Padroeiros do blog: SÃO PAULO; SÃO TOMÁS DE AQUINO; SÃO FILIPE DE NÉRI; SÃO JOSEMARIA ESCRIVÁ
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14/09/2017
Fátima - Centenário - Oração diária,
Senhora de Fátima:
Neste ano do Centenário da tua vinda ao nosso País, cheios de confiança vimos pedir-te que continues a olhar com maternal cuidado por todos os portugueses.
No íntimo dos nossos corações instala-se alguma apreensão e incerteza em relação a este nosso País.
Sabes bem que nos referimos às diferenças de opinião que se transformam em desavenças, desunião e afastamento; aos casais desfeitos com todas as graves consequências; à falta de fé e de prática da fé; ao excessivo apego a coisas passageiras deixando de lado o essencial; aos respeitos humanos que se traduzem em indiferença e falta de coragem para arrepiar caminho; às doenças graves que se arrastam e causam tanto sofrimento.
Faz com que todos, sem excepção, nos comportemos como autênticos filhos teus e com a sinceridade, o espírito de compreensão e a humildade necessárias para, com respeito de uns pelos outros, sermos, de facto, unidos na Fé, santos e exemplo para o mundo.
Que nenhum de nós se perca para a salvação eterna.
Como Paulo VI, aqui mesmo em 1967, te repetimos:
“Monstra te esse Matrem”, Mostra que és Mãe.
Isto te pedimos, invocando, uma vez mais, ao teu Dulcíssimo Coração, a tua protecção e amparo.
AMA, Fevereiro, 2017
Fetichismos
Los seres humanos tenemos una vocación natural hacia
el prójimo, una necesidad de fundirnos en amor y dolor con quienes se hallan a
nuestro lado; pero somos prisioneros de formas de vida que reprimen, envenenan
y asfixian esa vocación natural, hasta hacerla irreconocible.
En la perversión denominada fetichismo se produce un
desplazamiento del objeto del deseo. Detrás de ella hay siempre algún tipo de
disfunción, a veces puramente fisiológica, pero en la mayoría de las ocasiones
de tipo afectivo. Incapaz de amar a una persona de carne y hueso, el fetichista
se inventa un circunloquio o subterfugio que le permite destinar su amor a un
objeto inanimado. Por supuesto, detrás de ese circunloquio o subterfugio hay
miedo a enfrentarse con el trauma que lo provoca; pero el fetiche sublima el
trauma, a la vez que brinda un sucedáneo satisfactorio.
Vivimos una época que disimula sus traumas con
multitud de fetichismos. Los seres humanos tenemos una vocación natural hacia
el prójimo, una necesidad de fundirnos en amor y dolor con quienes se hallan a
nuestro lado; pero somos prisioneros de formas de vida que reprimen, envenenan
y asfixian esa vocación natural, hasta hacerla irreconocible. El individualismo
a ultranza inspirado por las ideologías en boga; la competencia encarnizada que
convierte nuestra existencia laboral en una guerra sin cuartel; el consumismo
desaforado que sostiene la economía capitalista; la saturación tecnológica que
nos convierte en seres prendidos de una pantalla… Nuestra forma de vida, en
fin, conspira contra esa vocación natural. Y, como nos falta valor para renegar
de nuestra forma de vida (de los sobornos y comodidades que nos brinda),
necesitamos idear circunloquios y subterfugios que disimulen nuestro egoísmo y
nos procuren desahogos satisfactorios que anestesien siquiera por un rato el
dolor de una vida que ha renunciado a su vocación natural.
En algún artículo anterior nos hemos referido a la
filantropía como forma de fetichismo que nos permite destinar a una abstracta
Humanidad el amor que no dedicamos a las personas de carne y hueso que nos
rodean. Joseph Roth, en La cripta de los capuchinos (1938), nos advertía
proféticamente de otro fetichismo entonces naciente que hoy ha alcanzado cotas
desquiciadas: «Siempre me ha parecido que los hombres que aman demasiado a los
animales emplean en ellos una parte del amor que debieran dar a los seres
humanos; y me di cuenta de lo justa que era esta apreciación cuando comprobé
casualmente que los alemanes del Tercer Reich amaban a los perros lobos, a los
pastores alemanes. “¡Pobres ovejas!”, me dije». En general, podríamos afirmar
que en la adhesión a las causas de apariencia más noble puede esconderse, como
una serpiente entre la maleza, este veneno del fetichismo, la tentación de
sustituir el compromiso concreto con las cosas ciertas por entelequias muy
campanudas y rimbombantes que desplazan el objeto de nuestro amor. Todas las
ideologías contemporáneas son, en realidad, refinados fetichismos que nos
permiten sortear nuestras obligaciones concretas y suplantarlas por un
activismo ruidoso y vacuo.
