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19/11/2018

Dom de lágrimas



El P. Ernest Simoni, condenado a muerte en la Albania comunista, y el Papa Francisco


«Es más triste no llorar que llorar demasiado, nuestras lágrimas forman parte de las de Dios»

Las lágrimas son, antes que nada, un signo de sufrimiento por el que se siente pudor y se esconde. Sin embargo, la espiritualidad medieval hablaba del "don de lágrimas", con lo que la percepción del llanto, incluso, recobra un nuevo sentido. De hecho, una de las bienaventuranzas hace referencia a las lágrimas, y Cristo, a los que lloran, les promete consuelo… De todo ello habla Anne Lécu, que además de religiosa es médico en una cárcel en Francia, la más grande de Europa Occidental, y autora del ensayo Des larmes, Las lágrimas, en la editorial francesa Cerf, y que recoge el diario francés La Croix.

- ¿Las lágrimas siempre tienen el mismo significado?

- Depende de la época. Hoy a veces se llora por tonterías, y hay quien llora de alegría. Las lágrimas van de la tristeza a la alegría y, como María Magdalena cuando Jesús la llamó por su nombre, se puede pasar en un mismo momento de un estado a otro. La risa tiene algo de mecánico, mientras que las lágrimas trazan una continuidad en la gama de los sentimientos.

- Usted dice en su libro que las lágrimas son una secreción del cuerpo. Entonces ¿hay que tratarlas, hay que curarlas?

- Ese es el asunto. Hoy se tiende a medicar todo, y se puede caer en la tentación de decir que hay que suprimir las lágrimas, que son un signo de sufrimiento. A veces es así, pero no siempre. Para mí, las lágrimas son ante todo un desbordamiento que manifiesta un exceso de algo. Lo que me interesa es lo que dicen de la persona que llora, lo que ella escucha en sus propias lágrimas. Muchas veces nos sentimos desbordados por las lágrimas. A veces nos pasa que estamos llorando cuando no queremos hacerlo.

- Nuestras lágrimas ¿están relacionadas con lo que nos pasa, con nuestra vida personal, psicológica?

- Con nuestra existencia, nuestra historia, nuestro pasado, nuestra manera de ser... Unos lloran más que otros, que no consiguen exteriorizar su sufrimiento, y hay otros que sufren y lo dicen. Recuerdo a una persona en la cárcel que estaba cubierta de grandes úlceras que supuraban, y que me dijo: “Mi cuerpo que supura, es mi alma que llora”. No conseguía llorar. Es más triste no conseguir llorar que llorar demasiado.

- En las Escrituras, y también en el Antiguo Testamento, se llora mucho.

- Eso es porque la Biblia cuenta nuestra historia. Un fraile dominico que conozco dijo que cuenta lo que nos pasa alrededor, en un radio de 5 metros... Habla de las emociones de la gente, sus conflictos, sus alegrías...

- ¿Las lágrimas de la Biblia dicen algo en particular?

- Dicen que Dios se encarna en nuestras vidas, nuestros fracasos, nuestras alegrías, nuestros encuentros...

- ¿Dios tiene una relación con nuestras lágrimas?

- Yo creo que sí. Y también creo que Dios llora. Cristo llora en el Evangelio. Jesús se hizo uno de nosotros; también tengo la impresión de que nuestras lágrimas forman parte de las suyas. Él las lleva consigo. Cuando llora, lo hace por las lágrimas de todo el mundo. Y si Dios llora, pues sí, hay una relación entre Dios y las lágrimas. Los autores de la Edad Media no se equivocaban cuando hablaban del “don” de las lágrimas.

- ¿Qué es este famoso “don de lágrimas”?

- Que ante todo debemos recibir las lágrimas como un regalo. Son un regalo porque significan la presencia de alguien. Yo creo que quien no llora es porque está verdaderamente solo. Si llora aunque esté solo, es que llora delante de alguien. Ese alguien puede ser Dios, puede ser también alguien en quien está pensando y que se ha ido o ha muerto, pero que está presente en su ausencia, se podría decir. El que está absolutamente abandonado por su gente no llora. Todos hemos vivido esa experiencia: cuando estamos delante de una persona de confianza, nos ponemos a llorar. Llega un amigo, se desmorona y se pone a llorar. Las lágrimas son la señal de una presencia, por eso son un regalo.

- ¿Esto significa que se llora por nada?

