica, eles devem respeitar os seguintes critérios: a conformidade à doutrina católica dos textos, tomados de preferência da Escritura e das fontes litúrgicas; a beleza expressiva da oração; a qualidade da música; a participação da assembleia; a riqueza cultural do Povo de Deus e o carácter sacro e solene da celebração. «Quem canta reza duas vezes» (S. Agostinho).

Leitura espiritual

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LA FE EXPLICADA

Parte 1 El credo


CAPÍTULO PRIMERO EL FIN DE LA EXISTENCIA DEL HOMBRE

1 -
¿Por qué estoy aquí? ¿Es el hombre un mero accidente biológico? ¿Es el género humano una simple etapa en un proceso evolutivo, ciego y sin sentido? ¿Es esta vida humana nada más que un destello entre la larga oscuridad que precede a la concepción y la oscuridad eterna que seguirá a la tumba? ¿Soy yo apenas una mota insignificante en el universo, lanzada al ser por el poder creador de un Dios indiferente, como la cáscara que se arroja sin pensar por encima del hombro? ¿Tiene la vida alguna finalidad, algún plan, algún propósito? ¿De dónde, en fin, vengo? ¿Y por qué estoy aquí? Estas cuestiones son las que cualquier persona normal se plantea en cuanto alcanza edad suficiente para pensar con cierta sensatez. El Catecismo de la Doctrina Cristiana es, pues, sumamente lógico cuando nos propone como pregunta inicial: «¿Quién nos ha creado?», pregunta a la que, una vez respondida, sigue inmediatamente esta otra: «¿Quién es Dios?». Pero, por el momento, me parece mejor retrasar el extendernos en estas dos preguntas y comenzar, más bien, con la consideración de una tercera. Es igualmente básica, igualmente urgente, y nos ofrece un mejor punto de partida. La pregunta es: «¿Para qué nos hizo Dios?».

Hay dos modos de responder a esa pregunta, según la consideremos desde el punto de vista de Dios o del nuestro. Viéndola desde el punto de vista de Dios, la respuesta es: «Dios nos hizo para mostrar su bondad». Dado que Dios es un Ser infinitamente perfecto, la principal razón por la que hace algo debe ser una razón infinitamente perfecta. Pero sólo hay una razón infinitamente perfecta para hacer algo, y es hacerlo por Dios. Por ello, sería indigno de Dios, contrario a su infinita perfección, si hiciera alguna cosa por una razón inferior a Sí mismo.

Quizá lo veamos mejor si nos lo aplicamos a nosotros. Aun para nosotros, la mayor y mejor razón para hacer algo es hacerlo por Dios. Si lo hago por otro ser humano -aun algo noble, como alimentar al hambriento-, y lo hago especialmente por esa razón, sin referirme a Dios de alguna manera, estoy haciendo una cosa imperfecta. No es una cosa mala, pero sí menos perfecta. Esto sería así aun si lo hiciera por un ángel o por la Santísima Virgen misma, prescindiendo de Dios. No hay motivo mayor para hacer algo que hacerlo por Dios. Y esto es cierto tanto para lo que Dios hace como para lo que hacemos nosotros.(La primera razón, pues -la gran razón por la que Dios hizo al universo y a nosotros-, fue para su propia gloria, para mostrar su poder y bondad infinitos. Su infinito poder se muestra por el hecho de que existimos. Su infinita bondad por el hecho de que quiere hacernos partícipes de su amor y felicidad. Y si nos pareciera que Dios es egoísta por hacer las cosas para su propio honor y gloria, es porque no podemos evitar pensarle en términos humanos. Pensamos en Dios como si fuera una criatura igual que nosotros.

Pero el hecho es que no hay nada o nadie que merezca más ser objeto del pensamiento de Dios o de su amor que Dios mismo.

Sin embargo, cuando decimos que Dios hizo al universo (y a nosotros) para su mayor gloria, no queremos decir, por supuesto, que Dios la necesitara de algún modo. La gloria que dan a Dios las obras de su creación es la que llamamos «gloria extrínseca». Es algo fuera de Dios, que no le añade nada. Es muy parecido al artista que tiene gran talento para la pintura y la mente llena de bellas imágenes. Si el artista pone algunas de ellas sobre un lienzo para que la gente las vea y admire, esto no añade nada al artista mismo. No lo hace mejor o más maravilloso de lo que era.