Lo pensaba el otro día mientras escuchaba las
universales reacciones furibundas que había ocasionado la retirada de Estados
Unidos del Acuerdo de París para la reducción de gases de efecto ‘invernadero’.
Pero lo cierto es que si Trump ha decidido retirarse de semejante tratado es
porque ha percibido que hay una muchedumbre infinita, repartida por todo el
planeta, prisionera de formas de vida que demandan una mayor emisión de tales
gases. Una muchedumbre que compra bulímicamente trapos confeccionados en
talleres o ergástulas de Pakistán de los que se cansa a las pocas semanas; una
muchedumbre que, en lugar de fomentar el comercio local, lo adquiere todo por
internet; una muchedumbre que, en lugar de aguantar estoicamente los rigores
del verano, respira aire refrigerado las veinticuatro horas del día; una
muchedumbre que, en lugar de conformarse con la fruta autóctona propia de cada
estación, compra frutas exóticas transportadas desde las antípodas; una
muchedumbre que renueva constantemente sus teléfonos móviles, sus artilugios
electrónicos y automóviles; una muchedumbre incontable, en fin, que cultiva
todos los hábitos que aumentan los gases de efecto invernadero. Pero esa
muchedumbre consumista ha encontrado en el presidente de Estados Unidos el
fetiche sobre el que poder desaguar una indignación aspaventera que no siente
sinceramente; pues, si la sintiera, tendría que abominar de su forma de vida.
Mucho más sencillo que abominar de nuestra forma de vida resulta elegir un
fetiche sobre el que desaguar nuestra ira. En este caso, el botarate Trump, que
no ha hecho sino garantizarnos la forma de vida de la que somos prisioneros.
REL - Juan Manuel de Prada
Hoy el reto del Amor es poner pasión en lo que tengas que hacer.
Los martes por la mañana, toda
la Comunidad tenemos clase de canto. Para ello viene un profesor que intenta
enseñarnos a impostar bien la voz, a respirar, a entonar... y, además de hacer
prácticas, nos enseña alguna canción.
El último día, mientras ensayábamos
una de las canciones, él se paró en seco y nos dijo:
-Es que... ¡tenéis que sentir
la música! Tenéis que vivirla para expresarla bien, porque si no, ¡no es lo
mismo!
Y se ponía a imitarnos, sacando
una carcajada de todas.
Aquella frase me llegó, porque
es lo mismo que nos ocurre con el Señor y con la fe. No es lo mismo
experimentar a Cristo Vivo, real, que te cuida, que sabes que te ama... no es
lo mismo eso, que ir tirando con una fe cultural o "por si acaso".
Cuando has experimentado a
Cristo en tu vida puedes poner pasión en las cosas, y no dejas que la
desilusión te invada, porque sabes que Él siempre va volver a llenar de
contenido y de sentido tu vida.
Si has vivenciado los efectos
que tiene Su Amor en tu vida, la fe misma se transforma, porque no es lo mismo
ir a misa por no tener sensación de culpabilidad, que necesitar los sacramentos
porque sabes que en ellos te espera una Persona que te ama.
Tampoco es lo mismo ir tirando
con tu vida, creyendo que ya no hay nada más que esperar, que darte cuenta de
que, cada día, con Cristo, lo mejor está aún por llegar.
Si nos oyeras cantar en
clase... allí me di cuenta una vez más de que no quiero dejar pasar la vida sin
Vivirla, y sé que para ello necesito a Cristo.
Hoy el reto del Amor es poner
pasión en lo que tengas que hacer. Y para ello sólo necesitas el Amor, el Amor
de Cristo, que pasará por ti como por un canal para llegar al que tienes al
lado. Hoy apuesta por amar, por no perder más tiempo, busca en Cristo el
sentido de eso que piensas que no lo tiene. Apuesta por no dejarte el corazón
en casa antes de salir.
Si quieres, un nuevo día de
aventuras te espera porque... con Cristo, nada es lo mismo.
VIVE DE CRISTO
Pequena agenda do cristão
(Coisas muito simples, curtas, objectivas)
Propósito:
Participar na Santa Missa.
Senhor, vendo-me tal como sou, nada, absolutamente, tenho esta percepção da grandeza que me está reservada dentro de momentos: Receber o Corpo, o Sangue, a Alma e a Divindade do Rei e Senhor do Universo.
O meu coração palpita de alegria, confiança e amor. Alegria por ser convidado, confiança em que saberei esforçar-me por merecer o convite e amor sem limites pela caridade que me fazes. Aqui me tens, tal como sou e não como gostaria e deveria ser.