- No, no es eso. Cuando releemos los escritos de los autores medievales, encontramos lágrimas de contrición: de arrepentimiento por lo que se ha hecho.

- Los grandes santos lloran mucho por sus pecados.

- Sin ir a buscar a los grandes santos, sabemos muy bien por nosotros mismos que cuando hacemos algo que habríamos preferido no hacer y que hemos herido a alguien a quien queremos, las lágrimas, en el momento que las derramamos, son una forma de liberación.

- También en los relatos de conversiones se derraman muchas lágrimas.

- Yo creo que las lágrimas de conversión expresan algo más. Llegan cuando algo en nuestra vida es más grande que nosotros, cuando nuestra vida ha sido tocada por la trascendencia. Las lágrimas de conversión son lágrimas de alegría. Sin ser grandes santos, e incluso sin tener fe, todo el mundo puede vivir esta experiencia cuando, por ejemplo, se encuentra ante una obra de arte que le emociona. El que se siente lleno de amor y alegría por estar en los brazos de su compañera vive la misma experiencia, está tocado por algo más grande que él.

- ¿A esto también se le puede llamar “don de lágrimas”?

- ¡Por supuesto! ¡Es un regalo! Que lo vivamos o no en la fe, yo creo que todo lo que vivimos está relacionado con Dios. Si no, Dios no se ha encarnado en Jesucristo.

- ¿Es un don gratuito?

- Sí, yo creo que con las lágrimas estamos en lo contrario de lo útil. Las vertemos cuando no queremos hacerlo... Pueden ser de cólera, de cansancio, pueden correr abundantemente en momentos en los que no conseguimos retenerlas, incluso cuando no nos damos cuenta de que estamos llorando. Llegan sin que las podamos controlar, y cuando queremos llorar, ¡no podemos! Me gusta hablar de regalo, porque todos recibimos la presencia del otro como un regalo. Y eso es la presencia de Dios.
- Ignacio de Loyola, Francisco de Asís lloraron abundantemente...

- También santo Domingo, que lloraba por la noche porque le preocupaba mucho la suerte de los pecadores. Durante el día, procuraba estar alegre con los que estaban alegres, y llorar con los que lloraban. Lo que es una hermosa imagen de la calidad de la presencia que podemos tener los unos con los otros.

- Y también de la calidad de las lágrimas...

- ¡Es lo mismo!

- Cuando nos sentimos desbordados por las lágrimas, sin un motivo en concreto, ¿qué debemos hacer?

- Nada.

- Vemos a mucha gente que llora en misa. Por ejemplo, durante la consagración.

- Sí, y si se lo comenta, le dirán que están muy contentos de haber llorado.

- ¿Las lágrimas, entonces, tienen un beneficio?

- Estoy segura. Los autores medievales decían que limpiaban los ojos, que tenían un papel purificador. Yo creo que es verdad que las lágrimas limpian los ojos. Cuando nuestra vista está nublada por las lágrimas, vemos cosas que no veríamos con los ojos secos. Es un antídoto de la transparencia.

- ¿Aquí está hablando el médico?

- No, habla alguien exasperado por la transparencia reinante. Hoy en día creemos que tenemos que saber todo sobre todo el mundo, especialmente en el medio carcelario, y que, cuando sepamos todo, podremos hacer algo por la gente. Verlo todo, esto sería saber y, por tanto, poder. Creo que es una pura ilusión, y yo reivindico la opacidad. Aceptar que no se sabe, esto es lo primero para entablar una relación con alguien.

- ¿Se llora mucho en la cárcel?

- Se llora mucho y se esconden mucho para llorar, por pudor sobre todo. En la cárcel siempre están vigilados. Así que también se esconden por temor de que crean que se quieren suicidar, y de que los despierten de golpe a las dos horas para asegurarse de que están durmiendo. Una vez vino una mujer a mi despacho para llorar porque no podía hacerlo en el corredor. Las lágrimas nos permiten mantener un cierto misterio entre nosotros y los demás.