Así, Dios nos hizo primordialmente para su honor y gloria. De aquí que nuestra primera respuesta a la pregunta «¿Para qué nos hizo Dios?» sea: «para mostrar su bondad».

Pero la principal manera de demostrar la bondad de Dios se basa en el hecho de habernos creado con un alma espiritual e inmortal, capaz de participar de su propia felicidad. Aun en los asuntos humanos sentimos que la bondad de una persona se muestra por la generosidad con que comparte su persona y sus posesiones con otros.

Igualmente, la bondad divina se muestra, sobre todo, por el hecho de hacernos partícipes de su propia felicidad, de hacernos partícipes de Sí mismo.

Por esta razón, al responder desde nuestro punto de vista a la pregunta «¿Para qué nos hizo Dios?», decimos que nos hizo «para participar de su eterna felicidad en el cielo». Las dos respuestas son como dos caras de la misma moneda, su anverso y su reverso: la bondad de Dios nos ha hecho partícipes de su felicidad, y nuestra participación en su felicidad muestra la bondad de Dios.

Bien, ¿y qué es esa felicidad de la que venimos hablando y para la que Dios nos hizo? Como respuesta, comencemos con un ejemplo: el del soldado americano destinado en una base extranjera. Un día, al leer el periódico de su pueblo que le ha enviado su madre, tropieza con la fotografía de una muchacha. El soldado no la conoce. Nunca ha oído hablar de ella. Pero, al mirarla, se dice: «Vaya, me gusta esta chica. Querría casarme con ella».

La dirección de la muchacha está al pie de la foto, y el soldado se decide a escribirle, sin demasiadas esperanzas en que le conteste. Y, sin embargo, la respuesta llega.

Comienzan una correspondencia regular, intercambian fotografías, y se cuentan todas sus cosas. El soldado se enamora más y más cada día de esa muchacha a quien nunca ha visto.

Al fin, el soldado vuelve a casa licenciado. Durante dos años ha estado cortejándola a distancia. Su amor hacia ella le ha hecho mejor soldado y mejor hombre: ha procurado ser la clase de persona que ella querría que fuera. Ha hecho las cosas que ella desearía que hiciera, y ha evitado las que le desagradarían si llegara a conocerlas. Ya es un anhelo ferviente de ella lo que hay en su corazón, y está volviendo a casa.

¿Podemos imaginar la felicidad que colmará cada fibra de su ser al descender del tren y tomar, al fin, a la muchacha en sus brazos? «¡Oh! -exclamará al abrazarla-, ¡si este momento pudiera hacerse eterno!» Su felicidad es la felicidad del amor logrado, del amor encontrándose en completa posesión de la persona amada. Llamamos a eso la fruición del amor. El muchacho recordará siempre este instante -instante en que su anhelo fue premiado con el primer encuentro real- como uno de los momentos más felices de su vida en la tierra.

Es también el mejor ejemplo que podemos dar sobre la naturaleza de nuestra felicidad en el cielo. Es un ejemplo penosamente imperfecto, inadecuado en extremo, pero el mejor que hemos podido encontrar. Porque la primordial felicidad del cielo consiste exactamente en esto: que poseeremos al Dios infinitamente perfecto y seremos poseídos por El, en una unión tan absoluta y completa que ni siquiera remotamente podemos imaginar su éxtasis.

A quien poseeremos no será un ser humano, por maravilloso que sea. Será el mismo Dios con quien nos uniremos de un modo personal y consciente; Dios que es Bondad, Verdad y Belleza infinitas; Dios que lo es todo, y cuyo amor infinito puede (como ningún amor humano es capaz de hacer) colmar todos los deseos y anhelos del corazón humano.

Conoceremos entonces una felicidad arrebatadora tal, que «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre», según la cita de San Pablo (1 Cor 2,9). Y esta felicidad, una vez conseguida, nunca se podrá perder.

Pero esto no significa que se prolongue durante horas, meses y años. El tiempo es algo propio del perecedero mundo material. Una vez dejemos esta vida, dejaremos también el tiempo que conocemos. Para nosotros la eternidad no será «una temporada muy larga».

