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06/11/2018

Meditación de Pablo VI sobre la muerte

 Un alma para el mundo 

por Juan García Inza


            Estamos en el mes de los difuntos. En estos días pasados muchas personas han visitado las sepulturas de sus seres queridos en el Campo Santo. Por otro lado observamos que otros se toman la muerte a chirigota. Se divierten con algo tan serio hasta el punto de hacer el ridículo. Seguramente cuando ellos estén muertos no les hará ninguna gracia esta estupidez. Tratan de disfrazar la muerte para no pensar en ella. Pero la muerte sigue su curso, y hay que rebautizarla constantemente para vivirla en presencia de Dios. En la muerte de Jesucristo no había máscaras.

            El Papa Pablo VI, recientemente canonizado, divisaba desde la fe su muerte no muy lejana. Y nos dejó esta meditación que recomiendo para hacer una sosegada reflexión estos días.


Se impone esta consideración obvia sobre la caducidad de la vida temporal y sobre el acercamiento inevitable y cada vez más próximo de su fin. No es sabia la ceguera ante este destino indefectible. Ante la desastrosa ruina que comporta, ante la misteriosa metamorfosis que está para realizarse en mi ser, ante lo que se avecina.

Veo que la consideración predominante se hace sumamente personal: yo, ¿quién soy?. ¿Qué queda de mí?, ¿adónde voy?, y por eso sumamente moral: ¿qué debo hacer?, ¿cuáles son mis responsabilidades?: y veo también que respecto a la vida presente es vano tener esperanzas; respecto a ella se tienen deberes y expectativas funcionales y momentáneas; las esperanzas son para el más allá.

Y veo que esta consideración suprema no puede desarrollarse en un monólogo subjetivo, en el acostumbrado drama humano que, al aumentar la luz, hace crecer la oscuridad del destino humano; debe desarrollarse en diálogo con la Realidad divina, de donde vengo y adonde ciertamente voy: conforme a la lámpara que Cristo nos pone en la mano para el gran paso. Creo, Señor.

Llega la hora. Desde hace algún tiempo tengo el presentimiento de ello. Más aún que el agotamiento físico, pronto a ceder en cualquier momento, el drama de mis responsabilidades parece sugerir como solución providencial mi éxodo de este mundo, a fin de que la Providencia pueda manifestarse y llevar a la Iglesia a mejores destinos. Sí, la Providencia tiene muchos modos de intervenir en el juego formidable de las circunstancias. que cercan mi pequeñez; pero el de mi llamada a la otra vida parece obvio, para que me sustituya otro más fuerte y no vinculado a las presentes dificultades. «Servus inutilis sum: Soy un siervo inútil». «Ambulate dum lucem habetis: Caminad mientras tenéis luz» (Jn 12. 55).

Ciertamente, me gustaría, al acabar, encontrarme en la luz. De ordinario el fin de la vida temporal, si no está oscurecido por la enfermedad, tiene una peculiar claridad oscura: la de los recuerdos tan bellos, tan atrayentes, tan nostálgicos y tan claros ahora ya para denunciar su pasado irrecuperable y para burlarse de su llamada desesperada. Allí está la luz que descubre la desilusión de una vida fundada sobre bienes efímeros y sobre esperanzas falaces. Allí está la luz de los oscuros y ahora ya ineficaces remordimientos. Allí está la luz de la sabiduría que por fin vislumbra la vanidad de las cosas y el valor de las virtudes que debían caracterizar el curso de la vida: «vanitas vanitatum: vanidad de vanidades». En cuanto a mí, querría tener finalmente una noción compendiosa y sabia del mundo y de la vida: pienso que esta noción debería expresarse en reconocimiento: todo era don, todo era gracia: y qué hermoso era el panorama a través del cual ha pasado; demasiado bello, tanto que nos hemos dejado atraer y encantar. mientras debía aparecer como signo e invitación. Pero, de todos modos, parece que la despedida deba expresarse en un acto grande y sencillo de reconocimiento, más aún de gratitud: esta vida mortal es, a pesar de sus vicisitudes y sus oscuros misterios, sus sufrimientos, su fatal caducidad, un hecho bellísimo, un prodigio siempre original y conmovedor, un acontecimiento digno de ser cantado con gozo y con gloria: ¡la vida, la vida del hombre! Ni menos digno de exaltación y de estupor feliz es el cuadro que circunda la vida del hombre: este mundo inmenso, misterioso, magnífico, este universo de tantas fuerzas, de tantas leyes, de tantas bellezas, de tantas profundidades. Es un panorama encantador. Parece prodigalidad sin medida. Asalta, en esta mirada como retrospectiva, el dolor de no haber admirado bastante este cuadro, de no haber observado cuanto merecían las maravillas de la naturaleza, las riquezas sorprendentes del macrocosmos y del microcosmos.