ReL



Leitura espiritual

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LEGENDA MAIOR 

Vida de São Francisco de Assis

ALGUNS MILAGRES REALIZADOS APÔS A MORTE DE SÃO FRANCISCO

CAPÍTULO VII

CEGOS QUE RECOBRARAM A VISTA

1. No convento dos franciscanos de Nápoles, havia um Irmão chamado Roberto, que por muitos anos viveu cego.
Em seus olhos haviam-se formado umas excrescências carnosas que impediam o uso e o movimento das pálpebras.
Muitos Irmãos por lá costumavam passar como hóspedes ao se dirigirem a diversas partes do mundo, quando aconteceu que o bem-aventurado Francisco, espelho de perfeita obediência, a fim de animar os Irmãos em seus empreendimentos por meio de um milagre, curou em presença de todos aquele Irmão cego, da seguinte maneira:
Frei Roberto, às portas da morte, jazia em sua cama e já se lhe havia feito a encomendação da alma, quando se aproximou o seráfico Pai com três outros Irmãos, homens de grande santidade: Santo António, Frei Agostinho e Frei Tiago de Assis, que assim como o tinham seguido perfeitamente durante a vida, assim também o acompanharam alegres após a morte.
São Francisco tomou uma faca e cortou ao enfermo toda a carne supérflua dos olhos, restituiu-lhe a saúde junto com a vista, livrou-o da morte e lhe disse:
“Roberto, meu filho, esta graça que te concedi para servir de sinal para nossos Irmãos que partem para regiões distantes onde os precederei e dirigirei todos os seus passos.
Irão, pois, felizes, e cumprirão com ânimo alegre o mandamento da santa obediência”.

2. Em Tebas, cidade da Grécia, havia uma mulher cega, que costumava jejuar a pão e água na vigília de São Francisco.
Ao amanhecer de um desses dias festivos, foi ela conduzida por seu marido à igreja dos Irmãos menores.
Ouvia ela a missa, e à hora da elevação do corpo de Cristo, abriu os olhos e o viu com toda clareza, fez um acto de profunda adoração, e disse em voz alta: “Graças sejam dadas a Deus e a seu servo Francisco, pois tenho a felicidade de ver a hóstia consagrada”.
A essas palavras os presentes prorromperam em exclamações de alegria. Terminada a missa, voltou a mulher para sua casa com imenso júbilo na alma e claríssima luz nos olhos.
A felicidade daquela senhora era enorme não só por haver recuperado a vista corporal, mas também porque mediante a intercessão de São Francisco e ajudada por sua fé merecera contemplar acima de tudo aquele augusto e divino sacramento, que encerra em si aquele que é a Luz verdadeira e inextinguível das almas.

3. Um menino de catorze anos de Pofi, na Campania, por um trauma repentino, ficou totalmente cego do olho esquerdo.
Pela violência da dor, saíra-lhe o olho da órbita, pendendo oito dias sobre a face na largura de um dedo, por causa do afrouxamento do nervo. Não havia outro remédio senão operar, na opinião dos cirurgiões.
Vendo isso, o pai do menino apegou-se confiante à protecção de São Francisco, que não deixou de atender às súplicas do seu devoto, advogado que é sempre dos necessitados. Com um prodígio extraordinário, recolocou em seu lugar o olho enfermo, restituindo-lhe a visão perfeita.

4. Naquela mesma região, em Castro dei Volsci, uma viga muito pesada desprendeu-se de uma altura e caiu sobre a cabeça de um sacerdote, cegando-lhe o olho esquerdo.
Caído no chão, o paciente começou a chamar em alta voz e angustiado a São Francisco: “Socorro, Pai santíssimo, para que eu possa ir ... tua festa, como prometi aos teus Irmãos!”
Deu-se isso na vigília da festa do santo, e o sacerdote levantou-se inteiramente são, dando gritos de alegria e acção de graças, causando grande surpresa e júbilo a todos os presentes que se haviam compadecido de sua miséria.
Assistiu à festa do santo, narrando a todos a estupenda maravilha que com ele havia realizado.

5. Certo homem de Monte Gargano trabalhava em sua vinha e, ao cortar uma acha de madeira, feriu-se na vista, de modo que esta se partiu ao meio, ficando uma parte pendente.
Perdeu a esperança de curar o seu mal por meios humanos, e prometeu solenemente a São Francisco jejuar em sua festividade caso o socorresse.
Fez a promessa e logo ficou curado: o olho se recompôs em seu devido lugar, adquiriu perfeita visão e nenhum sinal ficou de lesão.

6. O filho de um nobre, cego de nascença, conseguiu a visão tão desejada pelos méritos de São Francisco.
E por haver conseguido assim a visão, deram-lhe o nome de Iluminado.
Ao chegar mais tarde à idade competente, e muito grato pelo benefício recebido, vestiu o hábito da Ordem de São Francisco e adiantou-se tanto em luz de graça e virtudes, que com razão parecia filho da própria Luz.
Enfim, pelos méritos de Francisco, aquele princípio tão santo teve um fim ainda mais santo.