La sucesión de momentos que experimentaremos en el cielo -el tipo de duración que los teólogos llaman aevum- no serán ciclos cronometrables en horas y minutos. No habrá sentimiento de «espera», ni sensación de monotonía, ni expectación del mañana. Para nosotros, el «AHORA» será lo único que contará.

Esto es lo maravilloso del cielo: que nunca se acaba. Estaremos absortos en la posesión del mayor Amor que existe, ante el cual el más ardiente de los amores humanos es una pálida sombra.

Y nuestro éxtasis no estará tarado por el pensamiento que un día tendrá que acabar, como ocurre con todas las dichas terrenas.

Por supuesto, nadie es absolutamente feliz en esta vida. A veces la gente piensa que lo sería si pudiera alcanzar todo lo que desea. Pero cuando lo consiguen -salud, riqueza y fama; una familia cariñosa y amigos leales- encuentran que aún les falta algo. Todavía no son sinceramente felices. Siempre queda algo que su corazón anhela. Hay personas más sabias que saben que el bienestar material es una fuente de dicha que decepciona. Con frecuencia, los bienes materiales son como agua salada para el sediento, que en vez de satisfacer el ansia de felicidad, la intensifica. Estos sabios han descubierto que no hay felicidad tan honda y permanente como la que brota de una viva fe en Dios y de un activo y fructífero amor de Dios. Pero incluso estos sabios encuentran que su felicidad en esta vida nunca es perfecta, nunca completa. Más aún, son ellos, más que nadie, quienes conocen lo inadecuado de la felicidad de este mundo, y es precisamente por eso -por el hecho de que ningún humano es jamás perfectamente dichoso en esta vida- por lo que encontramos una de las pruebas de la existencia de la felicidad imperecedera que nos aguarda tras la tumba. Dios, que es infinitamente bueno, no pondría en los corazones humanos este ansia de felicidad perfecta si no hubiera modo de satisfacerla. Dios no tortura con la frustración a las almas que El ha hecho.

(cont)
Leo J. Trese

Não há razão para que a Igreja e o Estado choquem


Não é verdade que haja oposição entre ser bom católico e servir fielmente a sociedade civil. Como não há razão para que a Igreja e o Estado choquem no exercício legítimo das respectivas autoridades, em cumprimento da missão que Deus lhes confiou. Mentem (isso mesmo: mentem!) os que afirmam o contrário. São os mesmos que, em aras de uma falsa liberdade, quereriam "amavelmente" que os católicos voltassem às catacumbas. (Sulco, 301)

Tendes de difundir por toda a parte uma verdadeira mentalidade laical, que há-de levar os cristãos a três consequências:
– a serem suficientemente honrados para arcarem com a sua responsabilidade pessoal;
– a serem suficientemente cristãos para respeitarem os seus irmãos na fé que proponham – em matérias discutíveis – soluções diversas das suas;
– e a serem suficientemente católicos para não se servirem da Igreja, nossa Mãe, misturando-a com partidarismos humanos.

Vê-se claramente que, neste terreno como em todos, não poderíeis realizar o programa de viver santamente a vida diária se não gozásseis de toda a liberdade que vos é reconhecida – simultaneamente – pela Igreja e pela vossa dignidade de homens e de mulheres criados à imagem de Deus. A liberdade pessoal é essencial para a vida cristã. Mas não vos esqueçais, meus filhos, de que falo sempre de uma liberdade responsável.
Interpretai, portanto, as minhas palavras como o que são: um chamamento a exercerdes – diariamente!, não apenas em situações de emergência – os vossos direitos; e a cumprirdes nobremente as vossas obrigações como cidadãos – na vida política, na vida económica, na vida universitária, na vida profissional –, assumindo com coragem todas as consequências das vossas decisões, arcando com a independência pessoal que vos corresponde. E essa mentalidade laical cristã permitir-vos-á fugir de toda a intolerância, de todo o fanatismo. Di-lo-ei de um modo positivo: far-vos-á conviver em paz com todos os vossos concidadãos e fomentar também a convivência nos diversos sectores da vida social. (Temas Actuais do Cristianismo, n. 117)