Não sou digno, não sou digno, não sou digno! Sei porém, que a uma palavra Tua a minha dignidade de filho e irmão me dará o direito a receber-te tal como Tu mesmo quiseste que fosse. Aqui me tens, Senhor. Convidaste-me e eu vim.
Lembrar-me:
Comunhões espirituais.
Senhor, eu quisera receber-vos com aquela pureza, humildade e devoção com que Vos recebeu Vossa Santíssima Mãe, com o espírito e fervor dos Santos.
Pequeno exame:
Cumpri o propósito que me propus ontem?
Reflectindo
Perante o mistério da
morte ficamos surpreendidos com a confusão que, por vezes, se instala no nosso
espírito.
Há uma mescla de
sentimentos, onde, naturalmente, avulta a tristeza que o sentimento de perda
provoca, mas que, surpreendentemente, não é o principal e é isto que mais nos
causa estranheza e incompreensão.
Fere-nos singularmente
algum sentimento de alívio, do terminar de um sofrimento, do arrastar de uma
situação séria, grave, por vezes dolorosa, em que a pessoa querida se vai
degradando fisicamente, perdendo gradualmente a sua autonomia até acabar
totalmente dependente para os mais elementares e simples actos fisiológicos.
E este "sentirmo-nos
feridos" quase nos envergonha porque pensamos – e bem – que não
desejávamos que essa pessoa morresse, ao mesmo tempo que não queríamos que
continuasse, assim, naquele estado de vida tão condicionada e sofredora.
Não é por essa morte ser
previsível num espaço de tempo não muito longo, que se torna menos “cortante” –
porque se trata de um corte definitivo e sem remédio -, porque, graças a uma
espécie de esperança que nunca morre, esperamos sempre estar enganados e que
uma súbita alteração das circunstâncias, mesmo sem explicação aparente – mas
que sabemos, acontece por vezes – venha alterar definitivamente a situação.
(AMA, reflexões, 2013)
Faz o que deves e está no que fazes
Fazei tudo por Amor. – Assim não há coisas
pequenas: tudo é grande. – A perseverança nas pequenas coisas, por Amor, é
heroísmo. (Caminho, 813)
Queres deveras ser santo? – Cumpre o pequeno dever de cada momento
faz o que deves e está no que fazes. (Caminho, 815)
A santidade "grande" consiste em cumprir os
"pequenos deveres" de cada instante. (Caminho, 817)
Dizes-me: quando se apresentar a ocasião de fazer algo de
grande... então sim! – Então! Pretendes fazer-me crer, e crer tu seriamente,
que poderás vencer na Olimpíada sobrenatural, sem a preparação diária, sem
treino? (Caminho, 822)
Viste como ergueram aquele edifício de grandeza imponente? – Um
tijolo, e outro. Milhares. Mas um a um. – E sacos de cimento, um a um. E blocos
de pedra, que pouco representam na mole do conjunto. – E pedaços de ferro. – E
operários que trabalham, dia a dia, as mesmas horas... Viste como levantaram
aquele edifício de grandeza imponente?... À força de pequenas coisas! (Caminho, 823)
Não tens reparado em que "ninharias" está o amor humano?
– Pois também em "ninharias" está o Amor divino. (Caminho, 824)
Evangelho e comentário
Exaltação da Santa Cruz
Evangelho:
Jo 3, 13-17
13 Pois ninguém subiu ao Céu a não ser
aquele que desceu do Céu, o Filho do Homem. 14 Assim como Moisés ergueu a
serpente no deserto, assim também é necessário que o Filho do Homem seja
erguido ao alto, 15 a fim de que todo o que nele crê tenha a vida eterna. 16 Tanto
amou Deus o mundo, que lhe entregou o seu Filho Unigénito, a fim de que todo o
que nele crê não se perca, mas tenha a vida eterna. 17 De facto, Deus não
enviou o seu Filho ao mundo para condenar o mundo, mas para que o mundo seja
salvo por Ele.
Comentário:
A
Cruz – a Cruz de Cristo – ficará para todo o sempre como o sinal do Amor Maior,
da Doação Suprema.
Não
se pode separar Cristo da Cruz porque foi nela que deu a Sua Vida para redenção
dos homens e salvação da humanidade.
No
deserto, os que eram mordidos por serpentes olhavam para a serpente de bronze
que Moisés colocara no alto de um poste e ficavam curados, nesta nossa vida
corrente, olhamos para a Cristo na Cruz e ficamos curados das nossas dúvidas e
medos, sentimos a tranquila certeza de que Ele vela por nós.
Ninguém,
seja quem for, fica imune ou indiferente a Cristo na Cruz, atrai o olhar de
todos, todos têm de O ver.
(AMA, comentário sobre Jo 3, 13-17, 21.06.2017)