7. Em Zancato, perto de Anagni, um cavaleiro de nome Geraldo perdera totalmente a vista. Dois Irmãos menores que acabavam de chegar de além-mar foram à casa daquele cavaleiro pedir hospedagem. Toda a família os recebeu com devoção e com grande afabilidade foram tratados por amor a São Francisco.
Depois de dar graças ao Senhor e a seus bons hóspedes, foram ao convento mais próximo.
Algum tempo depois, São Francisco apareceu certa noite em sonho a um daqueles Irmãos, dizendo-lhe: “Levanta-te e vai depressa à casa de nosso hóspede que na vossa pessoa nos recebeu a Cristo e a mim, pois quero cumprir com ele os deveres da piedade.
Sabei que ficou cego por suas culpas, que não procurou expiar com a confissão sacramental”. Desapareceu São Francisco e o Irmão, sem perda de tempo, se levantou para cumprir junto com seu companheiro a ordem recebida.
Chegados à casa do hóspede, referiram todos os detalhes do sonho que um deles havia tido. O homem ficou admirado, confirmando ser verdade tudo o que lhe referia o Irmão, e, derramando copiosas lágrimas, confessou-se com viva dor de suas culpas.
Por fim, prometeu emendar-se e mudar de vida, e no mesmo instante recobrou a vista.
Espalhou-se por toda parte a fama deste milagre.
Muito cresceu a devoção a São Francisco e grande número de pessoas sentiu-se estimulado à humilde e sincera confissão de seus pecados.

ACRÉSCIMO POSTERIOR

7. Em Assis, um homem acusado falsamente de furto foi condenado à cegueira total por decreto do juiz de Assis, Otaviano; a sentença foi executada pelo cavaleiro Otão e oficiais de justiça.
Estes forçaram ao condenado os olhos para fora das órbitas e amputaram-lhe os nervos oculares com uma faca.
A seguir o pobre homem foi levado diante do altar de São Francisco a quem o infeliz pediu que o socorresse.
Disse que era inocente e pela intercessão do santo recebeu novos olhos dentro de três dias.
Eram menores, mas a visão era a mesma de sempre.
O cavaleiro Otão prestou juramento acerca do estupendo milagre diante de Tiago, abade de São Clemente, que estava fazendo investigações a respeito por autoridade do bispo Tiago de Tivoli.
Também prestou depoimento Frei Guilherme Romano, ao qual Frei Jerónimo, ministro geral da ordem, ordenou por obediência e sob pena de excomunhão que referisse veridicamente tudo quanto sabia a respeito.
Obrigado a um juramento assim tão solene, em presença de muitos ministros provinciais e de outros Irmãos que gozavam de autoridade, afirmou o que segue:
Quando ainda era leigo, conheceu o homem em questão e verificou que ele tinha os dois olhos. Assistiu em seguida à operação com que o cegaram; e até mesmo, por curiosidade, chegou a revirar com um bastão aqueles olhos lançados no chão.
Depois viu o mesmo homem dotado de novos olhos, que ele recebera por graça da misericórdia divina e com os quais via muito bem.

(cont

São Boaventura
Revisão da versão portuguesa por AMA

Recorramos ao bom pastor


Tu, pensas, tens muita personalidade: os teus estudos (os teus trabalhos de investigação, as tuas publicações), a tua posição social (os teus apelidos), as tuas actividades políticas (os cargos que ocupas), o teu património..., a tua idade – já não és nenhuma criança!... Precisamente por tudo isso, necessitas, mais do que outros, de um Director para a tua alma. (Caminho, 63)

A santidade da esposa de Cristo sempre se provou – e continua a provar-se actualmente – pela abundância de bons pastores. Mas a fé cristã, que nos ensina a ser simples, não nos leva a ser ingénuos. Há mercenários que se calam e há mercenários que pregam uma doutrina que não é de Cristo. Por isso, se porventura o Senhor permite que fiquemos às escuras, inclusivamente em coisas de pormenor, se sentimos falta de firmeza na fé, recorramos ao bom pastor, àquele que – dando a vida pelos outros – quer ser, na palavra e na conduta, uma alma movida pelo amor – àquele que talvez seja também um pecador, mas que confia sempre no perdão e na misericórdia de Cristo.