¿Por qué no he estudiado bastante, explorado, admirado la morada en la que se desarrolla la vida? ¡Qué distracción imperdonable, qué superficialidad reprobable! Sin embargo, al menos in extremis, se debe reconocer que ese mundo «qui per Ipsum factus est: que fue hecho por medio de Él», es estupendo. Te saludo y te celebro en el último instante, sí, con inmensa admiración; y, como decía, con gratitud: todo es don: detrás de la vida. Detrás de la naturaleza, del universo, está la Sabiduría; y después, lo diré en esta despedida luminosa (Tú nos lo has revelado, Cristo Señor) ¡está el Amor! ¡La escena del mundo es un diseño. Todavía hoy incomprensible en su mayor parte, de un Dios Creador, que se llama nuestro Padre que está en los cielos! ¡Gracias, oh Dios, gracias y gloria a ti, oh Padre! En esta última mirada me doy cuenta de que esta escena fascinante y misteriosa es un reverbero: es un reflejo de la primera y única Luz; es una revelación natural de extraordinaria riqueza y belleza. que debía ser una iniciación, un preludio, un anticipo, una invitación a la visión del Sol invisible, «quem nemo vidit unquam: a quien nadie vio jamás» (cf. Jn 1, 18): «Unigenitus Filius, qui est in sinu Patris, Ipse enarravit: el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer». Así sea, así sea.

Pero ahora, en este ocaso revelador, otro pensamiento, más allá de la última luz vespertina, presagio de la aurora eterna, ocupa mi espíritu: y es el ansia de aprovechar la hora undécima, la prisa de hacer algo importante antes de que sea demasiado tarde. ¿Cómo reparar las acciones mal hechas, cómo recuperar el tiempo perdido, cómo aferrar en esta última posibilidad de opción «el unum necesarium: la única cosa necesaria»?



REL

Leitura espiritual

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LEGENDA MAIOR 

Vida de São Francisco de Assis

SEGUNDA PARTE

CAPITULO 12

Eficácia de sua pregação e poder de curar

3. Aproximando- se de Bevagna, viu um pequeno bosque onde se haviam reunido passarinhos de toda espécie em grandes bandos. Correu imediatamente para lá e saudou-os como se fossem dotados de razão. Pararam todos para olhá-lo; os que estavam nas árvores se inclinavam e avançavam as cabeças, olhando de modo extraordinário. Adiantou-se para o meio deles, pediu-lhes mansamente que ouvissem a palavra de Deus e lhes disse: “Irmãos passarinhos vós tendes muito motivo para bendizer vosso Deus e Criador que vos vestiu de tão ricas plumas e vos deu asas para voar; vos determinou para morada a região pura dos ares e cuida de vós, sem que preciseis vos inquietar com nada”.
Esse discurso provocou entre os passarinhos alegres manifestações: esticavam o pescoço, desdobravam as asas, abriam o bico e olhavam atentamente para Francisco. E o santo ia e vinha no meio deles, a alma delirando de fervor; roçava-lhes a túnica, nenhum porém se afastava.
Por fim, traçou o sinal da cruz sobre eles, e os passarinhos, com a sua permissão e sua bênção, voaram todos ao mesmo tempo.
Os companheiros de missão olhavam aquele espectáculo.
Ao voltar para junto deles, o homem simples e puro que era Francisco acusava-se de negligência por não haver até então pregado às aves.