Evangelho e comentário


Tempo comum



Apresentação de Nossa Senhora

Evangelho: Lc 19, 11-28

11 Estando eles a ouvir estas coisas, Jesus acrescentou uma parábola, por estar perto de Jerusalém e por eles pensarem que o Reino de Deus ia manifestar-se imediatamente. 12 Disse, pois: «Um homem nobre partiu para uma região longínqua, a fim de tomar posse de um reino e em seguida voltar. 13 Chamando dez dos seus servos, entregou-lhes dez minas e disse-lhes: ‘Fazei render a mina até que eu volte.’ 14 Mas os seus concidadãos odiavam-no e enviaram uma embaixada atrás dele, para dizer: ‘Não queremos que ele seja nosso rei.’ 15 Quando voltou, depois de tomar posse do reino, mandou chamar os servos a quem entregara o dinheiro, para saber o que tinha ganho cada um deles. 16 O primeiro apresentou-se e disse: ‘Senhor, a tua mina rendeu dez minas.’ 17 Respondeu-lhe: ‘Muito bem, bom servo; já que foste fiel no pouco, receberás o governo de dez cidades.’ 18 O segundo veio e disse: ‘Senhor, a tua mina rendeu cinco minas.’ 19 Respondeu igualmente a este: ‘Recebe, também tu, o governo de cinco cidades.’ 20 Veio outro e disse: ‘Senhor, aqui tens a tua mina que eu tinha guardado num lenço, 21 pois tinha medo de ti, que és homem severo, levantas o que não depositaste e colhes o que não semeaste.’ 22 Disse-lhe ele: ‘Pela tua própria boca te condeno, mau servo! Sabias que sou um homem severo, que levanto o que não depositei e colho o que não semeei; 23 então, porque não entregaste o meu dinheiro ao banco? Ao regressar, tê-lo-ia recuperado com juros.’ 24 E disse aos presentes: ‘Tirai-lhe a mina e dai-a ao que tem dez minas.’ 25 Responderam-lhe: ‘Senhor, ele já tem dez minas!’ 26 Digo-vos Eu: A todo aquele que tem, há-de ser dado, mas àquele que não tem, mesmo aquilo que tem lhe será tirado. 27 Quanto a esses meus inimigos, que não quiseram que eu reinasse sobre eles, trazei-os cá e degolai-os na minha presença.» 28 Dito isto, Jesus seguiu para diante, em direcção a Jerusalém.

Comentário:

Por várias vezes ao longo do ano, mas particularmente neste tempo de reconvenção, a liturgia vai apresentando este tema que versa sobre as contas que teremos de dar sobre o uso que demos aos dons e graças que ao longo da vida fomos recebendo.
É a vinha pronta e preparada para produzir, são os talentos, as minas...

O Criador entrega-nos em plena confiança o necessário e, se repararmos bem, muito mais do que precisamos.
Não esqueçamos que, por exemplo, uma Mina corresponderia ao valor de cinquenta kilos de prata. O que recebeu dez Minas ficou, portanto, na posse de meia tonelada de prata, quantia astronómica a que o Senhor chama "coisa pouca".

E, de facto, considerando a omnipotente grandeza do Senhor…

O que se compreende é que o valor intrínseco das coisas pouco conta para Deus, mas, antes, o que é feito com amor e vontade de servir, aplicando todas as nossas capacidades e dotes.

(AMA, comentário sobre Lc 19, 11-28 22.11.2017)




Temas para reflectir e meditar


Formação humana e cristã – 113


Amor aos outros

2 – Porque ninguém sofre como nós sofremos e, embora não saibamos explicar tal afirmação, somos levados a considerar que é assim mesmo.
A nossa vida, a nossa forma de viver, deixa-se influenciar por este sentimento “especial” que nos coloca como que num plano – senão superior – pelo menos, “especial” em relação aos outros.
Mas, a realidade é bem diferente – não objectivamente mas de modo subjectivo – porque nada nem o que for nos dá o direito de nos considerarmos “especiais” quando há muitíssima gente que sofre incomparavelmente mais e, a acrescentar, está isolada e não tem com quem partilhar esse sofrimento.

Resolvemos a questão – portanto – dedicando-nos com afinco a lembrar-mos todos esses irmãos nossos, Filhos de Deus como nós, pedindo ao Senhor que considere “aplicar” os méritos que possamos ter em minorar a situação de cada um.

AMA, reflexões