Se a vossa consciência vos reprova por alguma falta – embora não vos pareça uma falta grave – se tendes uma dúvida a esse respeito, recorrei ao sacramento da Penitência. Ide ao sacerdote que vos atende, ao que sabe exigir de vós firmeza na fé, delicadeza de alma, verdadeira fortaleza cristã. Na Igreja existe a mais completa liberdade para nos confessarmos com qualquer sacerdote que possua as necessárias licenças eclesiásticas; mas um cristão de vida limpa recorrerá – com liberdade! – àquele que reconhece como bom pastor, que o pode ajudar a erguer a vista para voltar a ver no céu a estrela do Senhor. (Cristo que passa, 34)

Evangelho e comentário


Tempo comum



Evangelho: Lc 18, 35-43

35 Quando se aproximavam de Jericó, estava um cego sentado a pedir esmola à beira do caminho. 36 Ouvindo a multidão que passava, perguntou o que era aquilo. 37 Disseram-lhe que era Jesus de Nazaré que ia a passar. 38 Então, bradou: «Jesus, Filho de David, tem misericórdia de mim!» 39 Os que iam à frente repreendiam-no, para que se calasse. Mas ele gritava cada vez mais: «Filho de David, tem misericórdia de mim!» 40 Jesus parou e mandou que lho trouxessem. Quando o cego se aproximou, perguntou-lhe: 41 «Que queres que te faça?» Respondeu: «Senhor, que eu veja!» 42 Jesus disse-lhe: «Vê. A tua fé te salvou.» 43 Naquele mesmo instante, recobrou a vista e seguia-o, glorificando a Deus. E todo o povo, ao ver isto, deu louvores a Deus.

Comentário:

Quando na verdade desejamos algo que não só nos faz falta mas pode mudar radicalmente a nossa vida empenhamo-nos a sério, com persistência e sem receio de ser incómodo em conseguir o que aspiramos.

É o que faz este cego que esta cena evangélica nos retracta.
A sua necessidade é tal que pede aos gritos numa esperança incontida que Jesus que passa no caminho o oiça.

O que pede? Misericórdia daquele Jesus que, ele sabe, opera milagres, e demonstra a cada passo uma misericórdia sem limites.

E na resposta a Jesus que o interpela, não se perde em divagações ou louvaminhas destinadas a comover o Coração de Cristo. Simplesmente, com a maior franqueza e convicção diz o que quer:
«Senhor, que eu veja!»

É assim que deve ser a nossa petição: perseverante e simples.
Perseverante para “convencer” o Senhor da nossa fé, simples, porque Ele sabe muito bem o que necessitamos.

(AMA, comentário sobre Lc 18, 35-43, 02.10.2018)





Temas para reflectir e meditar


Formação humana e cristã – 111


Amor aos outros


1 - Se for possível devemos participar na Santa Missa como se fosse a última da nossa vida e, na verdade, pode muito bem que seja.
Não há dramatismo mas conveniente precaução que nos ajudará a participar nessa Missa com maior compunção e amor.

Escrevo tantas vezes sobre este tema que poderá parecer como que uma fixação doentia.
Doentia tenho a certeza que não é, talvez,  antes algo que me absorve de forma irresistível sendo como que uma mola que pressiona e impele.
Acredito no amor, penso que não pode haver vida sem amor, tenho a certeza que só o amor salva o mundo.

AMA, reflexões.

Pequena agenda do cristão

SeGUNDa-Feira



(Coisas muito simples, curtas, objectivas)



Propósito:
Sorrir; ser amável; prestar serviço.

Senhor que eu faça "boa cara" que seja alegre e transmita aos outros, principalmente em minha casa, boa disposição.

Senhor que eu sirva sem reserva de intenção de ser recompensado; servir com naturalidade; prestar pequenos ou grandes serviços a todos mesmo àqueles que nada me são. Servir fazendo o que devo sem olhar à minha pretensa “dignidade” ou “importância” “feridas” em serviço discreto ou desprovido de relevo, dando graças pela oportunidade de ser útil.

Lembrar-me:
Papa, Bispos, Sacerdotes.

Que o Senhor assista e vivifique o Papa, santificando-o na terra e não consinta que seja vencido pelos seus inimigos.

Que os Bispos se mantenham firmes na Fé, apascentando a Igreja na fortaleza do Senhor.

Que os Sacerdotes sejam fiéis à sua vocação e guias seguros do Povo de Deus.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?