4. Pregando em seguida nas vizinhanças, chegou a um lugar chamado Albino, onde, havendo congregado o povo e feito o devido silêncio, mal se ouvia a sua voz na pregação por causa de um grande número de andorinhas que naquele mesmo lugar estavam construindo os seus ninhos e faziam com os seus pios um estrépito muito grande.
E diante de todos, disse a elas:
“Irmãs andorinhas, já é tempo que me deixeis falar, pois até agora haveis gritado bastante. Ouvi a palavra de Deus e guardai silêncio até que termine a pregação”.
A esta ordem, e como se fossem capazes de conhecimento, silenciaram de repente as andorinhas, permanecendo no mesmo lugar até que o santo terminou seu sermão.
Havendo presenciado essa maravilha, os ouvintes encheram-se de admiração e todos unânimes glorificavam ao Senhor.
Divulgada a fama deste milagre por toda parte, muitas pessoas sentiram-se atraídas à veneração e devoção do santo.

5. Um estudante de Parma, excelente jovem, estudava com alguns companheiros, quando uma andorinha veio incomodá-los e importuná-los provocando grande ruído com seus pios.
Disse ele a seus companheiros: “É uma das que perturbaram a pregação do homem de Deus Francisco até que ele lhes ordenou que calassem”.
Voltou-se para a andorinha e disse-lhe com plena segurança:
“Ordeno-te, em nome do servo de Deus Francisco, que venhas aqui e fiques calada!”
Em nome de Francisco, ela calou se imediatamente, como se tivesse ouvido a voz do santo homem, e veio-se aconchegar na mão do estudante, que, estupefacto, lhe devolveu a liberdade e não mais foi importunado por seus gritos.

6. Certa ocasião pregava o servo de Deus em Gaeta, à beira-mar, e as multidões, por devoção, acorriam a ele para tocá-lo.
Mas o santo, que tinha horror desse tipo de sucesso tumultuoso, saltou sozinho dentro de uma barca que encontrou atracada.
E como se fosse propulsionada por sua própria força, sem que aparecesse qualquer remador, foi ela entrando no mar para grande admiração de todos. Mas tendo-se afastado da praia, ficou imóvel entre as ondas todo o tempo que o santo esteve pregando às turbas que com religioso silêncio o ouviam da praia.
Terminado o sermão, o povo, testemunha do milagre, recebeu a bênção e retirou-se para não mais importunar o santo, Então a barca por si mesma voltou à praia.
Quem seria, pois, tão obstinado em sua impiedade para desprezar a pregação de Francisco cuja virtude admirável contribuía não só para que os seres irracionais ouvissem a sua doutrina, mas também para que os corpos inanimados lhe servissem na pregação como se fossem racionais?

7. O Espírito do Senhor, que ungira a Francisco e o enviara, e o próprio Cristo, virtude e sabedoria do Pai, (1Cor 1,24), haviam derramado tão copiosamente os seus dons sobre ele, que podia comunicar pela sua palavra a doutrina autêntica de ambos e desenvolver seu poder em milagres estupendos.
A sua palavra era um fogo ardente que penetrava até ao fundo dos corações e enchia de admiração a todos os ouvintes, pois não exibia as galas de uma eloquência mundana, mas apenas espalhava o bom odor de verdades reveladas por Deus.
Sucedeu certo dia, com efeito, que devendo pregar diante do próprio papa e dos cardeais, por encargo do bispo de Óstia, compôs um sermão, que aprendeu cuidadosamente de cor.
Mas ao chegar o momento de se apresentar de pé diante da assembleia para pronunciar o discurso, esqueceu-o completamente e não pôde dizer uma palavra sequer do que escrevera.
Confessou então o santo com a maior humildade o que lhe sucedia.
Recolheu-se uns breves momentos para implorar as luzes do Espírito Santo e começou a expressar-se com tanta fluência, com raciocínios tão eficazes, que moveu à compunção as ilustres pessoas que o ouviam, mostrando-se bem às claras que não era ele, mas o Espírito Santo, quem falava por sua boca.

(cont

São Boaventura
Revisão da versão portuguesa por AMA

Evangelho e comentário


Tempo comum



São Nuno de Santa Maria

Evangelho: Lc 14, 15-24

15 Ouvindo isto, um dos convidados disse-lhe: «Feliz o que comer no banquete do Reino de Deus!» 16 Ele respondeu-lhe: «Certo homem ia dar um grande banquete e fez muitos convites. 17 À hora do banquete, mandou o seu servo dizer aos convidados: ‘Vinde, já está tudo pronto.’ 18 Mas todos, unanimemente, começaram a esquivar-se. O primeiro disse: ‘Comprei um terreno e preciso de ir vê-lo; peço-te que me dispenses.’ 19 Outro disse: ‘Comprei cinco juntas de bois e tenho de ir experimentá-las; peço-te que me dispenses.’ 20 E outro disse: ‘Casei-me e, por isso, não posso ir.’ 21 O servo regressou e comunicou isto ao seu senhor. Então, o dono da casa, irritado, disse ao servo: ‘Sai imediatamente às praças e às ruas da cidade e traz para aqui os pobres, os estropiados, os cegos e os coxos.’ 22 O servo voltou e disse-lhe: ‘Senhor, está feito o que determinaste, e ainda há lugar.’ 23 E o senhor disse ao servo: ‘Sai pelos caminhos e azinhagas e obriga-os a entrar, para que a minha casa fique cheia.’ 24 Pois digo-vos que nenhum daqueles que foram convidados provará do meu banquete.»

Comentário:

Há um detalhe neste trecho de S. Lucas que não pode deixar de chamar a atenção.

Refiro que, para o banquete, o Senhor chama primeiro aqueles que considera Seus amigos mais chegados.

Tendo estes recusado o convite por razões “sem razão”, foi como se o Senhor tivesse verificado que, afinal, não eram nem Seus amigos e nem dignos do convite.

As ordens que, em sequência, dá aos seus servos é que “obriguem” quantos encontrarem pelos caminhos – fossem quem fossem – a comparecer no Seu banquete.

As palavras têm uma “força” própria, mas, neste caso, compreendemos que o “obrigar” seria antes o “convencer” aqueles que aleatoriamente fossem encontrados a aceitar um convite inesperado.

Não pode haver dúvidas quando – na altura própria - o Sacerdote celebrante diz: “Felizes os convidados para a mesa do Senhor!”

(AMA, comentário sobre Lc 14, 15-24, 07.11.2017)




Santo, sem oração?


Se não procuras a intimidade com Cristo na oração e no Pão, como podes dá-Lo a conhecer? (Caminho, 105)

Escreveste-me e compreendo-te: "Faço todos os dias o meu 'bocadinho' de oração. Se não fosse isso!...". (Caminho, 106)

Santo, sem oração?!... – Não acredito nessa santidade. (Caminho, 107)

Dir-te-ei, plagiando a frase de um autor estrangeiro, que a tua vida de apóstolo vale o que valer a tua oração. (Caminho, 108)

Desejo que o teu comportamento seja como o de Pedro e o de João: que leves à tua oração, para falar com Jesus, as necessidades dos teus amigos, dos teus colegas... e que depois, com o teu exemplo, possas dizer-lhes "Respice in nos!" – Olhai para mim! (Forja, 36)

O Evangelista S. Lucas conta que Jesus estava a orar... Como seria a oração de Jesus!
Contempla devagar esta realidade: os discípulos têm intimidade com Jesus e, nessas conversas, Nosso Senhor ensina-lhes – também com as obras – como hão-de rezar, e o grande portento da misericórdia divina: que somos filhos de Deus e que podemos dirigir-nos a Ele, como um filho fala com o Pai. (Forja, 71)

Ao acometer cada jornada para trabalhar junto de Cristo e atender tantas almas que o procuram, convence-te de que não há mais do que um caminho: recorrer a Nosso Senhor.
Somente na oração e com a oração aprendemos a servir os outros! (Forja, 72)

Temas para reflectir e meditar


Formação humana e cristã – 100



Embora a Lei fosse encabeçada por dois mandamentos que falam clarissimamente do Amor - a Deus e ao próximo - na verdade nunca foram tomados em grande conta. A esta distância de séculos somos levados a considerar que os homens de então não sabiam o que era o amor e ninguém pratica o que não conhece.

E, como acima dizia, eis que chega Jesus Cristo com uma doutrina assente no amor!

AMA, reflexões.

Pequena agenda do cristão


TeRÇa-Feira


(Coisas muito simples, curtas, objectivas)




Propósito:

Aplicação no trabalho.

Senhor, ajuda-me a fazer o que devo, quando devo, empenhando-me em fazê-lo bem feito para to poder oferecer.

Lembrar-me:
Os que estão sem trabalho.

Senhor, lembra-te de tantos e tantas que procuram trabalho e não o encontram, provê às suas necessidades, dá-lhes esperança e confiança.

Pequeno exame:

Cumpri o propósito que me propus ontem?